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Desde la cima de su propio reino construido mediante sacrificios, escuchó la noticia atentamente, y en su mente vio colapsar el mundo perfecto del príncipe de Gales con una sonrisa de satisfacción surcando su rostro impasible.

—¿Está muerta? —preguntó el hombre con la mirada fija en los jardines de su propiedad.

—Aún no, señor —respondió su acompañante.

El hombre lo miró por encima del hombro, nada conforme con su respuesta, pero de todas maneras contento con el progreso.

—Bueno, ¿qué estás esperando? —Hizo girar la silla por el respaldo—. El mundo no se tambalea con solo mirarlo. Hay que romperle los soportes, y ahora mismo esa mujer impide la caída más esperada.

Observó su mano derecha, abierta, con la vista a la palma pálida. La cerró de golpe formando un puño.

—Escucharlo no es suficiente para mí. —Centró la mirada en su acompañante, de pie y en silencio con las manos cogidas tras la espalda—. Quiero verlo colapsar. Quiero que de él no quede ni siquiera su voluntad.

Levantando la barbilla con la altivez de un rey a punto de ser coronado, decretó:

—Y lo que yo quiero siempre lo consigo.