Es la primera vez en el año de trabajo con Macarena que me pide que vaya un sábado. Como Lola está con Adrià, le dije que sí, a pesar de que no me gusta mucho la idea de pasar mi sábado con Pipe. Ir a hablar con él en español cuando lo único que le interesa es chatear con sus amigos, en inglés obviamente, o en algo parecido. En stickers y GIF y slang o cosas que me hacen sentir muy vieja. Sólo pocas veces me ha hecho caso, una de ellas fue cuando le traje Harry Potter. Lo miró y dijo que ya lo había leído en el idioma original en el que fue escrito. Pero cuando le conté que mi casa preferida era Slytheriyn y que Harry Potter me parece un huevón que no puede hacer nada solo, por lo menos se rio. Antes de irme escojo un libro que creo que le puede gustar.
Huele a verano cuando salgo del departamento. No puedo explicar cómo exactamente, quizá sea un árbol o el cemento caliente, una flor que cae humedecida, succionada por la temperatura. Es un olor que sólo sentí cuando llegué. En Quito no existen las estaciones. Igual que en Bogotá, me dijo Macarena cuando hablamos de nuestros lugares de origen. Me gustó que no asegurara, ni bien le dije que soy de Ecuador, que vengo de un clima tropical. También me gustó su piel pulida, textura de algodón de azúcar, rosa. Llevaba un traje entallado de pantalón. Nunca la he visto sin blazer, parecen confeccionados en Italia, pero ahora todo se hace en China. Es directora en una gran empresa, no sé cuál, no me importa. La comparo con mis compañeras de colegio. Seguramente serían así si no se hubiesen quedado en Quito para casarse, reproducirse y armarse unas casas inmensas con ventanales sin cortinas en conjuntos con guardias y alarmas, y esposos que chupan como condenados todos los viernes. Whisky con Güitig, whisky con hielo. Van al mismo club social, hijos en la escuela a la que fuimos, pelos con shampú de manzanilla, intento de aclaración. Blancura.
Para qué carajos quiere esa mujer que yo vaya a conversar con su hijo preadolescente todas las tardes en español, le pregunté a Pumi cuando me comentó del trabajo. Macarena es cliente de Nobu, va por negocios o con su esposo, a quien sólo vi un par de veces en lo que va del año y se llama Alejandro. Tiene cara de niño con cuerpo hombre, desproporcionado. El pecho y las piernas extremadamente delgadas y femeninas con una panza que sobresale. Él también siempre lleva trajes que parecen quedarle grandes. Rulos en el pelo, desprolijos. No me habló nunca, es más, creo que intenta ni mirarme. Desentona con Macarena, tan linda y peinada, flaca con brazos estilizados por el ejercicio. Se levanta a las cuatro de la mañana para encontrarse con su personal trainer en el Central Park y luego volver para alistarse e ir al trabajo. Se cuida, come bien, todo orgánico, su casa es de una limpieza impecable, tienen una empleada peruana a la que le pagan todos los viernes en efectivo. Yo la veo poco porque nunca entra al cuarto de Pipe. No me saluda ni me dirige la palabra. A veces me siento incómoda cuando Maca habla con ella, su tono de voz es distinto al que usa conmigo. Intensidad. Timbre. Duración.
Antes de entrar al subway aspiro el olor, imagino mis fosas nasales meneándose. Me gusta sentir el cambio de clima, saber cómo vestirme para el frío o el calor, guardar la ropa de otoño en primavera. No quiero que me guste nada, quiero tener un lugar adónde regresar. Voy al Upper West Side, línea roja. A pesar de viajar así todos los días desde que llegué a Nueva York, todavía me parece extraño estar bajo tierra. Miles de personas a diario amontonándose con prisa para ser llevadas por estas máquinas. Las retinas que quieren ver pero no saben hacia dónde moverse. La negrura y la velocidad combinadas no hacen bien a los ojos. Titilan, centellan buscando la luz. Mejor centrarse en un punto fijo, una persona, un color. El tubo.
Hay una mujer tapada la cabeza con un pañuelo de seda negro. También se cubre el resto del cuerpo con una falda larga y camisa de satén, mangas hasta las muñecas. Me gusta cómo le quedan sus zapatos de caucho Ralph Lauren blancos, el caballito de polo es rojo y grande. Tiene una cartera inmensa marca Versace, una V dorada que brilla demasiado. La mujer mira su celular, viaja parada. No más de veinticinco años, seguro, me pregunto cuántos hijos tiene. Imagino a su esposo, vestido en bermudas y chancletas en el verano, reunido con sus amigos. Fuman cigarros, no beben alcohol. Ella chatea y sonríe, escribe muy rápido en su celular. Imagino cómo hace el amor con su marido, acostada ahí, sin moverse, esperando a no sé qué. Me da ganas de imaginármela masturbándose pero no consigo sacar a su esposo de la ecuación.
Fui a la entrevista porque Pumi me lo rogó, que ya le había ofrecido a Macarena, me dijo. Que le deja siempre cien dólares de propina. Me impresionó el departamento apenas entré. Pienso que Macarena esperaba a alguien diferente porque al principio me recibió parada con sus tacos de aguja en la cocina, pero luego decidió hacerme pasar a la sala. Le pidió a la empleada que me preparara un café. Hazlo con la Bodum, por favor, le dijo. Y a mí, que ella quiere que su hijo no pierda el idioma de sus padres, que ella siempre ha intentado hablarle en español pero que Alejandro ya se cansó y le habla en inglés. Que ni cuando han viajado a Colombia Pipe quiere hablar y eso le parece raro. Y lo más importante, que para entrar a la Ivy League siempre piden por lo menos un idioma extra. Esa mujer piensa en la universidad de su hijo desde que es un bebé. Harvard. Yale. NYU Stern. Brown.
Hay asientos vacíos pero a mí me gusta viajar parada. Observo pies, cabeza para abajo. En verano me fijo en eso. Están siempre sucios por la caminata, por tomar ascensores o escaleras, pisar y pisar hasta llegar a la máquina. El aire que emite cuando se aproxima es un vaho. No lo niego, siento alivio cuando la puerta se abre, apenas entro soy llevada. No tengo que decidir, ni moverme, ni pensar. Meditación. Adrià me contó que en Barcelona uno se abre su propia puerta. Hay que jalar una palanca, meterse solo al hoyo. Entregarse.
Veo una mujer gorda, es obesa, con una bermuda de jean, camiseta de Bob Esponja holgada. Está sentada diagonal a mí y llora. Un hombre flaco con pelo largo atado en una cola de caballo, sentado al lado de ella, le hace caricias y abraza. Tiene que estirar un montón los brazos para poder rodearla. Me pregunto si la mujer vuelve del entierro de su madre y me siento tan triste. Me angustia pensar en volver de aquello en el subway, llorar en estos asientos duros, naranjas y sucios que apestan a humano caca. Miro el pecho de la mujer, se tapa la cara. El hombre ha puesto una mano sobre su espalda que se mueve por el llanto. Es un llorar altísimo a pesar de que la mujer no emite sonidos. La camiseta le tiembla por los sollozos. El Bob Esponja parece reír.
A la entrevista fui convencida de decirle que no, pero Macarena es demasiado buena negociando. Es tan bella que hipnotiza. Me habló de planes y cosas que podría hacer, de futuros bastante concretos, cosas de las que nadie me ha hablado antes. Me vi a mí misma enviando dinero a mamá a pesar de que ya no lo necesita porque Arón tiene mucho ahora y se hace cargo de todo. Ya no requieren que esté acá, pero tampoco les hago falta por allá. También me vi con Lola viajando, luego a las dos metidas en aguas termales, agua de lluvia infiltrada en la caldera volcánica del Chacana. Energía calórica que transforma, magma y medicina. En las imágenes, Adrià nos esperaba afuera con unas toallas, nos había seguido. Al país de indios.
En Columbus Circle sube una señora puesta una falda diminuta y body de cordones que se cruzan por donde asoman las tetas inmensas. Pestañas postizas, no logro identificar si es latina o de las Filipinas y siento un poco de asco de mí misma. En esta parada del subway, cerca de los ascensores, Adrià y yo decidimos que separarnos sería mejor. Él lloraba, un tipo en patineta le pasó golpeando el brazo por accidente, Adrià le gritó, primero en catalán y luego en español, que se vaya a tomar por culo, y siguió llorando con lágrimas gruesas que empapaban toda su cara. Nunca me bajo acá.
En otro asiento hay un hombre de unos cincuenta años y de uñas largas, están bastante limpias pero yo siento repulsión. Tiene entradas grandes en la frente, lee un libro, algo de matemáticas. Será profesor de Pipe cuando vaya a NYU pienso, y me rio. Cuando salgo en la calle 88, vuelvo a oler a verano, veo el parque. Qué flor será la que se humedece así. Mis fosas nasales bailan, lo sé. Las reprimo porque siento culpa, no quiero ser de la ciudad.
No sabía que los sábados estaba el mismo portero, Demian. Me saluda con una leve sonrisa, me gusta mucho su cara y su altura también. Pienso que podríamos haber estado juntos si hubiésemos nacido en años parecidos. Le tengo cariño. Presiono PH en el ascensor, la puerta desemboca en el departamento de Macarena, que espera con Alejandro. Ella lleva un vestido largo rojo con cuentas de piedras de cristal, entalle en la cintura. Me recuerda cuando veía Miss Universo con mamá. Era su programa favorito porque no le gustaba mirar nada serio ni triste ni de miedo. Tampoco le gusta hablar de nada de esas cosas. El Miss Universo lo esperaba con ansias todo el año y, cuando al fin lo ponían, se pasaba criticando a cada una las cuatro horas. Yo, mientras, leía libros que me dejaba mi papá.
Alejandro va con smoking, cara lavada, gel para calmar los churos. Maca se ha puesto la cantidad exacta de sombras en los ojos, seguramente fue a la peluquería, es tan bella que impresiona. Me saluda con beso, como siempre, Alejandro mueve la mano, creo que también está saludándome, no me mira. Gracias por venir en sábado, Sara, no sé qué le pasa a Pipe que se empeña en quedarse. Cada vez está más rebelde, Sara, no sé ya qué hacer. Suben al ascensor, antes de que se cierre la puerta, me dice que le ha contado sobre mí a su amiga Dayana, que quiere que trabaje con sus hijos también. Que le ha enseñado fotos mías y que luego me cuenta bien. Cuando se cierra la puerta me pregunto por qué tendría que enseñarle fotos mías para eso.
Entro, saco el libro de mi cartera. No voy a tomar ningún trabajo con ninguna Dayana. El aire acondicionado es fuerte, estornudo. Me viene un aroma a vainilla, canela y granos de cacao. Aromatizador nuevo. El departamento es demasiado blanco. Esto no es mío. Entro al cuarto de Pipe pero no está. Lo llamo y no contesta. Cuando abro el estudio de Alejandro, Pipe está ahí en pijama y tirado en el suelo, despeinado y mirando a la nada. Hoouula, dice y sé que hace ese acento de gringo a propósito.