Capítulo 6

LA FUGA

La gigantesca sala estaba sumida en la oscuridad, y la nube de humo y cenizas que flotaba permanentemente en el aire le quemaba la garganta al constructor cada vez que respiraba. Avanzó en silencio, con la espalda pegada al muro exterior de la celda, y así se deslizó por el borde de la estructura hasta doblar la esquina. No había monstruos a la vista. Malacoda confiaba tanto en la desesperanza de los constructores que no se había molestado en apostar guardias. Miró hacia arriba y recorrió con los ojos los altos y sombríos muros. Veía el resplandor de los blazes que flotaban en las galerías de arriba, pero estaban demasiado lejos como para verlo en la oscuridad. Se movió todo lo deprisa que pudo por la cámara hasta alcanzar el pasadizo más cercano y echó un vistazo; también estaba vacío. Se giró para volver a mirar hacia la celda. Veía a los demás constructores junto a las ventanas, mirando entre los barrotes con expresión aterrorizada pero ahora, también, con algo de esperanza.

Enfiló el pasadizo y corrió entre las paredes de ladrillo del inframundo; deteniéndose en cada intersección para escuchar con atención por si lo seguía alguien. No había saltado ninguna alarma… todavía. Miraba antes de doblar cualquier esquina, y después avanzaba por el túnel en busca de una salida. Las antorchas salteadas iluminaban los muros de los pasillos, pero estaban separadas de forma que los círculos de luz no se tocaban. Recorría un camino sinuoso para evitar exponerse a la luz de las antorchas con la esperanza de pasar inadvertido.

De repente, el aire se llenó de lamentos desesperados: ¡hombres-cerdo zombis! El constructor se pegó rápidamente a la pared del túnel en una intersección y asomó la cabeza para mirar. Un grupo de monstruos se acercaba: tres zombis y un blaze. Volvió a esconderse rápidamente y buscó un lugar donde ocultarse. El túnel no tenía puertas ni recovecos de ningún tipo, era solo un pasillo largo de infradrillo. Ya se oía la respiración mecánica del blaze, cuyo ritmo tenso y sibilante añadía una nota disonante a los lamentos de los zombis.

«¿Qué hago, qué hago? —pensó—. No puedo quedarme aquí. Tengo que esconderme.»

Dirigió varias miradas más al túnel en busca de un escondite, sin éxito. El pánico inundó su mente al visualizar el momento en que los monstruos doblaran la esquina y lo encontraran allí. Pero, de repente, localizó una amplia zona en sombra entre dos antorchas. Se movió con rapidez y se camufló en la oscuridad. El sonido de sus pies resonaba entre los muros de piedra y minaba su coraje.

«Espero que no me hayan oído.»

Se tiró al suelo, se estiró todo lo largo que era y se pegó a la pared. Justo cuando apoyaba la cabeza en el suelo, los zombis y el blaze llegaron a la intersección.

«Si vienen hacia donde estoy, me verán. Y seré hombre muerto.»

El constructor contuvo la respiración y esperó. Los hombres-cerdo zombis se pararon en el centro de la intersección. Adelantándose, el blaze miró arriba y abajo del túnel, intentando decidir qué camino tomar. Flotando sobre sus rodillos giratorios, la criatura en llamas empezó a desplazarse hacia donde estaba el constructor; el túnel empezó a iluminarse… Pero entonces uno de los zombis dijo algo con su voz gutural y plañidera. El blaze se detuvo y dio media vuelta para mirar al monstruo en descomposición.

—¿Qué has dicho? —silbó el blaze.

—Por aquí. Creo que es por aquí —gruñó el zombi, apuntando con su espada dorada a otro túnel.

Los otros zombis asintieron con la cabeza.

El blaze suspiró con su respiración mecánica y sincopada y miró al zombi; a continuación, se alejó flotando.

—Podías haberlo dicho antes —le espetó a la criatura putrefacta al pasar junto a ella, mientras le dirigía una pequeña llamarada.

El blaze adelantó al monstruo y se perdió por el otro túnel. Los hombres-cerdo zombis lo siguieron lentamente, mientras el resplandor del blaze se apagaba en la oscuridad.

