Con el teléfono en la mano, Duarte paseaba por el salón de la suite. Aunque no era tan grande como la de Martha's Vineyard, Kate y él podrían residir allí cómodamente durante unos días.
Si se quedaban en Washington tras la conversación con su hermano.
–¿Dices que tiene una fiebre muy alta?
–Sí, eso parece.
–¿Y nadie sabe por qué?
Poco tiempo atrás habían descubierto que su padre contrajo el virus de la hepatitis durante su huida de San Rinaldo debido a las pobres condiciones sanitarias y su salud había ido deteriorándose con el paso de los años hasta que no pudo seguir escondiéndoles el problema.
–Me han dicho que sufre una neumonía –respondió Tony–. Y, en sus condiciones, temen que no sea capaz de superarla.
–¿En qué hospital está?
–Seguimos en la isla. Papá insiste en quedarse aquí, con sus médicos. Dice que lo han mantenido con vida hasta ahora y que confía en ellos.
Frustrado, Duarte tomó un atizador de la chimenea y golpeó los troncos, enviando chispas por todas partes.
–Tan cabezota como siempre. Sufre agorafobia, pero su casa es esa maldita isla.
Tony suspiró al otro lado del teléfono.
–Lo sé, pero no podemos hacer nada.
–Muy bien. Entonces, iremos directamente a la isla… cuando deje de nevar. Washington se ha convertido en un paisaje navideño –dijo Duarte. No había pensado ir hasta unas semanas más tarde, pero no podía dejar a Kate allí–. Tal vez conocer a mi encantadora prometida le dará el empujón que necesita.
–Parece animarse un poco cuando Shannon y yo le hablamos de nuestros planes de boda –Tony había pedido a Shannon en matrimonio sólo unas semanas antes, pero la pareja no quería esperar para casarse.
Duarte se había llevado una sorpresa al saber que habían elegido la isla para la ceremonia, pero Tony decía que era el lugar más seguro para hacerlo y tenía razón. La isla era el único sitio al que los paparazzi no podían llegar. Afortunadamente, tanto su hermano como Shannon habían aceptado que hubiera una periodista en la ceremonia… una periodista que enviaría información controlada por él.
Global Intruder jamás hubiera sido su primera elección, o la última, pero se había resignado pensando que Kate podría servir como jefa de prensa.
¿Y si pudiera ofrecerle un puesto mejor?
Duarte cortó tal pensamiento de raíz.
Tras la boda Antonio, Kate volvería a su vida y él a la suya.
¿Y por qué le molestaba tanto pensar eso? La había conocido sólo unos días antes. Tony llevaba meses saliendo con su prometida y todo el mundo pensaba que se habían comprometido demasiado rápido.
Duarte dejó el atizador de la chimenea en su sitio.
–Enhorabuena, hermano –le dijo, mirando la puerta tras la que estaba su prometida–. Te felicitaré en persona cuando llegue a la isla.
–Tal vez ese falso compromiso tuyo anime un poco a papá. Y entonces podrás decirle adiós a esa chica.
–¿Por qué crees que el compromiso es falso?
¿Y por qué demonios había preguntado eso?
–Oye, no nos vemos todas las semanas, pero hablamos de vez en cuando y no me habías dicho que salieras con nadie… especialmente con la persona que nos ha causado tantos problemas.
–Tal vez por eso no te lo conté. Salir con Kate no es precisamente lo más sensato que he hecho en mi vida.
Y eso era decir poco. Pero había llegado a un acuerdo con Kate y no pensaba dar marcha atrás.
–Si te hubiera pedido opinión seguramente no me habría gustado la respuesta.
–¿Entonces de verdad tienes una relación con ella? ¿Te has enamorado de esa chica?
Debería contarle la verdad, pensó Duarte. Tony él no tenían una relación muy estrecha desde que eran adultos, pero cuando eran niños sólo se tenían los unos a los otros y habían compartido tantas cosas…
Sin embargo, por alguna razón, no era capaz de hacerlo.
–Como te he dicho, estoy prometido. Y cuando la conozcas lo entenderás.
