CAPÍTULO XIII

La crisis de los medios y la salvación de Prisa

financiar

Del fr. financer.

Conjug. c. anunciar.

1. tr. Aportar el dinero necesario para una empresa.

2. tr. Sufragar los gastos de una actividad, de una obra, etc.

 

En la fenomenal y divertida película Primera plana, uno de esos clásicos de la historia del cine sobre los que todo el mundo habla sin necesidad de haberlos visto, un personaje define a los periodistas como «un atajo de pobres diablos» cuyos mejores reportajes «sirven para envolver a un periquito muerto». En esta España convulsa y confusa de la segunda década del siglo xxi, los periódicos de papel ya no sirven ni para enterrar a las mascotas. Pero los diarios digitales, incluidas las ediciones online de las vetustas cabeceras, siguen marcando el rumbo de la opinión pública.

Las más impactantes informaciones exclusivas de los últimos años han aparecido en medios digitales. Si se miran sólo los dos años precedentes, sin ir más lejos, puede comprobarse que Público reveló las grabaciones de las cloacas de Interior, eldiario.es destapó el escándalo de los másteres de Cifuentes, Montón y Casado, El Confidencial tumbó a Máxim Huerta por sus problemas con Hacienda y desveló junto a La Sexta los Papeles de Panamá que acabaron con Manuel Moix o José Manuel Soria, Okdiario publicó el vídeo de Cifuentes y las cremas, El Español desveló el caso Lezo y las cintas de Corinna, esto último al alimón con Okdiario, Vozpópuli contó que Rodrigo Rato se había acogido a la amnistía fiscal, etcétera.

El periodismo, contra lo que algunos prevén o desean, no ha muerto y, por definición, sigue siendo uno de los pilares básicos de cualquier país que pretenda ser libre. Los periodistas, peor pagados y peor tratados, eso sí, siguen ejerciendo su función de controlar los desmanes del poder. Este libro, de hecho, no hubiera sido posible sin el trabajo del autor durante doce años y, además, se nutre de muchísimas informaciones que han publicado compañeros del oficio. De hecho, en estos tiempos de fake news, de influencers, de youtubers y de la mala reputación de la prensa, ganada a pulso en buena medida, se consume más información que nunca a través de los medios, aunque sea de manera desjerarquizada, a trazos.

La gente se informa a través del móvil mucho más de lo que lo hacía antes mediante las publicaciones impresas. Sólo es que prefieren consultar la información a través de Facebook, Google, Instagram u otras aplicaciones de sus teléfonos. En España se han creado multitud de cabeceras en los últimos años. Algunas de ellas funcionan porque combaten ese fenómeno tan temible que es la posverdad. Los experimentos comunicativos que ya despuntan en las redes sociales se ampliarán y mutarán más y más. Sólo es cuestión de tiempo adaptarse a los tiempos para ofrecer calidad y confort a una comunidad de seguidores, mejorar los servicios para que la gente pague por ellos, como Netflix ha hecho en televisión.

Sí han cambiado en el periodismo español y mundial, y de ahí la referencia al papel y los periquitos fenecidos, las formas de llevarlo a la práctica, porque también ha pasado a ser diferente el modo en que las personas se acercan a los medios. Internet y la tecnología lo han cambiado todo y vivimos en una sociedad mediática carente de paradigmas y referencias como había antes, más desordenada por así decirlo; algo que no tiene que ser necesariamente negativo. Lo que está en crisis en España no es el periodismo en sí mismo, sino los tradicionales medios de comunicación, que no terminan de asumir los nuevos tiempos y que no encuentran formas de negocio sostenibles. Es una crisis de modelo que ahoga a los empresarios de la comunicación y, por ende, a sus trabajadores, que trabajan en condiciones cada vez más precarias. No son malos tiempos para el periodismo, son malos tiempos para los periodistas.

Pero, eso sí, las nuevas formas periodísticas y la pavorosa crisis del modelo de negocio convierten a los medios en más vulnerables y frágiles que nunca y, por ello, más rehenes de los poderes económicos y políticos. Cuantos más problemas tiene una empresa periodística, más depende de sus inversores, en ocasiones ocultos, que deciden en la cómoda sombra qué se puede y qué no se puede publicar o emitir. La bicoca de la publicidad institucional –esto es, la pasta que inyectan las instituciones en campañas publicitarias– se aminoró durante la crisis, pero todavía provoca que los medios dependan sobremanera de su amistad con los políticos; y quizá pronto empiece a menguar la publicidad insertada por las grandes empresas, pero aún representa la gallina de los huevos de oro para los medios que, por la citada dependencia económica, tienen que rendir pleitesía a los grandes anunciantes como Telefónica, el BBVA, el Santander o Iberdrola. Así, en síntesis, el periodismo sobrevive, como no podía ser de otra manera, pero las elites siguen imponiendo su ley en el sector mediático de la democracia borbónica.

Ayudados como hemos visto por el poder político, los grandes grupos de comunicación se centran en la televisión, un negocio todavía rentable y donde se impone el entretenimiento, y la radio, aún más rentable y que sigue siendo necesaria por su propia esencia. El lío está en la prensa, escrita o digital. Ahí están los mayores buscadores de noticias exclusivas, esos «pobres diablos», y ahí están también las más grandes carencias económicas. La competencia es feroz. Ello hace que las prisas por llegar los primeros, por un lado, y la búsqueda de aumentar la audiencia para lograr mayor publicidad con la que financiarse, por otro, acaben pervirtiendo y contaminando en muchas ocasiones la labor periodística. Por eso, porque la presión es cada vez más asfixiante, los sueldos son más bajos y la velocidad se impone a la calidad, son malos tiempos, como decía, para los periodistas. No tanto para sus lectores, que, como siempre, pueden construirse una visión plural de la realidad consultando medios de diferente tendencia política y sin pagar por ello. Y, si se topan con un medio que prioriza el amarillismo o los titulares salvajes a cualquier precio, sólo tienen que dejar de leerlo.

Al cabo, lo que ha ocurrido en España con los medios de comunicación es que la crisis económica, con la histórica reducción de la inversión publicitaria como principal consecuencia para el sector, ha pinchado otra gigantesca burbuja, la periodística. Y se han desmoronado las formas de hacer y vender periodismo, incluidos no pocos privilegios escandalosos, que dominaban el panorama mediático desde la Transición. Se han derrumbado los grandes medios con los que soñaban esos periodistas ambiciosos que sólo buscaban sentirse poderosos y alimentar su ego. El periodismo español ya no será como antes. El mejor ejemplo de esta crisis del sector es la caída de Prisa, el gran imperio que parecía invencible una década atrás y se está desintegrando poco a poco, hasta el punto de que su consejo de administración ha acabado en manos de los poderes económicos.

Auge y caída de Prisa: lo que va de Polanco a Cebrián

Jesús de Polanco (1929-2007), apodado «del gran Poder» por sus más fieros enemigos, fundó el Grupo Prisa y lo convirtió en el mayor conglomerado empresarial de medios de comunicación de España y quizá de todo el mundo donde se habla en español. Esta figura irrepetible representa, quizá mejor que ninguna otra, a esos empresarios patrios cuyos negocios despegaron en la Transición y llegaron al cielo en la democracia. Merced a sus fabulosos vínculos con el poder político, consiguió en los años 70, aún en el franquismo, hacerse casi en exclusiva con el negocio de los libros de texto que producía la joya de la corona del holding, la editorial Santillana, génesis del grupo. Fue una operación a la que contribuyó la Administración franquista, que sopló a Polanco por dónde iban a ir los derroteros de los nuevos programas educativos que iba a establecer la Ley de Educación de 1970 para la EGB. Cuatro meses antes de que se aprobase la citada ley, la empresa de Polanco ya disponía de miles de ejemplares almacenados para su distribución, por supuesto con el sello de calidad de ser libros válidos para la EGB[1].

Quizá por sus conexiones con el régimen de Franco, el inventor de Prisa colocó en 2003 como presidente de Sogecable a Rodolfo Martín Villa, un alto cargo en el franquismo que en la Transición fue ministro del Interior, justo cuando ocurrieron hechos tan luctuosos como los cinco asesinatos del 3 de marzo de 1976 en Vitoria o la irrupción a tiros de la Policía en la plaza de toros de Pamplona en 1978 que costó la vida a Germán Rodríguez[2]. Martín Villa provenía de la presidencia de Endesa. Ha recibido numerosas condecoraciones, algunas a manos del rey, por su labor en el tránsito a la democracia. Las elites, en su tónica habitual.

