Capítulo 9
La niebla de sus sueños inquietos se levantó despacio desde la mente de Gameknight. Tenía el brazo un poco entumecido, con un hormigueo que le recorría los nervios mientras poco a poco la sangre volvía hasta él. Se sentó y estiró la dolorida espalda, resentida por haber estado encorvado tanto tiempo. Tenía las mejillas calientes y adormiladas, como cuando se quedaba dormido en clase de historia. Se estiró y extendió los brazos, se acarició la mejilla y poco a poco volvió a sentir en aquel lado de la cara.
Estaba oscuro y hacía frío. Sentía como si estuviera en algún sitio bajo tierra y una sensación helada y húmeda le caló hasta los huesos. Sin pensar, estiró la mano derecha hacia delante, sin saber muy bien por qué. La mano golpeó contra algo duro con bordes afilados que le rasgaron las yemas de los dedos. Buscó el interruptor que había pulsado miles de veces y encendió el flexo de la mesa, inundando de luz la habitación. Miró el flexo y vio que estaba hecho con las partes antiguas del motor de un reactor, todas soldadas en un complicado patrón de espiral que parecía un tornado mecánico. Era una creación que su padre había bautizado como «flexo CFM56». No tenía ni idea de lo que significaba.
El flexo del escritorio. El flexo del escritorio de su padre. ¡Estaba de vuelta en casa!
Se las había arreglado para salir de Minecraft de alguna manera.
Gameknight se miró las manos y se vio los dedos. Redondos, no cuadrados. Extendió los brazos y vio la sutil curva que le llegaba hasta las muñecas y los antebrazos. Ya no era un personaje de bloques de Minecraft. ¡Era humano!
Miró por el sótano y vio la impresora 3D de regaliz y el abridor de botellas de kétchup y el trasto de las gafas de iPod y la ametralladora de nubes de gominola y el digitalizador, que le apuntaba directamente. Estaba de vuelta en su sótano. ¡Estaba en casa! Le llegó un sonido desde lo alto de la escalera. Era una canción bulliciosa de algún programa para niños. Su hermana.
Gameknight sonrió.
Había vuelto. Sonrió, pensó en su aventura en Minecraft y en los horrores y pesadillas hasta que tembló ligeramente. En su mente todavía estaban vivos los recuerdos de las garras de zombis alcanzándole y de los creepers silbando muy cerca. Y Erebus. Volvió a temblar, esta vez un poco más fuerte. Erebus, la pesadilla entre las pesadillas. Miró a su alrededor y vio extrañas sombras sobre las paredes de cemento. Eran sombras alargadas y dentadas, proyectadas por todos los artilugios que poblaban el lugar. Algunas de ellas parecían manos de monstruos que salían de la oscuridad para atrapar a algún pobre desafortunado. Miró a las sombras, a aquellas zonas donde la débil iluminación no llegaba, y sintió como si estuviera en Minecraft de nuevo, buscando zombis en las sombrías grietas y oscuras esquinas de alguna cueva subterránea.
—Esto es ridículo —dijo en voz alta para sí mismo.
Desterró los miedos que le acechaban y dirigió la mirada al monitor de su ordenador. En la pantalla se veía una imagen de Minecraft, pero no se movía nada. Mostraba el lugar original donde había aparecido. Había una alta catarata que caía desde un saliente y que hacía saltar el agua hasta una caverna subterránea. Vio antorchas en torno a la entrada de su escondite y una torre de tierra sobre el saliente del terreno. Tenía antorchas en la parte más alta. En el centro de la imagen estaba su personaje, y su alias de Minecraft, Gameknight999, flotaba sobre el monigote acorazado en grandes letras blancas. Se estiró, colocó la mano con suavidad sobre el ratón y le dio un pequeño empujón.
De repente, un zumbido comenzó a sonar tras él, como el sonido de muchas avispas a lo lejos. El sonido aumentó durante el tiempo que le llevó darse la vuelta en la silla y ver qué era. El digitalizador desprendía un resplandor amarillo. Al principio era solo un brillo leve, pero poco a poco creció en intensidad mientras el zumbido cada vez sonaba con más fuerza. Se estaba encendiendo y preparándose para lanzar su ardiente rayo de luz y arrastrarle dentro de nuevo.
—¡No quiero volver! —le dijo con brusquedad al sótano vacío.
El zumbido sonaba cada vez más alto y el resplandor amarillo brillaba ahora como el sol.
—No… ¡NO!
Cuando un rayo blanco de luz salió disparado del extremo del digitalizador, se levantó corriendo de la silla y se alejó del escritorio por el polvoriento suelo de cemento. Se alejó a gatas de aquel zumbido, de la violenta esfera luminosa, y miró por encima del hombro. Esperaba ver el incandescente rayo de luz abriéndose paso hasta el escritorio, partiéndolo en dos como un potente láser o envolviéndolo en su abrazo luminoso y llevándolo de vuelta a Minecraft. En lugar de eso, el rayo había formado un brillante círculo que flotaba en el aire. Entonces, el centro del círculo cambió de color, virando del blanco refulgente hasta un amarillo brillante y, después, al azul oscuro. La sombra cambiaba de un tono a otro en cuestión de segundos. Poco a poco, el color se tornó de un tono lavanda fuerte y consistente, algo que le resultaba familiar, aunque no podía recordar por qué. Unas partículas de color morado oscuro comenzaron a decorar los bordes del círculo: salían disparadas desde la luz, bailoteaban un instante y después caían dentro de nuevo como si las arrastrara alguna corriente invisible.
Parecían… Parecían… ¡Oh, no!
Justo entonces, salió algo del círculo morado. Dos extremidades largas y rectas salieron de la superficie, cada una con cinco garras negras y afiladas. Tenían motas verdes, como si estuvieran hechas de algún material en descomposición. Un apestoso olor a podrido flotó por el aire y llenó el sótano, y a Gameknight le dio arcadas. Conocía aquel horrible hedor.
¡Otra vez no!
Las dos extremidades emergieron un poco más y vio que ambas estaban unidas a una forma de bloques de color azul claro en la mitad superior y azul oscuro en la mitad inferior. Los colores parecían desgastados y desteñidos, como ropas que se hubieran llevado durante todo un siglo. La cosa se movió hacia delante hasta que apareció una cara del círculo de luz violeta. Era un rostro de ojos negros, fríos e inertes que expresaban un odio sobrecogedor por todos los seres vivos.
No podía ser. Gameknight comenzó a llorar mientras gateaba hasta la esquina del sótano. Se arrastró hasta las tambaleantes patas de una mesa vieja que estaba cubierta con trastos inútiles y olvidados de los últimos veinte años. Trataba de alejarse del monstruo tanto como fuera posible.
Entonces oyó aquel sonido. El lamento afligido de una criatura que sufría por algo que jamás podría tener, aunque casi podía saborearlo. Era el sonido de un monstruo que anhelaba estar vivo, pero que sentía que la promesa de la vida estaba fuera de su alcance. Era la voz de una criatura que sentía odio y resentimiento por todos los seres vivos y que quería infligir tanto sufrimiento como pudiera a todos aquellos con los que se cruzase. Era un zombi, un zombi de Minecraft.
—¡La Puerta de la Luz! ¡Han encontrado la Puerta de la Luz!
Eso significaba que la Fuente debía de haber sido destruida. El Constructor, su amigo el Constructor…
Poco a poco, el zombi salió del círculo de luz morada, que Gameknight reconoció como un portal de Minecraft. Se movió hacia delante, estiró los brazos, golpeó la impresora 3D de regaliz y la tiró al suelo. Al caer, la estructura de contrachapado provocó un enorme estruendo. Cuando se alejó del portal, salió otro zombi seguido por una araña gigante. Las criaturas no tenían la habitual baja resolución y aspecto pixelado que tienen en el monitor del ordenador en el juego. Eran más bien terriblemente reales, con la alta resolución que Gameknight había conocido mientras estuvo atrapado en Minecraft. Sus figuras cuadriculadas estaban dotadas de rasgos realistas y terroríficos. La luz del flexo del escritorio resplandeció sobre las garras mortecinas y afiladas que decoraban las manos putrefactas del zombi, y aquello le hizo temblar del miedo. Las uñas sombrías y retorcidas de las patas de las arañas parecían brillar con luz propia mientras las puntas, como alfileres, sonaban contra el suelo de cemento con el correteo de los insectos por la habitación. Las curvadas mandíbulas arácnidas también reflejaban la luz del flexo, que hacía brillar con oscuros propósitos sus chasquidos hambrientos. Gameknight veía los delgados pelos oscuros que cubrían sus patas, que se movían en todas direcciones al mismo tiempo, y la rabia que expresaban sus múltiples ojos rojos.
Ya estaban aquí.
El hedor a carne podrida era más fuerte cuantos más zombis y arañas salían del portal. Los chasquidos de las arañas añadían una melodía percusiva a la sinfonía de lamentos que llenaba el aire, cuyo volumen aumentaba cuantas más criaturas se apiñaban en el sótano. Los monstruos se apretujaban unos contra otros, pero parecían temerosos de aquel entorno desconocido, pues intentaban evitar rozarse con los artilugios que poblaban aquel desorden. No obstante, cuando su número comenzó a aumentar empezaron a adelantarse hacia el caos del sótano, golpeando una vieja máquina de coser que había sido desmontada por partes, rompiendo una aspiradora que su padre había convertido en un poderoso pompero, volcando una vieja máquina de algodón de azúcar reconvertida para lanzar frisbees a alta velocidad… Todas las invenciones fueron destruidas por los monstruos según salían del portal y entraban en la habitación. Entonces, como si todos oyeran órdenes silenciosas, se giraron y arrastraron los pies hacia las escaleras.
Gameknight quería detenerlos, pero estaba sobrepasado por el terror. No tenía nada con lo que defenderse. Ni armadura, ni espada, nada. ¿Qué podía hacer? Solo era una persona, solo un niño.
Las escaleras crujieron cuando los zombis comenzaron a subir. Aún oía los dibujos de su hermana en la planta de arriba, un programa musical, seguramente de unas marionetas de colores o algo igual de insoportable.
—Mi hermana… ¡MI HERMANA!
Quería gritar y advertirla, pero no podía moverse. «Corre —pensó—, corre»… pero estaba allí congelado. Solo podía quedarse parado entre la colección de cacharros inútiles y olvidados en el sótano, a los que ahora se sumaba él.
A su izquierda había un viejo y olvidado espejo de pared con una raja que lo recorría por el medio. El marco de metal estaba torcido y descolorido, con rasguños por todas partes. Se giró y vio su reflejo en la superficie plateada, observó su aterrado cuerpo escondido entre montones de trastos y cosas inútiles. No soportaba mirarse. La apariencia de cobardía y terror le enfermaba.
—Soy patético.
Justo entonces oyó un grito desde la planta superior, seguido del impacto de unos cuerpos contra la pared. Lo extraño era, sin embargo, que no sonaba como su hermana. Aquella voz tenía un sonido diferente, no era de niño ni tampoco de un padre asustado. No, aquella era la voz de un guerrero, y se percibía violencia y furia en el tono. No era como cuando sus padres le gritaban por alguna trastada, era alguien con ira contenida. La voz de una mujer sin miedo, con el sonido de la autoridad y la acción resonando en su interior.
Alguien estaba arriba luchando por su vida. No, por las vidas de todos ellos. Tenía que hacer algo. Debía ayudar, pero sentía las extremidades como si fueran parte del polvoriento suelo de cemento, pesadas e inútiles.
Salieron más zombis y arañas del portal, seguidos por criaturas del inframundo: blazes cuyos cuerpos llameantes iluminaban el sótano con un furioso resplandor amarillo, y hombres-cerdo zombis con relucientes espadas de oro. Después de ellos llegaron los creepers, con sus múltiples patas de puntos verdes moviéndose con rapidez mientras subían las escaleras. Puede que pudiera usar a alguno de los creepers para detonar el portal, pero la explosión lo mataría de la forma más violenta y dolorosa. El pánico fluyó por su mente con solo visualizar las imágenes de su cuerpo destrozado por la explosión; los recuerdos del tremendo dolor que había sentido en el último servidor eliminaban cualquier rastro de su valentía. No sería capaz de hacerlo.
¡Pum! ¡Zas! Otro cuerpo se estrelló contra la pared en el piso de arriba, seguido de un débil zumbido, como la pulsión de la cuerda de una guitarra.
