Capítulo 10

EL ROSTRO DEL TERROR

La vagoneta se detuvo poco a poco al entrar en la cámara de construcción de la siguiente aldea. De inmediato, oyeron los gritos y alaridos de los aldeanos aterrorizados. El Constructor y Cazadora saltaron de sus vagonetas y esperaron al Usuario-no-usuario. Inspeccionaron la sala en busca del peligro que asustaba tanto a aquella gente. Cazadora tenía el arco preparado y una flecha lista, y el Constructor empuñaba la espada y lucía una mirada desafiante. Saltando de su vagoneta, Gameknight desenvainó su espada a regañadientes y se colocó junto al Constructor. Tres aldeanos se adelantaron. Miraron nerviosos las armas de los recién llegados, pero cuando vieron la túnica negra con la franja gris del Constructor, parecieron relajarse. Viendo la agitación en sus ojos, el Constructor envainó la espada y se dirigió a los aldeanos asustados.

—¿Qué está pasando aquí?

Los tres PNJ empezaron a hablar como histéricos. Tenían los rostros contraídos por la preocupación y la incertidumbre y el terror inundaban sus miradas.

—¿Constructor? —preguntó de nuevo.

El muchacho levantó una mano para mandar callar al Usuario-no-usuario un instante mientras escuchaba a los tres aldeanos. Cuando al fin terminaron, el Constructor se giró hacia su amigo.

—La aldea está siendo atacada —dijo.

El miedo de Gameknight asomó sus terribles fauces mientras miraba en derredor, pero no vio ningún monstruo. Confundido, volvió a mirar a su amigo.

—¡Arriba! —dijo bruscamente Cazadora, apuntando al techo rocoso y poniendo los ojos en blanco.

—Pero es de día, ¿cómo van a…?

—Dicen que son las criaturas del inframundo. No deben de ser tan sensibles a la luz del día como las del mundo principal —explicó el Constructor—. Al parecer, pueden soportar la luz sin apenas inmutarse.

«Malacoda», pensó Gameknight.

—Uno de los aldeanos bajó para advertir a su constructor de que habían visto unos blazes acercándose a la aldea —explicó el Constructor—. Aún no han llegado, pero lo harán pronto. La destrucción de la aldea es inevitable. Tenemos que hacer algo. Necesitan al Usuario-no-usuario. Te necesitan a ti.

Gameknight miró al Constructor de nuevo. Miles de preguntas retumbaban en su cabeza y la duda lo inundaba.

«¿Qué puedo hacer yo? Estoy muerto de miedo.»

No quería enfrentarse a un montón de criaturas del inframundo. No era un héroe. De repente, se le ocurrió una idea… Huir. Podían huir todos a través de la red de vías subterráneas.

Gameknight999 se acercó a una de las mesas de trabajo que tenía más cerca, se subió de un salto y gritó para llamar la atención de todos. El Constructor se subió a la mesa de al lado. La presencia de un niño vestido como un constructor con una espada en la mano atrajo las miradas de todos. El pánico se disipó un momento mientras observaban al Constructor.

—¡Escuchadme todos! —gritó, levantando la espada en el aire—. La batalla final ha llegado. Las legiones del inframundo van a invadir vuestra aldea y tratar de destruir lo que más queréis. Pero tened esperanza. Tenemos un arma que no esperan. Tenemos con nosotros al Usuario-no-usuario. Escuchad lo que va a deciros y estad tranquilos.

Giró la cabeza para mirar a su amigo, y los aterrorizados aldeanos que llenaban la cámara giraron sus ojos pixelados hacia Gameknight. Veían las letras brillantes sobre su cabeza. Las miradas se elevaron un poco más en busca del hilo de servidor, del que no había rastro. De repente, sus temores se disiparon por un momento al darse cuenta de que tenían delante al Usuario-no-usuario.

Gameknight tragó saliva para empujar su propio miedo y habló a la multitud.

—Esto es lo que tenéis que hacer si queréis sobrevivir. La mitad de vosotros se pondrá a construir vagonetas… muchísimas vagonetas. La otra mitad hará espadas de hierro todo lo deprisa que podáis. Vosotros —señaló a un grupo de aldeanos ataviados con armaduras de hierro—, subid a la superficie y decidle a todo el mundo que baje aquí. Que abandonen sus hogares y bajen todo lo rápido que puedan. Tendrán que dejar atrás todas sus pertenencias. En este momento, la supervivencia depende de lo raudos que seáis. ¡Adelante!

Los aldeanos se quedaron mirándolo inmóviles, a todas luces confundidos. Pero entonces, un grito de guerra se elevó desde la entrada de la cámara, un grito que contenía tanta ira que sorprendió a todos los que llenaban la caverna. Era Cazadora. Sus ojos desprendían un odio incontenible y sostenía el arco en lo alto.

—Cuando los monstruos lleguen a vuestra aldea, matarán a todo el que se interponga en su camino, como hicieron en la mía —gritó a la multitud—. He visto cómo mataban a mis amigos, a mis vecinos, cómo arrasaban mi aldea por pura diversión. Esas bestias del inframundo lo destruirán todo hasta que no quede absolutamente nada. He perdido mi aldea… y a mi familia… porque no estábamos preparados. Si no queréis perderlo todo como yo, escuchad al Usuario-no-usuario y haced lo que os diga.

Acto seguido, dio media vuelta y salió de la cámara en dirección a los túneles que llevaban a la superficie, con el arco en una mano. Gameknight sabía lo que se disponía a hacer, y rogó en silencio por que no le pasara nada. Su grito de guerra aún resonaba en los túneles mientras subía a la superficie, con un tinte de rabia y de violencia.

Sus palabras pusieron en movimiento a los aldeanos. Los acorazados echaron a correr hacia la entrada de la caverna, y los encargados de la construcción empezaron a fabricar armas y vagonetas.

Alguien le dio a Gameknight una armadura de hierro. Se la puso rápidamente y sacó su pico. La caverna se llenó enseguida con el repiqueteo de la fabricación mientras cincuenta PNJ construían espadas y vagonetas. Moviéndose de una a otra, Gameknight rompía en pedazos las mesas de trabajo y les liberaba las manos. Todos los aldeanos se miraban las manos separadas, asombrados, levantaban la mirada hacia el Usuario-no-usuario y sonreían. Liberó las manos de los PNJ, uno tras otro. Los que ya las tenían separadas, se trasladaban a una mesa de trabajo libre y seguían fabricando espadas. Las armas afiladas hacían un ruido metálico al caer al suelo una vez terminadas. Algunos aldeanos, una vez que hubieron agotado los materiales de construcción, cogieron una espada y se colocaron junto a Gameknight con un gesto de determinación en sus rostros cuadriculados.

El Constructor ayudó a los demás a fabricar vagonetas, y empujó los nuevos vehículos por los raíles, de modo que aguardaran en fila junto a las entradas de los túneles, listos para acoger a los aldeanos que estaban en camino. Cuando las vagonetas estuvieron listas, Gameknight liberó las manos de los aldeanos que faltaban y les dio una espada a cada uno. Su propia espada de oro atraía miradas curiosas, pero ninguno protestó cuando les dijo que guardaran silencio y escucharan al Constructor.

—Tenemos que retrasar a los monstruos para que los aldeanos puedan escapar por los túneles —explicó el Constructor—. Pero primero, antes de nada, ¿dónde está el constructor de vuestra aldea?

Un PNJ anciano de cabello gris, vestido como el Constructor, dio un paso adelante. Su rostro estaba arrasado de arrugas de preocupación.

—Aquí estoy —dijo con voz áspera.

—Estupendo —dijo el Constructor—. Los monstruos vienen a por ti. Les dan igual los aldeanos, pero matarán a todo el que se interponga entre ellos y tú. Tenemos que arrebatarles su premio. Debes huir ahora mismo por la red de vías, antes de que sea demasiado tarde.

—¿Y dejar mi aldea? Nunca —protestó.

—¡Escucha al Constructor! —exclamó Gameknight.

El constructor de la aldea miró las letras que flotaban sobre la cabeza de Gameknight y después elevó la mirada al techo. Sabía que era un usuario, pero no había rastro del hilo de servidor que se elevaba hacia el cielo y lo conectaba a la Fuente.

—De verdad eres el Usuario-no-usuario… —dijo el constructor en voz muy baja.

Gameknight999 asintió, se adelantó y le puso una mano tranquilizadora en el hombro al viejo PNJ.

—Tienes que escuchar a mi amigo —le explicó—. Sé que tiene el aspecto de un niño, pero es un constructor, como tú. Hemos venido a este servidor desde otro plano, donde luchamos contra los monstruos que ahora tratan de destruir la Fuente. La batalla continúa aquí, en este servidor, y por alguna razón esos monstruos están viajando por todo Minecraft y capturando a los constructores. No podemos dejar que te atrapen. Tienes que escucharle.

El anciano PNJ lo miró, clavando sus ojos preocupados en los de Gameknight.

—No te preocupes, amigo —dijo Gameknight, tratando de convencerlo—. Cuidaremos tu aldea y haremos todo lo que esté en nuestra mano.

El PNJ asintió con la cabeza, y a continuación miró al Constructor y asintió de nuevo.

—Deprisa, tienes que irte ya —dijo el Constructor—. Sabemos que los monstruos vienen a por ti y no podemos dejar que te capturen. No sé para qué te quieren, pero tenemos que impedírselo. Tienes que huir, ahora.

—Pero si abandono mi aldea, estos PNJ se convertirán en Perdidos. Los obligaré a marcharse de la aldea en busca de una nueva. Muchos no sobrevivirán a ese viaje.

—El Usuario-no-usuario y yo no permitiremos que eso ocurra —explicó el Constructor—. Los aldeanos te seguirán en las vagonetas. No dejaremos que se conviertan en Perdidos. —Se puso de puntillas y le puso su pequeña mano de niño en el hombro—. Pero si se convirtieran en Perdidos, te prometo que los llevaré hasta mi aldea. Aceptaré a todos los Perdidos como parte de mi pueblo y los protegeré. No tienes de qué preocuparte, tu gente está en buenas manos.

La preocupación se borró del rostro del viejo constructor y asintió con la cabeza. El PNJ se acercó a una vagoneta y se quedó junto a ella, aún algo preocupado.

De repente, se oyeron unos ruidos provenientes de la entrada del túnel. Sonaba como una horda de criaturas —PNJ o monstruos— avanzando hacia ellos. Gameknight y el Constructor se giraron hacia las puertas de hierro abiertas.

—Situaos todos junto a las puertas, tenemos que ganar algo de tiempo para vuestro constructor —ordenó el Constructor a los que tenían espadas en las manos. Volvió adonde estaba el anciano PNJ—. Compañero, ahora tienes que irte.

Acto seguido, el Constructor se giró y comenzó a subir los escalones que llevaban a la entrada de la caverna. Gameknight se dio la vuelta y miró cómo su amigo guiaba a las tropas hasta las puertas de la gruta y desaparecía en los túneles. Era muy valiente. Gameknight deseó tener siquiera la mitad del valor que demostraba el Constructor. En aquel momento se sentía como un recipiente rebosante de miedo.

Observó de nuevo al constructor de la aldea y vio cómo subía despacio a la vagoneta. El anciano PNJ dirigió una última mirada a sus amados aldeanos, que se dirigían en masa a las escaleras para enfrentarse a los peligros que se aproximaban. Por último, miró a Gameknight.

—Cuidadlos bien —dijo el constructor con lágrimas en los ojos.

—No te preocupes, haremos todo lo que esté en nuestra mano. Te reunirás con ellos pronto, pero ahora tienes que marcharte o te atraparán, y no podemos dejar que eso ocurra.

El constructor asintió, deslizó la vagoneta por los raíles y desapareció en la oscuridad de un túnel. Malacoda había perdido su objetivo, pero aún quedaba otro constructor. Su Constructor.

Dirigiéndose hacia la entrada de la caverna, Gameknight subió los escalones con la esperanza de alcanzar al Constructor y conseguir escapar. Una vez arriba, esprintó a través de las puertas de hierro, abiertas de par en par, y entró en la gran estancia circular, idéntica a aquella otra en la que vio por primera vez al Constructor. Estaba llena de PNJ armados, y las antorchas de la pared proyectaban sombras puntiagudas en el suelo de las espadas en alto. El Constructor y los PNJ de la aldea, transformados en soldados, estaban listos. Gameknight podía oler el miedo en la estancia; la primera batalla era siempre la más terrorífica. Pero sabía que los PNJ no estaban ni la mitad de asustados que él. Visualizó las garras afiladas de los zombis acechándole desde su imaginación, las bolas de fuego de los blazes en busca de su carne. Se estremeció.

Se acercó al Constructor y le susurró al oído:

—El constructor de la aldea está a salvo, pero tenemos que sacarte de aquí a ti también. Malacoda puede utilizarte para llevar a cabo su plan. Tenemos que huir antes de que sea demasiado tarde.

—No hasta que hayamos ayudado a escapar a los demás aldeanos —dijo el Constructor con la voz rebosante de coraje—. No sabemos lo que hará ese ghast cuando se dé cuenta de que el constructor ha desaparecido. Puede que mate a todos los que queden allí. Tenemos que ayudarles.

Gameknight se acercó más.

—Constructor, esta no es nuestra guerra —susurró.

—¿Qué dices? —le espetó el joven dando un paso atrás—. Todas las batallas son nuestra guerra. El mundo entero es nuestra guerra. Estamos aquí para detener a esos monstruos y salvar Minecraft, y todo lo que sirva para echar por tierra los planes de Malacoda es nuestra guerra. Así que empuña tu espada y prepárate.

La regañina del Constructor lo avergonzó, así que le hizo caso y desenvainó la espada. Gameknight estaba aterrorizado ante la idea de enfrentarse a los monstruos del inframundo, pero le preocupaba aún más fallarle a su amigo. En pie junto a los defensores de la aldea, esperó.

«Odio estar tan asustado —pensó—. ¡Lo odio! ¿Por qué no puedo mostrar arrojo y valentía como el Constructor?»

La vergüenza provocada por su cobardía lo consumía por dentro, y el miedo envolvía su corazón como una víbora hambrienta lista para morder.

«¡Vamos, Gameknight, tú puedes!», se gritó. Sus pensamientos le sonaban ridículos. La frustración se apoderó de él.

Estaba muy asustado.

«Venga, arrojo y valentía —pensó. Y luego imploró—: ¡Arrojo y valentía!»

—¡¡¡Arrojo y valentía!!!

«Ay, ¿he dicho eso en alto?»

Los PNJ estallaron en vítores y las manos cuadradas palmearon hombros y espaldas a medida que un sentimiento de coraje y valentía se extendía por todos los rostros.

—¡Eso es! —gritó el Constructor—. Arrojo y valentía, como dice el Usuario-no-usuario. ¡Nos enfrentaremos a esas bestias y salvaremos la aldea!

Algo o alguien se acercaba.

Oyeron unos cuantos pies arrastrándose, parecían solo unos pocos, pero luego el ruido se hizo más fuerte. El arrastrar de muchos pares de pies resonaba por el túnel.

Muchos algos se acercaban.

Gameknight empuñó su espada con fuerza y miró alrededor. Vio las puertas de hierro que conectaban con la cámara de construcción, que estaban abiertas. Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para mantener los pies inmóviles y no salir huyendo por aquellas puertas.

«¡Odio tener miedo!»

Agarró su espada aún más fuerte y volvió a concentrar su atención en el túnel y en la masa de cuerpos que se avecinaba. Ya podía distinguir las formas —muchas— en el túnel a medida que las criaturas se acercaban a la estancia.

«¿Qué tipo de monstruos serán? ¿Zombis, creepers, arañas?»

Justo entonces, una multitud de aldeanos entró como una avalancha en la sala, con los entrecejos fruncidos de preocupación. Un suspiro de alivio se extendió por toda la estancia. No eran los monstruos… al menos no todavía.

—Deprisa, seguid por aquí hasta la caverna —los dirigió el Constructor—. Montaos en las vagonetas y huid por los túneles. Hay suficientes para todos… Vamos, deprisa.

Los aldeanos miraron con asombro al muchacho que les hablaba, pero sus palabras sonaban a orden. El Constructor se adelantó para que pudieran ver su atuendo. Enseguida se dieron cuenta de que era constructor e hicieron lo que decía. El flujo de aldeanos era casi constante, los padres guiaban a sus hijos y los vecinos ayudaban a los ancianos y a los enfermos. Todos corrían hacia la salvación subterránea: la red minera de vías.

Justo entonces, percibieron un olor a humo proveniente de la entrada del túnel. Al principio era muy leve, como si alguien hubiese encendido una cerilla cerca, pero se fue acentuando más y más. Pronto, el túnel se llenó de humo y el olor acre hizo que a Gameknight le picara la garganta con cada bocanada de aire.

Los monstruos… se acercaban.

Los últimos aldeanos salieron del túnel cubiertos de cenizas y hollín, algunos con la ropa medio quemada.

—Ya vienen —dijo uno con voz aterrorizada—. Son blazes, y son muchísimos.

—Y ghasts, y zombis y slimes magmáticos —añadió otro—. Hay cientos… o miles, aunque hay una mujer reteniéndolos con el arco.

—¿Qué mujer? —preguntó el Constructor—. ¿Quién es?

—No lo sé —dijo la última aldeana en entrar mientras se dirigía hacia la escalera de acceso al piso inferior de la caverna—. Nunca antes había visto a esa aldeana pelirroja, pero está impidiendo que los monstruos accedan a la torre con su arco. Cuando se quede sin flechas… estará perdida.

—¿Has oído eso? —preguntó el Constructor a Gameknight—. Tenemos que ayudarla. Vamos, todo el mundo, la batalla se libra ahí arriba.

Acto seguido, el Constructor avanzó a través de la humareda que llenaba el túnel hasta la escalerilla que subía a la superficie. El resto de soldados aldeanos siguieron a su joven líder mientras que Gameknight se quedó inmóvil, presa del miedo.

No era un héroe. Solo era un niño al que le gustaba jugar a Minecraft, pero no podía dejar que su amigo, su único amigo en aquel servidor, el Constructor, se enfrentara solo a aquel peligro. Tenía que ayudarle a pesar del miedo que envolvía su cabeza y pese a que el coraje que había mostrado en el anterior servidor no fuera ya más que un recuerdo lejano. Se acercó al pasadizo y acertó a distinguir un eco del choque de espadas. El Constructor…

Esprintó todo lo deprisa que pudo a través del túnel, a través de las nubes de humo que lo inundaban todo, con la espada dorada en alto. Delante de él, vislumbró destellos de hierro y oro: sus soldados estaban luchando con los hombres-cerdo zombis. Se abrió paso entre la multitud y atacó a un zombi cuya carne putrefacta colgaba del cuerpo en tiras, y con partes del cráneo y costillas al descubierto por la ausencia de piel. Era un blanco perfecto para su afilada espada. Había hecho aquello muchas veces, en ocasiones a monstruos y en otras a jugadores. Su historial como matón cibernético no era algo de lo que se sintiera orgulloso, pero la experiencia le resultaba útil ahora que tenía que esquivar los ataques de los zombis y atravesarlos con la espada. Gameknight999 era una máquina de matar, actuaba sin pensar, con la mente perdida en el fragor de la batalla. Con la eficiencia que da la práctica, atravesaba la horda enemiga ensartando su espada bajo las corazas y bloqueando ataques letales, desplazándose con destreza por la línea de batalla.

Monstruo tras monstruo, Gameknight luchó con toda la caterva de cuerpos en un intento de llegar hasta su amigo. Divisó a lo lejos al muchacho, que atacaba a los monstruos a las piernas con su espada de hierro, agachándose después de cada golpe aprovechando su corta estatura. Gameknight999 derribó a un monstruo y propinó un espadazo a otro. Su cuerpo putrefacto desapareció con un «pop» al consumirse sus PS. Giró sobre sí mismo para esquivar una espada dorada y golpeó al zombi a la vez que acuchillaba a una araña, matándolos a ambos. El Usuario-no-usuario asestaba un golpe tras otro, luchando por puro instinto mientras se abría paso por el túnel. Al fin alcanzó a su amigo.

El Constructor se estaba enfrentando un hombre-cerdo zombi ataviado con una armadura dorada que parecía mantequilla derretida sobre el monstruo. A la velocidad del rayo, Gameknight asestó varios golpes en los puntos débiles de la armadura: debajo de los brazos, junto al cuello, en la cintura… Atacaba las zonas donde se unían las distintas partes de la coraza, y maniobraba con la espada para que la hoja se introdujera en las juntas y atravesar así la carne. Destrozó a la criatura en cuestión de minutos, ganando tiempo para hablar con su amigo.

—Constructor, tenemos que sacarte de aquí.

—No hasta que salvemos a Cazadora —objetó el Constructor.

—Pero Malacoda quiere atraparte, como a los demás constructores. Ahora mismo su objetivo eres tú, no estos PNJ. Vamos, tenemos que largarnos de aquí.

Justo entonces apareció Cazadora cubierta de hollín. Parte de su vestimenta estaba chamuscada y los bordes de la túnica aún desprendían un poco de humo. Su rostro parecía hecho de piedra, en su expresión se mezclaban la determinación adusta y un odio inconmensurable que llevaba grabados a fuego en la piel.

—¡Menos mal que estáis aquí! —dijo a toda velocidad—. ¿Tenéis flechas? Me estoy quedando sin munición.

Les dirigió una sonrisa con los ojos llenos de emoción y ganas de pelea.

—¿Se puede saber qué haces? ¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Gameknight por encima del fragor de la batalla.

En aquel preciso instante, un hombre-cerdo zombi los embistió. Cazadora desvió la espada dorada con su arco a la vez que Gameknight le asestaba tres golpes rápidos y certeros en el costado a la criatura. El monstruo se evaporó, dejando tras de sí varios orbes de experiencia que absorbió Gameknight.

—Bien —dijo Cazadora con una sonrisilla extravagante. Después se giró y lanzó otra flecha hacia el túnel oscuro, alcanzando a un monstruo a distancia.

De repente, una bola de fuego salió de la oscuridad y pasó sobre sus cabezas.

—Blazes, o algo peor —aventuró Gameknight, cuya voz dejaba traslucir la inquietud—. Tenemos que irnos.

—Creo que tienes razón —repuso Cazadora.

—¡Todo el mundo atrás, volved a la red de vías! —gritó el Constructor; su voz aguda atravesó el clamor de la batalla.

Los aldeanos iniciaron la retirada hacia la sala de construcción. Los hombres-cerdo zombis se mostraron algo confundidos al principio, pero enseguida echaron a correr tras sus presas. Gameknight y el Constructor los atacaban desde la retaguardia, golpeándolos en brazos y piernas para matarlos rápido. Las flechas de Cazadora, que buscaba blancos sin descanso, pasaban rozándole la cabeza a Gameknight y mataban a los monstruos del pasadizo. En pocos minutos hubieron matado a todos los zombis del túnel y pudieron seguir a los aldeanos hasta las vagonetas. Esprintaron hasta la cámara de construcción y bajaron los escalones que llevaban a la base de la caverna. Cuando llegaron allí, la sala empezó a llenarse de bolas de fuego. Impactaban una tras otra en los aldeanos, que salían ardiendo y perdían PS a toda velocidad… hasta que morían. Más bolas de fuego se colaron en la cámara y un ejército de blazes irrumpió por las idénticas puertas de hierro que daban paso a la sala. Las criaturas estaban hechas de fuego y humo, con varillas giratorias amarillas en el centro y una cabeza también amarilla que flotaba sobre el cuerpo de fuego. Sus inertes ojos negros miraban hacia abajo, a los aldeanos supervivientes, con un odio tremendo. Los blazes lanzaban proyectiles en llamas a los PNJ, cargas ígneas que se estrellaban contra ellos y consumían sus PS en cuestión de minutos. Apuntaban con cuidado para no darle al Constructor, de lo cual se beneficiaron Gameknight y Cazadora por encontrarse a su lado.

—¡Deprisa, subid a las vagonetas! —gritó el Constructor—. ¡Los últimos que rompan las vías tras de sí! ¡Vamos!

Los aldeanos que aún quedaban con vida se dirigieron a las vagonetas, y Gameknight y sus compañeros hicieron lo propio. De repente, oyeron un ruido proveniente de la entrada de la caverna. Era un sonido horrible, como el maullido de un gato herido y quejumbroso. Provenía de una criatura rebosante de una desesperación inenarrable mezclada con la sed de venganza contra todo ser vivo y feliz. Pocos habían oído aquel sonido y habían vivido para contarlo, pues provenía de la más terrible de las criaturas del inframundo: un ghast.

Gameknight se dio la vuelta y vio una gran criatura blanca que flotaba lentamente hacia ellos desde la entrada de la caverna. Del cubo blanco y grande colgaban nueve largos tentáculos, que se retorcían deseosos de atrapar a su siguiente víctima. Aquel no era un monstruo cualquiera. Era la criatura de mayor tamaño que Gameknight había visto en Minecraft, mucho más grande que los ghasts comunes. No… Aquello era distinto… y era horrible. Aquel horrendo ghast era el rey del inframundo y respondía al nombre de Malacoda.

Gameknight estaba petrificado de miedo. Era la criatura más terrorífica que había visto jamás, a su lado Erebus parecía un juego de niños. El monstruo era la encarnación misma de la desesperanza y la desesperación unidas por oxidados hilos de rabia y odio. Era el rostro mismo de las pesadillas, la cara del terror.

Los gemidos de Malacoda instauraron un silencio fantasmal en la sala. Los aldeanos se giraron hacia el sonido y se quedaron boquiabiertos de asombro. No habían visto nada tan terrorífico en sus vidas, y enseguida cundió el pánico. Los PNJ chocaban entre ellos al intentar subirse en las vagonetas, casi trepando unos por encima de otros en su intento de escapar.

El rey del inframundo atacó a uno de los aldeanos. Disparó una bola de fuego gigante hacia la desventurada víctima y sepultó al condenado en una tormenta de fuego que, afortunadamente, consumió sus PS en cuestión de segundos.

Malacoda se echó a reír.

—¡Ja, ja, ja, ja! —tronó—. Ha sido rápido.

Escudriñó la cámara en busca de su siguiente víctima y lanzó bolas de fuego a un PNJ, y luego a otro, y a otro más, así hasta que su ígnea mirada roja se posó en el Constructor, Gameknight y Cazadora, momento en el que detuvo su ataque. Los aldeanos que quedaban con vida aprovecharon, saltaron dentro de las vagonetas y huyeron, dejando a los tres camaradas frente a frente con el rey del inframundo.

—Pero ¿qué tenemos aquí? —Sus ojos rojos y brillantes examinaron al Constructor meticulosamente—. Un niño que es mucho más que un niño… Interesante. —Su voz maligna inundaba la cámara. Apuntó al Constructor con uno de sus tentáculos de serpentina—. Te he estado buscando.

—¡No conseguirás llevarte a ningún constructor de esta aldea, demonio! —le gritó el Constructor al monstruo.

—¿Ah, no? —contestó Malacoda.

Agitó sus tentáculos hacia un grupo de blazes. Las criaturas ígneas flotaron lentamente hacia el trío. Sus cuerpos refulgentes lanzaban chispas y ceniza.

—Deprisa, a las vagonetas —ordenó el Constructor—. Yo iré el último. No se arriesgarán a alcanzarme con sus bolas de fuego.

Con tres pasos rápidos, Cazadora saltó en una vagoneta y salió como una bala hacia el túnel. Luego, Gameknight y el Constructor se subieron a la última, pero Malacoda lanzó una enorme bola de fuego hacia el túnel en un intento de cortarles el paso. La vagoneta corrió por las vías justo delante de la carga ígnea, mientras la parte trasera del túnel era consumida por las llamas. El túnel se derrumbó justo detrás de su vagoneta y quedó sellado.

Habían escapado, pero por los pelos.

Mientras discurrían a toda velocidad por las vías, Gameknight aún oía los ensordecedores gritos de frustración de Malacoda, el rey ghast, que vociferaba con todas sus fuerzas.

—¡Os atraparé…!