Buscar la iluminación es buscar tu ser verdadero. La iluminación es el estado más atento de la existencia y también el más natural, pues de él provienes. Tu hogar es un lugar de profundo amor, tranquilidad y alegría. Al regresar a él te percibirás como uno con Dios. En ese momento comprenderás que tu anhelo de felicidad era sólo el principio. Tu deseo más profundo era la libertad que resulta del completo despertar.
Miro en tus ojos y veo el universo entero, el que ha nacido y el que no ha nacido.
RUMI
El ser humano es una criatura que ha recibido la orden de convertirse en Dios.
SAN BASILIO
Sentirse realizado significa ir más allá de las experiencias cotidianas. En el fondo los seres humanos siempre hemos anhelado el éxtasis, un sentimiento de euforia, alegría, tranquilidad y amor. La adicción a las drogas y el alcohol demuestra la inanición y el deseo de nuestra sociedad de alcanzar el éxtasis verdadero. La felicidad cotidiana sólo nos da una probada y nos deja con ganas de más. Así pues, la felicidad es el comienzo de un viaje que busca una satisfacción más elevada.
Muchas personas han experimentado por accidente la felicidad más intensa, comúnmente conocida como experiencia cumbre. Dichas experiencias pueden presentarse en momentos íntimos con la naturaleza, en presencia de la música o el baile, en el juego o al hacer el amor. Lo que distingue a una experiencia cumbre no es su intensidad sino su significado: se siente como si se hubiera revelado una realidad más grande, más libre, más expansiva. Todos los que han tenido una experiencia cumbre intentan revivirla. La mayoría sufre una decepción, pues un momento de conciencia más elevada no es lo mismo que adquirirla. Lo que se necesita es un sendero hacia la transformación, guiado por una visión de las posibilidades inspiradas por aquella primera probada.
En las tradiciones espirituales del mundo, la búsqueda del éxtasis es completamente natural. El éxtasis es tu estado energético original. Volver a él es volver a casa para establecerte definitivamente. Este objetivo recibe muchos nombres: redención, salvación, trascendencia e iluminación. Hay tantos senderos como dogmas y maestros espirituales. Pero a final de cuentas se propugna una sola verdad: el alma humana anhela volver al lugar donde reside el éxtasis. Ahí puede hallarse la unión con el misterio de Dios.
¿Es posible expandir nuestra conciencia hasta que se funda con la de Dios? La respuesta que proponen las tradiciones espirituales del mundo es que sí lo es, pero para el individuo la única prueba reside en experimentar esa unión. Para ello se requiere una decisión de vida. Destellos de intensa felicidad, incluso un momento de éxtasis, puede ocurrir espontáneamente: el cielo se despeja y de repente puedes ver el sol. Pero buscar la iluminación exige que realices un cambio en tu libre albedrío. En vez de buscar la felicidad debes buscar la dicha. El problema para la mayoría de las personas es que este cambio parece extremo, impropio, incluso amenazador. Es comprensible. A medida que las tradiciones espirituales cayeron en decadencia, surgió una falsa creencia acerca de la iluminación. Se le identificó con renuncia, sacrifico, pobreza y soledad.
Nada de esto es verdad. ¿Cómo podría el descubrimiento de tu ser verdadero considerarse una forma de sacrificio? El ego saca provecho de este error haciéndote creer que no hay otro ser que el que te ha mostrado. De ti depende descubrir la verdad. Cuando tomas conciencia empiezas a observar lo que ocurre dentro y alrededor de ti. El observador ve lo que el ego intenta esconder, que la vida cotidiana no es satisfactoria cuando tu deseo más profundo ha sido bloqueado.
En los capítulos anteriores analizamos distintas maneras de hacer el cambio necesario. Vayamos ahora más adelante. Puedes dar un rápido vistazo a la iluminación con un sencillo ejercicio. Cierra los ojos e imagina un hermoso ocaso sobre el océano. Mira los colores tan vívidamente como sea posible; observa la luz centelleando sobre la superficie del agua. Ahora abre los ojos. ¿Viste el ocaso? Esa imagen no estaba en tu cerebro. Si miráramos su interior sólo encontraríamos reacciones electroquímicas recorriendo las redes sinápticas. En el interior de tu cerebro no hay imágenes que coincidan con lo que ven tus ojos. En la corteza visual no hay ni el más mínimo destello de luz. Pero cuando cierras los ojos e imaginas un ocaso, lo que experimentas no son reacciones electroquímicas. ¿Dónde se encuentra entonces esa imagen del ocaso? No está en el cerebro sino en la conciencia. Ocurre lo mismo cuando tratas de imaginar algo con los cinco sentidos: el aroma de una rosa, el sonido del llanto de un recién nacido, la suave textura del terciopelo o un beso bien plantado en los labios. No hay imágenes, sonidos, sabores ni olores en el cerebro, sólo un oscuro silencio que parpadea con débiles impulsos eléctricos e intercambios químicos. Todas las sensaciones existen exclusivamente en la conciencia.
Ahora extiende este conocimiento a tu cuerpo. Lo experimentas como una serie de sensaciones: el peso de tus brazos, el ir y venir de tu respiración, el golpeteo de tu corazón cuando corres. Pero, una vez más, ninguna de estas sensaciones puede encontrarse en el cerebro, ni siquiera con estudios de tomografía axial computarizada o resonancia magnética funcional. Lo único que revelan estos análisis son señales electroquímicas. Así pues, tu cuerpo también existe en tu conciencia. No hay otro lugar donde pueda experimentarse.