Con la llegada del PSOE al poder, en 1982, Polanco diversificaría sus negocios, tanto con la compra de otros medios de comunicación como con el salto a Latinoamérica, principal motivo de su éxito empresarial, a través de los créditos de Fondos de Ayuda al Desarrollo. Entre los medios que fue ahormando en su grupo estaban El País, considerado el principal periódico de la Transición, que salió a la calle por primera vez en 1976 con otros dueños y otros intereses ideológicos, pero que acabó en manos de Prisa; la Cadena Ser, histórica emisora de radio que en 1985 pasó a estar controlada por la compañía del empresario, y Canal Satélite Digital, la primera plataforma de televisión de pago en Europa que empezó a funcionar a mediados de los noventa. En el año 2000, Prisa, cuyos negocios crecían y crecían sin cesar en Latinoamérica, empezaba a cotizar en Bolsa. Aumentó sus compras e inversiones por medio mundo. Toda una historia de éxito, pero colmada, eso sí, de maniobras propias del capitalismo clientelar.

Las operaciones de poder en las que Prisa, con Polanco a la cabeza, se valió de su sintonía con los gobiernos de Felipe González, moldearon el sistema mediático español. Una de ellas constituye quizás uno de los atropellos más brutales a la libertad de expresión acontecidos en democracia. Resultaba que la Cadena Ser, casi siempre hegemónica, veía seriamente amenazado su liderazgo. En 1992, Antena 3 Radio, una cadena de ideología conservadora y muy crítica con el felipismo, había logrado lo que parecía imposible: superar a la radio de Prisa en los índices de audiencia. Polanco se acordaba de aquella máxima de «si no puedes con el enemigo, únete a él» y decidió ponerla en práctica, pero mejorándola: «Si no puedes con el enemigo, lo compras y lo cierras». Es lo que hizo el presidente de Prisa, que, con la colaboración del infatigable Mario Conde, llegó a un acuerdo con el presidente del Grupo Godó, máximo accionista de Antena 3 Radio, para fusionarse.

El Gobierno del PSOE, naturalmente, autorizó la concentración de empresas, pese a que tenían una ideología opuesta, porque gracias a ello se quitaría de encima a los informadores molestos. En 1994 la radio que había superado a la Ser dejó de existir como generalista y en 2002 desapareció definitivamente. Años después, los tribunales daban la razón a los periodistas de Antena 3 Radio que habían recurrido –Manuel Martín Ferrand, Pedro J. Ramírez, Federico Jiménez Losantos, etcétera– porque se habían violentado las leyes antimonopolio, pero el daño ya estaba hecho y no se podía reparar al haber desaparecido la sociedad original. El episodio se conoce como el antenicidio y sólo es comparable en desvergüenza a lo que pasó en el archiconocido caso Sogecable, cuando el juez de la Audiencia Nacional Javier Gómez de Liaño, que se atrevió contra Polanco, acabó fuera de la carrera judicial por una prevaricación luego desmentida por Estrasburgo. Luego llegarían las «guerras del fútbol» y otros muchos avatares en los que el Ejecutivo del PSOE y Prisa siempre se alinearon juntos.

Todas las maniobras con las que el Gobierno socialista favoreció a Prisa se debían al grupo estupendamente bien avenido que formaban González, Polanco, los ministros Javier Solana y Alfredo Pérez Rubalcaba y, por supuesto, Juan Luis Cebrián, primer director de El País. Los vínculos entre todos ellos provocaron que hubiera muchos momentos de la democracia borbónica en que parecía que El País y el PSOE eran la misma cosa. Todos salían beneficiados de un entendimiento tan hermoso que parecía un matrimonio. El romance se rompería, eso sí, con el fallecimiento de Polanco en 2007. Cebrián utilizó toda la fuerza del conglomerado mediático, sobre todo las páginas de El País, para arrear día sí y día también al joven presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que había osado decantarse por otros socios, los creadores de La Sexta, en detrimento del tradicional socio mediático del PSOE. Eso sí, años después, cuando convenía hacerlo para lograr favores de las autoridades de Competencia sobre la venta a Telefónica de un importante paquete accionarial de Digital Plus, Prisa viraría para acercarse a ese Zapatero al que Cebrián no soportaba, pero al que tenía que adular por el bien del negocio.

Polanco era un hombre de enorme inteligencia y capaz de conseguirlo todo o casi todo. Incluso logró algo que todavía parece imposible en los círculos culturales: que Cebrián se convirtiera en académico de la RAE[3]. Pero, ahora que existe más de una década de perspectiva, se equivocó sobremanera al elegir a este pupilo como gestor del imperio mediático. Si el creador de Prisa, ese exitoso hombre de negocios tan bien relacionado con el poder político, pudiera ver en 2018 lo que ha ocurrido con su creación, no daría crédito ante semejante desastre. Con su sucesor a los mandos, el periodista metido a empresario Cebrián, Prisa dejó de ser un grupo multimedia y se fue desintegrando poco a poco, de forma lenta pero continua, merced a varias operaciones ruinosas.