Al constructor empezaron a arderle los pulmones. No se había dado cuenta de que había estado aguantando la respiración todo el tiempo. Cuando volvió a respirar, el aire le supo dulce a pesar del humo y la ceniza; su cuerpo necesitaba oxígeno. No había monstruos a la vista. Suspiró y dejó que el pánico abandonara su cuerpo mientras se relajaba un poco.

«Ha estado cerca», pensó.

Reemprendió su camino en la misma dirección que había decidido tomar al principio, en busca de alguna salida o una ventana.

El miedo arrasaba su mente mientras corría, haciéndole muy difícil pensar. No le daba miedo morir —eso era algo que había acabado aceptando después de que lo llevaran a aquel horrible lugar—; lo que más le pesaba era la responsabilidad que cargaba ahora sobre sus hombros. Tenía que averiguar qué estaba ocurriendo allí abajo y qué planeaba el rey ghast. Era vital que cumpliese su misión, y por eso el constructor sentía que todo Minecraft dependía de él en aquel momento. Si fracasaba, podía desencadenar la destrucción de todo lo que más quería en el mundo.

Esprintó túnel abajo durante unos doscientos bloques más y después aminoró el paso. Vio un resplandor que iluminaba el pasadizo un poco más adelante y oyó una respiración mecánica. Además del silbido sincopado, se oía también el crujido de algo quemándose, y el olor a humo era cada vez más fuerte. El constructor supo enseguida de qué se trataba: blazes, muchos blazes.

Venían directos hacia él.

Miró a su alrededor y no vio ningún lugar donde esconderse, solo un pasillo largo que se extendía por delante y por detrás, además de una intersección a lo lejos. Entonces, un olor a podrido lo alcanzó desde detrás, y los lamentos desesperados de aquellas criaturas que odiaban la vida se sumaron a los crujidos de delante: hombres-cerdo zombis.

Estaba atrapado.

Su única esperanza era esconderse en la intersección. Corrió con todas sus fuerzas hacia delante. Dejó de esquivar las antorchas y atravesó como una centella los círculos de luz. El resplandor tembloroso le cegaba ahora que se había acostumbrado a ver en la oscuridad. Ignoraba todo lo que lo rodeaba, pues los ruidos de los zombis se oían cada vez más cerca, igual que el resplandor de los blazes, y solo podía avanzar con todas sus fuerzas, concentrado en llegar a la intersección.

«¿Conseguiré llegar antes que los blazes?»

Pensó en los demás constructores, que seguían en la celda, y en la esperanza pintada en sus caras. También pensaba en sus aldeanos: el viejo Jardinero, Granjera, Excavador y Corredor… pobre Corredor. Los rostros de sus amigos y de los niños lo miraban en su recuerdo; todos confiaban en él, tenía que averiguar qué tramaba Malacoda.

«Tengo que llegar a la intersección. ¡No puedo volver a fallar a mi aldea!»

Ahuyentó el pánico y el miedo y siguió corriendo. Mientras lo hacía, notó cómo una ola de calor inundaba el pasadizo, anunciando a los blazes que se acercaban. El olor a humo era cada vez más fuerte y dificultaba la respiración. Sacó todas las fuerzas que le quedaban y apretó el paso. Dobló la esquina justo cuando el resplandor de los blazes llenaba el túnel. Buscó un escondite en el nuevo túnel y vio unos escalones que ascendían a una galería. Los subió corriendo y se agazapó en la galería, escondido detrás de una esquina, arrastrando los pies sobre la cornisa cubierta de ceniza sobre el inframundo. Apretó la espalda contra la pared, separándose todo lo posible del borde, con la esperanza de desaparecer en las sombras. Una luz brillante y amarilla inundó el túnel cuando uno de los blazes entró en el pasadizo de donde acababa de salir, y la respiración mecánica penetró en sus oídos. La oía como si estuviese a su lado, y el humo le daba ganas de toser, cosa que no podía hacer o estaría muerto. Tragó saliva para aplacar la necesidad de carraspear, se quedó completamente inmóvil y esperó.

Oía acercarse al blaze a medida que su respiración mecánica y sibilante aumentaba de volumen, pero no subió los escalones de la galería. Satisfecho con lo que había visto en el túnel, volvió al pasadizo principal con los suyos. El constructor tosió muy bajito, suspiró y se relajó un poco. Estaba a salvo… por el momento.

Se giró para observar el inframundo y vio monstruos por todas partes: hombres-cerdo zombis, blazes, cubos magmáticos, esqueletos y, por supuesto, los terroríficos ghasts. Un inmenso mar de lava se extendía ante él, sin orilla a la vista. La lava fluía y burbujeaba, desprendiendo una luz naranja por toda la cámara subterránea. Estaba impresionado por la inmensidad de aquel mar hirviente. Parecía extenderse hasta el infinito, y la orilla opuesta no alcanzaba a verse tras la pertinaz neblina.

Pero entonces, entre la bruma de humo y ceniza que parecía impregnarlo todo en el inframundo, vislumbró un islote de piedra en mitad del enorme mar de fuego. Un estrecho puente de roca unía la isla con la orilla; la piedra gris casi refulgía por el calor. Vio que el puente discurría por la infiedra oxidada hasta una abertura enorme en la fortaleza. Unas escaleras gigantes descendían desde aquella abertura hasta el paso elevado de piedra que había debajo.

Un montón de monstruos cruzaban el puente hasta la isla. Esforzándose para ver a través de la niebla, el constructor advirtió que el islote estaba rodeado de cubos azules brillantes, unos diez, con dos huecos que parecían estar aún a medias. Los cubos contrastaban enormemente con la piedra gris y la roca fundida naranja, y estaban montados sobre bloques de obsidiana; los bloques negros con flecos morados para el teletransporte eran también perfectamente visibles sobre el gris de la isla pétrea. Parecían casi traslúcidos, como si estuvieran hechos de hielo glacial, aunque el constructor sabía que eso era imposible. Era imposible que hubiera hielo en aquel reino. Tenían que ser de otro material, uno resistente al calor. Pero ¿cuál, y para qué eran aquellos bloques?

Justo entonces, un grupo de hombres-cerdo zombis salió de una abertura debajo de él con unos cuantos prisioneros: un constructor y seis aldeanos. Llevaron al grupo de condenados hacia el puente y los empujaron en fila india por él hasta la enorme isla. Los PNJ caminaban con la cabeza gacha y los hombros hundidos. Tenían la derrota pintada en las caras, mezclada con un miedo inconmensurable. Uno de ellos cojeaba, arrastrando levemente la pierna izquierda. Tenía el pelo castaño, y se le veía más oscuro aún a la luz naranja del inframundo. Iba vestido con la túnica negra de constructor.

«¡Es uno de los prisioneros de la celda!»

Mientras caminaban, los PNJ observaban a los monstruos que había cerca: los blazes que flotaban sobre sus cabezas, los esqueletos con armadura (los esqueletos wither) que rodeaban al grupo y, por supuesto, los ghasts que flotaban más arriba. No había escapatoria posible para aquellos pobres aldeanos.

Lentamente, Malacoda apareció en escena como llevado por unas alas invisibles; sus tentáculos se retorcían como un nido de serpientes. Miró a los aldeanos con su inquietante semblante infantil y esbozó una sonrisa maliciosa que hizo que los recorriera un escalofrío (una sensación bastante poco habitual en aquel reino abrasador). Separaron al constructor del resto del grupo y lo empujaron a uno de los huecos vacíos en el círculo de bloques azules. Un hombre-cerdo zombi lo empujaba a punta de espada sin remordimientos para que se diese prisa, aunque la cojera ralentizaba el paso del PNJ. Una vez que estuvo sobre uno de los bloques de obsidiana, le pusieron delante una mesa de trabajo y varios bloques de diamante.

—Constructor, a construir —dijo Malacoda con una voz estruendosa que asoló el inframundo entero y llegó hasta la fortaleza.

—No pienso construir nada para ti, ghast —espetó el constructor.

El rey del inframundo señaló con un tentáculo a uno de los aldeanos. En un instante, todos los blazes que flotaban sobre la isla lanzaron sus bolas de fuego al aldeano. El PNJ desapareció con un «pop», dejando tras de sí lo que quedaba en su inventario.

