Capítulo 17
Erebus y su ejército fueron de una aldea a otra por la red de vías subterráneas, sin preocuparse ya de la hora que fuese. La primera aldea a la que llegaron estaba vacía: la cámara de construcción estaba desierta y las pertenencias de los aldeanos cubrían el suelo de piedra. Erebus envió a algunos de los monstruos inmunes al sol a la superficie, pero volvieron con la noticia de que no había nadie en la aldea.
Erebus se enfadaba más y más… «¿Dónde están los aldeanos?»
La horda se arremolinó alrededor de las vagonetas y se montaron de nuevo rumbo a la siguiente aldea, donde la escena se repitió, puesto que también estaba abandonada.
Erebus se enfadó aún más… «¿Qué ocurre aquí?»
—Quizá deberíamos separarnos —sugirió el comandante wither—. Esos insignificantes aldeanos no suponen una gran amenaza.
—No —le cortó Erebus—. El Usuario-no-usuario está ahí, en alguna parte, colocando las piezas para esta partida. No podemos arriesgarnos y dividir nuestras fuerzas.
—Pero los aldeanos no pueden defenderse —insistió el wither.
—Sí que pueden, imbécil. No tienes ni idea. La presencia del Usuario-no-usuario lo cambia todo, incluso las reglas de la guerra. No hay que subestimarlo. Ya cometí ese error una vez, no volveré a hacerlo. No vamos a separarnos.
Los monstruos se apilaron en las vagonetas de nuevo: primero los withers y los enderman, seguidos por los esqueletos, los creepers, las arañas, los zombis y los slimes en la retaguardia. Erebus iba a la cabeza, haciendo las veces de punta de lanza. El ejército avanzaba sin dificultad por los túneles, y su ira crecía con cada aldea desierta que encontraban. Erebus percibía que había un patrón de algún tipo… y sabía que Gameknight tenía algo que ver con aquello.
—Te encontraré muy pronto, Usuario-no-usuario —dijo para sí mientras recorría los túneles a toda velocidad en la reconfortante oscuridad.
Y entonces lo vio… Una luz tenue al final del túnel. Se dio la vuelta y les hizo una seña a los withers para que estuviesen alerta. Cuando irrumpieron en la cámara iluminada, Erebus fue recibido con un sonido maravilloso que era música para sus oídos: gritos de terror.
—¡Monstruos en la cámara de construcción! —chilló uno de los PNJ—. ¡Corred!
Antes de que pudiesen huir, Erebus se teletransportó al otro extremo de la cámara. Agarró los bloques de tierra donde estaban anclados los raíles y los extrajo de modo que las vías cayeran al suelo, cortando así esa vía de escape. Se teletransportó de un raíl a otro y destruyó todas las vías que salían de la cámara de construcción, encerrando a los que allí estaban sin escapatoria posible.
Los withers entraron en la cámara y procedieron a disparar sus letales calaveras negras. Los proyectiles en llamas impactaban contra los PNJ sin remordimientos, matando a los blancos e hiriendo a cualquiera que estuviese cerca. A medida que los monstruos invadían la cámara, el ambiente se llenaba con los alaridos aterrorizados de los PNJ. El repiqueteo de los huesos empezó a generar un eco ensordecedor cuando los esqueletos se unieron a la batalla; sus flechas mortales silbaban en el aire y se hundían en la carne de los aldeanos.
Cuando el resto del ejército de Erebus hubo salido de los túneles, una explosión hizo temblar el suelo… una explosión enorme seguida del bum, bum, bum de otras detonaciones menores. De repente, la puerta de la cámara se abrió de golpe. Erebus no daba crédito a lo que veían sus ojos: un ghast de ojos rojos como la sangre.
—¿Qué les ocurre a mis prisioneros? —atronó el ghast, asolando la estancia con su voz felina.
Una masa de blazes surgió por la puerta arrancada de sus goznes en cuanto el ghast se movió por el aire, flotando casi al nivel del techo, con sus nueve larguísimos tentáculos retorciéndose de la emoción. Detrás de los blazes aparecieron los hombres-cerdo zombis, y después los esqueletos wither, primos lejanos de los comandantes wither de Erebus. La sala se llenó de monstruos, confusos y sin saber muy bien qué hacer.
—Estos PNJ no son tus prisioneros —dijo Erebus—. Soy el rey de los enderman y estas son mis víctimas.
La mirada de Malacoda se posó rápidamente sobre Erebus. En su rostro de aspecto inocente se adivinaba una ira venenosa.
—Escúchame bien, enderman —dijo Malacoda con una mueca de desdén—. No tienes ni idea de lo que está ocurriendo aquí. Minecraft está en guerra y tú estás interfiriendo en mis planes.
—Por supuesto que sé que estamos en guerra, ghast —replicó Erebus, dando un paso adelante, absorbiendo a su paso tres esferas brillantes de PE. La sensación de poder cuando aumentaba el nivel de experiencia era estimulante. Sonrió y le sostuvo la mirada a la criatura—. Yo ya me he enfrentado al Usuario-no-usuario en una batalla en el último plano de servidores, y lo he seguido hasta este servidor para acabar con él. Voy a absorber todos los PE de este mundo, y después llevaré a mi ejército hasta la Fuente. Y tú te estás interponiendo en mi camino.
Malacoda se desplazó lentamente por el aire, y después bajó como un relámpago hasta Erebus, a una velocidad que parecía imposible para una criatura tan grande. Rodeó al enderman con sus tentáculos y volvió al techo, con el rey de los enderman atrapado en su abrazo, forcejeando sin éxito. Un resplandor morado empezó a envolver a Erebus, pero se apagó rápidamente.
—No puedes teletransportarte en mi presencia, enderman. Yo controlo el manejo de los portales, y tus débiles habilidades de teletransporte no son una excepción.
Malacoda esperó para asegurarse de que todos lo miraban. Quería asegurarse de que la horda del mundo principal supiera quién estaba al mando. Sus tropas seguían entrando en la cámara mientras él sostenía en alto al rey de los enderman. Los blazes se situaron en posiciones estratégicas alrededor de los withers, que eran las criaturas más peligrosas.
—Ahora voy a soltarte, enderman.
—Me llamo Erebus.
—Muy bien… Voy a soltarte, Erebus, y harás lo que yo diga o sufrirás mi cólera. ¿Lo has entendido?
Erebus soltó un gruñido agudo, estridente y afirmativo que sonó como el chirrido de una bisagra oxidada, y dejó de forcejear. Malacoda descendió un poco y lo soltó, dejándolo caer en el último tramo. Mientras caía, Erebus intentó teletransportarse, pero sus poderes seguían bloqueados, probablemente porque aún estaba muy cerca del ghast. Impactó con fuerza contra el suelo y perdió varios PE. Un grito ahogado de sorpresa emergió de sus tropas.
Se puso en pie rápidamente y ordenó:
—¡Withers, atacad al ghast! ¡¡Ahora!!
Antes de que ninguno de los monstruos de tres cabezas pudiera moverse siquiera, una descarga de bolas de fuego cayó sobre ellos. Los blazes disparaban desde sus posiciones en el perímetro de la cámara. Los ghasts más pequeños que acababan de entrar en la sala abrieron fuego, apuntando con sus cargas ígneas a los monstruos tricéfalos. En cuestión de segundos, diez withers habían perecido y yacían convertidos en montoncitos de carbón y huesos que alumbraban el suelo de la caverna. Los monstruos del mundo principal retrocedieron varios pasos y bajaron la mirada con la esperanza de no ser ellos el próximo ejemplo.
—Y ahora, déjame que te explique cómo funciona esto, Erebus —dijo Malacoda con una voz como un ronroneo que hizo estremecerse de miedo a todos los PNJ de la caverna—. Soy Malacoda, el rey del inframundo, y yo estoy a la cabeza de esta guerra. Te contaré mis planes para acabar con este mundo y con la Fuente, pero solo cuando me demuestres que mereces la pena.
Uno de los esqueletos se situó junto a Erebus con una expresión desafiante en el cráneo. Malacoda bajó a la velocidad del rayo y envolvió a la criatura con sus pálidos tentáculos. Lo izó hasta el techo de la cámara y el rey del inframundo apretó y apretó. Todo el mundo oyó un crujido, como si un gigante hubiese pisado un montón de ramas… y después se hizo un silencio abrupto. Malacoda soltó a su presa y dejó caer una pila de huesos, que se esparcieron por el suelo de la caverna. Todos dirigieron la mirada a los restos del esqueleto y, acto seguido, de vuelta al ghast.
—Mi primera orden es que detengas esta estúpida masacre de PNJ —prosiguió Malacoda—. En lugar de matarlos, los atraparás y me los traerás, especialmente a los constructores. Necesito mano de obra en el inframundo, y tú me la conseguirás. Puedes matar a algunos para hacer que los demás obedezcan, pero no les hagas ningún daño a los constructores… Son especiales y no pueden sufrir ningún daño.
Malacoda señaló con uno de sus tentáculos al constructor de la aldea; el PNJ de la túnica negra estaba en un rincón, rodeado de aldeanos acorazados. Un grupo de blazes apartaron a la escolta y rodearon al constructor. Los demás aldeanos se encogieron de miedo.
—¡Monstruos del mundo principal! —atronó Malacoda—. Estoy preparándome para abrir una puerta a la Fuente por la que también vosotros podréis pasar si accedéis a servirme. Vuestro patético «rey» será uno de mis generales y ayudará a acelerar la recolecta de PNJ y constructores. Todo depende de estos, y cada vez quedan menos, por la razón que sea. Todos me ayudaréis, o de lo contrario sufriréis la misma suerte que esos huesos del suelo.
Los ojos de los monstruos pasaron del ghast flotante a la pila de huesos que flotaba en el suelo de la caverna. También observaron las siluetas humeantes de los withers tricéfalos que quedarían marcadas para siempre en la superficie de roca. Acto seguido, volvieron a elevar la mirada a su nuevo líder.
—Los aldeanos sanos y fuertes serán trasladados al inframundo para trabajar para nuestra causa. Con los débiles y enfermizos podéis hacer lo que os plazca. —Malacoda estudió atentamente a Erebus—. Traedme aldeanos y constructores, y os recompensaré. Desobedeced y os destruiré. Enviaré blazes y ghasts con vosotros para asegurarme de que cumplís mis órdenes. —Flotó hasta abajo para poner su cara inmensa y cuadrada a la altura de la de Erebus—. ¿Entendido?
Erebus ahogó su rabia en el rincón más oscuro y profundo de su alma y tragó saliva. Se tragó el orgullo y asintió con la cabeza.
—Bien —contestó Malacoda—. Consígueme a esos aldeanos y a los constructores, rápido. Quiero que me los traigas en persona al inframundo. Los blazes te enseñarán dónde están los portales. —Se acercó aún más y habló en voz baja para que solo Erebus pudiese oírle—: No tardes si no quieres que te castigue.
A continuación, el rey del inframundo se giró y volvió a la entrada de la cámara, escoltado de cerca por un círculo de ghasts que llevaban al constructor.
Erebus miró la espalda del ghast, completamente enfurecido. «¿Cómo se atreve esa criatura a tratarme así? Soy Erebus, el rey de los enderman»
Entonces, un pensamiento atravesó su mente y le hizo esbozar una sonrisa casi imperceptible. «Cuando esa monstruosidad menos se lo espere, me vengaré… Pero primero está el Usuario-no-usuario… Después, este intento de rey… Y, por último, la Fuente.»
A medida que las piezas del rompecabezas empezaban a encajar en su mente retorcida y violenta, una sonrisa maligna se dibujó en su rostro.