Si te concentras en el presente tu vida se renovará constantemente. El momento presente es lo único eterno. No muere ni puede ser olvidado. Por eso la felicidad en el presente no se te puede arrebatar. Ella te libera de la trampa del tiempo, que produce pesar debido al pensamiento, la evaluación y el análisis. Al estar plenamente en el presente experimentas la intemporalidad, y en ella está tu ser verdadero.
Aunque todos hemos oído que debemos vivir en el presente y no en el pasado, estas palabras guardan una lección espiritual más profunda. Antes de que surja algún pensamiento en nuestra mente estamos en un estado intemporal. Después de que el pensamiento ha cumplido su propósito, ya sea plantear un deseo o el recuerdo de un acontecimiento pasado, volvemos a un estado intemporal. Ahí no necesitamos una razón para ser felices. Simplemente lo somos.
La felicidad fundada en razones no es sino otra forma de desdicha. Cualquiera que sea la razón de tu felicidad —una buena relación, una situación placentera o posesiones materiales— pueden arrebatártela en cualquier momento. Así pues, tu felicidad es frágil y depende de factores externos. La felicidad sin razones es la felicidad verdadera. Se le conoce comúnmente como dicha. Ésta es una felicidad que no se te puede arrebatar.
No hace falta buscar la dicha ni tampoco sentir nostalgia una vez que la has experimentado. La dicha está disponible en el ahora. Pero, ¿qué es el ahora? Podemos llamarlo conciencia del momento presente, que es una buena frase porque nos recuerda que la dicha no puede alcanzarse al recordar el pasado o anticipar el futuro. El presente no tiene duración. Tan pronto intentas medirlo, desaparece. Por eso el ahora siempre está renovándose. Es intemporal porque el tiempo no puede detenerlo. El ahora no puede envejecer ni morir.
El tiempo es un fenómeno misterioso, pero sabemos que es subjetivo y lo usamos para medir la experiencia. Considera las siguientes oraciones:
Cada una de estas experiencias del tiempo es personal. El problema del tiempo es que siempre lo hacemos personal. Ya sea que lamentes algo de tu pasado o te preocupes por algo del futuro, estás provocando cambios en tu cuerpo. En otras palabras, pasas gran parte de tu vida metabolizando el tiempo. Cada experiencia de tu vida ha sido metabolizada en tu cuerpo físico e influye en tu reloj biológico. De hecho, el envejecimiento biológico, con todas sus consecuencias de dolencia, sufrimiento e infelicidad, no es sino el metabolismo del tiempo. Incluso el recuerdo momentáneo de un trauma del pasado te hace sufrir una vez más. Las experiencias positivas también son el metabolismo del tiempo pero no desgastan el cuerpo.
Las tradiciones espirituales del mundo ponen gran dedicación en resolver el problema del tiempo, pues la dicha, la felicidad que no necesita razones, sólo puede ocurrir en el momento presente. Si tu vida está atrapada en el paso del tiempo, tu cuerpo también quedará atrapado. Pero si puedes escapar de las garras del tiempo, tu cuerpo será transformado por la experiencia de la dicha.
La solución a la que llegaron las tradiciones espirituales del mundo es la siguiente.
El tiempo, nos dicen, es el movimiento de la conciencia, es decir, el movimiento del pensamiento. El tú verdadero, que está más allá del pensamiento, sólo puede hallarse en el ahora. Tu ser auténtico, que existe en el ahora eterno, no es observador ni objeto de observación. Sin embargo, tan pronto surge un pensamiento en tu mente, aparece un observador, así como el objeto de observación. Así pues, cada persona existe en dos realidades. En primer lugar, el estado silencioso del ser, ajeno al tiempo; ésta es la sede de la dicha. En segundo lugar, el mundo relativo lleno de experiencias; la mente vive en este mundo, actuando constantemente como el observador concentrado en un objeto de observación.
Al concentrarte en el presente te alineas con la primera realidad y con su potencial para la felicidad que no puede arrebatarse. Pero si te concentras en la segunda realidad, con sus cambios constantes de escenario, tu mente será atrapada por el tiempo, y éste producirá todos los efectos negativos que ya hemos mencionado.
