C omo vimos, el 25 de julio de 1912 Einstein llegaba a Zúrich como catedrático en la ETH. Al igual que en Praga, no permaneció mucho tiempo allí, pero durante su estancia tuvieron lugar acontecimientos muy importantes en su vida, tanto en el plano científico como en el plano personal.
Aunque el problema del disco que gira alertó a Einstein de que existían problemas con la geometría euclidea para que ésta fuese el marco para la teoría relativista de la gravitación que estaba buscando, en ninguno de los artículos que publicó hasta 1912 incluido, aparece algún intento de ir más allá de la geometría plana. Algo menos de un año después de haberse instalado en Zúrich, hacia finales de junio de 1913, se publicaba un trabajo firmado por Einstein y su viejo amigo Marcel Grossmann, que ambos habían enviado antes del 28 de mayo a la editorial Teubner de Leipzig (no apareció de la manera habitual, en una revista científica, sino como una pequeña, 38 páginas, monografía). Se titulaba Entwurf einer Verallgemeinerten Relativitätstheorie und einer Theorie der Gravitation (Esbozo de una teoría generalizada de la relatividad y de una teoría de la gravitación). Era, es, un trabajo de dimensión histórica, porque en él, por primera vez, se recurría a la geometría no euclidea que había sido desarrollada a lo largo del siglo XIX. No contenía la formulación definitiva de lo que, dos años más tarde, sería la teoría de la relatividad general, pero se había identificado el marco matemático, la variedad cuatridimensional, el espacio-tiempo, que ésta utilizaría.
En ocasiones, se producen circunstancias afortunadas, fortuitas, que intervienen en la historia, ya sea en la que denominamos «historia general» o en la historia de la ciencia. La aparición de la geometría riemanniana en la génesis de la teoría de la relatividad general fue uno de esos casos. Quizá Einstein, que en modo alguno carecía de habilidades matemáticas, habría terminado aprendiendo lo necesario de geometría riemanniana (no ignoraba la existencia de la más elemental geometría gaussiana), pero su traslado a Zúrich, donde se encontró con un viejo amigo, Grossmann, que conocía bien esa rama de la matemática, facilitó todo.1 De hecho, mucho antes, en 1904, Einstein supo de esos conocimientos a través de su antiguo compañero de estudios. El 6 de abril de aquel año, había escrito a Grossmann (CPAE, 1993: 25):
Querido Marcel:
Aunque con retraso, permíteme felicitarte con todo mi corazón por tu hijo y agradecerte que me hayas enviado tu último artículo, que estudiaré tan pronto como pueda encontrar algún tiempo para dedicarlo a la geometría no euclidea. Tus soluciones parecen simples y elegantes.
Existe una notable similitud entre nosotros. El mes próximo también nosotros vamos a tener un niño. Y tú también recibirás un artículo mío, uno que he enviado a los Annalen de Wiedemann hace una semana. Tú tratas la geometría sin el axioma de las paralelas y yo trato la teoría atómica del calor sin la hipótesis cinética.
En el capítulo 12 ya cité un pasaje del prefacio a la edición checa (1923) del libro de divulgación sobre las teorías especial y general de la relatividad que Einstein escribió. Ahora es oportuno repetir una parte del contenido de aquella cita: «la idea decisiva de la analogía entre la formulación matemática de la teoría y la teoría gaussiana de superficies sólo me llegó en 1912, después de regresar a Zúrich, sin ser consciente entonces del trabajo de Riemann, Ricci y Levi-Civita. Fue mi amigo Grossmann quien me llamó la atención sobre esto».
Es posible, asimismo, que en el trasfondo de su memoria quedase algún recuerdo de las clases de Carl F. Geiser sobre geometría infinitesimal a las que había asistido en la ETH, en las que se trató de la fórmula gaussiana del elemento de línea, aunque es oportuno recordar también que Einstein utilizó las notas que Grossmann había tomado de aquel curso.
Recordemos también otra cita que ya utilicé, extraída de una carta que en octubre de 1912 escribía a Sommerfeld:
Ahora me estoy ocupando exclusivamente del problema de la gravitación y creo que, con la ayuda de un matemático local que es amigo mío, seré capaz de dominar todas las dificultades. ¡Pero una cosa es segura y es que nunca en toda mi vida he luchado tan duramente y que me ha sido imbuido un gran respeto por las matemáticas, cuyas partes más sutiles yo había, en mi estrechez de miras, considerado hasta ahora como puro lujo! Comparado con este problema, la teoría de la relatividad original [es decir, la relatividad especial] es un juego de niños.
La tarea a la que se estaba enfrentando era, ciertamente, hercúlea.
Durante siglos, la geometría clásica establecida en los Elementos de Euclides, esto es, la geometría de los espacios bi- o tri-dimensionales planos, sufrió un problema: el quinto postulado, el que afirma que por un punto exterior a una recta sólo puede pasar una paralela a ésta. Los repetidos esfuerzos encaminados a demostrar que ese postulado era una pieza superflua en la estructura de la obra, pudiendo deducirse de otros axiomas, llevaron, durante el primer tercio del siglo XIX, a la sorprendente conclusión de que no solamente era realmente independiente sino que de su negación no se deducían contradicciones, esto es, que se podía sustituir por otros postulados alternativos que conducían a geometrías diferentes de la euclidea, pero lógicamente correctas. Me estoy refiriendo a las geometrías asociadas sobre todo a los nombres de Carl Friedrich Gauss (1777-1855), quien, sin publicar sus resultados, durante sus estudios de superficies consideradas de manera intrínseca (esto es, sin suponer que están inmersas en un espacio de dimensión superior), llegó a la idea de espacios curvos, al del ruso Nicolai Ivanovich Lobatchevsky (1792-1856) y al del húngaro Janos Bolyai (1802-1860). Inicialmente, el descubrimiento de las geometrías no euclideas –aquellas en las que no se cumplen propiedades tan familiares como la de que los ángulos interiores de un triángulo suman 180 grados– atrajo poco interés, pero una combinación de sucesos relanzó su estudio. En primer lugar, la publicación, entre 1860 y 1865, de la correspondencia de Gauss con su amigo, el astrónomo Heinrich C. Schumacher, con su referencia favorable al trabajo de Lobachevskii. En segundo lugar, la demostración del italiano Eugenio Beltrami (1835-1900), en 1868, de que la geometría de Lobachevskii podía interpretarse como la de una superficie de curvatura constante y negativa. Finalmente, se tiene la lección de habilitación que el germano Bernhard Riemann (1826-1866) pronunció en 1854: Über die Hypothesen welche der Geometrie zu Grunde liegen (Sobre las hipótesis en que se funda la geometría). Aunque Riemann leyó el texto de su habilitación al defenderla en 1854, éste no se publicó hasta después de su muerte, cuando Dedekin, en 1868, lo editó para los anales de la Academia de Ciencias de Gotinga.
Un punto importante es que, como ha señalado José Ferreirós (2000: xcv) en su edición de una selección de trabajos de Riemann, los trabajos de estos pioneros en la geometría euclidea hicieron que se produjera «un cambio revolucionario en la concepción del espacio. Hasta aquel momento, se pensaba que había plena identidad entre el espacio real y el espacio euclideo. Se creía que la geometría de Euclides era la única posibilidad conceptual para la mente humana [recordemos las tesis sobre los a priori de Kant, entre los que figuraba el espacio euclideo; JMSR], y que además ese espacio conceptualmente necesario y evidente era idéntico al espacio real […]. Ahora, al constatarse la posibilidad lógica de toda una gama de geometrías de Lobachevskii-Bolyai, se planteaba la posibilidad de que el espacio real, físico, fuera no euclideo. Gauss, Lobachevskii, Bolyai y Riemann aceptaron plenamente esta posibilidad». Es apropiado, en este sentido, recordar cómo terminaba la habilitación de Riemann (1854, 2000 b: 16):
La decisión acerca de estas cuestiones [la geometría del espacio] sólo podrá encontrarse abandonando la anterior concepción de los fenómenos, bien contrastada en la experiencia, cuya base fue establecida por Newton, y reformándola poco a poco merced a los hechos que no permite explicar. Así, investigaciones que, como la aquí desarrollada, parten de conceptos generales, sólo pueden servir para que dicho trabajo no se vea entorpecido por las limitaciones de los conceptos y para que los prejuicios transmitidos no impidan el avance del conocimiento de las conexiones entre las cosas.
Esto nos lleva al dominio de otra ciencia, al terreno de la física, en el que, dada la naturaleza de la ocasión en que hoy nos encontramos, no podemos penetrar.
En honor a Riemann, se habla de «espacios riemannianos», refiriéndose a una clase muy general de espacios de n-dimensiones, que engloban, como un caso particular, los familiares espacios «planos» de tres dimensiones estudiados por Euclides que tan bien se ajustan a nuestras experiencias sensoriales comunes. Expresado de manera muy sucinta y limitada, se puede definir la geometría riemanniana como aquella en la que el elemento infinitesimal de línea (distancia)
ds2 = gαβ (xμ)·dxα·dxβ
(donde α, β toman los valores de 1, 2, …n, y se emplea el criterio –de Einstein– según el cual los índices que se repiten equivalen a una sumatoria de 1 a n) es invariante bajo una transformación de coordenadas arbitraria. A gαβ (xα) se le denomina «tensor métrico» (los tensores son objetos matemáticos que mantienen su forma bajo transformaciones arbitrarias de coordenadas).
Podemos darnos cuenta de que los espacios de Riemann generalizan la geometría habitual, euclidea, sin más que considerar el caso particular en el que α y β toman los valores 1 y 2 (espacio bidimensional), y g11 = 1, g22 = 1, g12 = g21 = 0, siendo x1 = x, x2 = y (esto es, las coordenadas cartesianas). En este caso lo que queda es
ds2 = dx2+dy2
lo que no es sino la expresión del teorema de Pitágoras para distancias infinitesimales.
La memoria de Riemann fue fundamental, pero era sobre todo «programática», incluso filosófica, quedando aún mucho que hacer para desarrollar su propuesta. Aunque no se debe olvidar nombres como los del alemán Elwin Bruno Christoffel (1820-1900), que en 1882 introdujo unos términos que describen la transformación de datos geométricos a lo largo de superficies curvas, o el de Luigi Bianchi (1856-1928), autor de un influyente tratado que estudiaron generaciones de matemáticos italianos, Lezioni di geometría diferenziale (1894, segunda edición, ampliada, de 1902), los resultados más importantes y completos en ese campo fueron los producidos por dos matemáticos italianos: Gregorio Ricci-Curbastro (1853-1925) y Tullio Levi-Civita (1873-1941). Ricci, como Bianchi, se graduó en Pisa y pasó después un tiempo ampliando estudios en Alemania, en Múnich y con Felix Klein en Gotinga, pero mientras que Bianchi pasó toda su vida académica en Pisa, Ricci se instaló permanentemente en Padua, donde dedicó la década de 1885 a 1895 al estudio del cálculo tensorial. Uno de sus alumnos en Padua fue Levi-Civita. La carrera de éste transcurrió primero en Bolonia y Pavía, terminando con una cátedra de Análisis superior y Mecánica racional en Roma. Más que un matemático «puro», Levi-Civita fue un físico-matemático, con intereses que cubrieron desde el electromagnetismo hasta la mecánica racional, pasando por la mecánica celeste, la hidrodinámica, la teoría del calor… y la relatividad, a la que contribuyó sobre todo con trabajos sobre el problema del movimiento en relatividad general.2
Pero lo que nos importa aquí es el artículo que Ricci y Levi-Civita publicaron en 1900, por invitación de Felix Klein, el director de la revista, en Mathematische Annalen: «Méthodes de calcul différentiel absolu et leurs applications» («Cálculo diferencial absoluto y sus aplicaciones», Ricci y Levi-Civita, 1900).
En el prefacio a un libro que Levi-Civita dedicó al cálculo absoluto, Lezioni di calcolo differenziale assoluto, explicó el origen de este artículo (Levi-Civita, 1925, 1927: vii):
Tullio Levi-Civita y Gregorio Ricci-Curbastro.
La métrica general de Riemann y una fórmula de Christoffel constituyen las premisas del cálculo diferencial absoluto. Su desarrollo como una rama sistemática de la matemática fue un proceso posterior, cuyo crédito se debe asignar a Ricci, que durante diez años, 1887-1896, elaboró la teoría y desarrolló la elegante y comprehensiva notación que permite ser adaptada fácilmente a una amplia variedad de cuestiones de análisis, geometría y física.
El propio Ricci, en un artículo publicado en el volumen XVI del Bulletin des Sciences Mathématiques (1892), dio una primera descripción de sus métodos y los aplicó a algunos problemas de la geometría diferencial y de la física matemática. Después de otras interesantes aplicaciones, realizadas por sus estudiantes (grupo al que yo tuve el privilegio de pertenecer), sugirió lo deseable que sería preparar una exposición general de todo el tema, incluyendo métodos, resultados y bibliografía. Este fue el origen de la memoria «Méthodes de calcul différentiel absolu et leurs applications», que fue preparada por el profesor Ricci y yo mismo en colaboración, bajo la cortés invitación de Klein, y que apareció en el volumen 54 de Math. Ann.
El que la geometría riemanniana se fundamentase en elementos infinitesimales y que no distinguiese entre las diferentes coordenadas se ajustaba bien a dos elementos que en 1913 Einstein había al fin aceptado. El primero, el carácter local del principio de equivalencia y quien dice «local» puede perfectamente entender «infinitesimal». El segundo, la aceptación de la interpretación cuatridimensional de Minkowski, lo que equivalía a no distinguir formalmente entre las coordenadas espaciales y la temporal, lo que favorecía al formato riemanniano.
