Capítulo 16
Erebus aulló presa de la rabia. Habían llegado a otra aldea sin rastro de aldeanos… ¿Qué ocurría? Quería matar PNJ, necesitaba sus PE para poder pasar al siguiente servidor y avanzar hacia la Fuente, pero no estaba haciendo ningún avance. Alguien o algo estaba llegando antes que él a las aldeas y las estaba vaciando antes de que pudiese matar a nadie. Aquello le provocaba una ira furibunda.
—¿Dónde están? —chilló, arañando los tímpanos de los que tenía más cerca con su voz estridente.
—No lo sabemos —respondió uno de los generales wither.
Erebus miró al medio esqueleto flotante. Costaba distinguir a la criatura en la oscuridad de la noche. Por el día, sus huesos oscuros habrían destacado sobre el verde de las praderas que rodeaban la aldea, pero el abrazo oscuro de la medianoche lo hacía más difícil. El rey de los enderman solo distinguía las tres calaveras que coronaban el torso óseo, dos de las cuales escudriñaban la zona en todas direcciones en busca de enemigos, mientras que la del centro devolvía la mirada a Erebus.
—Esta es la tercera aldea que los ojeadores encuentran abandonada —informó el general wither—. Estaban todas totalmente vacías, sin signos de que haya habido batalla alguna. Es como si todos los PNJ se hubiesen ido sin más.
—En algunas aldeas debía de haber al menos un centenar de PNJ. ¿No habéis visto huellas, no los habéis seguido? —preguntó Erebus, que apenas podía contener la rabia.
Entraron en una de las casas, la herrería, y miraron por todas partes. Erebus tuvo que agacharse para no golpearse la cabeza con el techo. En un extremo de la estancia había un cofre. La tapa estaba abierta y no había nada dentro, como si alguien hubiese tenido que marcharse con mucha prisa… pero ¿adónde? Erebus se teletransportó del umbral al cofre abierto y miró dentro, y luego lo cerró de un golpe cuya fuerza hizo astillas la caja. Las astillas volaron por los aires y le cayeron encima, lo que hizo que su ira aumentará aún más.
Tragándose el enfado, Erebus volvió fuera. Divisó la alta torre fortificada que se alzaba en el centro de la aldea, cuya estructura se cernía sobre los demás edificios. Se dirigió hacia ella. Todas las aldeas tenían una torre parecida, era el puesto vigía. El recuerdo de Gameknight999 en lo alto de una de aquellas torres en el último servidor durante aquella terrible batalla en la aldea aún perseguía al enderman. Aquel molesto Usuario-no-usuario había conseguido que los aldeanos se defendieran y lucharan. Lo recordaba en lo alto de aquella torre cuando Erebus y su ejército de monstruos se aproximaban a la aldea fortificada. Erebus recordaba el odio ardiente que había sentido casi de inmediato, y cómo su derrota en aquel servidor no había hecho más que avivar las llamas de su ira.
—Te atraparé, Usuario-no-usuario —dijo Erebus en voz queda y estridente, a nadie en particular.
Llegó rápidamente a la torre, con la horda de monstruos siguiéndolo a cierta distancia, sin acercarse demasiado a su líder, fácilmente irritable; solo los withers se atrevían a aproximarse a él. Erebus aún oía la risa burlona de Gameknight al final de aquella batalla, al igual que los insultos que le había dedicado al rey de los enderman; el recuerdo estaba vivo en su memoria. Todos los aldeanos habían vitoreado al Usuario-no-usuario desde las murallas que habían levantado alrededor de la aldea, y algunos también se burlaron de Erebus al ver cómo observaba lo que quedaba de su ejército replegándose en las sombras. El recuerdo hacía que su ira creciese más y más. Aquella torre era sin lugar a dudas un símbolo de su derrota. Tenía que destruirla… AHORA.
—Creepers, adelante —ordenó.
Un grupo de creepers con motas verdes se apresuró hacia delante moviendo sus diminutas patas a toda velocidad. Corrieron hasta donde estaba Erebus y alzaron hacia él sus ojos negros y fríos, con las bocas abiertas y su perpetuo gesto de enfado.
—Quiero a doce creepers dentro de esa torre —ordenó—. Buscad aldeanos. Buscad hasta que os ordene que salgáis.
Los creepers, conscientes de que negarse les habría costado la muerte, se metieron rápidamente por la puerta abierta y se apiñaron en la planta baja de la torre. Unos cuantos subieron por las escaleras que llevaban al primer piso, en busca de aldeanos que el rey de los enderman sabía perfectamente que no había.
Aún oía la risa de Gameknight en el fondo de su mente. La furia que le había provocado la derrota en aquella aldea aún lo dominaba. Se giró hacia su general y pronunció dos palabras en voz muy baja, para que solo las escuchase el wither.
—Quémalos —dijo.
—Pero, señor… —contestó el general, confundido.
—¿Qué es lo que no has entendido, wither?
Erebus desapareció y reapareció al instante al otro lado de la criatura, a continuación se teletransportó para situarse justo frente al esqueleto de tres cabezas y por último apareció a su espalda, golpeándolo ligeramente cada vez para que supiera que podía destruirlo en cualquier momento. De vuelta en su posición original, el rey de los enderman volvió a mirar a la bestia.
—¿Tengo que repetírtelo? —preguntó Erebus. La ira impregnaba su voz.
Todavía veía a Gameknight999 en lo alto de la torre en su mente, sonriendo de forma estúpida. El recuerdo le impedía razonar.
—¿Qué haces ahí parado sin hacer nada? ¡HAZLO!
Enseguida, el wither lanzó una ráfaga de calaveras negras en llamas por la puerta abierta que alcanzaron a los creepers que estaban más cerca y activaron el proceso de detonación. Las bestias verdes empezaron a iluminarse y a expandirse, se hicieron más y más grandes, sus cuerpos se volvieron blancos, hasta que…
BUM… BUM, BUM, BUM.
Una explosión en cadena hizo estremecerse la aldea. Los creepers que detonaron primero encendieron la mecha de los demás, y se generó un efecto dominó que devastó la torre como un puño explosivo. Los bloques de roca cayeron como granizo por toda la aldea y una grieta enorme se abrió en la superficie de Minecraft. Cuando los bloques ya descansaban en el suelo y el humo se disipó, Erebus miró los restos de la torre con regocijo. Aquello que tanto le recordaba aquel día tan humillante, aquella terrible derrota, ya no existía, y en su lugar solo había un profundo cráter.
—Un momento, ¿qué es eso? —preguntó, apuntando al cráter con uno de sus brazos largos y oscuros.
En la base del cráter humeante había un agujero oscuro que bajaba a las profundidades. Claramente era obra de los aldeanos, porque se trataba de un túnel perfectamente vertical, y los restos de una escalerilla colgaban de uno de los lados. Erebus se teletransportó hasta la base del cráter y una nube de partículas moradas flotó a su alrededor un instante después de que se materializara. La tierra aún estaba caliente. Un olor acre a sulfuro flotaba a su alrededor; el viento esparcía los restos de los creepers.
Se agachó y escudriñó el interior del túnel. La escalera de la pared se perdía en la oscuridad. El final del túnel no era visible, ni siquiera para los agudos ojos de un enderman.
«Es obvio que esto lo han construido esos estúpidos PNJ para desplazarse de su patética aldea a algún lugar subterráneo —pensó—. Pero ¿por qué? ¿Qué hay ahí abajo?»
Se incorporó y vio que su ejército rodeaba el cráter: zombis, esqueletos, creepers, enderman, arañas y slimes, todos miraban hacia abajo, hacia él. Uno de los withers flotó hasta donde estaba. Su esqueleto ennegrecido destacaba contra la piedra gris y la tierra marrón que rodeaban el hoyo.
—¿Cuáles son sus órdenes, señor? —preguntó el wither con su voz seca y crepitante.
Los ojos de Erebus estudiaron sus tropas en el borde del cráter. Miró a un grupo de esqueletos y les ordenó que se acercaran. Los monstruos se miraron unos a otros, aún con el terror pintado en los ojos negros e inertes. Con paso lento y vacilante, los cuatro esqueletos se dirigieron hacia su líder; el sonido de los huesos entrechocándose reverberaba en el aire.
—Bajad por esta escalera y averiguad a dónde lleva —ordenó Erebus—. Cuando lo sepáis, que uno de vosotros vuelva y me informe. Los demás os quedaréis allí para vigilar.
Rápidamente, los esqueletos descendieron por la escalerilla y desaparecieron en la oscuridad. Diez minutos después, la cabeza de uno de ellos se asomó por el túnel como un trofeo incorpóreo.
—Hay una gran cámara —dijo el esqueleto. Su voz estentórea era como el ruido de dos huesos al frotarlos—. Hemos visto una veintena de mesas de trabajo en el suelo de la caverna, y hay un montón de vagonetas que llevan a unos túneles, unos treinta o cuarenta que parten en todas direcciones.
—Entonces, así es como lo hacen —murmuró Erebus.
—¿El qué, señor? —preguntó el general wither.
—Los PNJ —contestó el rey de los enderman—. Siempre he sabido que se comunicaban con las demás aldeas y se desplazaban de un sitio a otro sin moverse por la superficie. Tienen una red de vías subterráneas.
La voz empezó a crujirle de la indignación. De repente se dio cuenta de que aquella red férrea había contribuido a su derrota en el último servidor, y esa certeza lo llenó de ira y de ganas de matar.
—¿Y las vías están en buen estado? —preguntó. La irritación quedaba patente en su voz chirriante.
—Creo que sí —contestó el esqueleto con tono dócil, consciente de que si se equivocaba en su apreciación podía costarle la vida.
—Muy bien —dijo Erebus, y acto seguido se giró hacia sus tropas—. Los aldeanos nos han ocultado este secreto a los monstruos del mundo principal. Ellos pueden desplazarse de una aldea a otra por vía subterránea, mientras que nosotros tenemos que arriesgarnos a cruzar el terreno por la superficie, corriendo siempre el riesgo de que nos sorprenda la luz del sol, que es letal para algunos de nuestros hermanos y hermanas. Los PNJ han mantenido esta red subterránea en secreto a sabiendas de que nos jugábamos la vida.
Algunos monstruos empezaron a murmurar, presas de la agitación. Erebus desapareció y reapareció en el borde del cráter, rodeado de las partículas moradas del teletransporte.
—Los PNJ desean veros sufrir consumidos por los rayos del sol para quedarse con el mundo principal solo para ellos. Se regodean en vuestra agonía, conscientes de que nosotros, los monstruos del mundo principal, nos vemos obligados a vivir bajo tierra y disfrutar únicamente de los restos del festín de Minecraft.
Más murmullos de descontento se elevaron desde la horda a medida que su ira aumentaba, pero Erebus aún no había conseguido llegar hasta donde se proponía, así que continuó.
—Nos hemos conformado durante mucho tiempo con una porción demasiado pequeña de este mundo —chilló—. Esta red férrea nos permitirá movernos por todas partes a nuestro antojo, fuera del alcance de los estragos del sol.
Los zombis y los esqueletos empezaron a rugir y vitorear, seguidos por los chasquidos de las arañas gigantes. La indignación y el rencor estaban a punto de estallar.
—Mi ejército arrasará este mundo como una riada y castigará a los PNJ y a los usuarios con una venganza salvaje hasta eliminarlos por completo. Una vez que nos hayamos deshecho de ellos, cruzaremos el paso a la Fuente, nos liberaremos del yugo de Minecraft e invadiremos el mundo analógico.
El ejército vitoreaba y coreaba:
—Hay que destruir a los PNJ… Destruir a los PNJ… Destruir a los PNJ… —Los cánticos resonaban por toda la zona.
—Ahora, amigos, seguidme, os guiaré hasta nuestro destino.
Acto seguido, Erebus se teletransportó hasta la entrada del túnel y se zambulló en la oscuridad seguido de su ejército, que bajó al cráter como un torrente imparable de monstruos iracundos con una idea fija: la destrucción.