Esa noche les contamos a mamá y a la abuela nuestro encuentro con el doctor Kane.
—¡Nunca podríamos haber derrotado a ese calamar gigante sin tus increíbles collares para respirar bajo el agua! —exclamé.
—Y gracias a tu casco traductor del idioma animal —dijo Kenny—, he podido charlar con tortugas, focas y delfines.
—¡Y no te olvides de Ceniza! —le recordé.
—Espero que el entrenamiento que el doctor Kane le está obligando a hacer a Superninja no sea peligroso —dije.
—El doctor Kane necesita a tu padre más de lo que tu padre necesita al doctor Kane —observó la abuela—. No le hará daño.
—Siento mucho que no hayas podido verlo hoy —dijo mamá con tristeza.
—Mamá, estoy seguro de que volverás a verlo algún día —repuse—. Y no será Superninja, será solo papá.
—Espero que tengas razón —suspiró mamá.
—Sé que la tengo —aseguré.
Y la envolví en un abrazo.
La abuela, Kenny y Ceniza enseguida se unieron a nosotros. ¡Fue como si el calamar gigante me estrujara de nuevo!
Salvo que esta vez me sentí como en casa.