FELIX KLEIN SOBRE LA HABILITACIÓN DE RIEMANN
«Por tratarse de una exposición ante la Facultad en pleno, [la habilitación de Riemann] apenas contiene fórmulas, pero por eso mismo tantos más desarrollos conceptuales de principios. Aquí va por delante aquello que Gauss había callado cuidadosamente en sus Disquisiciones, que no se trataba para él de desarrollar la Geometría sino sus fundamentos y, con ellos, los de la ciencia natural en general. En el contexto actual, se trata sólo de que Riemann ofrece ahí las líneas fundamentales de un tratamiento sistemático de las formas diferenciales cuadráticas con n variables […]. La publicación del texto cae más o menos por la misma época en que yo empezaba a ocuparme de problemas matemáticos. Así es que aún tengo un vivo recuerdo de la extraordinaria impresión que los razonamientos de Riemann causaron en matemáticos jóvenes. Mucho se nos hacía oscuro y difícil de entender y, aun así, de insondable profundidad, allí donde el matemático actual que ha dado entrada por anticipado a todas esas cosas en su modo de razonar sólo admira la claridad y la concisión del razonamiento.»
Felix Klein (1926, 2006: 710).
El Entwurf al que me referí antes se compone de dos partes: la física, escrita por Einstein, y la matemática, a cargo de Grossmann. Las dos primeras referencias que mencionaba Grossmann eran el «artículo fundamental de Christoffel sobre la transformación de formas cuadráticas diferenciales» (Christoffel, 1896), cuyos resultados, añadía (Einstein y Grossmann, 1913: 23), «constituyen el punto de partida del que Ricci y Levi-Civita [1900] desarrollaron sus métodos sobre el cálculo diferencial absoluto […] que nos permiten dar una forma invariante a las ecuaciones diferenciales de la física matemática». Pero es la parte física la que nos interesa sobre todo.3
Einstein comenzaba introduciendo el elemento de línea en un espacio de Riemann
ds2 = gαβdxαdxβ
(α, β… = 0, 1, 2, 3), indicando que el tensor (simétrico) métrico gαß(xμ) caracteriza no sólo el espacio-tiempo, sino también el campo gravitacional. Esto, que se mantuvo en la versión final de la relatividad general, quería decir que las diez cantidades gαß reemplazan al potencial escalar Φ de la teoría newtoniana, algo que, sin duda, constituye una seria complicación matemática. Como consecuencia del papel que tenían que desempeñar los gαß, las ecuaciones que determinan la dinámica del campo gravitacional (ecuaciones del campo) debían ser ecuaciones en derivadas parciales con los gαß como incógnitas. El problema que se abría ante Einstein y Grossmann era el de encontrar tales ecuaciones.
Einstein con el grupo de participantes en el II Consejo Solvay, 1913.
Para poder resolver este problema, lo primero que tenían que estudiar era el álgebra apropiada a los nuevos potenciales gravitatorios, el tensor gαß, es decir, el álgebra (o análisis) tensorial. Esto lo hizo Grossmann en la parte matemática del artículo en la que introdujo, entre otras, las nociones de tensor (de cualquier rango) «covariante» y «contravariante» (siguiendo para ello a Ricci y Levi-Civita), así como los símbolos de Christoffel
y el tensor de cuarto orden denominado de Riemann-Christoffel
Para Grossmann no había duda de que «el significado decisivo de estas estructuras [tensores] para la geometría diferencial de una variedad, definida por su elemento de línea, hace a priori probable, que estos tensores generales puedan ser importantes también para el problema de las ecuaciones diferenciales de un campo gravitacional». De hecho Einstein y Grossmann buscaban ecuaciones del campo de la forma
Λαβ = kTαβ
donde k es una constante (que se fija con el límite newtoniano; en ella, aparece la constante de la gravitación universal, G) y Tαβ los componentes del tensor de energía (que representan el contenido energético –y, por tanto, también material– del sistema que se está estudiando) y donde el tensor, todavía por encontrar, Λαβ debería satisfacer los siguientes requisitos:
1. Ser tal que la ecuación del campo fuese covariante (esto es, mantener la misma forma en todo sistema de referencia de coordenadas, lo que aseguraría el cumplimiento del principio de relatividad general);
2. que se pudiese construir a partir de gαβ y de sus derivadas de primer y segundo orden;
3. que en el límite newtoniano –bajas velocidades y campos gravitatorios débiles– se redujese a la ecuación newtoniana.
Hay que señalar que Einstein y Grossmann estaban suponiendo explícitamente que Λαβ debía de ser un tensor de segundo orden. La única razón que podían aducir para ello estaba relacionada precisamente con el límite newtoniano, pero Einstein se daba perfecta cuenta de que esta suposición no estaba totalmente justificada.
En lo que a candidatos para Λαβ se refiere, Grossmann tenía uno y así lo señalaba al escribir (Einstein y Grossmann, 1913: 36):4 «De hecho, es posible especificar un tensor diferencial covariante Rμν, de segundo orden y rango dos, que podría formar parte de aquellas ecuaciones:
En principio, esta relación era particularmente atractiva para Einstein y Grossmann, ya que aparecía el tensor de Ricci, Rαβ, definido en función del de Riemann, Rαβγδ, y por aquel entonces ya se habían dado cuenta del papel fundamental que en el campo gravitacional juega este último tensor puesto que se anula si y sólo si la métrica es pseudoeuclidea (espacio-tiempo plano) con lo que en cierta forma se asocian matemáticamente espacio-tiempo «vacío de gravitación» y relatividad especial. Ahora bien, para Grossmann –y para Einsteinesta elección presentaba problemas (Einstein y Grossmann, 1913: 36):
Esta misma expresión demuestra que este tensor no se reducirá, en el caso de un campo gravitacional infinitamente débil, a la expresión ∇2Φ [la del campo newtoniano]. Debemos dejar abierta, por consiguiente, la cuestión de hasta qué punto está relacionada con el problema de las ecuaciones de la gravitación la teoría general de los tensores diferenciales asociados al campo gravitacional. Tal conexión debe existir, en tanto en cuanto las ecuaciones de la gravitación permitan sustituciones arbitrarias, pero parece que en este caso no se pueden obtener ecuaciones diferenciales de segundo orden. Por otra parte, si se pudiese establecer que las ecuaciones de la gravitación admiten solamente un cierto grupo de transformaciones, se podría entender por qué no serían aceptables los tensores diferenciales que proporciona la teoría general. Como se indica en la parte física [escrita por Einstein], no estamos todavía en posición de discutir esta cuestión.
En definitiva, Einstein y Grossman estaban rechazando la posibilidad de tener
Rαβ = k·Tαβ
como ecuaciones del campo gravitatorio.
Antes de discutir si sus razones fueron correctas o no, quiero señalar que, al descartar esta posibilidad, abandonaban la de obtener unas ecuaciones del campo bastante próximas a las definitivas ecuaciones de la relatividad general. Más aún, en el caso de un sistema vacío (Tαβ = 0), esas ecuaciones pasan a ser
Rαβ = 0,
es decir, las mismas ecuaciones que se obtienen para el vacío en relatividad general. En otras palabras, que la solución de Schwarzschild (simetría esférica), que durante mucho tiempo fue el único soporte experimental de la relatividad general al deducirse de ella las tres pruebas clásicas, es también, en la misma situación física, solución de la teoría que en su artículo de 1913 Einstein y Grossmann descartaron.
Existen varias razones por las que tomaron esta decisión. A primera vista, parece que cometieron un error de cálculo elemental, pero no es éste el caso.5 Lo que ocurrió en realidad fue que se apoyaron en los resultados que de forma heurística habían obtenido para el caso estático, en el que se tenía una velocidad de la luz variable. De ahí se deducía que Φ = 0, esto es, que el potencial newtoniano era cero en todo el espacio, es decir, una teoría gravitacional sin campo gravitatorio.
Einstein y Grossmann se encontraban, por tanto, ante un problema frente al que cabía tomar varias opciones, a las que el propio Einstein se refería de la forma siguiente (Einstein y Grossmann, 1913: 11-12):
Se debe señalar, sin embargo, que bajo esta suposición [que las ecuaciones sean de segundo orden] parece ser imposible encontrar expresiones diferenciales Λαβ que sean una generalización de [la ecuación de campo newtoniana] y que resulten ser un tensor bajo transformaciones arbitrarias. No obstante, no se puede negar a priori que las ecuaciones exactas finales de la gravitación puedan ser de orden superior al segundo. Por tanto, existe siempre la posibilidad de que ecuaciones de la gravitación perfectamente exactas puedan ser covariantes con respecto a sustituciones arbitrarias. Intentar una discusión de tales posibilidades sería, sin embargo, prematuro en vista del nivel actual de nuestro conocimiento acerca de las propiedades físicas del campo gravitacional. Por tanto, estamos restringidos a [ecuaciones de] segundo orden y, en consecuencia, nos debemos abstener de establecer ecuaciones de gravitación que resulten ser covariantes con respecto a transformaciones arbitrarias. Más aún, se debe señalar que no disponemos de ningún indicio con respecto a la covariancia general de las ecuaciones de la gravitación.
En otras palabras, Einstein optaba por abandonar el principio de relatividad general. Era muy deseable tener una teoría que no privilegiase ningún sistema de referencia o de coordenadas (principio de relatividad general), pero no existía ningún indicio experimental que condujese a dicho principio, al contrario de lo que ocurría con el principio de equivalencia que se apoyaba en la igualdad observada experimentalmente entre masa inercial y masa gravitatoria. El principio de relatividad general (covariancia de la teoría) era casi una necesidad de orden estético para Einstein, pero era demasiado buen físico como para no estar dispuesto a abandonar opiniones que podrían resultar ser simples prejuicios. Ahora bien, Einstein no sólo se dispuso a abandonar la covariancia general, sino que con su imaginación desbordante también intentó justificarlo en función de una especie de primeros principios. Sus argumentos eran los siguientes:
a) El principio de causalidad exige que a una distribución dada de materia y energía (esto es, a un determinado Tαβ) le corresponda un único campo gravitacional.
b) A un campo gravitacional único le debe corresponder un único tensor métrico. (Einstein entendía que «único» no sólo quiere decir «físicamente único», sino también «función matemática de las coordenadas única»).
De estas dos premisas se obtenía la conclusión de que ninguna ecuación que sea covariante bajo una transformación arbitraria puede tener la propiedad (b). Precisamente porque la teoría es covariante bajo transformaciones arbitrarias, soluciones con diferente forma matemática y correspondiendo a las mismas fuentes podrían ser físicamente idénticas. Aparentemente, aunque nunca se sintió satisfecho con el abandono del principio de relatividad general, Einstein no se dio cuenta de lo erróneo de sus razonamientos hasta finales de 1915, es decir, hasta muy poco antes de llegar a la formulación definitiva de la relatividad general. Hasta entonces, básicamente, continuó creyendo, aunque con altibajos, en la teoría en la forma no covariante contenida en el Entwurf. En este sentido, el 2 de noviembre de 1913, se dirigía a Ludwig Hopf, que había colaborado con Einstein (firmaron dos artículos juntos) y sido su ayudante en Praga, en los siguientes términos (CPAE, 1993: 562): «Ahora estoy muy satisfecho con la teoría de gravitación. El hecho de que las ecuaciones gravitacionales no sean invariantes, que todavía me molestaba mucho hace tiempo, ha demostrado ser inevitable; se puede demostrar fácilmente que no puede existir una teoría con ecuaciones covariantes general si se exige que el campo sea matemáticamente completamente determinado por la materia».
El último párrafo es particularmente interesante. Con que «el campo sea matemáticamente determinado por la materia» quería decir que pensaba, como su todavía adorado Ernst Mach, que la inercia no era sino el «producto» de la interacción de un cuerpo con el resto del universo. Ya cité el pasaje pertinente del libro de Mach (1949: 197-198) sobre la historia de la mecánica: «El comportamiento de los cuerpos terrestres respecto de la Tierra se puede reducir a su comportamiento respecto de los lejanos cuerpos celestes. Querer afirmar que de los cuerpos móviles conocemos algo más de lo que denuncia la experiencia respecto de su hipotético comportamiento frente a los cuerpos celestes es hacernos culpables de una falsedad. Cuando decimos que un cuerpo mantiene su dirección y su velocidad en el espacio, con eso simplemente expresamos, en una forma abreviada, una observación sobre todo el Universo».
En el resumen publicado de una conferencia que Einstein pronunció el 9 de septiembre de 1913, durante la reunión anual de Schweizerische Naturforschende Gesselschaft (Asociación Suiza de Ciencias Naturales), encontramos una manifestación explícita de aquella creencia (Einstein, 1913 b: 138): «En particular, las ecuaciones implican la idea de que la inercia de los cuerpos no es una propiedad de los propios cuerpos individuales acelerados sino más bien una interacción, esto es, una resistencia a la aceleración relativa de cuerpos con respecto a otros cuerpos, una idea que ya fue avanzada por Mach y otros con argumentos epistemológicos».
Sobre el «principio de Mach» han corrido, en tiempos de Einstein y después, ríos de tinta, pero es ésta una cuestión que me llevaría demasiado lejos. Me limitaré a un breve comentario, el que se incluye en la siguiente cita.6
Otro punto que se debe resaltar de la teoría del Entwurf es la predicción que se seguía de ella de la curvatura de los rayos de luz. El 25 de junio de 1913, escribía a Mach (CPAE, 1993: 531-532):
Estimadísimo colega:
Probablemente habrá recibido usted hace unos días mi nuevo artículo sobre la relatividad y la gravitación [se trataba del Entwurf], que finalmente ha quedado completada después de un trabajo incesante y tormentosas dudas. El próximo año, durante el eclipse solar, sabremos si el Sol desvía los rayos de luz o, en otras palabras, si la subyacente suposición fundamental de la equivalencia de la aceleración del sistema de referencia, por una parte, y el campo gravitacional, por otra, es realmente correcta.
Si lo es, a pesar de las injustificadas críticas de Planck, sus brillantes investigaciones sobre los fundamentos de la mecánica habrán recibido una espléndida confirmación. Ya que de esto se sigue necesariamente que la inercia tiene su origen en algún tipo de interacción de los cuerpos, exactamente de acuerdo con su argumento sobre el experimento del cubo de Newton.
Einstein en el laboratorio de P. Weiss de la ETH, 1913. En la primera fila aparecen (de izda. a dcha.): K. I. Hertzfeld, O. Stern, Einstein, E. Picard, R. Fortrat y Grigorjeff, y en la segunda, segundo por la izda., P. Ehrenfest.
El eclipse de Sol al que se refería Einstein aquí iba a observarlo desde Rusia Erwin Freundlich, con quien ya nos encontramos en el capítulo 12. Y, efectivamente, la expedición astronómica se organizó y Freundlich marchó a Rusia, pero con tan mala suerte que el mal tiempo y el comienzo de la primera guerra mundial conspiraron dos veces para que Freundlich fracasara en sus intentos de conseguir las fotografías del eclipse solar. Todo su material fue confiscado y él mismo encarcelado durante cierto tiempo, hasta que fue canjeado por algunos rusos detenidos en Alemania; Freundlich estaba de nuevo en Berlín a primeros de septiembre de 1914.
Es interesante preguntarse qué habría ocurrido si Freundlich hubiese podido llevar a cabo sus observaciones, porque lo que predecía la teoría del Entwurf (y en el artículo de 1911) era la mitad del real, 0,83 segundos de arco, en lugar del valor correcto, 1,61 segundos de arco.
Aunque Freundlich fue quien más esfuerzos dedicó a la comprobación de la predicción de Einstein, éste hizo contactos con otros astrónomos, norteamericanos entre ellos. Así, el 14 de octubre de 1913 escribía a George Ellery Hale, entonces posiblemente el astrónomo estadounidense más influyente (CPAE, 1993: 559-560):
Una sencilla consideración teórica demuestra la plausibilidad de la suposición de que los rayos de luz experimentan una desviación del campo gravitacional. En el borde del Sol, esta desviación debería ser 0,84’’ y disminuir como 1/R (R = distancia del Sol). Sería, por consiguiente, del mayor interés saber la mayor proximidad al Sol en la que las estrellas fijas se pueden ver todavía durante el día (sin eclipse solar) cuando se aplican las magnificaciones máximas.
Siguiendo la sugerencia de mi colega el profesor Maurer, me dirijo a usted con la petición de que me diga, en base a su rica experiencia en estos asuntos, lo que piensa que puede conseguirse con los medios actualmente disponibles.
Hale pasó la petición de Einstein a otro distinguido astrónomo norteamericano, William Wallace Campbell, director del Observatorio Lick, que, como informaba Hale a Einstein en su respuesta (8 de noviembre; CPAE, 1993: 566-567), se estaba dedicando a «buscar fotografías de eclipses de estrellas próximas al Sol para el doctor Freundlich».7
Einstein y Besso, con quien siguió comentando su búsqueda de una teoría relativista de la gravitación.
El regreso a Zúrich –Mileva ansiaba volver a esta ciudad– no trajo la felicidad para la familia Einstein. La relación entre Mileva y Albert se deterioró muchísimo. La dedicación absoluta de Einstein al problema de la gravedad, cuyas complicaciones no compartía en absoluto con su esposa, sí con otros (Grossmann sobre todo), asociados a problemas de salud (reumatismo y depresión) de Mileva, no hacían a ésta feliz. El 12 de marzo de 1913, Mileva confesaba a su amiga Helene Savic: «Albert se dedica completamente a la física y parece que tiene poco tiempo para la familia».8
Por otra parte, Einstein comenzó por entonces a relacionarse más estrechamente con una prima suya, Elsa Löwenthal (1876-1936), Elsa Einstein de soltera. Divorciada en 1908, Elsa tenía dos hijas, Ilse y Margot, y no podía ser más diferente de Mileva: Mileva era compleja, intelectual y taciturna y Elsa era convencional, disfrutaba de las comodidades y no tenía reparos en actuar como «una buena ama de casa».
En la correspondencia de Einstein que ha sobrevivido, la primera carta que envió a Elsa data del 30 de abril de 1912. La escribió, respondiendo a otra, perdida, de ella, y la envió desde Praga, una semana después de haber regresado de Berlín, donde Elsa vivía. En ella decía, entre otras cosas (CPAE, 1993: 456): «No puedo ni siquiera comenzar a decirte cuánto me encariñé contigo esos pocos días. E iré a verte pronto (creo que al final de este semestre), si crees que esto es correcto. Es una pena que no vivamos en la misma ciudad. Desafortunadamente, las probabilidades de que obtenga un puesto en Berlín son bastante pequeñas […]. Pero tal vez llegará el día en que puedas elegir libremente tu lugar de residencia y…». Poco más de dos semanas después, el 17 de mayo, el ardor de Einstein aumentaba (CPAE, 1993: 459): «Tu carta me entristece. Los dos somos unos pobres diablos. Cada uno golpeado por deberes de los que no podemos escapar. No puedo decirte lo triste que estoy por ti y cuánto desearía significar algo para ti, pero abandonar nuestro afecto mutuo sólo produciría confusión y desgracia. Bien lo sabes tú, pero jamás pienses que yo vaya a abandonarte. Te amo y te lo demostré con honradez. De manera que no me metas a mi madre y a mí en el mismo cajón, ¡te lo ruego! Te lo digo una vez más. Te amo. Sería feliz si se me permitiese caminar unos pocos pasos a tu lado, incluso aunque sólo fuese de vez en cuando o, si de otra manera, pudiese estar cerca de ti. Sufro mucho porque no se me permite amar verdaderamente, amar a una mujer a la que únicamente puedo mirar. Sufro más incluso que tú, porque tú sufres solamente por lo que no tienes».
Albert y Elsa Einstein en Chicago, 1931.
No es de extrañar que terminasen siendo amantes. Ni que aumentase la tensión en el hogar de Einstein. Ni que la posibilidad de estar cerca de Elsa ayudase algo a que Einstein aceptase la oferta de un puesto en Berlín. Aunque cronológicamente debería tratar ahora de esa oferta, la dejaré para el final de este capítulo, para continuar tratando de los problemas personales de Einstein. Baste ahora decir que la oferta berlinesa se concretó y que la aceptó.
Einstein llegó a Berlín el 24 de marzo de 1914, solo, sin su mujer ni sus hijos, que estaban siguiendo tratamientos de salud en el Ticino (Mileva había estado antes en Berlín, en diciembre, para buscar un piso donde vivir todos y allí la ayudaron Fritz Haber y su esposa, Clara). Como el piso (ubicado en la Ehrenbergstrasse) que había elegido Mileva estaba siendo renovado, Einstein vivió primero con su tío Jakob Koch. Cuando, a mediados de abril, el piso estuvo preparado, la familia al completo se mudó a él, pero el cambio de residencia no ayudó a mejorar el entendimiento familiar y, a finales de junio, Mileva abandonó con los niños la casa para alojarse en la espaciosa villa de Haber. A finales de julio, los tres volvían a Zúrich.
El siguiente documento que hacia el 18 de junio de 1914, Einstein hizo llegar a Mileva a través de Haber muestra, con una crudeza escalofriante, hasta donde llegó el encono entre ambos. Que fuese Albert Einstein, que tantos escritos admirables sobre todo tipo de asuntos sociales y morales nos dejó, quien escribió estas lamentables líneas no sólo nos muestra lo compleja que es la condición humana sino el lado oscuro –que obviamente existió– del gran físico. El texto, preparado hacia el 18 de julio de 1914, en el que establecía las condiciones para continuar viviendo en el domicilio familiar, decía lo siguiente (CPAE, 1998 a: 44-45):
Condiciones.
A. Debes asegurarte de
1) que mi ropa, tanto la limpia como la por lavar, se mantenga en buen orden y arreglada;
2) que recibo mis tres comidas de manera regular en mi habitación, y
3) que mi habitación y mi despacho se mantienen siempre limpios y, en particular, que mi mesa esté dispuesta sólo para mí.
B. Renuncias a todas las relaciones personales conmigo en tanto que no sea absolutamente necesario mantenerlas por razones sociales. Concretamente, debes renunciar
1) a que me siente en casa contigo, y
2) a que salga o viaje contigo.
C. En tus relaciones conmigo debes aceptar explícitamente adherirte a los siguientes puntos:
1) no debes esperar de mí intimidad ni reprocharme en forma alguna;
2) debes desistir inmediatamente de dirigirte a mí si te lo pido, y
3) debes abandonar inmediatamente mi habitación o mi despacho sin protestar si te lo pido.
D. Aceptas no menospreciarme ni de palabra ni de hecho delante de mis hijos.
El siguiente documento de que disponemos es una carta de Einstein a Mileva, que debió seguir inmediatamente a la respuesta de ésta al recibir el texto. En ella, Einstein decía (CPAE, 1998 a: 45):
Q[uerida] Miza:
Ayer Haber me dio tu carta, de la que deduzco que quieres aceptar mis condiciones. Aun así, debo escribirte de nuevo de manera que entiendas claramente la situación. Estoy preparado para regresar a nuestro piso, porque no quiero perder a los niños y porque no quiero que ellos me pierdan a mí, y sólo por esta razón. Después de todo lo que ha pasado, una relación de amistad contigo está fuera de lugar. Debería ser una leal relación de negocios; los aspectos personales deben quedar reducidos al mínimo.
En semejantes condiciones, no es sorprendente que Mileva, Hans Albert y Eduard terminasen regresando a Zúrich ni que la separación acabase en divorcio. Fue Albert quien sacó esta cuestión (Mileva se resistía a esa solución). En una carta a Mileva fechada el 1 de abril de 1916 (CPAE, 1998 a: 278), escribía: «Después de explicarle nuestra situación a un abogado, acabo de iniciar el proceso de divorcio. El proceso tiene que formalizarse en la corte de Berlín y no debería ni causarte ninguna molestia ni gasto alguno». Una semana después, el 8 de abril, ampliaba detalles contestando a una carta de Mileva que no se conoce. Después de referirse a sus hijos («están en un estado físico y mental tan bueno que no deseo nada más. Y sé que esto se debe en su mayor parte gracias a cómo los cuidas»), decía (CPAE, 1998 a: 280-281):
No tendría sentido una conversación entre tú y yo, sólo serviría para abrir viejas heridas […]. Por lo que sé, el divorcio entre nosotros únicamente puede tener lugar en base a una acusación que proceda de ti [dos artículos del código legal suizo establecían como causa de divorcio: cometer adulterio y «ruptura total», JMSR]. Ya que debo figurar con la parte culpable y yo no puedo acusarme a mí mismo, ésta parece ser la única posibilidad. La primera pregunta es la siguiente: ¿estás dispuesta a presentar una demanda de divorcio contra mí? Si no es así, las siguientes cuestiones son inaplicables. Me parece que no arriesgas nada haciendo esto, ya que, por supuesto, tú puedes poner las condiciones bajo las cuales estarías dispuesta a divorciarte.
Mileva terminó aceptando y el divorcio llegó en febrero de 1919; entre las condiciones, una era que el dinero del Premio Nobel que no dudaban Einstein terminaría recibiendo iría íntegro a Mileva. Poco después, el 2 de junio de 1919, Einstein se casó con Elsa.
Sin embargo, para entonces, su pasión por ella parecía haber disminuido. Y decreció de una manera ciertamente no convencional, como muestra una carta que una de las hijas de Elsa, Ilse, escribió el 22 de mayo de 1918 desde Berlín a Georg Nicolai (1874-1964), profesor titular de Fisiología en la Universidad de Berlín y notable pacifista (preparó, como veremos en el capítulo siguiente, un manifiesto en 1914 en favor de la paz entre los pueblos europeos al que se sumó Einstein). «Recordará usted que recientemente hablamos del matrimonio entre Albert y mi madre y que usted me dijo que un matrimonio entre Albert y yo sería más apropiado. Nunca me detuve a pensar en ese comentario suyo hasta ayer. Ayer repentinamente se suscitó la cuestión de si A. quería casarse con mamá o conmigo [...]. El propio Albert se niega a tomar una decisión, está preparado para casarse conmigo o con mamá. Sé que A. me quiere mucho, acaso más de lo que lo hará nunca otro hombre, me lo dijo él mismo ayer. Por otra parte, puede incluso preferirme a mí como esposa ya que soy joven y podría tener hijos conmigo, lo que naturalmente no se aplica en el caso de mamá (CPAE, 1998 b: 769-771).»
Sin comentarios.
Albert y Elsa no tuvieron, por supuesto, hijos, pero ella cuidó bien de su marido y disfrutó de su fama, como se puede comprobar en numerosas fotografías, en las que aparece junto a Albert y celebridades como Charles Chaplin, Chaim Weizmann o Rabindranath Tagore. Que
Eduard y Hans Albert Einstein, Arosa, julio de 1917.
Einstein disfrutase igualmente es mucho más dudoso. Existe un documento profundamente revelador en este sentido: una carta que escribió el 21 de marzo de 1955, muy poco antes de su muerte, al hijo y a la hermana de Michele Besso, que acababa de fallecer. En ella se lee (Speziali, ed., 1994: 454-455):
Ha sido verdaderamente muy amable por su parte darme, en estos días tan tristes, tantos detalles sobre la muerte de Michele. Su fin ha sido armonioso, a imagen de su vida entera, a imagen también del círculo de los suyos. El don de llevar una vida armoniosa raramente va acompañado de una inteligencia tan aguda, sobre todo en la medida en que él la poseía. Pero lo que yo admiraba más en Michele, como hombre, era el hecho de haber sido capaz de vivir tantos años con una mujer, no sólo en paz sino también constantemente de acuerdo, empresa en la que yo, lamentablemente, he fracasado dos veces.
Es cierto que Einstein sufrió mucho al verse distanciado de sus hijos, a los que veía en algunas ocasiones, pero ellos no lo perdonaron fácilmente. La relación con Mileva mejoró con la distancia y el tiempo, pero tampoco dejaron de existir momentos crueles, como el que refleja una carta no publicada todavía (formaba parte de los documentos ofrecidos en la subasta de Christie’s de noviembre de 1996, citándose en el catálogo publicado) de Einstein a Mileva, esta del 24 de octubre de 1925:
Cuando leo una carta tuya, me siento como un criminal, especialmente cuando no puedo recordar las circunstancias reales. De hecho, siempre hice todo lo que fue humanamente posible para hacer más fácil y mejorar tu vida [...]. No aprecias nada de lo que hago. Todo lo que saco de ti es insatisfacción y desconfianza. Ya no lo tomo a mal porque creo que estoy tratando con alguien anormal. Me haces reír con la amenaza que me haces de escribir tus memorias. ¿No se te ha ocurrido pensar que ni siquiera un gato daría un céntimo por semejantes garabatos si no fuese porque el hombre con el que te relacionabas había logrado algo importante? Si una persona es un cero a la izquierda, no hay nada que le puedas reprochar. Sin embargo, uno debería ser agradable y modesto y mantener la boca cerrada; éste es el consejo que te doy. Pero si el diablo no te abandona, entonces, en el nombre de Dios escribe lo que él quiera que hagas. He tenido que enfrentarme ya con tantas tonterías de otras personas que puedo afrontar las tuyas con calma.
Al tener que enfrentarse con la –con demasiada frecuencia inevitable– dureza de la vida, los seres humanos reaccionan de muy diversas maneras: con desesperación, extrañamiento, violencia o depresión, por citar algunas posibilidades. Einstein encontró en la ciencia, que para él consistía en la búsqueda de lo objetivo, su vía de escape. Ilustrativas en este sentido son las siguientes frases, extraídas de un discurso que pronunció el 26 de abril de 1918 durante la celebración del sexagésimo aniversario de Max Planck en la Sociedad de Física de Berlín (Einstein, 1918 a: 29-30): «En principio, creo, junto con Schopenhauer, que una de las más fuertes motivaciones de los hombres para entregarse al arte y a la ciencia es el ansia de huir de la vida diaria, de su dolorosa crudeza y su horrible monotonía, el deseo de escapar de las cadenas con que nos atan nuestros siempre cambiantes deseos. Una naturaleza de temple fino anhela huir de la vida personal para refugiarse en el mundo de la percepción objetiva y el pensamiento». No hace falta decir que algunos admirarán semejante postura y otros la criticarán como expresión de egoísmo o cobardía. Sea como fuese, el hecho es que para comprender a Einstein el hombre, al igual que una parte de sus escritos no científicos, hay que tener muy en cuenta su filosofía trascendentalista.
En cualquier caso, el descubrimiento de que Einstein no fue, en su cotidianeidad, un santo laico, parece haber constituido una sorpresa para muchos. Así, han florecido, y continúan haciéndolo, obras en las que se insiste en sus «debilidades» humanas. Y entre esas debilidades se han destacado sus relaciones con mujeres. Una fuente notable son los recuerdos del húngaro Janos Plesch (1878-1957), que fue el médico personal de Einstein en Berlín hasta la llegada de los nazis; aun así, Plesch, que como Einstein emigró a Estados Unidos, continuó su amistad con su paciente: Plesch fue la última persona, fuera del círculo familiar del físico, que lo vio antes de su muerte. En un manuscrito que su hijo Peter publicó en 1995, Janos se refirió extensamente a la relación de Einstein con las mujeres. Dejaba claro allí que Einstein mantuvo numerosas relaciones con todo tipo de mujeres, incluso llegaba a manejar la hipótesis, ciertamente muy atrevida y en absoluto verificada, que es muy posible que contrajese sífilis y que este mal tuviese que ver con sus posteriores problemas de salud, como el que le produjo la muerte. Dejemos que sea él quien hable (Plesch y Plesch, 1995: 310):
Ahora uno se pregunta cómo un hombre [Einstein] tan sano y bien parecido no habría tenido alguna vez mala suerte y contraído sífilis en una de sus aventuras. En mi larga práctica médica, he encontrado casi sin excepción que los aneurismas abdominales [Einstein murió de un aneurisma] son de origen sifilítico. Puede ser, por supuesto, que Einstein fuese excepcional también en este aspecto y que su aneurisma no fuese específico. Sin embargo, también sugiere una temprana infección sifilítica en que sufriese amplios ataques secundarios de anemia.
Mi último comentario sobre este apartado de la vida de Einstein, al que ya no volveré, y que Highfield y Carter (1996) han tratado ampliamente, es un caso que estos autores no mencionan.
En, de nuevo, una subasta pública celebrada el 26 de junio de 1998 en Nueva York, esta vez realizada por Sotheby’s, se ofreció un lote compuesto por nueve cartas de Einstein a Margarita Konenkova, junto a otros materiales (el precio de salida fue de 250.000 dólares). Lo mejor es citar la nota del propio catálogo preparado por Sotheby’s:
LA HASTA AHORA DESCONOCIDA RELACIÓN AMOROSA DE EINSTEIN CON UNA ESPÍA RUSA. El material de este lote comprende el descubrimiento más significativo en relación con la vida personal y emocional de Einstein desde que se conocieron en 1987 las primeras cartas que escribió a su primera esposa, Mileva. La historia que cuentan es incluso más llamativa y considerablemente más compleja que las del joven y típico amante que muestran las cartas a Mileva. Las cartas y otros materiales relacionados que ofrecemos sacan a la luz por primera vez la historia de la relación amorosa de Einstein con Margarita Konenkova (c. 1900-1982), esposa del eminente escultor ruso Sergei Konenkov (1874-1971). Los Konenkov vivieron como emigrados en Estados Unidos durante más de veinte años, desde comienzos de los años veinte hasta finales de 1945, cuando fueron reclamados por la Unión Soviética. Sergei Konenkov tenía un estudio en Greenwich Village, donde, aunque se negó aprender inglés, desarrolló una carrera con bastante éxito realizando retratos para muchos estadounidenses eminentes, incluyendo un número de miembros de la Corte Suprema. Además de ayudar a su marido, durante los años de guerra Margarita sirvió como secretaria ejecutiva de la Sociedad Americana para Ayuda a Rusia. También fue [...] espía soviética.
En este punto, el catálogo indica que Einstein había conocido a los Konenkov en 1935, quizá antes, cuando Sergei realizó un busto suyo –que ahora se encuentra en el Institute for Advanced Study de Princeton– y que aunque no es posible determinar durante cuánto tiempo Einstein y Margarita habían sido amantes, a finales del otoño de 1945, «su relación era apasionada». Y, en este punto, como si fuese una novela de espías, se incluyen los siguientes comentarios: «Es igualmente manifiesto, tanto de las cartas como de otros materiales ofrecidos aquí que han sobrevivido a través de un miembro de la familia Konenkov que el papel de Margarita fue complicado. Tuvo que hacer juegos malabares con los deseos y las necesidades de Einstein, de su marido y de quien la controlaba, el vicecónsul soviético Pastelniak (que utilizaba el nombre falso de Pavel Mikhailov y dio a Margarita el nombre en clave de Lucas). Amor, manipulación y desengaño estuvieron inseparablemente unidos en su relación con Einstein. La tradición familiar de que tuvo otras muchas relaciones amorosas, incluyendo entre ellas a Rachmaninoff y al artista, también un emigrante, Boris Chaliapin, sugieren que estaba bien entrenada para su relación con Einstein». Uno de los últimos servicios que Margarita realizó, antes de regresar apresuradamente a la Unión Soviética, fue intentar, a mediados de agosto de 1945, que Einstein recibiese a Mikhailov, aparentemente para discutir cuestiones relacionadas con la bomba atómica que, recordemos, se acababa de probar con éxito sobre Hiroshima y Nagasaki.
Una cuestión evidente que suscitan estas cartas es la opinión que Einstein tuvo sobre la Unión Soviética. En este sentido, hay que decir que durante algunos años se mostró dispuesto a creer que el Gobierno de Stalin era bueno, algo que sorprende si tenemos en cuenta que a lo largo de su vida insistió mucho en defender los derechos individuales frente a las entidades políticas. En una carta de 1937, en el clímax de aquella mascarada que fueron los juicios de Moscú, expresó a Max Born su creencia de que los juicios mostraban una auténtica y peligrosa conspiración, que Stalin tenía que combatir (Born, 2005: 127). En una entrevista con Raymond Swing en el número de noviembre de 1945 del Atlantic Monthly, se refirió eufemísticamente a la dictadura estalinista como una «regla minoritaria» necesaria porque «no existía una mayoría capaz de hacer eso», manifestando que si hubiese nacido en Rusia, «creo que me habría ajustado a esta situación». Sin embargo, en sus cartas a Konenkova aparecen algunos indicios de que al menos a partir de 1946 había comenzado a contemplar la situación en la Unión Soviética de manera diferente. Así, contestando a una carta de Margarita en la que ésta le debió de describir las festividades del Primero de Mayo en Moscú, Albert escribía: «Me puedo imaginar que el Primero de Mayo debe haber sido magnífico. Ya sabes, sin embargo, que contemplo con preocupación estos exagerados sentimientos patrióticos. Hago siempre lo que puedo para convencer a la gente de la importancia de un pensamiento cosmopolita, razonable y justo» (1 de junio de 1946).
Pero dejemos ya todos estos asuntos y regresemos a su carrera académica.
La noche del 11 de julio de 1913, Max Planck y Walther Nernst, acompañados de sus esposas, tomaban el tren que debía llevarles de Berlín a Zúrich. Su misión era intentar convencer a Einstein para que aceptase una jugosa oferta: miembro de la prestigiosa Preussische Akademie der Wissenschaften (Academia Prusiana de Ciencias), que había sido fundada en 1700, con Leibniz como primer presidente, catedrático, sin obligaciones docentes, en la Universidad de Berlín, y director de un instituto que la Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft zur Förderung der Wissenschaften (Sociedad Káiser Guillermo para el Desarrollo de las Ciencias) establecería para él y que no implicaría funciones administrativas ni personal, sólo la posibilidad de promover proyectos que considerase interesantes.9 En realidad, la idea de atraerlo a Berlín venía de antes. El plan inicial databa del año anterior y pretendía que se incorporase a la Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft zur Förderung der Wissenschaften, de la que hablaré en el capítulo siguiente. Entre los promotores de la idea se encontraba Fritz Haber, que dirigía uno de los primeros institutos creados, el de Química-Física y Electroquímica. Haber quería que los nuevos resultados de la física cuántica, que obviamente afectaban a la química, se incorporasen también a los intereses del centro, basados en la química-física clásica, para lo cual sería magnífico que Einstein, uno de los líderes de la física cuántica, se incorporase al instituto. A tal fin, el propio Haber habló con Einstein en Zúrich en diciembre de 1912, conversación de la que informaba a Hugo Krüss, del Ministerio de Educación prusiano el 4 de enero de 1913 (CPAE, 1993: 510-511):
En una conversación sobre el Ord Professor de Física Teórica del Instituto Politécnico de Zúrich, que tuvimos el año que acaba de terminar, usted sacó la cuestión de si no podría crearse un puesto para este extraordinario hombre en el instituto a mi cargo. Después de haber pensado en esta idea durante algún tiempo, me he convencido de que su realización constituiría una gran ventaja para el instituto y que, desde el punto de vista personal, podría intentarse con alguna probabilidad de éxito. Incluso aunque no fui tan lejos como para dar al señor Einstein pista alguna de esto, encontré que, aunque está completamente absorbido en sus investigaciones, estaría feliz sin la gran carga docente que está obligado a dar. Más aún, me di cuenta de que no tiene ninguna objeción fundamental con respecto a Berlín. Es cierto que hace algún tiempo declinó una invitación para formar parte del Physikalisch-Technische Reichsanstalt [el Instituto Imperial de Física Técnica], que le presentó el señor Warburg, pero son precisamente las razones que lo condujeron a esta decisión las que me dan esperanza de que, en principio, no reaccione negativamente a una invitación de nuestra junta de gobierno.
Walther Nernst. Dibujo de Elizabeth Korn, fechado el 17 de septiembre de 1929.
Aquello no prosperó, pero fue el preludio de la visita y la oferta de Planck y Nernst. Las condiciones eran magníficas. La Preussische Akademie der Wissenschaften correría con el salario de Einstein: 12.000 marcos anuales. Constituida por unos setenta miembros, divididos en dos clases, una de ciencias físicas y matemáticas y otra de filosofía e historia, que se reunían normalmente cada quince días, la Preussische Akademie der Wissenschaften sólo pagaba a los académicos, como un «salario honorario» anual, 900 marcos, obteniendo éstos el grueso de su salario de sus puestos como profesores o miembros de otras instituciones. Dentro de su estructura, la Preussische Akademie der Wissenschaften tenía dos puestos perpetuos para académicos muy distinguidos, a los que les permitiría no tener ninguna obligación más que las que ellos deseasen, esto es, estar completamente libres para dedicarse a sus investigaciones. El puesto en la clase de ciencias físicas y matemáticas había estado ocupado por el químico-físico holandés Jacobus Henricus van’t Hoff hasta su fallecimiento en 1911. Después se le ofreció a Röntgen, pero éste prefirió continuar en Múnich, y la siguiente elección fue Einstein. Los 12.000 marcos que se le ofrecieron fueron proporcionados por el banquero berlinés Leopold Koppel, que ya se había distinguido como un magnífico patrón de la ciencia por sus donaciones a la Sociedad Káiser Guillermo. Aunque se trataba de un magnífico salario (completado con los 900 marcos comunes a todos los académicos), otros científicos ganaban bastante más con sus puestos universitarios, que incluían derechos de exámenes y de matrículas, hasta alcanzar en ocasiones los 20.000 marcos. El salario base de Nernst como catedrático, por ejemplo, era de 15.000 marcos.
Pero volvamos a la visita de Planck y Nernst.
Ya en Zúrich, Plank y Nernst visitaron a Einstein en su despacho de la ETH y le transmitieron la oferta. Einstein les dijo que necesitaría unas horas para contestarles. Mientras esperaban la respuesta, ambos fueron de excursión con sus esposas, tomando un funicular a una de las montañas próximas. Einstein quedó en que les esperaría al regreso y que si decidía rechazar la oferta llevaría una rosa blanca, pero si la aceptaba la rosa sería roja. Cuando llegaron, Einstein lucía una rosa roja. Justo después de la visita, escribía a su amigo Otto Stern (2003: 112): «¿Sabes?, los dos parecían ir detrás de la rareza numismática que al parecer debo de ser yo». Y el 22 de julio informaba a Jakob Laub (CPAE, 1993: 538): «El próximo semestre daré un curso sobre la teoría común de la electricidad y probablemente también sobre la relatividad. Éste será una vez más mi semestre de despedida, porque en Pascua me marchó a Berlín como un académico sin ninguna obligación, de alguna manera, como “una momia viviente”».