Cuando no insistes en tener la razón accedes a una enorme cantidad de energía. Tener la razón implica que otro está equivocado. La confrontación de tener la razón y no tenerla daña cualquier relación. El resultado es todo el sufrimiento y los conflictos del mundo. Renunciar a tener la razón no significa que no tengas una opinión, pero puedes renunciar a tu necesidad de defenderla. En la indefensión encontramos la invencibilidad, pues ya no hay nada que pueda atacarse. Todos somos conciencias individuales con maneras peculiares de ver la vida. La plenitud es un estado de profunda paz y felicidad.
El que no reclama mérito es quien lo merece.
TAO TE CHING
Quien comprende el camino de la naturaleza llega a apreciarlo todo.
TAO TE CHING
La mayoría de las personas están estancadas tratando de imponer su punto de vista al mundo. Llevan consigo creencias acerca de lo correcto y lo incorrecto, y se aferran a ellas por años. Decir: “Tengo la razón”, proporciona consuelo, pero no felicidad auténtica. Aquellos por quienes te consideras maltratado nunca te pedirán disculpas ni harán que tus quejas o heridas desaparezcan. Las personas con quienes te comparas permanecerán asiladas. Nunca nadie ha sido feliz al demostrar que tenía la razón. El único resultado es el conflicto y la confrontación, pues la necesidad de tener la razón exige que alguien esté equivocado.
No existe tal cosa como la única perspectiva correcta. Lo correcto es lo que se ajusta a tu percepción. Tú ves el mundo como tú eres, y los demás lo ven como ellos son. Este conocimiento es liberador, en primer lugar porque te hace único, y en última instancia porque te hace co-creador con Dios, pues a medida que se expande tu conciencia también se ensancha la realidad. Esto devela un enorme potencial oculto.
Si insistes en tener razón ocurre lo contrario. Como los demás estarán en desacuerdo, tu necesidad de estar en lo correcto generará antagonismo y rechazo. Como ya sabemos, si la necesidad de tener razón es lo suficientemente rígida y feroz surgen las guerras, a menudo en nombre de Dios. Si el mundo es espejo de lo que somos, siempre está reflejando una perspectiva. La objetividad es una ilusión del ego, creada para reforzar su insistencia en lo que considera correcto. Es triste que las personas sacrifiquen la finalidad verdadera de la vida, incrementar la alegría y la felicidad, por el frío consuelo de juzgar a los demás y sentirse superiores. Si ves el mundo con sentencias y no con amor, ése será el mundo que habitarás.
Los conflictos surgen porque no comprendemos que hay tantos puntos de vista como personas. Nuestra perspectiva única es un don. Vivimos en un universo que refleja lo que somos, lo cual deberíamos valorar y celebrar. Pero en vez de ello estamos atareados defendiendo la partecita que nos corresponde. Piensa en cómo se desarrollan las relaciones. Nos llevamos bien con quienes están de acuerdo con nuestro punto de vista. Sentimos una conexión íntima; nos sentimos validados en su presencia. Luego se rompe el encanto: resulta que la otra persona tiene muchas opiniones y creencias con las que no concordamos en absoluto. En ese momento se desata la guerra entre lo correcto y lo incorrecto, al tiempo que se despliega el sendero hacia la infelicidad.
El hecho de mantener una relación íntima hace aún más doloroso hallar puntos de discordia. En el sutil nivel emocional te sientes abandonado. La hermosa sensación de fundirte con alguien a quien amas se destruye. En este momento el amor queda mermado. Ambas personas experimentan el regreso del ego, que dice: “Yo tengo la razón. Mi manera de hacer las cosas es la única correcta. Si en verdad me amaras te darías por vencido”. Pero en realidad el amor no se ha malogrado; simplemente ha sido bloqueado por la necesidad de tener la razón, de aferrarnos a nuestro punto de vista en vez de rendirnos a lo que haría el amor. Sin embargo, para el ego la rendición es sinónimo de derrota y vergüenza.
Si adviertes que lo anterior está pasando, cada vez que surja en tu conciencia la necesidad de tener razón analiza la circunstancia y su contexto. ¿Es posible que la perspectiva de otra persona sea tan válida como la tuya? Dada la equivalencia de todos los puntos de vista, ya no tiene que haber vencedores y vencidos. Pregúntate: “¿Qué quiero en realidad en esta circunstancia, tener la razón o ser feliz?” Observa que no son iguales. Cuando cedes a tu necesidad de estar en lo correcto das la espalda al amor, a la comunión y, en última instancia, a la unidad. La unidad es certeza de que en el nivel más profundo todos compartimos la misma conciencia, fuente de todo el amor y de toda la alegría.
Mientras más aceptes esto, menor necesidad tendrás de ser sentencioso. A medida que profundices en tu experiencia de no necesitar tener la razón, tu mente se tranquilizará. Empezarás a sentir más empatía y tu percepción se ampliará. Surgirá una certeza que los envolverá a ti y a la persona que no concuerda contigo. A medida que te relajas y dejas de estar a la defensiva se reducirá tu obsesión con definiciones, etiquetas, descripciones, evaluaciones, análisis y juicios. Todos éstos son parte de la batería de defensa del ego. Son excelentes para desatar discusiones y guerras, y pésimas para establecer la paz.
Conforme se disipa nuestra necesidad de tener la razón, se reducen agravios y resentimientos, que son las consecuencias de creerse en lo correcto. Hace falta sentirse agraviado para considerarse una víctima. Pero, ¿no existen víctimas verdaderas en el mundo, personas que han sido objeto de terribles injusticias y maltratos? La injusticia es muy real e innegable, pero la etiqueta de “víctima” es otra cosa, es una herida psicológica. Una persona marcada por ella no puede sino desarrollar una historia que cada nueva experiencia refuerza: “La vida me ha hecho sufrir, estoy débil y herido. Estoy resentido con quienes ejercen poder sobre mí. Mi dolor se ha convertido en lo que soy”. En última instancia, ser la víctima es una forma de autocrítica. Con el pretexto de haber sido herido, te hieres todos los días asumiendo ese papel.
Al ir más allá del resentimiento te alejas de la ira y la hostilidad. La ira cierra la puerta del reino del espíritu. Por más que consideres justificado guardar un rencor, en un nivel más profundo no haces sino atarte a quien te agravió. Esa conexión adquiere tal importancia que eclipsa la que te vincula con tu espíritu, con tu ser más elevado y con tu alma. A menudo las personas utilizan la espiritualidad para justificar su indignación moral ante la inhumanidad del mundo, tan horriblemente lejos de ser ideal. Aunque es fácil sentirse identificado con esta perspectiva, también es importante reconocer incluso que la indignación moral es ira. Dado que la conciencia es un campo que abarca a todos, el resultado es que entran a él más enojo, resentimiento y hostilidad.
La indignación suele volverse una excusa para la inacción. Las personas que combaten la injusticia en el mundo no se dejan consumir por la ira. Son lúcidas, serenas y tienen valores firmes. Saben distinguir el pasado, por el que ya nada puede hacerse, del presente, que puede corregirse. Einstein dijo: “Ningún problema puede resolverse en el nivel de conciencia donde fue concebido”. Vale la pena recordar esto cuando pensamos que nuestra ira está justificada. La justificación nunca ha solucionado nada; sólo provoca más ira y antagonismo. Pero sobre todo contradice la regla de Einstein porque el nivel de la solución siempre es diferente al nivel del problema.
Y para ir a un nivel diferente al del problema debes verte con claridad. Muchas personas ni siquiera se dan cuenta de que están defendiendo su necesidad de tener la razón. Las señales no son siempre ira y resentimiento, pero la actitud justificadora siempre tiene un común denominador: la negativa a rendirse. Sólo la rendición nos libera de la crítica. Para quien está bajo el yugo del ego, la rendición parece una derrota absoluta. El ego prospera en las siguientes circunstancias:
Irónicamente, las situaciones que satisfacen a tu ego hacen a tu ser verdadero profundamente desdichado. No hay alegría en estar al mando, no hay amor en controlar a otros, no hay expansión en defender la separación entre lo correcto y lo incorrecto. Sin embargo, es tan seductora la historia del ego que miles de personas intentan alcanzar la felicidad por los medios descritos. Y bien pueden desarrollar una autodisciplina perfecta y ejercer poder sobre los demás, pero al hacerlo sacrifican su ser verdadero.
Para encontrar tu ser verdadero debes rendirte a él, y la mejor manera de hacerlo es rendirte a otra persona. Esto no significa que el ego se someta a otro ego. Eso sí sería una derrota. Más bien se trata de compartir con el otro la verdad acerca de ti mismo.
¿Qué ocurre cuando compartes estos profundos deseos con otra persona? Lo que siempre ha ocurrido. El mundo reflejará tu nivel de conciencia. En este caso, el reflejo proviene de la persona con quien compartes tu verdad. Cuando dices a la persona amada: “Tú eres mi mundo”, estás hablando muy literalmente.
Pero ésta es sólo la primera etapa de la rendición. Es imposible que dos personas deseen lo mismo a cada minuto del día. Ambos quieren cosas diferentes; ambos tienen distintos puntos de vista. Para que la rendición sea más que un simple ideal debes llevarla a la práctica. Muchas personas anhelan una relación espiritual pero sucumben a los obstáculos de la vida cotidiana: conflictos por dinero, trabajo, familia y ambiciones, por ejemplo. No hay necesidad de suprimir estos conflictos, ni de conformarse con acuerdos que no satisfacen a ninguna de las partes. Quien no es capaz de satisfacerse a sí mismo no puede satisfacer a otro.
El secreto no es rendirse a otra persona, ni siquiera rendirse uno a otro. Hay que rendirse al sendero. Lo que comparten es un sendero. Su compromiso no es con lo que tú quieres ni con lo que tu compañero quiere. El deseo individual es secundario. Te comprometes con el lugar a donde te lleva el sendero. De esta manera renuncias a tu perspectiva centrada en el ego. Tu atención se dirige al espacio entre tú y el ser amado. Ésta es la brecha entre ego y espíritu. Cuando te sientas tentado a obedecer a tu ego, acude a este espacio compartido y pregunta lo siguiente:
Estas preguntas no tienen respuesta automática. Son para despertar tu espiritualidad. Te sincronizan con un proceso que va más allá del “yo” y del “tú”. El espacio que compartes con otra persona te permite ver más allá del ego. Los beneficios de esto no son evidentes en un principio. Tu antiguo condicionamiento dirá: “¿Qué tiene de malo obtener lo que quiero? ¿Por qué debo pensar primero en alguien más? Tengo derecho a esperar cosas buenas para mí”.
Lo que tu ego no ve es algo precioso que está oculto en toda relación espiritual: el misterio. Este misterio nace del amor; te llama desde un sitio de tranquilidad y alegría que el ego nunca podría alcanzar con todas sus luchas, exigencias y necesidades. El simple hecho de entrar al espacio entre tú y la persona amada te abre al misterio. Cuando dos personas se enamoran, la existencia del misterio se hace evidente: ambos quedan cegados por él. Se sienten fundidos y perfeccionados en su arrebato. Nada podría salir mal jamás. El mundo entero está contenido en la otra persona. Pero cuando el romance se desvanece, todo esto también se esfuma. Por eso es necesario el compromiso para mantener con vida esos primeros atisbos de una satisfacción que está más allá de ti, y que sin embargo no es sino tú mismo.
Cuando te comprometes con el sendero también te rindes a él. Todos los días te preguntas: “¿Qué puede hacer el amor? Muéstrame. Estoy preparado”. Las respuestas te sorprenderán. El amor puede resolver problemas, curar heridas, solucionar disputas y plantear respuestas inesperadas. No estamos hablando del amor personal, el sentimiento contenido en una sola persona. Éste es un amor más allá del individuo, que ve y sabe todo. Cuando te entregas a él, las diferencias cotidianas pierden significado: las preocupaciones acerca de dinero, ambición, trabajo y familia toman su justa medida. Un poder invisible reconcilia los opuestos; genera armonía por sí mismo.
El estado descrito no puede alcanzarse mediante el esfuerzo ni puede controlarse. Debes permitirte un estado de apertura. Presencias lo que está ocurriendo; te lo tomas con tranquilidad; obedeces cuando surge el impulso adecuado. Así se vive la vida espontáneamente. Lo que sea que ocurra a continuación es lo correcto. Lo que necesites en el nivel más profundo se te da automáticamente. Vivir en ese estado es posible, aunque pocas personas lo hacen. De hecho, es la manera más natural de vivir. Pero si criticas tu vida, si te aferras a tener la razón, si insistes en establecer fronteras, en misterio no podrá alcanzarte. Vivir en armonía con el misterio toma tiempo. La rendición, como todo lo demás, es un proceso, no un salto. A pesar de los altibajos, el sendero avanza siempre, y cada paso es un paso de amor. Ésa es en última instancia la razón de las relaciones: ser capaz de ver a otra persona a los ojos y compartir el conocimiento de que el poder del amor los ha bendecido a ambos.
Para activar la cuarta clave en mi vida cotidiana, me prometo hacer lo siguiente: