Don Bentos es un hombre de otra época. Tiene una enorme trayectoria profesional y se las ingenió para sacar adelante un semanario barrial o zonal, de calidad, que despierta el interés de muchos. Que el público se vea reflejado en las páginas, como quiso don Bentos desde el inicio, no solo deja huella en la identidad del barrio, sino que motiva el apoyo de los vecinos, que hace años ayudan a sostener el proyecto.
Buenas ideas tiene don Bentos, pero, como decía, es un hombre de otra época. Aún hoy le cuesta entender qué pasó con la gente del barrio; por qué abunda el miedo; por qué los zombis del cemento se transformaron en pastosos; por qué los chorros roban en su propio entorno; por qué las chiquilinas paren hijos tan pronto, siendo todavía adolescentes; por qué los vecinos se encierran en sus casas; por qué hay jóvenes que no le tienen respeto a la muerte. Le cuesta entender los problemas colectivos y le cuesta entender, también, los dramas personales que estas situaciones provocan en la vida de la gente. Tampoco puede dimensionar la profundidad del asunto.
Lo digo en general y lo digo por mi experiencia particular. A don Bentos le cuesta entender cuando sostengo que mis errores me persiguen y no me dejan tranquilo. Porque para él ni siquiera fueron errores. Por eso, yo que converso de casi todos los temas con don Bentos, de esto prefiero no hablar.
No tengo dudas de que me equivoqué. La dejé sola cuando estaba destruida y no sabía cómo reaccionar, ni lo que hacer ni en qué pensar. Lucy no podía siquiera identificar cuál era el problema e iba de mal en peor. Estaba desesperada y yo me fui y la dejé sola. La segunda vez que trató de meter unos gramos de marihuana en el Comcar casi termina procesada y por un tiempo perdió la posibilidad de visitar al hijo. Hubo que hablar con medio mundo para que, compromiso mediante, la dejaran entrar de nuevo. No sé si lo va a cumplir. Es una cabeza dura, y después de haber metido la pata le cuesta un triunfo dar marcha atrás.
Yo quise volver a acercarme, pero demoré mucho, y cuando lo hice me sacó vendiendo boletines. «Cuando te necesité no estuviste, ahora no te quiero cerca. No te necesito», me dijo. Tiene razón en que no estuve y se equivoca al creer que no me necesita. Pero no hay dios en el mundo que la haga cambiar de opinión. Lo puedo anticipar: ella va a seguir metiendo la pata y colaborando, sin demasiada consciencia, para que la situación se torne insostenible.
Lo peor es que ahora no está el Jona para respaldar al Tacho. Si algún otro integrante de la banda no se transforma en su ángel protector desde adentro o afuera de la cárcel, la va a pasar muy mal. No está Segovia, no está el Jona, se fue Juan Grande y no sé qué relación tiene con la Jolie. Tampoco sé qué fuerza tiene ella ahora en la banda.
Al Jona lo mataron en Nochebuena, en el apogeo de los cohetes y los fuegos artificiales. Coincidieron los estallidos luminosos con las detonaciones de la veintena de balazos que hicieron colapsar su cuerpo. El coheterío fue más abundante y llamativo que en años anteriores: esta vez muchos vecinos no solo festejaron Navidad, también el triunfo del Frente Amplio. Los agresores usaron el espectáculo para disimular los estampidos de los disparos, pero no tuvieron suerte. Si bien los meritorios que cuidaban al Jona no llegaron a tiempo para salvarlo, tiraron en banda contra ellos y abatieron a los tres. La escena era lamentable. Quedaron cuatro cuerpos tirados, uno al lado del otro, y al llegar los patrulleros los encontraron así: juntos en la muerte y el oficio de hacer plata de forma diferente, sin que ninguno de sus amigos diera señal de cercanía.
Hay quienes piensan que el único que se va a transformar en un santo 79 es el Jona y que a los otros los van a despreciar con solemnidad en el barrio. Aunque a mí me quedan dudas. No creo que, si fueran de barras enfrentadas, soldados de Albino o de quien sea, hubieran podido llegar hasta ahí con tanta facilidad. Entiendo que los meritorios pudieran estar distraídos, pero no tanto. Eso tiene que haber sido fuego amigo, cercano, para resolver problemas de entrecasa. Por lo pronto entre los últimos caídos estaban el Negro Santos y el Boina, y en el historial del Jona no figuraban como enemigos. El tiempo dirá.
Ahora es imposible pensar qué será del Tacho y qué puede llegar a hacer la madre para intentar ayudarlo. Y yo, con don Bentos, no tengo más remedio que cambiar de tema.
—¿Sabe, don Bentos? Me ofrecieron trabajar en el canal del informativista estrella para cubrir notas policiales.
—¿Y qué les dijiste?
—Que no, por supuesto. No estoy para llenar de sangre el living o las cocinas de las casas.
—¿Te acordás? Te dije que ibas a ser el nuevo Almendras.
—Pero no. Ni loco.
—Nunca digas nunca, ni de esta agua no he de beber.
—Sí que lo digo. Nunca.
Me interesa mucho más seguir registrando los cambios del barrio y la zona, como hice todos estos años desde que empecé a anotar lo que veía, escuchaba y me contaban en las calles. La información superó lo que podía esperar y llené varios cuadernos. Algún día voy a escribir sobre todo eso. Va a ser más adelante, cuando pueda procesarlo mejor. Ahora voy a invitar a don Bentos a la cena de fin de año en casa, será invitado de honor.
Don Bentos se fue del país por los años sesenta. No era un exiliado político, era un hombre de izquierda, moderado, que se fue por una mezcla de razones económicas y personales y se radicó en Francia. Ahí conoció y se casó con una francesa, con quien tuvo hijos franceses. La señora murió, él quiso volver enseguida a Uruguay, pero los hijos no, y se aguantó un tiempo más en París. Aunque un día, antes de lo esperado, dijo basta y se subió a un avión. Quiso pasar sus últimos años en Playa Pascual. Los hijos viven en Europa y hasta el día de hoy le mandan el dinero de una pensión que tramitó antes de viajar. En Uruguay se dedicó al periodismo y poco después de que lo conocí empezó con el semanario. Yo, más que trabajar con él, lo ayudé a desarrollar el proyecto e hicimos una amistad despareja, en edad, en experiencia, en perspectivas. Ahora, muy cerca de fin de año, se acentúa más una condición que nos emparda: yo voy a pasar solo, él va a pasar solo y podríamos compartir soledades. En una de esas, después de tomar un rato, después de que se dé cuenta de que todos estos años más que trabajar para él lo estuve ayudando en su proyecto, quizás lo pueda convencer de que lo mío con Lucy fue un error que no tenía que haber cometido.
Si no concreto con Bentos también puedo pasar Año Nuevo con Ricardo y Nancy en la casa de ellos. Me tendría que invitar yo mismo, pero no hay problema, tenemos confianza de sobra. Lo puedo hacer y discutir toda la noche con Ricardo sobre el destino del país después del triunfo del Frente Amplio, bajarlo un poco a tierra acerca de sus expectativas tan optimistas. En definitiva, aunque la oposición está muy debilitada y el oficialismo tiene mayoría parlamentaria, agarran el país demasiado destruido y les va a costar mucho recuperarlo. La economía está a la miseria, estamos sin empleo, sin mercado, llenos de chorros: va a ser muy difícil.
Creo que lo mejor será pasar con don Bentos el 31, y con Ricardo y Nancy el 1 de enero. Así puedo encarar dos situaciones al mismo tiempo: convencer a don Bentos y discutir con Ricardo. A él le gusta, porque piensa que al discutir y argumentar me puede sacar de lo que considera mi gran falla: siempre intentar plantarme en dos posiciones opuestas al mismo tiempo. Y no se da cuenta de que lo único que hago es poner arriba de la mesa las aristas de las dificultades para contemplarlas y que no me agarren por sorpresa. El intercambio con don Bentos es aún más complejo: él no quiere —y está firme en su convencimiento— que yo asuma el error. «Es que no es un error. Así Lucy lo va a hundir todavía más al hijo», dice. Y en realidad tiene razón, pero don Bentos no se da cuenta de que si lo asumo, quizás, solo quizás, pueda volver a acercarme a ella. Sí, creo que eso es lo que tengo que hacer. Tratar de acercarme de nuevo.
Ezequiel Flores Cuadrado