Cuando te concentras en el momento presente no renuncias al mundo relativo. Sigues participando en la vida cotidiana, pero con una diferencia. Ya no te identificas con el cambio. Los altibajos de la fortuna no te apartan de tu ser verdadero. Normalmente estamos tan enganchados en los escenarios cambiantes que no notamos cuando nos salimos del momento presente.
Es importante reconocer que toda la desdicha existe en el tiempo. Otra manera de entender esto es que el tiempo nace cuando tu ser verdadero ha sido sacrificado por tu imagen pública. Ya hemos hablado de la imagen pública y de sus falsas promesas. El tiempo, en tanto que es un movimiento del pensamiento, utiliza tu imagen pública o ego como tu punto de referencia interno. Si observas atentamente lo que ocurre en tu mente, ¿qué ves?
Ninguna de estas actividades es verdaderamente necesaria. Simplemente acumulan razones para ser feliz o desdichado. Una manera de hacerlo es comparar tu situación con la de alguien más. Pero mientras concibes tu historia y miras alrededor para ver si es mejor o peor que la de tu vecino, ¿qué ocurre? Te has apartado del estado natural de felicidad que existe en el ahora. La experiencia es. No necesitas usarla para inventar una historia. Al ego le encanta el melodrama, así que aprovecha cada experiencia para elaborar un cuento interminable sobre cómo va tu vida. El cuento puede ser bueno o malo, dramático o aburrido, egocéntrico o relativamente magnánimo. Pero, ¿qué pasaría si no tuvieras una historia? Tu vida sería mucho más simple y más natural. No tendrías una imagen pública que defender. No tendrías miedo del mañana porque sin una historia que seguir aceptarías cualquier experiencia y la dejarías ir. En ese estado residen la libertad y la dicha.
Uno de mis refranes favoritos dice que estar aquí es suficiente. Cuando las personas lo escuchan, en especial aquéllas con una vida llena de actividades y logros, parecen confundidas. Para ellas, “estar aquí” suena pasivo y vacío. Pero considéralo. Al llevar una vida tan llena de actividades y objetivos, la mayoría no está satisfaciendo a su ser. Antes bien lo contrario: están huyendo del temor profundamente arraigado de que la vida está vacía a menos que la llenes constantemente.
En una ocasión vi a una persona muy afligida confrontar a un gran maestro espiritual. Enfrentaba la posibilidad de perder todo su dinero y su empleo. Estaba desesperada y quería saber qué consejo podía darle el sabio. Cuando terminó de contar su trágica historia, el gran maestro respondió con una sencilla frase: “Las almas no se rompen. Rebotan”.
El miedo ha estado engañándonos, como ocurre con frecuencia. Si permitieras a tu mente dejar la interminable persecución de objetivos, el tiempo se detendría. Experimentarías tu ser. En ese momento te darías cuenta de que “estar aquí” es tu asiento, tu fundamento. La calidad del ser conduce a la calidad de la conciencia. La calidad de tu conciencia determina la calidad de tu vida. Todos debemos nuestra existencia al hecho de que la existencia no está vacía. El ego te empuja a identificarte con el mundo cambiante. Mantiene tu atención en todo excepto en tu ser. Piensa en todas las cosas que te importan: casa, familia, trabajo, dinero, posesiones, estatus, religión, política, asuntos internacionales. Todas son creaciones del ego. Están alojadas en el complejo edificio del tiempo. Cuando atraviesas la barrera del ego también atraviesas la barrera del tiempo.
El ahora eterno es el punto de unión entre el mundo no manifiesto e invisible del espíritu y el mundo manifiesto y visible que consideramos real. Son pocas las personas que saben que viven en ambas realidades. Y todavía menos las que saben que el mundo no manifiesto e invisible es la realidad primaria. Comparado con ésta, el mundo visible es un teatro de sombras. Por eso cuando te concentras en el momento presente estás mirando a través de una ventana a la realidad ilimitada e intemporal de la que se eleva y a la que se vuelve a hundir el universo entero.
El mundo exterior surge en cada momento del ahora. Su siguiente nacimiento nunca es igual al que lo precedió. El cambio constante es la regla; la transformación constante mantiene todos los procesos, incluido el de la vida. Así, el ser verdadero puede definirse como un punto estático rodeado por la transformación. Si te permites ser absorbido en este punto estático permanecerás inmutable en medio del cambio.
Debes aprender a distinguir el momento de la situación. No son lo mismo. La situación rodea al momento presente. Puede ser desagradable y dolorosa, o todo lo contrario, pero sea cual sea, surge y desaparece. Pasa. El ahora eterno, siempre presente, permanece. Hay personas que dicen sufrir tanto dolor que les resulta ineludible. Pero todo ese dolor nace del pensamiento, y por tanto puede cambiar. He tenido pacientes con dolor crónico severo, y cuando algunos de ellos lograron diferenciar su situación del momento presente, el dolor desapareció milagrosamente. Habían trascendido un dolor nacido en el tiempo. Con esto aprendí que hasta las situaciones más extremas pueden trascenderse.
Para trascender tu situación debes cultivar un nuevo estilo de conciencia por el que prestes atención a lo que es y observes la plenitud de cada momento. La mayoría de las personas no se concentra en lo que es. Eclipsa la experiencia de lo que es con lo que podría ser o lo que fue. El pasado y el futuro acaparan su atención. Cuando dirijas toda tu atención a lo que es, te sumergirás en la plenitud del ahora.
¿Cómo se cultiva esta nueva forma de atención? Principalmente mediante la conciencia profunda. Tener conciencia profunda significa prestar atención, pero de una manera especial a la que la mente no está acostumbrada. En cualquier momento tu mente está prestando atención a cosas que no tienen nada que ver con el momento presente. La lista de posibilidades es inmensa.
La lista anterior es útil porque describe de manera sencilla lo que la conciencia profunda no es. En vez de esforzarte en tener una conciencia profunda, es más fácil que dejes de hacer lo contrario. Cuando adviertas que tu mente está realizando una actividad que te saca del momento presente, simplemente detente. No evalúes ni analices. No te reprendas. Por el simple hecho de observar lo que está ocurriendo y dejarlo llegar a su fin habrás accedido al ámbito de la conciencia profunda.
Muchas personas nunca han experimentado su mente en reposo. Al leer la lista anterior pensarán: “Pero para eso es la mente. Eso es lo que soy”. No, tú no existes para apoyar la actividad de la mente; la mente existe para apoyarte. Una de las mejores maneras en que puede hacerlo es permitiéndote experimentar la realidad; no la realidad fluctuante del mundo material sino la realidad inmutable, ajena al tiempo.
Otras personas son capaces de experimentar unos cuantos momentos de reposo en su mente, tal vez concentrándose en su respiración o en un mantra, pero casi de inmediato se reanuda la agitada actividad mental. ¿Qué hacer entonces? Pasa a la modalidad de la atención simple. Hay muchos aspectos de la vida de los cuales puedes tomar conciencia, además de la bulliciosa actividad de la mente. Pueden ser tus emociones, tu respiración o las sensaciones de tu cuerpo. Puedes tomar conciencia de los sonidos de tu entorno o de la manera en que mueves tu cuerpo para sentarte, caminar, comer o cualquier otra actividad.
Es importante no esforzarse o afanarse. Cualquier cosa a la que dirijas tu atención te traerá al momento presente y te dará la experiencia de la presencia. Cuando estás cerca de un santo, por ejemplo, experimentas divinidad, que en realidad se funda en algo mucho más simple: proviene de estar presente. Estar presente es suficiente para conferir calma y una sensación sutil de seguridad, amor y alegría. Pocas veces experimentamos esto en nuestra vida, pues apenas tenemos un pensamiento o una sensación empezamos a evaluarla y analizara. Al hacerlo, el presente desaparece y se lleva consigo la presencia.
Estar presente y experimentar la presencia son lo mismo, y ninguna requiere esfuerzo. No puedes esforzarte para estar presente. Simplemente estás. Si practicas la conciencia profunda, la presencia gozosa empezará a estar contigo en todo momento. Si adviertes que te distraes, el simple hecho de notarlo te devolverá al presente. La clase de conciencia profunda a la que me refiero no tiene nada que ver con la búsqueda del vacío o la evasión. No requiere concentración ni intensidad. Es el estado más relajado y natural porque nada hay más relajado que tu ser. Puedes acceder a él simplemente advirtiendo la presencia de las actividades que te distraen y dejándolas ir. La frase “como viene se va” tiene un profundo significado espiritual: lo que viene y se va no es el tú real; éste es la dicha que existe más allá del tiempo.
Para activar la quinta clave en mi vida cotidiana, me prometo hacer lo siguiente: