20. ORTODOXOS

Mi primo Jeff me espera para almorzar en el Cipriani de Wall Street, sentado con las piernas abiertas, mirando su teléfono y con un bourbon apoyado en la mesa. Imagino que me llamó esta vez porque se ha enterado de que me separé.

Cuando llego, no se levanta y no sé muy bien si abrazarlo o darle o un beso o qué, así que me acerco y tengo que agacharme para saludarlo. Tengo mi cartera cruzada que se cae hacia delante y él, sin dejar de mirar su teléfono, me da unas palmadas en la espalda mientras yo me pregunto para qué vine. Tiene tan azules los ojos que me recuerdan a los cielos que pintaba en mis cuadernos cuadriculados durante las clases en primaria. Nunca ocupaban toda la hoja, como si el cielo sólo estuviera por encima de nuestras cabezas. Inalcanzable. Jeff tiene las mejillas coloradas, tal vez este sea su segundo bourbon. Está bien afeitado, usa un traje marrón medio setentero y se ha hecho manicure en las uñas.

So, what’s up, es lo primero que dice, no habla español ni ningún otro idioma, no lo he visto en años y tampoco sé muy bien qué contarle. Él participó del plan de descolocarme. Enviarme a Estados Unidos. Lo habían organizado muy bien. Yo acababa de graduarme del colegio y nadie me hablaba en casa de si quería ir a la universidad. El único que podría costearla hubiese sido mi hermano, yo pude terminar la secundaria porque él empezó con su trabajo y al poco tiempo ya era el preferido del jefe. Pero el plan no era que yo fuese a la universidad, sino que me viniera acá, el accidente de mamá me iba a desencajar a mí, no a ella.

Con el jefe, Arón comenzó a ir a la sinagoga, mamá me preguntaba a cada rato por qué, como si yo, de repente, tuviera respuestas. El jefe le pagaba la cuota de la comunidad. Se volvió tan judío. Que había que ayudar a Israel, decía. En casa nadie había mencionado a Israel antes, pero se volvió súper importante y mamá, que estaba tan celosa de esa otra familia, se ponía en forma de coma, hecha un ovillo que no lograba cerrarse.

Yo le pregunto a Jeff hasta cuándo se queda, vive cerca, en Delaware. Él pide un bourbon para mí, siento el impulso de decirle que no pero no digo nada. Sólo se queda hasta mañana, tuvo que viajar por reuniones, como siempre. Cuando deja su teléfono y me mira fijo, me doy cuenta de lo chuecos que son sus dientes. So, I am sure your girl is adorable, me dice, estoy segura de que ni sabe cómo se llama. Lo es, le digo, y tomo de mi bourbon un sorbo que me quema la garganta y me recuerda a Jeff y sus sandalias cerradas Timberland en mi casa de Ecuador.

Jeff vino a Quito a los 18 años porque era el vocalista de una banda de Hardcore y se iban de gira por Latinoamérica. Lo único que hacía era gritar como un condenado y yo sentía un goteo en los calzones. Tuve que ir a dormir con mamá y él se quedaba en el cuarto con Arón. Yo pequeña con los calzones mojados y pegajosos. Nadie me explicaba nada y yo tampoco preguntaba porque sabía que mamá no me iba a explicar nada ni tampoco le hubiese gustado que le dijera que me gustaba mi primo. Creo que mamá no soporta mi cadencia.

Ordena dos hamburguesas y me pregunta qué pasó con el español, si necesito que haga algo. Qué va a hacer este gringo, me pregunto mientras tomo otro sorbo del bourbon y le digo que se llama Adrià. Se me amortigua un poco la lengua. Me acuerdo de cuando Jeff estaba en Ecuador y un día, con los calzones baba y sonando bajito, le pedí que me cantara una de Alanis Morissette, pero él me dijo que no sabía cantar, que tenía pésima voz pero que igual nunca cantaría una canción de esa bitch. Bitch, ahí aprendí esa palabra, bitch, tan usada acá para todo, buena bitch, mala bitch, ni lo intentes, bitch, sé una bitch, una bitch poderosa, un hombre bitch, llevar a una bitch, I’m his bitch, bitch please, bitch me out, this is bitchin’, bitchslap, bitching, snack bitch.

Me pregunta si quizá lo conoce porque sabe que trabaja en la banca y conoce a muchos, por su trabajo, you know. Probablemente no, digo, pero sólo porque no me imagino a Adrià con él. Habla con pedazos de hamburguesa hechos pelota en su mejilla derecha y se va poniendo más colorado y alzando la voz. You’re not gonna go back are you, me pregunta y luego sigue con que cuando Arón le pidió que me ayudara a venir yo era tan diferente, you’re tough now, you know, tough, y hace músculo con el brazo como si no supiera que entiendo perfecto inglés, como si nunca entendiésemos del todo inglés.

Luego empieza a hablar de su viaje a Quito, se habrá dado cuenta de que no tenemos mucho de qué conversar. Me pregunta si me acuerdo de lo divertido que fue y también si mi hermano sigue siendo ortodoxo. Jeff en Quito se pasó en la Mariscal haciendo pases porque la cocaína le resultaba tan barata, también comiendo y tirando con ecuatorianas, alemanas y dos travestis, la segunda le sacó una pistola cuando Jeff no le quiso pagar. Eso le contó a mi hermano y yo escuché escondida afuera del cuarto. Mi hermano nunca fue ortodoxo, le digo.

Mientras Arón se ponía los tefilim con el jefe, enrolla que enrolla, la cajita en el brazo que llegue hasta el corazón, planeaba mi viaje, concordaba con mamá y, claro, con mi primo en el otro lado del océano. Cuando me dijeron que tenía que irme y dejar de ser egoísta, me aseguraron que Jeff y su hermana me iban a conseguir trabajo. Él ya se había graduado de la universidad, manejaba fideicomisos en Delaware. Todos esos lugares eran sólo nombres para mí, porque yo nunca había pisado Estados Unidos.

La mandíbula de Jeff masticando la hamburguesa suena a dos fierros chocando. Yo sólo me comí las papas fritas y él ya se ha terminado el plato y quiere pedir postre. Cheesecake. Habla altísimo y mueve mucho los brazos. Se ha quitado el saco y lo colgó en el respaldar de la silla, su corbata es ancha, muy diferente a las que usa Adrià. Me dice que esa noche tiene que ir a cenar a la casa de un cliente y que le han dicho que traiga a su pareja. I need your help, sweetie, you don’t have to kiss me or anything, though. ¿Dónde?, le digo, y me pido otro bourbon, me lo tomo a sorbos gigantescos. Fifth Avenue, of course. Le pregunto si no tiene amigas en Nueva York y contesta, casi sin pensar, que no, y que además, yo soy su prima. I’ll owe you one. Ok, ok, mándame la dirección y la hora, le digo, y me acomodo la cartera porque ya no quiero estar ahí, quiero caminar un poco. No sé cómo despedirme, él no se levanta, yo ya estoy por irme y me agacho. Le doy un beso bien baboso en la mejilla, he dejado el bourbon por la mitad, salgo.