Capítulo 19

LOS PLANES MEJOR TRAZADOS

Cuando salieron del portal esperaban que los monstruos estuvieran allí, aguardando su llegada. Pero, para su sorpresa, no había ninguno; solo el calor apabullante, que les golpeaba en la cara, y el humo acre, que les ardía en la garganta.

—Rápido, dispersaos —ordenó el Constructor—. Matad a cualquier monstruo que intente darse a la fuga. Malacoda no puede enterarse de nuestra llegada. Pero no toquéis a ningún hombre-cerdo zombi. No queremos enfrentarnos a esas criaturas aquí al descubierto.

Los guerreros se dispersaron, cerciorándose de que la zona era segura. El aire destilaba humo y ceniza; a Gameknight999 le ardían los ojos y no paraba de toser. Se aclaró la garganta y miró hacia la escarpada colina. Vio como los hombres-cerdo zombis se movían sin rumbo de un lado a otro, con sus espadas resplandecientes a la luz anaranjada y abrasadora del inframundo.

Inspeccionó la zona y vio que estaban en una meseta alta a unos cien bloques sobre el nivel de la llanura distante. A un lado había una colina con una pendiente suave, que se extendía y se perdía en el horizonte. Habrían tardado mucho si hubieran bajado en esa dirección. Al otro lado había unos acantilados altos, probablemente imposibles de escalar, pero justo a la derecha Gameknight vio lo que necesitaban: un barranco muy profundo insertado en medio del paisaje. Desde lejos parecía una profunda herida abierta en la superficie del inframundo, como si fueran los vestigios de alguna terrible guerra entre gigantes. Las paredes escarpadas de la grieta y el interior sombrío tenían un aspecto siniestro y amenazador.

Tras el barranco, en la distancia, se asentaba la fortaleza de Malacoda, tan oscura y amenazadora que parecía destilar maldad y odio. Se veían unas formas desplazándose de un lado hacia otro; algunas de ellas brillaban como si estuvieran ardiendo, mientras que otras caminaban con pasos de plomo, encorvados por el arduo trabajo. Al afinar la vista, vio que eran los aldeanos a los que obligaban a levantar la poderosa estructura con el fin de ampliar la fortaleza que albergaría más monstruos. Cerca de los desgraciados aldeanos estaban sus guardianes, unos blazes que posiblemente se convertirían en sus verdugos cuando el cansancio les impidiera seguir con el trabajo.

«Pobres», pensó.

—¿Disfrutas de las vistas? —dijo una voz burlona por encima de su hombro.

Gameknight se giró y vio a Cazadora a su lado con sus ojos oscuros clavados en él. Su pelo rizado y rojizo parecía brillar a la luz del inframundo, que le daba la apariencia de un halo incandescente que flotara alrededor de su cabeza.

Justo entonces reparó en el brillo azul e iridiscente de su arco.

—¿De dónde has sacado ese arco encantado? —le preguntó.

—Se lo quité a un esqueleto que merodeaba cerca de la aldea —replicó con orgullo—. Pensarás que esa criatura era capaz de disparar con puntería con esta arma, pero la realidad confirma que un arma solo es certera si lo es su portador.

Gameknight comprendió y asintió.

—De hecho —añadió—, te he conseguido uno igualito que el mío. Tiene Poder IV, Llama I e Infinidad I.

Levantó el arma resplandeciente a la altura de sus ojos y contempló el arco como si tuviera vida propia, como si fuera una extensión de su cuerpo.

—Adoro este arco. Espero que estés a su altura.

Sacó otro arco de su inventario y se lo lanzó al Usuario-no-usuario. Gameknight lo recogió con rapidez, agradecido por semejante arma. Recordó el arco encantado que tenía en el último servidor y lo extrañó como a un viejo amigo, pero con este tenía de sobra por ahora. Sonrió y le dio una palmadita en la espalda a Cazadora, que le devolvió el gesto con una sonrisa en un sorprendente alarde de camaradería.

De repente, el Constructor apareció junto a ellos, seguido por uno de sus guerreros PNJ.

—Todo en orden, todavía no saben de nuestra llegada —aseveró el PNJ dirigiendo su mirada hacia Gameknight y después al Constructor. No parecía tener muy claro quién estaba al mando.

—Espléndido —dijo el Constructor—. Usuario-no-usuario, ¿estamos listos para marchar?

Gameknight se giró hacia su amigo. Vio a toda la expedición, un muro de guerreros acorazados que lo contemplaban con expectación.

—Es la hora —dijo Gameknight, intentando imprimir el máximo valor posible en su voz débil—. Vamos a recuperar a nuestra gente.

Los vítores de los PNJ resonaron en el ambiente cuando Gameknight se dio la vuelta y bajó la colina hacia el terrorífico barranco, seguido muy de cerca por los soldados. Se desplazaba, cuando podía, de refugio en refugio, escondiéndose tras un montículo de cuarzo, bajando después a hurtadillas por otro de infiedra, tratando de pasar desapercibido a los ojos vigilantes que aguardaban en la fortaleza. Echó la vista atrás y vio que sus tropas seguían sus movimientos, que también se agazapaban y se agachaban en la medida de lo posible para evitar que los vieran.

Al bajar a pie, el descenso fue lento. La obligación de pasar desapercibidos los hacía ir aún más despacio, si bien los PNJ y los usuarios no eran rápidos por lo general cuando atravesaban un campo de batalla. Y ese era uno de los puntos flacos de su plan. Por juegos como StarCradt, Command & Conquer y Age of Empires, sabía que en una batalla la velocidad era una cuestión vital. Los que gozaran de mayor movilidad y reaccionaran de forma más rápida podían modificar la estrategia en el curso de la batalla. La frase «ningún plan de batalla sobrevive al contacto con el enemigo» se había corroborado una y otra vez a lo largo de la historia, y Gameknight había aprendido la lección varias veces en infinidad de batallas online. Aquí su plan flaqueaba en dos factores: velocidad y sigilo. Tenían que llegar hasta los constructores sin hacer ruido, sin que nadie advirtiera su presencia. Cuando franquearan los muros de la prisión y liberaran a los prisioneros, era probable que saltaran las alarmas, y a partir de entonces todo sería cuestión de velocidad y suerte.

Todos aquellos factores aterraban a Gameknight. La simple idea de tener que enfrentarse de nuevo a Malacoda y a su horda le provocaba escalofríos a la par que lo hacía sudar de asfixia. El miedo lo consumía, y solo tenía ganas de cavar un hoyo y esconderse en él, pero sabía que no podía. Aquellos PNJ prisioneros dependían de él, al igual que los amigos que lo seguían ahora. Tenía que ser capaz de ver más allá de eso, aunque la anticipación de la inminente batalla parecía exprimir todo su valor. Gameknight se deshizo de todas aquellas preocupaciones y se concentró en el momento, en aquel preciso instante, y puso toda su atención en seguir caminando. Ignoró con decisión las imágenes de la inminente batalla, de Malacoda y de los monstruos a los que se tendría que enfrentar más adelante. Se limitó a pensar en sus pasos. Y, sorprendentemente, la ansiedad cesó durante un rato. Las imágenes del rey del inframundo y sus secuaces se desvanecieron en cuanto consiguió expulsar todas aquellas posibilidades de su mente.

«Quizá pueda hacerlo.»

Gameknight salió de un recoveco en la infiedra y se dirigió rápidamente a la grieta del barranco, donde el suelo emprendía su descenso. Las paredes escarpadas del barranco le transmitían cierta seguridad, y le daban la certeza de que los ojos vigilantes de los monstruos apenas los alcanzarían desde allí. Tras avanzar unos cincuenta bloques por el barranco, se detuvo y esperó a sus amigos. El Constructor lo alcanzó pronto, envainó su espada y se detuvo para tomar aire. Cazadora se apresuró hacia él, pero en lugar de detenerse siguió bajando por el barranco, dejándolos atrás en su carrera, como si la misión fuera exclusivamente suya. El resto de las tropas llegó al barranco y se detuvieron a descansar un momento mientras sus armaduras tintineaban con el choque de los cuerpos acorazados, reverberando en el aire.

—Shhh —dijo el Constructor en voz baja, con la mirada puesta en sus guerreros.

Se relajaron al instante y se dispersaron para que, literalmente, corriera algo de aire entre sus cuerpos jadeantes. El único sonido que podían percibir ahora eran los chillidos de los murciélagos, que revoloteaban de un lado para otro, algunos ascendiendo hasta el cielo y sobre la cumbre del barranco. Al rato volvió Cazadora, subiendo a toda velocidad por la senda. En sus gestos se percibía la violencia y todo su cuerpo, en tensión, parecía dispuesto a quitar de en medio a cualquier persona o cosa que se interpusiera en su camino. Sus ojos, como agujeros negros en el cielo, desprendían una rabia inextinguible. Era como si hubiera vuelto a ver a su familia sufriendo en las garras de los monstruos.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó a Gameknight y al Constructor.

—Necesitamos descansar un poco —replicó el Constructor.

—Uno no descansa hasta que su posición no está asegurada —sentenció Cazadora—. Coloca a un soldado delante y a otro detrás de ti. —Se giró hacia los guerreros—. Pero no os apiñéis, idiotas. Una simple bola de fuego lanzada por un ghast bastaría para acabar con la mayoría de vosotros.

Gameknight y el Constructor se miraron, avergonzados por su descuido.

—Para estar a la altura del enemigo, tenéis que pensar como él. Si quisiera atrapar a esta banda de idiotas, pondría un ghast delante y otro detrás de ellos y los atraparía en un fuego cruzado. —Cazadora volvió a mirar a los guerreros—. Vosotros tres, sacad vuestros arcos, volved al barranco y cubridnos las espaldas. Y vosotros cuatro —dijo, señalando a otro grupo de PNJ—, tensad los arcos y vigilad. Matad a cuantos blazes o ghasts veáis. Recordad, es posible que solo podáis disparar una o dos veces antes de que ellos respondan al ataque, así que todos debéis apuntar al mismo blanco. ¡Ahora, EN MARCHA!

Los guerreros miraron al Constructor y a Gameknight como si pidieran permiso con la mirada.

—Ya la habéis oído —dijo Gameknight—. En marcha.

Asintieron y corrieron por la senda, mientras los otros tres retrocedieron para vigilar la retaguardia.

—Ahora, en marcha —ordenó Cazadora—. Cuanto antes arreglemos este entuerto, antes llegaremos a casa. —Giró rápidamente sobre un pie, se dio la vuelta y emprendió la marcha barranco abajo—. ¡MOVEOS! —gritó sin mirar atrás.

El Constructor y Gameknight se miraron, se encogieron de hombros y siguieron a su compañera, dejando atrás al resto de la tropa.

—Dispersaos —dijo Gameknight por encima del hombro—. Haced lo que Cazadora ordene.

Los guerreros asintieron y formaron una larga y estrecha fila de corazas, intentando hacer el menor ruido posible y con los ojos puestos en la cima del barranco, en busca de amenazas.

Se desplazaron deprisa y sin incidentes, descendiendo poco a poco por la senda serpenteante que se abría paso a través del barranco. En el extremo más bajo, el pasillo se abría ante una enorme llanura que se extendía a lo largo de todo el paisaje. Gameknight veía cómo los hombres-cerdo zombis caminaban cargados con sus espadas doradas que contrastaban con el gris del terreno. Su carne putrefacta parecía viva a la luz roja de los numerosos ríos de lava que surcaban la zona. Las criaturas descerebradas arrastraban los pies de un lado para otro sin rumbo fijo, mientras sus espadas doradas refulgían a la luz.

En la distancia, Gameknight 999 podía ver un mar de lava gigantesco en el que la masa abrasadora de roca fundida desprendía un brillo naranja. El humo y la ceniza emergían del mar ardiente y formaban una niebla grisácea que oscurecía cualquier hito que pudiera apreciarse en su extensa costa, lo que le daba un aspecto de imposible eternidad. El pánico se apoderaba de él al pensar que toda esa lava pudiera extenderse hasta los confines de Minecraft.

«¿Cómo un lugar puede contener tanta lava?», pensaba mientras contemplaba el mar burbujeante.

Pero lo que más pánico le provocaba era la fortaleza gigantesca que se extendía por todo el terreno. Unos bloques ígneos de infiedra, que contrastaban con el naranja óxido predominante, coronaban las oscuras torres. Se elevaban hasta el cielo como si fueran las garras en llamas de una bestia titánica. Estas torres amenazadoras estaban conectadas por unos elevados pasajes, muchos de ellos cerrados por completo. El ladrillo oscuro de infiedra del que estaban construidas les daba un aspecto sombrío y siniestro. Las antorchas salpicaban los laterales de la enorme estructura con unos círculos luminosos que proyectaban luz por todas partes, aunque la iluminación no la hacían menos terrorífica.

Era la estructura más grande que Gameknight había visto en Minecraft.

Los pasos elevados se abrían paso en todas direcciones, se esparcían por el terreno. Pero lo más increíble y terrorífico de toda la estructura era la torre central. Era un enorme edificio cuadrado que se elevaba hasta el cielo, de al menos unos cien bloques, si no más. Estaba rematada por unas almenas dentadas, hechas de bloques incandescentes de infiedra, que decoraban la cúspide. Gameknight podía ver a ambos lados unos balcones que sobresalían por todas partes. Sabía que aquellos balcones atesoraban artefactos hacedores de monstruos llamados generadores; lo había visto en sueños. En esos balcones se traían a la vida a cientos de monstruos, que sumaban sus voces furiosas a los gritos y lamentos ya presentes en el cálido viento. La fortaleza ponía histérico al Usuario-no-usuario, pues sabía que era la gran amenaza de las vidas electrónicas que intentaba proteger.

Apartó la mirada de la fortaleza y centró su atención en la llanura que se extendía ante él. Un terreno abierto y amplio mediaba entre la grieta del barranco y la fortaleza de Malacoda, salpicado de bloques incandescentes, ríos de lava e innumerables hombres-cerdo zombis. A izquierda y derecha se veían unas colinas irregulares de infiedra, cuyas laderas, rocosas y escarpadas, contrastaban con el descenso suave de la planicie.

De repente, un murciélago pasó a su lado como una exhalación, revoloteando desorientado de un lado a otro hacia una de las colinas, probablemente su hogar. Mientras volaba le oía chillar, incómodo quizá por tanto calor. Los murciélagos habitaban en las cuevas, acostumbrados a lugares fríos y húmedos bajo tierra. Aquí, en el inframundo, ni hacía frío ni había humedad, y era probable que el animal se sintiera considerablemente agobiado.

Por precaución, el grupo decidió avanzar y cruzó la llanura a toda velocidad a través de un camino sinuoso, rodeando a los hombres-cerdo zombis, que colmaban el aire de lamentos. Enfilaron por la senda más directa para no llamar la atención de ningún monstruo putrefacto, corriendo lo más deprisa posible para llegar a su destino: la fortaleza.

La enorme estructura ocupaba todo el campo de visión, y se extendía desde las altas colinas en el horizonte brumoso, pasando por la llanura inclinada, hasta desembocar en la orilla del mar de lava. Gameknight veía el terrorífico círculo de piedra que se erigía en la superficie de lava solidificada, donde la vista apenas alcanzaba a ver los oscuros pedestales de obsidiana. Sintió la furia y la violencia que desprendía la isla. Era ahí donde se concentraban todos aquellos chirridos y disonancias procedentes del engranaje de Minecraft.

«En esa isla se decidirá todo», pensó Gameknight. Sabía que su destino se resolvería allí. Los augurios y el miedo comenzaron a invadirle el alma, mientras la idea de librar una terrible batalla en aquel lugar empezaba a nublarle la mente. Y entonces recordó algo que su padre le dijo una vez. En aquel momento no le había visto mucho sentido, pero ahora, por alguna razón… en aquella situación… ahora lo entendía.

«Tener miedo por algo que aún no ha sucedido es como el copo de nieve que no quiere precipitarse por temor al verano —le había dicho su padre—. El pobre copo de nieve se perderá el invierno; se perderá la oportunidad de que lo conviertan en muñeco de nieve o de participar en una guerra de bolas. Perderá la oportunidad de vivir simplemente por no vencer el miedo. Siempre habrá tiempo para tener miedo de algo cuando llegue. A veces, anticiparse a algo puede ser peor de lo que es en realidad. Piensa en el presente y proyecta tus miedos hacia el futuro. Céntrate en el presente… el presente… el presente…»

Las palabras de su padre resonaron en su mente y lo llenaron de tranquilidad y valor. Se olvidó de la inminente batalla y se concentró en el presente y en lo que tenía alrededor… El Constructor… Cazadora… sus guerreros… blazes….

«¿Qué? ¿Blazes?».

—¡BLAZES! —gritó Gameknight, señalando la colina de infiedra.

Un ejército de blazes y cubos magmáticos salió desde detrás de la colina, en dirección a ellos. Señaló la amenaza y se giró hasta encontrar al Constructor a su derecha. Vio que el joven líder señalaba a la derecha, a la otra colina. Otro ejército de blazes, esqueletos, hombres-cerdo zombis emergían de detrás del monte, también en su dirección.

El presente ahora lo representaban aquellos monstruos ávidos de destrucción. El aire se llenó con el repiqueteo de los esqueletos, los chasquidos de las arañas y la respiración mecánica de los blazes: era la sinfonía del odio.

Gameknight notó cómo el pánico y el terror recorrían cada uno de sus nervios como una descarga eléctrica.

Miró atrás y calculó la distancia. Los dos ejércitos les darían alcance antes de que pudieran llegar a la fortaleza. Y si conseguían liberar a los creadores, no podrían volver a casa. Quedarían atrapados en la fortaleza; delante tendrían a todos aquellos enemigos y detrás, a los monstruos de Malacoda.

El rescate había fracasado.

Miró a su amigo y vio la viva imagen de la derrota en el rostro del Constructor, que arqueaba el entrecejo de pura tristeza y arrepentimiento.

—Hemos fracasado —dijo decepcionado el joven PNJ—. Lo siento, amigos.

Gameknight no sabía si le hablaba a los que lo rodeaban o a los pobres creadores que estaban encerrados en la fortaleza. Pero qué importaba. Lo que de verdad importaba era volver al mundo principal sanos y salvos.

«Pero ¿cómo?»

Era muy difícil que pudieran llegar al barranco antes de que los monstruos les dieran caza. ¿Habría otro ejército al otro lado del barranco que les impidiera retirarse al mundo principal? En el inframundo había que actuar con rapidez, pero las piernas les pesaban demasiado.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó el Constructor con la voz tomada por la incertidumbre.

—Los problemas con los monstruos pueden solucionarse con algo de ingenio y explosivos —se dijo Gameknight en voz baja. Después habló en alto y con más confianza, dejando que fuera el presente el que dirigiera su coraje—. Constructor, ¿tienes todavía los explosivos?

—Claro —respondió con la voz aún débil.

—Yo también —dijo una voz entre los guerreros. Gameknight miró al Constructor y vio la indecisión reflejada en su rostro. Se giró hacia Cazadora y vio que se moría por echar a correr y enfrentarse a los enemigos ella sola, pero eso carecía de sentido y al final le costaría la muerte. En aquel momento, en el presente, sus tropas y sus amigos lo necesitaban, necesitaban a Gameknight999… las piezas encajaron en su mente, ya sabía lo que había que hacer.

—¡VAMOS, QUE TODO EL MUNDO ME SIGA! —gritó tras tirar la espada y sacar su arco encantado—. ¡Volvamos al barranco!

—Pero allí no habrá escapatoria —dijo el Constructor mientras movía las piernas perezosamente.

—Sí, sí la habrá —respondió Gameknight—. Vamos a solucionar esos problemas con los monstruos a la entrada del barranco. ¡VAMOS!