Capítulo Diez

Duarte siguió besándola sobre la cama. Después de tener su primera pelea, se movía seductora debajo de él, animándolo, excitándolo más mientras hundía los dedos en su espalda.

Sin dejar de besarla, Duarte apartó el edredón y metió las manos bajo su vestido, notando el roce de las sábanas frescas, el algodón egipcio menos suave que su piel.

–Llevamos demasiada ropa –murmuró Kate, apartándose un poco.

Duarte sabía que era una invitación y no pensaba desaprovecharla.

–Deja que te ayude.

Lo había vuelto loco durante todo el día con esas botas altas y, después de quitarle la primera, besó suavemente su pantorrilla. Cuando le quitó la otra, Kate movió los dedos de los pies mientras alargaba una mano para encender la lámpara.

–Te gusta hacerlo con la luz encendida… eso me gusta.

Ella le pasó una pierna por la cintura.

–Típicamente masculino.

–Evidentemente –murmuró él, su erección entre los dos.

–Túmbate.

–Espera, ya llegaremos ahí.

–He dicho que te tumbes –le ordenó Kate–. Tú das muchas órdenes, pero ahora me toca a mí.

–¿Esto es una lucha de poder?

–Te reto a que me entregues tu cuerpo –Kate soltó una carcajada–. ¿O es que el príncipe siempre tiene que controlarlo todo?

Esa pregunta le recordaba que habían discutido, pero no pensaba retomar la discusión por el momento. Sonriendo, Duarte pasó una mano por su brazo.

–¿Qué tienes en mente?

–Si te lo digo, no estarías arriesgándote.

–¿Entonces yo confío en ti y tú confías en mí?

–Tú primero –dijo ella, la mezcla de frialdad y vulnerabilidad ganándolo por completo.

Duarte se quitó la camisa y se dejó caer sobre las almohadas, esperando.

De pie al lado de la cama, Kate tomó el bajo del vestido y fue levantándolo poco a poco, revelando su cuerpo centímetro a centímetro para mostrar las braguitas y el sujetador de color fresa que se había quitado antes en el avión.

Y Duarte tuvo que agarrarse al embozo de la sábana para no lanzarse sobre ella.

Riendo, Kate tiró el vestido por encima de su hombro.

–Te toca a ti –le dijo.

Duarte se quitó el pantalón y los calzoncillos al mismo tiempo para cortar aquel juego de póquer o como ella quisiera llamarlo.

Levantado una ceja, Kate empezó a quitarse el sujetador y después bajó las manos para quitarse las braguitas, mirándolo con los ojos brillantes mientras ponía una rodilla sobre la cama. Su expresión le decía que quería seguir jugando un rato más y Duarte se quedó inmóvil mientras pasaba los dedos por su torso. Luego, inclinó la cabeza y pasó la punta de la lengua por una de sus diminutas tetillas. Le estaba dedicando toda su atención y él disfrutaba admirando su cuerpo, pero cada vez le resultaba más difícil controlarse…

Cuando por fin rozó su miembro con la mano tuvo que apretar los dientes. Empezó a acariciarlo despacio, mirándolo a los ojos, hasta que no pudo más.

–Kate… –murmuró.

Kate se tumbó sobre él, besando su abdomen, su torso, hasta llegar a sus labios.

–¿Dónde guardas los preservativos?

–En la cartera. Iría a buscarla, pero alguien me ha ordenado que no me moviese. ¿Te importaría…?

Ella se inclinó para tomar el pantalón del suelo, con un brillo travieso en los ojos. Evidentemente, no había terminado de jugar.

Después de ponerle el preservativo se colocó sobre él, introduciéndolo en ella con tan tortuosa lentitud que Duarte estuvo a punto de perder la cabeza.

Incapaz de controlarse un segundo más, levantó las manos para acariciar sus pechos y Kate se apretó contra ellas, los pezones endurecidos. Su inmediata y apasionada respuesta lo excitó como nada lo había excitado nunca.

Kate tomó su cara entre las manos mientras movía las caderas adelante y atrás.

–Me encantaría capturar esa expresión en una fotografía.