–Salir con periodistas no es algo que suelas hacer. ¿Seguro que no lo haces para fastidiar a papá?
Dejándose caer sobre un sillón, y poniendo un pie sobre el sofá, Duarte se preguntó si Tony tendría razón. Pero no, no podía ser. Eso le daría a su padre demasiado control sobre su vida.
Estar con Kate era algo mucho más complicado de lo que había creído y, desde luego, mucho más complejo que una simple rebelión adolescente contra su padre.
–¿Qué sabes de Carlos?
Su hermano mayor siempre había sido el más reservado, por completo inmerso en su trabajo como cirujano. Podrían tardar horas en dar con él porque las operaciones de cirugía reconstructiva que practicaba a niños solían durar mucho tiempo.
–Ya sabes que es un adicto al trabajo, pero dice que irá a la isla para la boda y que llamará a papá en cuanto pueda.
–Espero que pueda pronto.
–Y yo espero que papá aguante hasta que Carlos decida dejar a sus pacientes durante unos días. Había pensado adelantar la boda, pero…
–Papá insiste en que no cambies tus planes –lo interrumpió Duarte.
Enrique Medina de Moncastel era un hombre muy obstinado y no le gustaban las sorpresas. Por cuestiones de seguridad, prefería que la vida fuese lo más ordenada posible.
Tony siguió hablando sobre los detalles de la boda, pero cuando empezó a hablar sobre arreglos florales Duarte decidió tomarle un poco el pelo…
Hasta que Kate entró en el salón con una camiseta que le llegaba por la rodilla.
–Te llamaré mañana para decirte cuándo llegamos, Tony. Ahora tengo que colgar.
Descalza, Kate se dirigió al saloncito que conectaba las dos habitaciones. Debería haberse ido a dormir después de su tensa conversación con Harold, pero la amenaza de publicar fotografías de su hermana la había dejado angustiada.
Se había mostrado fría al teléfono, pero cortó la conversación en cuanto le fue posible para no perder los nervios con su editor.
Y ahora, casi sin darse cuenta, se dirigía al salón porque necesitaba la tranquilidad de Duarte.
–Siento que mi ayudante olvidase encargar ropa de cama –se disculpó él–. ¿Esa camiseta es del hotel?
–No, es mía. La guardé en la funda de una de mis cámaras antes de salir de casa. ¿Qué te han dicho? ¿Tu padre está bien?
–No, la verdad es que está peor. Ahora tiene neumonía… puedes contárselo a tu editor si quieres.
Kate hizo una mueca. Le dolía que pensara que sólo lo había preguntado por eso. Parecía tan distante con el esmoquin, frente al elegante papel pintado de la habitación. Pertenecían a dos mundos bien distintos, eso era evidente.
–No estaba pensando en mi trabajo, lo he preguntado porque parecías preocupado.
–Gracias.
–¿Qué piensas hacer?
–Vamos a hablar de otra cosa, Kate.
¿De qué podían hablar? Ella no estaba de humor para una conversación superficial. ¿Durante cuánto tiempo podían hablar de los cuadros de la suite cuando sólo podía pensar en Jennifer?
–¿Te ocurre algo? Pareces disgustada.
¿Estaba evitando el tema porque no confiaba en ella? Por el momento, Kate decidió seguirle la corriente y preguntar por su padre más tarde.
–Estoy un poco preocupada por Jennifer –respondió, mirando el fuego de la chimenea.
–¿Por qué?
–Me preocupa lo que podría pasar si alguien decidiera publicar algo sobre ella. Debo admitir que estar al otro lado de las cámaras es más complicado de lo que yo pensaba.
–Nadie podrá entrevistarla –dijo Duarte–. Nadie la molestará, te lo prometo.
Si todo fuera tan sencillo...
–Los dos sabemos que no podré contar con esa protección para siempre.
–Cuando hayas publicado las fotografías de la boda, tú misma podrás contratar a alguien de seguridad.
Era lógico que no confiase en ella, pensó Kate entonces. Había estado persiguiéndolo desde el principio para hacerle fotografías sin pensar en lo que eso significaba para él y para su familia.
