Tres viajes

Ha dejado a Juan Camilo con su amiga Marina porque hoy tiene reunión del grupo del viaje. Espera que sea la última vez, que las cosas cambien pronto. Ya es hora de que Andoni y el niño se conozcan, para que puedan quedarse juntos cuando ella tenga que hacer, y aprendan a quererse.

Cuando Manuela entra en el aula del centro cultural, ya están sentadas en círculo: Kaya, Liuba, Dolores, Simona, Adama y Sonia.

—Vamos a esperar un poco a las que faltan —dice la profesora—, y enseguida empezamos.

Todas esas mujeres son inmigrantes, como ella. Se reúnen cada quince días para hablar de su viaje hasta aquí. ¿Por qué se marcharon de sus países? ¿Cómo fue el trayecto y la llegada? ¿Y ahora? Se llaman el grupo del «relato del viaje» porque, aunque de momento solo hablan, más adelante cada una escribirá su historia, e incluso es posible que con esa historia alguna de ellas quiera hacer un cuento. Una ficción.

A Manuela esa posibilidad le interesa mucho y por eso no falta a ninguna de las reuniones del grupo, y el pobre Juan Camilo anda de aquí para allá, quedándose con unos y con otros. Ya es hora de que el niño y Andoni se conozcan y empiecen a quererse.

Le interesa mucho ese paso de la voz a la escritura, por eso siempre sigue con la máxima atención las enseñanzas de la profesora. El punto de vista; el tiempo. «No es lo mismo contar hacia atrás que hacia adelante», les dice Julia y les explica las diferencias.

Tampoco es lo mismo pensar en una dirección o en otra. Pero a Manuela le importa sobre todo el salto de la realidad a la ficción. La ficción consigue que en la historia donde estabas tú ya no estés tú. Y que la historia siga siendo la tuya pero sea otra. Porque un cuento está formado por hechos y retratos reconocibles y, sin embargo, ajenos. Algo así tiene que ser, piensa Manuela. Y siente que lo entiende en lo profundo aunque en la superficie lo encuentre aún confuso, inaccesible.

De todas maneras, al grupo solo va a contarle el tercer viaje, el que la ha traído de Bogotá hasta aquí; de la casa de Elías, a la casa en la que vive ahora y que es solo suya y del niño. Del primer y del segundo viaje no va a hablarles a estas mujeres ni a nadie. Únicamente al hombre que vaya a compartir su vida, su cama, su placer. Andoni tal vez; ojalá. Y solo lo hará cuando haya aprendido a contar desprendiéndose; formando no la historia de aquello, sino el cuento de aquello. Reconocible pero ajeno.

Llega por fin Guisela, como siempre sofocada de correr; y casi seguido Soumia, que no tiene que correr porque la traen en moto, y sin embargo siempre llega tarde y con la expresión, piensa Manuela, de alguien que acaba de ver en la calle un accidente grave.

—Ya estamos todas —dice la profesora—. ¿Quién quiere empezar hoy?

—Yo —contesta Liuba.

—Pues adelante.