El 8 de mayo de 1945, el mismo día que concluyó la guerra en Europa, estalló una revuelta en Argelia que produjo víctimas entre los colonos europeos. Siguió una represión implacable ordenada por el general De Gaulle: 1.500 muertos, según las cifras oficiales francesas, 45.000 según las autoridades argelinas, mientras que los historiadores la estiman entre 6.000 y 15.000. Los franceses no trataban mejor a los argelinos de lo que los habían tratado los alemanes a ellos. Y no fue un desgraciado suceso aislado. También entonces, los disturbios acaecidos en Siria (país formalmente independiente, pero controlado militarmente por Francia) se reprimieron del mismo modo y se saldaron con más de mil muertos. En relación con “los otros”, los europeos seguían permitiéndose lo que se había considerado vituperable en el interior de Europa.
Los norteamericanos, implicados al otro lado del océano contra un régimen racista, cultivaban imperturbables en su casa sus propios prejuicios raciales. Se practicaba la discriminación en el ejército enviado contra Hitler y en el cual los militares de color detentaban estrictamente grados subalternos. En el territorio estadounidense, la discriminación legal de los negros en la mitad meridional del país se prolongó durante dos décadas.
Las autoridades norteamericanas hicieron una distinción entre los alemanes blancos (incluso más que blancos, “nórdicos”) y los japoneses “amarillos”. Cuando Estados Unidos entró en la guerra, sus ciudadanos de origen japonés (algunos de ellos, perfectamente integrados) fueron internados en campos de concentración, lo que no aconteció con los de origen alemán (mucho más numerosos, es cierto). La guerra contra Japón fue más cruel por ambas partes, ya que los japoneses no eran menos racistas que los norteamericanos; evidentemente, se manifestó mucho más odio en el teatro de operaciones del Pacífico. El bombardeo de las ciudades japonesas fue de una violencia que superó a la de los bombardeos de Europa. ¿Habrían recurrido los norteamericanos al arma atómica contra Alemania? No es nada seguro. Pero lo hicieron sin el menor remordimiento de conciencia, tratándose de los japoneses. Ya hemos dicho que resultaría miserable comparar a Auschwitz con Dresde. ¿Y con Hiroshima o Nagasaki? Naturalmente, hay justificaciones estratégicas e incluso “humanitarias”: acortar la guerra, salvar vidas de soldados norteamericanos… Nos queda a cada uno el derecho a dictar un juicio moral. Indudablemente, los criminales de guerra japoneses fueron juzgados y condenados, como los nazis.
Hay una medida en todo. No pueden ponerse en un mismo plano los desaciertos colonialistas o racistas de los franceses o norteamericanos y el racismo cínico de los nazis. Sin embargo, todas estas manifestaciones tienen un parecido, aunque su intensidad no sea la misma. Ocurren en un mundo en el que la jerarquización de las razas o de las distintas comunidades parece algo que se da por descontado, con todas las consecuencias que se derivan de esa perspectiva discriminatoria.