Pero ahora lo entendía bien porque, sin darse cuenta, ella misma había puesto en peligro a su hermana…
Duarte se levantó para pasarle un brazo por los hombros.
–¿Necesitas un albornoz?
El aroma de su colonia masculina la envolvió, tan tentador como el abrazo.
–¿Tan fea es la camiseta?
–No, tú estás preciosa te pongas lo que te pongas –Duarte la miró con el mismo deseo con que la había mirado en el ascensor–. Sólo me preocupa que tengas frío.
–No, estoy bien… gracias.
El calor de su cuerpo era tan agradable que no pudo evitar inclinarse un poco hacia él… y los brazos de Duarte se cerraron sobre su cintura.
Sin pensar, Kate le echó los brazos al cuello. No recordaba haberse sentido tan atraída por un hombre en toda su vida. Claro que Duarte no era un hombre normal.
Él abrió sus labios con los suyos mientras la aplastaba contra su pecho, el roce del pantalón sobre sus piernas desnudas haciendo que deseara un contacto más íntimo. Sin apartarse, Kate tiró de su corbata para dejar claro dónde iba aquello.
Su vida se había complicado de tal modo que no era capaz de negarse a sí misma unas horas de felicidad, aunque fuese robada.
Cuando por fin le quitó la corbata y la camisa, después de lo que le pareció una eternidad, tiró de su camiseta para ver los poderosos músculos de su torso.
La lámpara del techo le daba un brillo dorado a su piel, pero él no necesitaba una iluminación especial para parecer un dios. Duarte Medina de Moncastel era un hombre increíblemente atractivo.
Sin decir nada, Kate deslizó las manos por su torso, el contacto de sus dedos con el vello oscuro electrificándola. Descubrir lo que escondía bajo la ropa hacía que todo fuese tan increíblemente íntimo.
Sin pensar, bajó las manos hasta el elástico del pantalón, pero Duarte la detuvo.
–Podemos dejarlo ahora mismo, si quieres. Pero si vamos hasta el final, no quiero preguntas o problemas. Esto no tiene nada que ver con tu trabajo o con mi familia.
Kate lo miró a los ojos.
–¿No vas a amenazar con demandarme por allanamiento de morada?
Aunque era una broma, sabía en su corazón que Duarte nunca lo hubiera hecho. Tal vez porque la atracción que había entre ellos lo había pillado desprevenido.
Duarte hizo una mueca.
–Quiero acostarme contigo, Kate –el bulto que notaba contra su estómago lo demostraba, no tenía que decirlo–. Y ahora que parece que estamos de acuerdo necesito saber que lo haces porque quieres. Tienes suficiente información sobre mí y sobre mi familia como para conseguir un buen cheque, así que puedes irte si quieres.
Debería hacerlo, tenía razón. Pero su vida nunca volvería a la normalidad después de esos días. Marcharse ahora o hacerlo tres semanas más tarde no cambiaría nada y no haría que Jennifer estuviera a salvo.
Y acostarse con Duarte esa noche era algo inevitable.
–No creo que pudiera irme con esta camiseta, ¿no te parece?
Él la miró de arriba abajo, el calor de sus ojos despertando una fiera respuesta.
–Lo digo en serio, en caso de que no te hayas dado cuenta.
–Sería imposible no darse cuenta. Aunque, por si no lo sabes, yo también hablo en serio.
–¿Cuándo descubriste que no iba a darle a nadie esa cinta de seguridad?
–Hace unos minutos.
Al escuchar la amenaza de Harold, Kate se dio cuenta de quién era el malo de la película. Duarte era duro, pero no mezquino y si hubiera querido demandarla lo habría hecho desde el principio.
–No hablemos de nada que no seamos nosotros. Necesito estar contigo esta noche, sólo tú y yo… sin pensar en tu apellido, en mi trabajo o en ninguna otra cosa. Esto es absolutamente privado.
–Entonces sólo queda una cosa que hacer –Duarte deslizó las manos hasta sus caderas–. ¿Tu cama o la mía?
