SEGUNDA CLAVE
Descubre la verdadera autoestima

La autoestima auténtica no tiene que ver con mejorar tu imagen pública. Ésta depende de lo que otros piensan de ti. El ser auténtico está más allá de las imágenes. Se encuentra en un nivel de la existencia independiente de las buenas o malas opiniones de los demás. Es intrépida. Su valía es infinita. Cuando cimientes tu identidad en tu ser verdadero, y no en tu imagen pública, hallarás una felicidad que nadie podrá arrebatarte.

 

Tú mismo, al igual que todos en el universo, mereces tu amor y afecto.

BUDA

No anheles ser sino lo que eres, y esfuérzate por serlo a la perfección.

SAN FRANCISCO DE SALES

 

La felicidad es natural para la vida porque forma parte del ser. El conocimiento de nosotros mismos nos da acceso a la fuente de la felicidad. Sin embargo, la mayoría se identifica erróneamente con su imagen pública. Dicha imagen se forma cuando nos identificamos con factores externos: personas, sucesos y situaciones, así como objetos. Por ejemplo, las personas buscan el dinero creyendo que mientras más tengan, más felices serán. Aunque todos hemos oído que el dinero no compra la felicidad, la ambición por el dinero no ha desaparecido porque nos identificamos intensamente con cuánto dinero podemos ganar, cuán bueno es nuestro empleo y la clase de objetos que poseemos. Dinero, estatus, posesiones y la opinión de los demás influyen poderosamente en lo que creemos ser.

Por un lado buscamos la aprobación de los demás porque nos hace sentir bien con nosotros mismos; por otro, tememos la desaprobación porque nos hace sentir mal. Esto supone una existencia centrada en los objetos, es decir, la identificación con los objetos externos. Lo opuesto a la existencia centrada en los objetos es la que está centrada en el ser, es decir, la identificación con nuestro ser auténtico, una experiencia completamente interna. El ser auténtico tiene cinco atributos, los cuales no se originan en objetos o sucesos externos, ni en otras personas.

  1. El ser auténtico está conectado con todo lo que existe.
  2. No tiene limitaciones.
  3. Su creatividad es infinita.
  4. Es intrépido y no teme a lo desconocido.
  5. En el nivel del ser, la intención es poderosa y puede orquestar la sincronicidad (un acoplamiento perfecto de circunstancias externas que manifiestan la intención).

Al cimentar nuestra identidad en el ser auténtico podemos desarrollar una vida de abundancia, alegría y realización. La adhesión a los objetos externos nos deja atascados en un nivel superficial de la existencia. No tenemos por qué vivir ahí. En los niveles más profundos podemos manifestar nuestros deseos más íntimos. Si se lo permitimos, nuestro ser auténtico puede generar todas las situaciones, circunstancias y relaciones de nuestra vida.

Si no estás manifestando tus deseos más íntimos es porque tienes una idea equivocada de quién eres. La existencia centrada en los objetos remplaza nuestra identidad real con una falsa. En la India, dicho estado recibe el nombre de avidyā, la ausencia de conocimiento verdadero. Un antiguo refrán equipara avidyā con un millonario que recorre las calles como indigente porque ha olvidado que guarda en el banco una enorme fortuna.

Si no recordamos quiénes somos, no nos queda más remedio que recurrir a nuestro ego. La existencia centrada en los objetos genera una identidad a partir de los acontecimientos y circunstancias de nuestro pasado, comenzando con el día en que nacimos. Si lo analizamos detenidamente, podremos ver que el ego es en realidad bastante inseguro. Es adicto a la aprobación, el control, la seguridad y el poder. No hay nada malo con estas cosas; el problema está en volvernos tan adictos a ellas que sin aprobación, control, seguridad y poder nos sintamos perdidos y atemorizados. Como en toda adicción, al principio resulta placentero que el ego lleve las riendas. “Tengo el control; los demás hacen lo que yo digo.” “Me siento seguro porque nadie se me opone.” “Soy poderoso porque los demás se sienten inferiores en mi presencia.” El ego intenta construir todas estas situaciones y puede hacerlo, al menos parcialmente. Sin embargo, el placer desaparece pronto, corroído por la duda y el temor. Aquellos a quienes controlamos y sometemos pueden hacer lo mismo con nosotros.

Es muy fácil saber en qué media te identificas con el ego. Éste tiene las características opuestas a las del ser auténtico.

  1. El ego se siente aislado y solo. Para sentirse valioso necesita la validación externa.
  2. El ego se siente limitado y atado. Si no ejerce poder y control sobre los demás, teme que su impotencia salga a la luz.
  3. El ego prefiere la rutina y el hábito a la creatividad. Encuentra seguridad en hacer las cosas igual que ayer.
  4. El ego teme lo desconocido más que ninguna otra cosa. Para él es un lugar oscuro y vacío.
  5. El ego lucha por obtener lo que quiere. Da por hecho que sólo mediante la lucha puede satisfacer sus necesidades; esto refleja profundas carencias internas.

Como puedes ver, para el ego todo gira en torno a la inseguridad. Una vida centrada en él nos pone a merced de cualquier desconocido que pase por la calle. Un halago nos alegra; un comentario sarcástico nos hiere. ¿Cómo hacemos el cambio a nuestro ser auténtico? Muchos lo intentan combatiendo al ego, pero esto resulta contraproducente. Es el típico melodrama del ego: luchar y nunca alcanzar satisfacción, paz y felicidad auténticas. En cualquier caso, el ego se resistirá al cambio porque percibe la búsqueda de tu ser verdadero como su propia destrucción.

Este temor carece de fundamento. El ser auténtico logra todo lo que el ego desea —paz, realización, alegría, una sensación de completa seguridad— porque todas estas cualidades residen en el ser. No necesitamos luchar para alcanzarlas. El verdadero problema es que el camino en que nos puso nuestro ego siempre fue el equivocado. Si no obtiene lo que quiere, se deprime y se siente un fracasado. No entiende que no hay fracaso si lo que deseábamos era inalcanzable.

El ego nunca ha seguido el camino correcto. La existencia centrada en los objetos nunca proporcionará seguridad, realización ni satisfacción. La pregunta es cómo convencer al ego de su equivocación y, al mismo tiempo, terminar con este hábito de toda la vida de identificarnos con los objetos externos.

Para empezar, toma conciencia de lo que estás haciendo. Casi todos andan buscando la aprobación de los demás, repitiendo una pauta que se remonta a la infancia, cuando sentíamos que debíamos ganarnos el amor de nuestros padres. Sin él nos hubiéramos sentido completamente perdidos, hubiéramos pensado que moriríamos, y probablemente así hubiera sido. Pero ahora somos adultos. Observa cuán mal te sientes todavía ante un desaire insignificante; cuán herido te sientes cuando alguien a quien amas no te presta suficiente atención o parece distante. Toma conciencia de estos sentimientos habituales. El recuerdo de heridas pasadas nos hace prestar una atención excesiva a lo que un desconocido piense de nosotros. Las necesidades emocionales de un niño le dificultan entender que un ser amado simplemente necesita algo de espacio de vez en cuando.

Una vez que abras la puerta a la conciencia, no combatas el miedo y la inseguridad que has liberado. La conciencia tiene el poder de sanar si simplemente observas y dejas que las cosas pasen. Si sufres un desaire y te sientes herido, permanece con ese sentimiento y se disipará. Tu ego quiere que recuerdes el pasado debido a la creencia errónea de que debes estar a la defensiva siempre. Al recordar lo que alguna vez nos lastimó dirigimos nuestras energías a evitar que ese dolor se repita. Pero tratar de imponer el pasado al presente no eliminará la amenaza de salir lastimados.

Para corregir este error debes preguntarte: “¿Conozco este sentimiento doloroso? ¿Es antiguo o nuevo?” Si eres honesto verás inmediatamente que es muy antiguo. El pasado te acecha. Ahora pregúntate: “¿Qué beneficios me ha traído recordar mis heridas pasadas?” Una vez más, si eres honesto verás que no te ha hecho ningún bien. Si el recuerdo del dolor pasado evitara que sintieras dolor aquí y ahora, no te sentirías tan mal. No serías tan vulnerable a la desaprobación externa. Si tu ego estuviera en lo correcto, no guardaría esa colección tóxica de antiguos dolores.

Mediante la conciencia es posible desactivar esos antiguos dolores, desechando la creencia de que te hacen algún bien. El ego sabe persuadirte sutilmente de que debes repetir hoy todas aquellas tácticas que ayer no dieron resultado. En vez de seguirle el juego, simplemente observa lo que sucede. No es tan sencillo porque tiene su lado positivo: el pasado también contiene momentos de alegría, éxito, amor y realización. Mostrando esas experiencias positivas, el ego susurra: “¿Lo ves? Estás en el camino correcto. Te traeré más de lo mismo. Confía en mí”.

Al utilizar la inseguridad del pasado y mezclarla con recuerdos satisfactorios, el ego te convence de una ilusión: que un día tu imagen propia será ideal. Mirarás al espejo y verás sólo las cosas buenas que dieron origen a tu imagen propia y ninguna de las malas. Irónicamente, al perseguir un ideal terminas perdiendo tu ser verdadero, que es, por principio de cuentas, ideal.

En vez de perseguir tu imagen propia ideal, ríndete a la simplicidad e inocencia del ser. Una vez que conoces quién eres en realidad, ser es suficiente. Ya no es necesario luchar. Tu ser verdadero es el ser del universo. ¿Qué más podrías desear? Cuando eres creativo, intrépido, capaz de entrar en lo desconocido y tienes el poder de la intención, todo se te ha otorgado.

La conciencia requiere práctica y paciencia. El fruto tarda en madurar antes de caer. Pero conforme profundizas en el proceso, notarás más tranquilidad, alegría y sincronicidad en tu vida. Son señales de que estás conectado con tu ser verdadero.

Recuerda: el ego ha moldeado durante años la percepción de tu ser, ésta se ha vuelto automática. Incluso quienes han aceptado la visión de un ser verdadero intentan combatir sus malos hábitos adoptando regímenes y disciplinas que supuestamente conducen a la autorrealización. Pero piensa qué significa autorrealizarse. Una persona autorrealizada no necesita la aprobación de los demás y está más allá de las críticas y los halagos; alguien que no se siente superior ni inferior a nadie; alguien intrépido porque no está atado a la influencia de situaciones, circunstancias, sucesos o relaciones. Es imposible desarrollar esas cualidades a partir de los materiales que provee el ego. Todo lo que el ser verdadero representa es ajeno a la imagen que el ego ha construido para sentirse bien consigo mismo.

No debemos olvidar qué es real y qué es ilusorio:

La existencia centrada en el ser te permite ver —y aceptar— la realidad. Al volcarte hacia el exterior no haces sino reforzar la irrealidad, y la irrealidad es lo que nuestra cultura vende, por desgracia. Cuando te sorprendas tratando de impresionar a alguien, haz una pausa. Considera lo que está ocurriendo. Pregúntate: “¿Qué interés tiene esta persona en saber si soy mejor o peor que ella? Porque ambos tenemos las mismas referencias externas. Me necesita tanto como yo a ella”. Observa cuánto te esfuerzas en impresionar a personas que seguirán su camino e intentarán a su vez impresionar a otros. El ciclo no tiene fin porque se basa en la inseguridad mutua.

Sin embargo, cuando centramos nuestra existencia en nuestro ser verdadero, este comportamiento contraproducente termina. Tú eres el único que puede determinar tu valía, y tu objetivo es encontrar valía infinita en tu ser, sin importar lo que piensen los demás. Este conocimiento da una gran libertad. Recuerdo haber leído sobre un gran pianista ruso cuyo talento asombraba a todos, incluso a sus colegas rivales. Había aprendido prácticamente todas las piezas de música clásica para piano y su memoria era infalible. Su técnica, sobrehumana. Pasajes sumamente difíciles eran juego de niños para él. No obstante, cuando visitaba a sus amigos no esperaba muestras de respeto o admiración. Nunca buscaba llamar la atención. A la hora de dormir le bastaba acurrucarse con una cobija bajo el piano, en la sala de estar.

Ya imaginarás en qué concepto lo tenían sus amigos. Sentían por él más respeto y admiración que si él lo hubiera pedido o si creyera merecerlo. Hay una grandeza natural en la inocencia y la simplicidad. Esta cualidad no puede fabricarse. Tu ser la irradia, y sólo al descubrir tu ser verdadero podrás irradiar la belleza y la verdad innatas a la vida.

 

Para activar la segunda clave en mi vida cotidiana, me prometo hacer lo siguiente:

  1. Observaré, sin juzgar, mi comportamiento en situaciones difíciles. Simplemente lo presenciaré hasta dejar de sentirme presionado o afligido. Como el ego es una versión muy estrecha de mi ser verdadero, crea la sensación de rigidez y contracción en el cuerpo. Esto se siente usualmente en pecho, corazón, estómago, plexo solar, hombros, cuello o espalda. Cada vez que mi ego intente tomar el control de una situación sentiré molestia en una de estas partes. En ese momento bastará tomar conciencia de que mi ego está generando esa sensación. Al observar lo que hace el ego puedo diferenciarme de una idea falsa de mi ser.

  2. Cuestionaré mis motivos en las decisiones que tomo. Los motivos del ego surgen siempre de su adicción al poder, control, seguridad y aprobación. Los motivos del ser verdadero surgen siempre del amor. Hoy iniciaré el cambio a mi ser verdadero tomando conciencia de mis motivos y observando cuántos surgen del amor y cuántos del ego.

  3. A la hora de dormir haré un recuento del día y observaré como un espectador imparcial todo lo ocurrido. Dejaré que la jornada corra como una película. Al mirarla tomaré conciencia de cuándo actué a partir del ego y cuándo a partir de mi ser verdadero.