–No, ni lo sueñes –murmuró él, buscando su boca.

–Ya sé que es imposible. Me encantaría hacerte una fotografía en este momento, pero lo último que necesitamos es que alguien entre en mi ordenador y encuentre fotografías tuyas desnudo.

–¿Quieres hacerme fotografías pornográficas?

–No, yo tenía en mente algo más artístico. Pero estarías guapísimo.

Duarte sintió que temblaba dentro del abrazo de terciopelo.

–¿Algo más artístico?

–Eres un hombre fabuloso –dijo Kate con voz ronca–. Con esta luz iluminando tus bíceps y tus abdominales pareces un gladiador. Todo en ti son planos rectos y sombras. Las cosas que veo cuanto te miro a los ojos…

–Ya está bien –Duarte la calló con un beso, incómodo con el giro que había dado la conversación.

Cuando la tumbó de espaldas, ella no protestó. Al contrario, enredó una pierna en su cintura y se hizo cargo de la situación de nuevo. Y era tan excitante como antes. El sonido de sus cuerpos chocando, el aroma de su piel. No se cansaba de ella y cuando estaba a punto de llegar al final supo que siempre sería así con Kate.

Pero eso no podría evitar que discutieran.

Una semana después, Kate le hizo una fotografía a Jennifer tumbada en una hamaca atada entre dos palmeras. Y otra nadando en la piscina, otra bailando con los cascos puestos...

Tenía muchísimas fotos de la familia Medina de Moncastel, para delicia de Harold Hough, pero su editor seguía insistiendo en que le enviara una del depuesto rey. Y ella tenía que contestar que aún no lo había visto. El monarca seguía en la clínica y Duarte no la había invitado a visitarlo.

Concentrándose en su Canon favorita y en su trabajo para olvidar su confusa relación con él, Kate dirigió la lente hacia su siguiente objetivo: Antonio enseñando a Kolby a subir a una tabla de surf, los dos con traje de neopreno.

Esas fotos serían su regalo de boda para Shannon y Tony, pensó. Algunas fotografías no eran para Harold, Global Intruder o el público en general.

Durante esa semana había descubierto que también ella quería proteger en cierto modo a la familia Medina de Moncastel; una familia que la había recibido, a ella y a Jennifer, con los brazos abiertos. Todos confiaban en que los presentase de manera justa ante los medios y había cosas que Kate no haría nunca, ni siquiera por su hermana.

De modo que siguió haciendo fotos a los perros del rey, Benito y Diablo. Eran unos perros enormes y de aspecto amenazador, pero con Kolby se portaban como si fueran gatitos.

De repente, se le encogió el corazón al tomar un primer plano del niño con su futuro papá. Y se preguntó cómo se portaría Duarte con sus propios hijos, si los tenía algún día. Él no era un compañero de juegos divertido e informal como Tony, pero sí se había mostrado paciente y comprensivo con Jennifer durante toda la semana.

«No pienses en eso».

Duarte llevaba vaqueros y un jersey ligero, la brisa del mar moviendo su pelo como le gustaría hacerlo a ella. A distancia podía parecer despreocupado, apoyado en el tronco de una palmera, pero Kate lo vio a través de la lente con el iPhone en la mano, hablando con expresión seria.

Su relación estaba atravesando un momento… delicado, por decirlo de algún modo. Seguía enfadada con él, pero participaba en las cenas familiares, nadaba en la piscina, sonreía mientras veían alguna película con Jennifer y Kolby, salía a navegar con él… incluso iba al gimnasio y hacía una hora de bicicleta para contrarrestar las copiosas comidas que servían en la mansión mientras Duarte practicaba artes marciales como si fuera un experto.

Cualquiera diría que eran unas vacaciones de ensueño, pero Duarte no le había pedido disculpas por haberse llevado a Jennifer de la residencia o por llevarla a la isla sin consultarlo con ella y no podía decir que no le importaba porque sí le importaba.

Aunque era absurdo pretender que él lo entendiera. Además, se despedirían en unas semanas y debería pasarlo bien y olvidarse de cualquier otra cosa.

Aunque, en realidad, lo estaba pasando bien.

Durante el día los dos estaban un poco tensos, pero por las noches era completamente diferente. En su cama o en la de él. Nunca hacían planes, pero cada noche se encontraban uno en brazos del otro.

Las fotos. Tenía que hacer fotos, se recordó a sí misma.

Kate le hizo un par de fotografías a Duarte para su colección personal. Después de todo, seguramente necesitaría una prueba física de que todo aquello no había sido un sueño.

–Duarte, ¿por qué no vives aquí siempre? –oyó que le preguntaba su hermana–. Aquí se está mejor que en casa y no hace frío.

–Vivir en Martha's Vineyard me recuerda cosas de mi hogar… la playa de rocas, los barcos.

Algo en su tono dejaba claro que al decir «hogar» se refería a San Rinaldo, no a aquella isla, pensó Kate.

–A mí me gustaría ir a París –dijo Jennifer entonces–. Katie me envió una postal una vez y era muy bonita.

–Podrías ir a París con tu hermana y con Duarte –sugirió Shannon.

Kate tuvo que morderse la lengua para no decir que eso no iba a pasar. Pero mientras su hermana charlaba animadamente sobre el posible viaje, se dio cuenta de que no quería que aquellas semanas terminaran. No sabía qué le esperaba en el futuro, pero habría sido maravilloso salir con Duarte de verdad, mantener una relación con él…

Pensativa, empezó a acariciar el anillo y, sin darse cuenta, dejó caer su cámara sobre la arena.

Kate se puso de rodillas para limpiar la lente. No tenía dinero para comprar cámaras nuevas y, además, no estaba acostumbrada a perder el tiempo con sueños tontos que incluían viajes a París y herencias familiares. ¿Qué le estaba pasando?

Notó una sombra a su lado y cuando levantó la cabeza vio que era Duarte, ofreciéndole la tapa de la lente.

–¿Necesitas esto?

–Ah, gracias.

Aquel hombre la desconcertaba por completo. Duarte le había ofrecido su cuerpo durante toda la semana, pero sin dejar que viera al hombre que había dentro.

¿Durante cuánto tiempo podrían seguir jugando antes de hacerse daño y hacérselo a otra gente?

–¿Echas de menos viajar como hacías en tu otro trabajo, antes de dedicarte a cazar a la gente para Global Intruder?

Que echase de menos su antiguo trabajo era el último de sus problemas en ese momento. Duarte no tenía ni idea de que había tocado su corazón como ella no parecía capaz de hacerlo... eso sí era un problema.

–Jennifer necesita estabilidad y esto es lo único que puedo hacer por el momento para mantener a mi hermana en la residencia.

–Tal vez haya maneras diferentes de encontrar estabilidad. No tienes por qué vivir siempre en el mismo sitio.

¿Aquel hombre no entendía nada? Otra vez intentando decirle cómo tenía que vivir su vida.

–Eso lo dice alguien que vive de hotel en hotel porque le da miedo tener una casa.

Se miraron entonces sin decir nada, pero era una mirada cargada de resentimiento; algo que ya había ocurrido en varias ocasiones. ¿Cómo podía acostarse con él cada noche cuando eran incapaces de encontrar terreno común en cualquier otro aspecto de sus vidas?

–Debería ir a enviar estas fotos. Mi editor las está esperando –dijo Kate.

Iba a tomar el camino que llevaba a la casa, pero un jeep se acercaba a toda velocidad y cuando se detuvo vio que el conductor era Javier.

–Duarte, quería decírtelo en persona…

–¿Qué ocurre?

Tony se acercó de inmediato con la tabla de surf en una mano, la otra sujetando a Kolby.

–¿Mi padre ha empeorado?

–No, no, tranquilos. Es una buena noticia: el rey se ha recuperado lo suficiente como para que los médicos le diesen el alta y esta noche dormirá en casa.

El peso que Kate llevaba sobre los hombros aumentó al pensar que iban a engañar a una persona más sobre el compromiso. Esta vez tendrían que engañar a un anciano enfermo y en ese momento dejó de preocuparle perdonar a Duarte porque no sabía cómo iba a perdonarse ella misma.