Kate lo pensó un momento antes de decidirse.
–No quiero que esto se convierta en un juego de poder. Vamos a encontrarnos aquí o en un sitio neutral.
El simbolismo de no elegir una cama u otra funcionaba para ella, de modo que esperó que Duarte diera su veredicto.
–Me parece bien –murmuró, tirando de su camiseta para dejarla con el sujetador y las braguitas de color champán.
Por alguna razón, aquel príncipe increíblemente guapo se excitaba tanto al mirarlo como lo hacía ella.
Incrédula, casi pensando que se había quedado dormida en la habitación, alargó una mano para tocar su torso y le pareció como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Aquello era real. Él era real.
Y aquella noche era suya.
Esta vez, cuando bajó la mano hacia el elástico de su pantalón, Duarte no la detuvo. El ruido de la cremallera pareció hacer eco en la habitación, junto con el crepitar de los leños en la chimenea. Unos segundos después, los dos estaban desnudos.
–Ahora ninguno de los dos lleva nada –murmuró, apretándola contra su torso, piel con piel. Cayeron sobre el sofá, abrazados, acariciándose con manos ansiosas.
Kate siguió con la mirada el movimiento de su mano y vio que tomaba un preservativo de una mesita. Afortunadamente, al menos uno de los dos estaba pensando con la cabeza.
Duarte entró en ella y, mientras se acostumbraba a la invasión, clavó las uñas en sus hombros, arqueándose para recibirlo mejor.
Duarte se sujetaba al brazo del sofá con una mano para no aplastarla, la otra detrás de ella. Kate empezó a mover las caderas y él, entendiéndolo como una señal, siguió con el ritmo que habían empezado, primero en el salón de baile, luego en el ascensor y ahora allí.
Kate enterró la cara en su torso para respirar su aroma mientras él la besaba en el pecho, en el cuello, en la cara, el roce de su barba aumentando el placer del encuentro. Había sabido desde el principio que no tardaría mucho en caer en la tentación... pero no sabía lo maravilloso que iba a ser.
Jadeando, envolvió las piernas en su cintura, pero una de sus rodillas chocó contra el respaldo del sofá…
–Tranquila, yo te sujeto –dijo él, mientras caían sobre la alfombra.
Se había dado la vuelta a toda prisa y Kate quedó sobre él, con una pierna a cada lado de su cuerpo, notando el roce de la alfombra en las rodillas. Duarte apretó su trasero, guiándola hasta que volvieron a encontrar el ritmo.
¿Le temblaban ligeramente las manos? Kate lo miró y vio cómo se marcaban los tendones de su cuello, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo para contenerse.
Como en un sueño, lo oía decir cuánto la deseaba, cuánto la había deseado desde que la vio. Ella intentaba contestar, pero no era capaz de formar una frase coherente.
Duarte deslizó una mano entre los dos para acariciar su clítoris. Dudaba que necesitase ayuda para terminar, pero disfrutó de las caricias de todos modos.
Con cuidado, con precisión, hacía círculos sobre el capullo escondido entre los rizos, usando la presión perfecta, llevándola casi hasta el final y apartándose luego para volver a empezar.
Kate dejó escapar un gemido mientras él sujetaba sus caderas para empujar por última vez, haciendo que viera estrellitas tras los párpados cerrados hasta que por fin cayó sobre su pecho, agotada y sudorosa.
Duarte acariciaba su pelo, respirando con dificultad. Debería apartarse, pensó ella, y lo haría en cuanto pudiera moverse.
Cuando lo miró, pensó tontamente que sus facciones tenían la marca de su noble linaje. Ni siquiera entre sus brazos después de hacer el amor podía olvidar quién era aquel hombre. Porque no estaba a su alcance, pensó.
Estar con él era diferente, tanto que temió no volver a sentir lo mismo con ningún otro. ¿Pasaría el resto de su vida comparando a los demás con él?
Y si había hecho tal impacto en su vida en menos de una semana, ¿qué ocurriría si pasaba todo un mes con Duarte?