Las criaturas que salían del portal no parecían preocuparse por el ruido que llegaba desde arriba, continuaban con su marcha desde la Puerta, a través del sótano, hasta la parte superior de las escaleras. Entonces apareció el mayor temor de Gameknight: los enderman. Aquellas altas criaturas larguiruchas, con la piel negra y largos brazos y piernas, salieron del portal con un furioso resplandor blanco en los ojos. Un frío amargo pareció llenar el sótano cuando las pesadillas negras entraron en la habitación. Las paredes y el suelo estaban cada vez más fríos. El espejo comenzó a recubrirse de una capa de hielo, y sus congelados dedos bloqueaban el reflejo de Gameknight.
Apartó la mirada del espejo y dirigió la vista hacia el portal. Por la Puerta llegaban más enderman, que tenían que agacharse para no golpearse la cabeza contra el techo. Esto le hizo sonreír ligeramente, pero su sonrisa se borró enseguida cuando uno de los monstruos se acercó. Sintió carámbanos de terror cuando la criatura se giró e inspeccionó el lugar.
«¿Me estará buscando?»
La terrorífica criatura examinó la habitación y entonces comenzó a brillar, al tiempo que unas partículas moradas bailoteaban a su alrededor. El oscuro monstruo desapareció y se teletransportó a algún lugar desconocido, seguramente para destruirlo. Justo cuando Gameknight pensaba que las cosas no podían ir a peor, se oyó una risa maníaca desde el otro lado del portal. Era una risa malvada que le recordó sus pesadillas pasadas y le heló la sangre. Dio un rápido vistazo al portal, comenzó a sentirse mal y casi vomitó. Erebus salió de él con su piel rojo oscuro, que se veía casi negra debido a la tenue luz del sótano. Todavía tenía aquel aspecto translúcido, no del todo sólido ni tampoco transparente. El rey de los enderman parecía estar allí solo de forma parcial, pero su rabia estaba completamente presente. Sus ojos lanzaban destellos rojos de maldad y odio. Miró a su alrededor, estudió la colección de trastos y frunció el ceño. Extendió los brazos con un gesto rapidísimo y destruyó todo lo que estaba cerca, pisoteó las cajas y lanzó los libros por los aires. La criatura acabó con todo lo que estaba a su alcance. Reía a carcajadas con una especie de alegría destructiva.
Un escalofrío le recorrió la espalda a Gameknight. Sintió mucho frío a la vez que el temor y el pánico le recorrían todo el cuerpo en oleadas.
Erebus estaba allí. En su casa.
Quería correr y atacar al monstruo pero, al mismo tiempo, sentía la necesidad imperiosa de retirarse y escapar. Alguien tenía que detener a la criatura, pero el terror dominaba su mente y su cuerpo. La valentía para él era solo un recuerdo. Se encogió y se apresuró hacia las sombras para alejarse del demonio tanto como fuera posible.
¡Zas! El espejo roto se cayó.
El rey de los enderman se detuvo y giró la cabeza para clavar sus ardientes ojos rojos en las sombras. Se movió despacio hacia delante, cogió una pequeña caja de herramientas y la lanzó lejos. Se estampó contra la pared, y los destornilladores y las llaves inglesas se esparcieron por toda la habitación.
Gameknight se adentró más en las sombras hasta que finalmente se topó con una pared. Estaba atrapado.
Erebus se acercó, cogió una vieja silla y la lanzó a un lado como si no pesara nada. El polvoriento mueble se estampó contra una estantería. Ahora solo podía verle los pies al monstruo a través de aquella jungla de cacharros, y las largas y oscuras piernas a contraluz frente a la luz morada del portal. El enderman se acercó y dio una patada a un viejo cubo repleto de rollos de papel de envolver de alguna fiesta. Un rollo con un estampado rojo y verde de Papá Noel cayó al suelo y se extendió; el hombrecillo bonachón le sonreía desde el suelo. Erebus apartó una oxidada mesa metálica sobre la que se encontraban algunos de los inventos del padre de Gameknight999. Los equipos y los experimentos retumbaron en el suelo y se rompieron bajo las delgadas y oscuras piernas del monstruo.
—¿Quién se esconde entre las sombras? —gritó Erebus—. ¿Es un ratón?
Empujó una caja de libros como si no pesara nada; la caja se rompió y todo su contenido se esparció por el suelo. Uno de los libros cayó con la portada mirando hacia Gameknight. El título era La lágrima de cristal; lo había leído hacía mucho tiempo. El héroe, desde la portada, le miraba con un ojo de cada color y le alentaba a ser valiente.
—Puede que sea un amigo al que hace mucho que no veo —se rio Erebus—. Sal a saludar. No hay razón para tener miedo. No voy a hacerte daño… al menos no mucho.
El enderman levantó la mesa bajo la que se escondía Gameknight y la lanzó por la habitación.
—¡Pero si es mi amigo! Volvemos a encontrarnos, Usuario-no-usuario.
Erebus se agachó y agarró a Gameknight por la camisa, arrastrándolo junto a él. Entonces lo cogió por los pies y lo levantó en el aire con las Nike colgando. Gameknight temblaba sin control, un terror ardiente le recorría cada nervio del cuerpo.
—Tenías muchas cosas que decirme en el último servidor. Hablabas mucho cuando tenías un ejército de usuarios cubriéndote las espaldas —dijo Erebus. Le olía el aliento a carne podrida—. Parece que ahora ya no hablas tanto, ¿verdad?
Gameknight no dijo nada, solo miró más allá de los ardientes ojos rojos hacia el portal. Salían más monstruos. Había un flujo constante de criaturas que subían las escaleras, pero arriba ya no se oía nada. Suspiró, apartó los ojos del portal y miró a Erebus.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Gameknight con la voz rota por el terror.
—Que mueras, qué más voy a querer —rio el monstruo—. Y después destruiré este mundo. Había planeado que fueras testigo de mi victoria, que vieras cómo mis tropas destruían a todos los seres vivos de tu diminuto mundo, pero he cambiado de opinión. —Se detuvo y miró a Gameknight con los ojos aún más brillantes—. Creo que te destruiré a ti primero. Y después destruiré tu mundo. ¿Qué te parece?
Soltó una carcajada aterradora que garantizaba la permanencia del miedo de Gameknight.
—Ahora, Usuario-no-usuario, prepárate para morir.
Erebus rodeó el cuello de su enemigo con sus húmedas y frías manos y comenzó a apretar. El pánico se apoderó de la mente de Gameknight. Iba a morir. Todo había acabado. Finalmente, Erebus iba a matarlo y él no podía hacer nada para evitarlo. Le ahogó la desesperación mientras luchaba por respirar, intentando aguantar todo lo posible. Entonces ocurrió algo extraño. Todo el sótano tembló. Erebus tropezó y abrió los ojos de par en par, aflojó un poco la fuerza y permitió que Gameknight pudiera respirar. Un trueno les golpeó los oídos como si un enorme tornado los hubiera arrastrado hasta su centro, pero el sonido no venía de fuera… Venía del portal.
Erebus volvió la mirada al portal cuando el suelo volvió a agitarse, esta vez con más violencia. El trueno cada vez sonaba más fuerte, hasta que el enderman tuvo que liberar a su presa para taparse los oídos con las manos.
Gameknight cayó al suelo entre jadeos. Le dolían los oídos.
El suelo volvió a temblar como si lo golpeara el martillo de un gigante y los lanzó a ambos por los aires. Las atronadoras reverberaciones agrietaron las paredes, y algunos fragmentos de cemento cayeron al suelo. Era como si el trueno gritara su nombre: GAMEKNIGHT… GAMEKNIGHT…
El Usuario-no-usuario miró al rey de los enderman e intentó huir. Erebus miró a su presa e intentó alcanzarle, pero un gran golpe asoló el sótano y destruyó los muros y el suelo hasta que solo quedó polvo. La colección de inventos olvidados se redujo a escombros en cuestión de segundos. Sonaron más truenos, y en todos se oía el nombre de Gameknight. Erebus seguía mirándolo, pero ahora flotaba en el aire al igual que el chico, porque el sótano se había transformado en una nube de escombros. El enderman extendió los negros brazos hacia Gameknight, intentando agarrarlo una vez más con sus malvadas manos. Entonces todo comenzó a emborronarse, lo que quedaba del sótano poco a poco se volvió transparente y borroso. Erebus también comenzó a desvanecerse, aunque sus brazos aún buscaban a Gameknight999. Incluso mientras desaparecía, sus ojos parecían arder con más y más intensidad hasta que la luz rojiza de las pupilas del enderman fue lo único que Gameknight vio, e iluminaba los recovecos más oscuros de su mente con un resplandor rojizo como la sangre.
—¡Has estropeado mis planes por última vez! —chilló Erebus mientras desaparecía—. La próxima vez que nos veamos será tu perdición.
Las palabras del enderman resonaron en la mente de Gameknight durante un instante y después, de repente, todo se sumió en la oscuridad.
Se levantó con la mente confundida. «¿Dónde estoy? ¿Dónde está Erebus? ¿Dónde…?»
—Gameknight, ¿estás bien? —preguntó una voz desde arriba.
Se dio cuenta de que estaba tumbado boca abajo en el suelo. Rodó, miró hacia arriba y vio al Constructor y a Cazadora inclinados sobre él, ambos con gesto preocupado.
—¿Dónde estoy? ¿Dónde está Er…?
Paró, no quería pronunciar el nombre de aquella terrible criatura.
—Estabas gritando en sueños, pedías ayuda —dijo el Constructor mientras se agachaba para ayudarle a levantarse.
Gameknight se puso de pie, avergonzado, y se sentó en el borde de la cama, con el cuerpo fatigado como si no hubiera dormido en absoluto. Se miró las manos y vio que tenían el aspecto pixelado habitual al que se había acostumbrado en Minecraft. No había escapado, solo había sido un sueño. Le invadió una ola de decepción. Su hogar le parecía ahora más lejano que nunca.
«Bueno, al menos Erebus también ha sido solo un sueño», pensó en silencio.
Justo entonces notó el dolor en el cuello. Se levantó y se dio cuenta de que tenía la piel irritada y dolorida, como si le hubieran arañado con algo duro… o hubieran intentado asfixiarle. El Constructor y Cazadora no le vieron acariciarse el cuello, y él rápidamente bajó las manos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó.
—Estabas gritando —explicó el Constructor—. No he entendido lo que decías, pero sonaba como si estuvieras aterrorizado y algo te estuviera atacando.
El Constructor se acercó a Gameknight y le colocó su pequeña mano sobre el brazo.
—He intentado despertarte. Te he zarandeado una y otra vez, sin éxito. No he dejado de llamarte por tu nombre, incluso gritándote al oído, pero no ha servido de nada, así que he despertado a Cazadora para pedirle ayuda.
Dirigió la mirada de los brillantes ojos azules del Constructor a los marrones oscuro de Cazadora.
—Así que te he empujado con fuerza y te he tirado de la cama —dijo ella con orgullo—. Ya le he dicho a este —señalaba al Constructor— que cuando hay que hacer algo, hay que hacerlo a lo grande. Te he golpeado con todas mis fuerzas y has salido disparado de la cama. Entonces te has despertado.
Le dirigió una sonrisa de satisfacción, como si hubiera disfrutado tirándolo al suelo.
—¿Con qué soñabas, Gameknight? —preguntó el Constructor.
Pensó en el terrible sueño, en los monstruos que salían del portal, en los ruidos de la batalla en la planta de arriba y en Erebus asfixiándole. Tembló de miedo. ¿Era una premonición de lo que sucedería en el futuro o solo un sueño estúpido? Levantó el brazo e inconscientemente se acarició el dolorido cuello una vez más; volvió a bajar la mano deprisa cuando se dio cuenta de lo que acababa de hacer.
—Eh… la verdad es que no me acuerdo —mintió.
—Bueno —dijo Cazadora—, me dan igual tus sueños. Solo me preocupa encontrar a mi hermana. Además, ya es de día. Es hora de partir.
—Estoy de acuerdo —añadió el Constructor—. Ya es hora de que nos marchemos de esta aldea y de que vayamos a la siguiente para conseguir más respuestas y trazar un plan. Gameknight, ¿preparado?
Gameknight asintió, aunque su ser interno continuaba aterrorizado por el sueño y por Erebus. Suspiró, recogió todas sus pertenencias y siguió a sus dos compañeros fuera de la casa.
—Usaremos la red de vagonetas —dijo el Constructor por encima del hombro mientras se dirigía al túnel secreto que ya no era secreto.
Gameknight siguió al Constructor, todavía perdido en los recuerdos del sueño. ¿Había sido real? ¿Realmente habría llegado Erebus al mundo analógico? Su mente se pobló de pensamientos confusos y terroríficos mientras seguía a los otros dos hacia la cámara de construcción. El miedo invadía poco a poco su corazón.