Malacoda bajó flotando hasta situarse frente al constructor.

—Voy a pedírtelo una vez más —dijo el rey ghast—. Ya sabes lo que quiero que construyas. Hazlo, o muchos otros morirán a causa de tu desobediencia.

—¡Vas a matarnos de todas formas!

Movió otro tentáculo. Los hombres-cerdo zombis se acercaron a una prisionera y la empujaron a punta de espada hasta el precipicio, al borde de la isla. De repente, una de las bestias putrefactas se adelantó, blandió su poderosa espada y tiró a la aldeana a la lava. Esta forcejeó durante unos segundos, se hundió despiadadamente y desapareció enseguida al consumirse sus PS.

Había muerto otro aldeano.

—¿Te lo tengo que pedir otra vez, PNJ? —preguntó Malacoda, cuyos ojos ardían, rojos de rabia, con las pupilas encendidas como si estuvieran en llamas de verdad—. Hay muchos más aldeanos insignificantes a los que puedo matar, no solo estos que ves aquí. —El ghast señaló la fortaleza, donde tenía cautivos a cientos de PNJ. Estaban construyendo anexos al ya inmenso castillo de infradrillo negro, para ampliarlo y que cupiese su extenso ejército—. Mataré a cien de tus adorados PNJ para convencerte si hace falta. Al final, harás lo que te ordeno. ¡¡¡Así que hazlo!!!

El constructor miró a los pobres infelices que trabajaban sin descanso en la fortaleza y luego a sus aldeanos. Los cuatro que quedaban aún con vida estaban aterrorizados, y lo miraban implorando compasión… implorándole que tuviese piedad de ellos. Solo querían seguir con vida, no les importaba lo que quisiera el ghast. El constructor los miró uno por uno a los ojos, que le rogaban en silencio que les salvase la vida. Suspirando, accedió.

—Muy bien, haré lo que me pides, ghast —dijo el constructor, resignado.

Levantó con cuidado la mesa de trabajo y la colocó encima del bloque de obsidiana que tenía delante, y después cogió los bloques de diamante. Sus manos se pusieron a trabajar en un torbellino, moviéndose a toda velocidad por la mesa. Haciendo gala de sus mejores habilidades de construcción, puso todo su esfuerzo en la creación, insuflando el objeto con sus poderes mágicos conferidos por Minecraft. La mesa de trabajo empezó a brillar con un extraño resplandor helado, una radiación de zafiro que iluminaba a todos los que estaban alrededor y los despojaba del rojo ígneo para hacerlos parecer vivos otra vez, como si todo fuese bien. A medida que el constructor trabajaba en aquel objeto para el rey ghast, parpadeaba en rojo y sus PS disminuían. Su rostro se contraía por el dolor y fruncía el entrecejo por la agonía. Empezaron a caerle gotas cuadradas de sudor del cabello corto y castaño. Caían al suelo abrasador y se convertían inmediatamente en vapor.

Otro flash rojo.

La mesa de trabajo brillaba con un resplandor azul claro.

Más rojo… el constructor seguía perdiendo PS.

La mesa brillaba más y más. El constructor estaba echando el resto en la creación, y su cuerpo se encogía cada vez que parpadeaba en rojo. Un sonido inundó el aire; eran sus lamentos de agonía. El constructor gritaba mientras empleaba su último aliento en crear aquel objeto. Se oyó un «pop» y desapareció; una víctima más del plan letal de Malacoda.

El objeto que había quedado en lugar del constructor parecía una mesa de trabajo de diamante; tenía una serie de líneas intrincadas en cada cara del cubo y emitía un resplandor azul cobalto que iluminaba todas las piedras de alrededor. Malacoda sonrió, admirando la nueva adquisición, y asintió con la cabeza, haciendo un gesto hacia los aldeanos con uno de sus tentáculos curvados. Los blazes acribillaron a los que quedaban con vida con sus bolas de fuego, matándolos en el sitio. Sus cuerpos desaparecieron instantáneamente al perder todos los PS.

Malacoda soltó una carcajada y se alejó flotando.

El constructor, en la galería, estaba consternado ante lo que acababa de ver. No le sorprendía la muerte innecesaria de aquellos PNJ, ni la del constructor. Estaba impresionado por lo que había hecho el constructor: una mesa de trabajo de diamante. Solo podía haber una razón para que el rey ghast necesitara aquello, y solo pensarlo hacía que el miedo le erizara la piel. Tenía que volver con los demás y contárselo… ¡La profecía perdida era cierta! Todo el mundo creía que era un mito, pero ahora él sabía que era cierta… y aquello era una amenaza terrible para Minecraft. Tenía que contárselo a todo el mundo, advertir a todos los PNJ de Minecraft como fuera, o estarían perdidos. Se puso de pie y bajó las escaleras para volver al túnel, pero no se dio cuenta de que ahora estaba completamente iluminado. Había una comitiva de blazes al pie de las escaleras, y sus cuerpos ígneos bloqueaban la salida.

Sintió un vacío repentino en el estómago. No tenía escapatoria.

Se preparó para recibir los proyectiles en llamas, pero de repente un sonido inundó sus oídos. Se parecía al ronroneo de un gato mezclado con el llanto de un bebé tristísimo, como si lo hubiesen arrancado de los brazos de su madre. Producía pena y terror al mismo tiempo. Se giró despacio y se dio de bruces contra Malacoda, el rey del inframundo, y su horrible rostro infantil contraído de venenoso odio.

«¡Oh, no!»

—Pero ¿qué tenemos aquí? —preguntó Malacoda.

—Eh… eh…

—Buena respuesta —dijo el rey ghast, sarcástico.

—No puedes hacerlo —dijo el constructor con voz temblorosa y desesperada—. Te detendremos… como sea.

—Detenerme… Ja, ja, ja —rio el ghast con su voz estruendosa—. Constructores idiotas, si lo único que hacéis es ayudarme. Voy a vencer esta batalla, llevaré a mi ejército hasta la Fuente y la destruiré. Cuando al fin lo domine todo y vosotros, insignificantes PNJ, estéis muertos, cruzaré la Puerta de la Luz y arrasaré el mundo analógico. Todo será mío y todas las criaturas temblarán al oír el nombre de Malacoda.

El constructor tragó saliva mientras el terror lo recorría de la cabeza a los pies.

—Te detendremos… Él te detendrá.

—¿Él? —escupió Malacoda mientras se acercaba flotando al pobre constructor—. Él no es más que un bug insignificante al que os aferráis con la esperanza de salvaros. Ganaré esta batalla, el Usuario-no-usuario se inclinará ante mí para implorar piedad… y entonces lo destruiré.

El rey ghast se alejó un poco del constructor y relajó ligeramente la expresión, como si fuera a dejarle ir.

—Salúdalo cuando te lo encuentres —dijo Malacoda, con la voz teñida de sarcasmo.

Al instante, el constructor se vio envuelto en llamas, mientras el ghast lanzaba una bola de fuego tras otra al PNJ.

Sorprendentemente, no sentía dolor. La mente del constructor se llenó de recuerdos de su aldea y los rostros de sus amigos desfilaron por su memoria: Carpintero, Jardinero, Corredor, Arquitecto, Granjera… Su pueblo, su responsabilidad. Habían confiado en que los protegería siempre, y él les había fallado. Le sobrevino un enorme pesar mientras su salud caía en picado, pero la emoción no se debía a su muerte inminente, sino que sufría por lo que estaba tratando de hacer Malacoda. Si el plan del rey del inframundo tenía éxito, todo… todo Minecraft sería destruido. La profecía se estaba cumpliendo… La batalla final había llegado y, según parecía, Malacoda llevaba ventaja. Su única esperanza, o mejor dicho, su única salvación, era el Usuario-no-usuario.

Reuniendo los últimos resquicios de fuerza que le quedaban, el constructor se concentró en un único pensamiento e intentó hacerlo crecer. Golpeó con todo su ímpetu el tejido de Minecraft con la intención de llegar hasta su salvador. Con el último estertor, lanzó un grito desafiante y lleno de esperanza al Usuario-no-usuario.

—¡USUARIO-NO-USUARIO, LA PROFECÍA PERDIDA ES…!

Y de repente, la oscuridad lo engulló. El único rastro de su existencia era un pico de piedra en el suelo.