Echa un vistazo al mundo que te rodea. Todo en sus colores, sonidos, sabores y olores parece completamente real pero, ¿dónde se localiza este mundo? Si levantas una piedra que ha estado bajo el sol, tu condicionamiento pasado te induce a pensar: “Si esta piedra se siente pesada y tibia, es real”. Pero si tu cuerpo, que también se siente pesado y tibio, sólo existe en la conciencia, la piedra también. Todo lo que te sea posible experimentar, así se encuentre en el rincón más lejano del universo, existe en tu conciencia. Para encontrar tu hogar debes hallar dónde reside esta conciencia.
Ahora plantéate la pregunta definitiva: ¿dónde existes tú? Si el mundo no puede encontrarse en tu cerebro, mucho menos tú, pues ningún estudio de resonancia magnética ha encontrado jamás una parte del cerebro que se active cuando te percibes a ti mismo. Y sin embargo sabes que tienes un ser. Para hallarlo debes pensar fuera del cerebro; de hecho, fuera del tiempo y el espacio. Eres conciencia pura, que no tiene localización en el tiempo ni en el espacio. Piensa cómo funciona la televisión. Cuando la miras puedes ubicar la pantalla en tu sala de estar. Esa imagen sólo existe gracias a las señales que transmite el emisor. Esas señales están en todas partes. Por increíble que parezca, aunque puedas localizar tu cuerpo en el tiempo y el espacio, tu conciencia está en todas partes, lo que significa que tú también lo estás. La única razón por la que tu cerebro se activa es que la conciencia así lo quiere.
Empezando con un ejercicio muy sencillo, imaginar un ocaso sobre el océano, llegamos a una verdad pasmosa: tú mantienes unido el mundo con el simple hecho de observarlo. El observador convierte un remolino amorfo de fotones en todo lo que vemos, escuchamos, tocamos, saboreamos y olemos. No tienes que hacer nada para hacer esto. Basta la intención sutil. Quieres ver un ocaso y lo haces. No hace falta instruir al cerebro acerca de cómo construir la imagen a partir de impulsos electromagnéticos. Del mismo modo, si quieres dar un paseo por la calle no tienes que enseñar a tus músculos cómo moverse ni a tu sistema cardiovascular cómo llevarles sangre. Con una simple intención no proferida se forman todas las conexiones necesarias.
Tú mantienes el mundo unido en un nivel muy sutil, la fuente de la creación, conocida como Dios. Juntos, tú y Dios producen la realidad, y ninguno necesita esforzarse para hacerlo. Estar iluminado significa estar sintonizado con este sencillo hecho. Como sustento de la creación, tu papel es ser, nada más. Al comprender esto la vida ya no requiere esfuerzo. Estrés, tensión, preocupación, ansiedad e incertidumbre desaparecen. Así se revela el secreto de la dicha ilimitada.
Ahora conoces tu objetivo y el sendero que te llevará a él. ¿Cómo puedes saber si estás haciendo avances en tu camino? Fijándote todos los días en los siguientes indicadores:
Bien podríamos reducir todas estas señales a una sola: estás expandiendo la experiencia de la felicidad a donde quiera que vas.
Durante mi niñez en la India recibí algunas lecciones muy simples acerca de la espiritualidad. Una de ellas era que la iluminación es como correr a los brazos de tu madre. Cualquier niño puede identificarse con esa sensación, y también los adultos al considerar el significado del sendero espiritual. El recorrido es una expansión progresiva desde la conciencia ordinaria, con todo su temor y aislamiento, hasta la conciencia del alma, que es segura, cálida y acogedora.
Una vez en los brazos de tu alma estás en casa. Dejas de identificarte con las fronteras del ego. Descubres que no estás en el mundo: el mundo está en ti. Todo lo que puede decirse de la conciencia se reduce a esto. Debido a que el viaje nunca termina, siempre hay más que ganar. Simplemente con la conciencia de tu ser verdadero progresarás con naturalidad y sin esfuerzo a la conciencia cósmica, que significa estar completamente alerta 24 horas al día, aun cuando tu cuerpo y tu cerebro estén durmiendo. Después te expandirás a la conciencia divina o conciencia de Dios, en la que todo está hecho de luz. La presencia divina emana de todos los objetos, todas las experiencias, todos los pensamientos. (De este plano suele decirse que es como llevar gafas doradas, pues una luz radiante inunda la conciencia.)
Finalmente, llegarás a la conciencia de la unidad, donde terminan todas las separaciones y divisiones. Todos los momentos son parte de la eternidad. Todas las experiencias se comparten con el cosmos. William Blake describió la conciencia de la unidad así: “Para ver el mundo en un grano de arena, y el Cielo en una flor silvestre, abarca el infinito en la palma de tu mano, y la eternidad en una hora”.
Con todo este camino por recorrer, considera dónde te encuentras ahora. Si estás decidido a seguir tu camino, la posibilidad de disfrutar la felicidad se expande al infinito. Te estarás dirigiendo nada menos que a la iluminación. No pienses que la iluminación es como suele describírsele, como un estado místico. La realidad es que la conciencia se expande naturalmente. El estado de dicha es tu derecho de nacimiento. Cuando alcanzas una conciencia más elevada en cualquier forma, mediante la devoción, la compasión, el servicio o el conocimiento del ser, estarás en el viaje del que hemos hablado desde la primera página de este libro, y desde el primer día de nuestra vida. Si la conciencia es tu hogar verdadero, la iluminación es tu destino verdadero.
Para activar la séptima clave en mi vida cotidiana, me prometo hacer lo siguiente: