–Puede besar a la novia –anunció el sacerdote mientras bendecía a los recién casados.
Kate parpadeó para contener las lágrimas mientras levantaba la cámara. Había hecho fotografías en muchas bodas cuando estaba en la universidad, pero nunca había visto una tan emocionante, tan sentida. Tony y Shannon se habían casado en una capilla blanca que, según le había contado Duarte, fue construida para que se sintieran como en casa. No era muy grande, sólo lo suficiente para los que estaban allí: Enrique, el resto de los Medina de Moncastel y algunos de los empleados con los que tenían una relación muy estrecha.
Kate se dio cuenta de que los únicos extraños eran Jennifer y ella. Por parte de Shannon sólo estaba su hijo y sintió simpatía por la mujer que se enfrentaba sola con aquel nuevo mundo.
Después de besarse, los recién casados se volvieron hacia los congregados, sin poder disimular su felicidad. Mientras en el órgano sonaba El himno de la alegría de Beethoven, Tony tomó en brazos a Kolby, que le echó los brazos al cuello.
Eloísa, la dama de honor, llevaba un vestido de corte imperio en color esmeralda, el ramo de flores sobre el pecho escondiendo su visible embarazo.
Duarte iba detrás, guapísimo con su esmoquin. Nunca, ni en un millón de años, hubiera soñado con un príncipe, pero cuantas más cosas descubría sobre Duarte más quería estar con él. Al demonio el día a día. Quería alargar su relación todo lo que fuera posible. Quería arriesgarse.
Duarte pasó a su lado seguido de Carlos, el mayor de la familia, y Kate bajo la cámara. Los pasos de Carlos eran lentos. Debería usar muleta, pero algo en su expresión orgullosa le dijo que no lo haría nunca.
Aquella familia le rompía el corazón.
Cuando salieron de la capilla, un guitarrista flamenco tocaba bajo las estrellas.
Kate hizo fotografías para el álbum que pensaba regalar a Tony y Shannon. Cargaría las imágenes en un disco y se lo daría a la pareja durante el banquete por si no volvía a verlos.
Aunque quizá, sólo quizá… no quería, pero en el fondo no podía evitar albergar cierta esperanza.
Entonces dirigió la cámara hacia Jennifer, que parecía feliz mirando las luces que colgaban de los árboles. Su hermana no era una carga, todo lo contrario, pero proteger su inocencia era una responsabilidad que se tomaba muy en serio.
La vio sonreír mientras llamaba a Duarte.
–Dime, Jennifer.
–Tú haces muchas cosas por todo el mundo, así que yo he hecho algo por ti –dijo su hermana, ofreciéndole una pulserita dorada con un anillo metálico–. Como pronto vas a ser mi hermano… pensé que no te gustaría una pulsera como la de Katie, pero tienes un coche, así que esto es para que pongas las llaves. La niñera de Kolby me dio la lana y todo lo demás. ¿Te gusta?
Duarte miró el llavero con una sonrisa en los labios.
–Me gusta mucho, Jennifer. Gracias. Pensaré en ti siempre que lo use.
–De nada, Artie… digo…
–Puedes llamarme Artie. Pero sólo tú, ¿eh?
–Muy bien –la sonrisa de Jennifer iluminaba sus ojos mientras se ponía de puntillas para darle un beso.
Emocionada, Kate dirigió la cámara hacia Duarte, que estaba sacando las llaves del bolsillo. ¿No pensaría usar la pulsera como llavero?
Lo hizo, colocó las llaves de su lujoso deportivo y de la mansión en la pulserita de lana dorada.
Kate bajó la cámara. Las lágrimas rodaban por su rostro al darse cuenta de que estaba total, irrevocablemente enamorada de Duarte Medina de Moncastel.
Y pensaba decírselo esa misma noche, cuando estuvieran solos.
El resto de la noche pasó como un torbellino y, casi sin darse cuenta, estaban despidiéndose de los novios. Todo había sido mágico, desde la boda al banquete en el salón de baile. Hasta le había molestado tener que alejarse unos minutos para cargar el disco de las fotografías, pero fue recompensada por su esfuerzo cuando puso el DVD en las manos de Shannon y ella se lo agradeció con un sentido abrazo.
–Voy arriba a cambiarme de ropa –le dijo a Duarte–. Espero que te reúnas pronto conmigo porque tengo planeada una noche especial, con una bañera llena de burbujas.
–Estaré allí antes de que llenes la bañera.
El brillo de sus ojos la animó aún más.
Una vez en su habitación, Kate se sentó frente al ordenador para enviar unas fotografías a Harold. Duarte le había dicho que ella misma podía elegir las fotos que quisiera porque confiaba en ella.
Pero al mirar la pantalla algo llamó su atención. Con el ceño arrugado, pinchó una fotografía… era una de las que le había regalado a Tony y Shannon, pero no una de las que pensaba enviar a Harold. Y no estaba en la página de Global Intruder sino en una revista de la competencia.
Atónita, vio varias de las fotografía que había hecho esa misma noche. ¿Cómo podía ser? Sólo Duarte y ella tenían acceso a ese ordenador.
¿Habría traicionado Javier a la familia como lo había hecho su prima? No, imposible. Entonces sólo podía ser Duarte. Y él había dejado claro desde el principio que buscaba vengarse por lo que le había hecho a su familia…
Kate sintió que se le rompía el corazón. Duarte había querido vengarse y lo había conseguido. Había controlado por completo cómo aparecía su familia en la prensa y se había asegurado de que no consiguiera un céntimo con las fotografías de la boda de Tony.
Había estado a punto de decirle que estaba enamorada de él, pero no pensaba hacerle saber cuánto le había dolido aquella traición.
Cinco minutos y por fin estaría a solas con Kate. Y si todo iba como estaba previsto, pronto estarían en el avión.
La boda de Tony y Shannon no le había dejado mucho tiempo, pero había conseguido organizar el viaje a Chicago y el jet estaba esperando para sacarlos de la isla.
Lo único que necesitaba era que Kate le diera el visto bueno para sus planes con respecto a Jennifer… había aprendido bien la lección de no usurpar sus derechos en lo que se refería a su hermana.
Con un poco de suerte, después de esa noche podrían compartir la responsabilidad. Porque estaba decidido a convencerla para que siguieran juntos.
Cuando llegó a la puerta de la habitación la vio delante del ordenador, no en la bañera. Confiaba en ella por completo, pensó. Le había dicho que podía enviar las fotografías que quisiera y no sentía la necesidad de comprobar lo que estaba haciendo.
No, era más que eso, pensó entonces. Aquella mujer valiente y arriesgada lo había embrujado desde el primer minuto. Kate era alguien con quien podía imaginarse en el futuro.
Había sabido que la deseaba desde el principio, pero no se había dado cuenta de algo mucho más importante… estaba enamorado de ella.
Duarte levantó la mirada y se encontró con los ojos de Kate. Y no parecía contenta en absoluto.
–¿Qué ocurre?
Parpadeando para controlar las lágrimas, Kate se levantó de la silla.
–Me has vendido. Has enviado a la prensa mis fotografías de la boda.
Duarte dio un paso hacia ella, incrédulo.
–No sé de qué estás hablando.
–¿Es así como quieres jugar? Muy bien. Iba a enviar las fotografías a mi editor, pero he descubierto que ya habían sido enviadas a todos los medios. Me has robado la exclusiva a propósito.
–¿Qué estás diciendo? ¿Por qué iba yo…?
–Tú eres el único que conoce la contraseña de este ordenador. Sólo tú y yo tenemos acceso. ¿Qué voy a pensar? Si hay alguna otra explicación, por favor dámela.
Cada una de sus palabras era como una bala para Duarte. Él había decidido confiar en Kate, pero era evidente que Kate no confiaba en él.
–Parece que lo tienes todo muy claro.
–¿Ni siquiera vas a negarlo? Lo tenías planeado desde el principio, era tu venganza por haber descubierto la identidad de tu familia. Qué tonta he sido por confiar en ti…
Era evidente que no iba a creerlo dijera lo que dijera, pensó Duarte. Y estaba cuestionando su palabra.
Muy bien, podía pedirle explicaciones durante toda la noche, pero él no pensaba decir nada, el orgullo se lo impedía.
–Sabía que eras implacable –siguió ella, pálida–. Pero jamás pensé que pudieras hacerme esto.
¿Había un brillo de dolor en sus ojos? Si estaba dolida, tenía una manera muy extraña de demostrarlo.
–Tú te colaste en mi balcón para hacerme fotografías, así que parece que estamos hechos el uno para el otro.
Kate se dio la vuelta para salir de la habitación.
–No quiero volver a verte.
–Hay un jet esperando en la pista. Le daré instrucciones al piloto para que os lleve a Jennifer y a ti de vuelta a Boston.
Kate se quitó el anillo, lo dejó sobre la cómoda y, sin decir nada, salió de su vida como había entrado.
Por la ventanilla del avión, Kate veía la isla desapareciendo poco a poco. Alguien se acercaría enseguida para bajar las cortinillas y aquel sitio mágico se desvanecería como un sueño.
Una hora después de su discusión con Duarte, Jennifer y ella estaban en el avión, como le había prometido. ¿Cómo podía haberla engañado de tal modo? Había esperado que le diera una explicación al menos. Incluso había esperado que fuese un error, que dijese que la quería…
Pero Duarte se había negado a dar explicación alguna. Ni siquiera había tenido la satisfacción de oírlo confesar lo que había hecho.
Jennifer lloriqueaba a su lado, con un pañuelo en la mano.
–¿Por qué no podemos quedarnos en la isla, Katie?
Kate se mordió los labios. Le dolía en el alma hacerle daño a su hermana…
¿Cómo era posible que sus planes de hacerla feliz hubieran ido tan mal?
–Tengo que trabajar, cariño. ¿Por qué no intentas dormir un rato? Ha sido un día agotador.
Había tenido tantas esperanzas sólo unas horas antes. Y, ahora, de repente…
–¿Por qué habéis roto Duarte y tú? Si te casaras con él no tendrías que volver a trabajar.
–No es tan sencillo, cielo.
Nada en su relación con Duarte había sido sencillo.
–¿Entonces por qué erais novios?
Por dolida que estuviera, no podía culparlo a él de todo. Ella había contribuido a aquella absurda farsa, engañando a su hermana y a mucha otra gente.
–Las personas cambian de opinión y es mejor que ocurra antes de casarse, ¿no crees?
–Pero tú lo quieres, ¿no?
Los ojos de Kate se llenaron de lágrimas. No entendía por qué Duarte le había regalado aquella fotografía de Ansel Adams, por qué se había mostrado tan cariñoso con Jennifer. Pero estaba claro que las fotografías no se habían enviado solas.
Y eso le partía el corazón.
–Katie, lo siento. No quería hacerte llorar –Jennifer la abrazó, angustiada–. No deberías casarte con él por mí. Sólo debes casarte por amor, como Cenicienta y Bella… aunque Duarte no es una bestia. Sólo arruga la frente mucho, pero yo creo que lo hace porque no es feliz.
–Jennifer… –Kate se apartó para mirar a su hermana a los ojos, buscando las palabras adecuadas–. Duarte no me quiere. Es así de sencillo y siento mucho que tú lo pases mal por mi culpa y que te hayas encariñado con esa familia…
–Tú eres mi familia y no necesito a nadie más. Puedo pintarme las uñas yo sola.
Kate apretó los labios. No se merecía una hermana tan comprensiva.
–Mañana iremos a comprar laca de uñas de diferentes colores.
–Azul –dijo Jennifer–. Quiero las uñas azules.
–Trato hecho.
Su hermana cerró los ojos y se quedó dormida antes de que el auxiliar de vuelo se acercase para bajar las cortinillas.
Jennifer le había recordado lo que era importante en su vida y si quería ser un ejemplo para ella tendría que reorganizar sus prioridades. Desde luego, merecía una hermana mejor que alguien que se dedicaba a saltar de balcón en balcón para robar fotografías.
Aunque eso significara colgar su cámara para siempre.