El descenso a los infiernos de Prisa empezó con la famosa OPA para hacerse con el 53 por 100 de Sogecable que no controlaba la empresa. La italiana Vivendi y Telefónica, la segunda contra pronóstico, se deshicieron de sus participaciones y Prisa tuvo que pagar la factura. Fue una de las primeras decisiones de Cebrián y provocó, para resumir, que Prisa pasase de ser una empresa bastante saneada y con futuro esplendoroso a acumular una deuda de varios miles de millones de euros. Las plusvalías con las que soñaban los dirigentes de Prisa se esfumaron y, en cambio, aquella broma de la OPA supuso un desembolso de 2.000 millones financiados con deuda. Luego llegó la crisis financiera para dar la puntilla. Desde entonces, la cosa ha ido cuesta abajo y sin freno. Quizás un día en las escuelas de negocios se estudie la gestión de Cebrián como el ejemplo de lo que nunca se debe hacer al frente de una empresa.

El desguace de un imperio y el acercamiento al PP

En la década con Cebrián al frente de la compañía, se produjo el desmontaje de Prisa. Poco a poco el holding tuvo que ir vendiendo casi todos sus activos para obtener financiación con la que pagar su deuda, que llegó a alcanzar los 5.000 millones. En 2009, el grupo mediático vendió un 21 por 100 de las acciones de Digital Plus a Telefónica y otro 22 por 100 a Mediaset, además de separar Prisa TV y Cuatro, canal que también acabó vendiendo al mismo grupo italiano a cambio de entrar en su accionariado con un 18,3 por 100.

Después, el conglomerado tuvo que deshacerse de buena parte de sus acciones en Mediaset, paquete a paquete, para obtener liquidez. Vendió también Alfaguara y otros sellos editoriales de Santillana al grupo Penguim House Mondadori por valor de 72 millones de euros. Intentó deshacerse de su parte de la portuguesa Media Capital con una venta a la francesa Altice por la que obtendría 320 millones de euros, pero las autoridades de Competencia de Portugal, donde sí parecen hacer su trabajo, acabaron dando al traste con la operación.

La principal y quizá más dolorosa venta que tuvieron que afrontar Cebrián y sus compañeros del consejo de administración fue la de Digital Plus. En mayo de 2014, Telefónica compró el 56 por 100 de la plataforma de televisión por 725 millones de euros. Orange, Vodafone y otros actores del sector pusieron el grito en el cielo, porque la operación acababa con la competencia, de forma que Movistar controlaría el 80 por 100 del negocio. Las autoridades de Competencia establecieron unas condiciones a la compañía, pero, por supuesto, aprobaron la compraventa. Con esta, la Prisa de Cebrián dejaba de ser un grupo multimedia.

El desguace de Prisa no era suficiente para salvarse de la quema. Para no hundirse, la compañía cotizada tuvo que acometer varias operaciones financieras, a cada cual más extraña y con la ayuda inestimable del poder político, que provocaron, además, la entrada en el accionariado y, por ende, en el consejo de administración de los socios más pintorescos que uno pueda imaginar para un grupo de comunicación.

En 2010, el fondo buitre estadounidense Liberty salvó al grupo de la quiebra inyectando 650 millones de euros mediante una ampliación de capital que esconde, en realidad, una extrañísima operación financiera que casi nadie es capaz de explicar. Sería algo así como un intercambio de acciones a gran escala en el que nadie pone realmente un duro y parece que ambos salen beneficiados ante los mercados. El presidente de esta compañía estadounidense, Nicolas Berggruen, es un tiburón de las finanzas dedicado a invertir en sociedades con problemas para luego devorarlas. Un experto en desguaces de empresas. Como se cuenta en el fantástico libro Papel mojado (Debate, 2013), compendio de las reveladoras Reality News de la revista Mongolia, la paradoja es que Berggruen, hombre que se autodenomina homeless porque siempre pernocta en hoteles de lujo, no tiene el menor interés en los medios de comunicación, hasta el punto de que en una ocasión, cuando una revista holandesa iba a publicar un perfil sobre él, decidió comprar toda la tirada y destruirla, como desveló en su día The Wall Street Journal.

La siguiente operación para salvar al soldado Cebrián, acontecida en 2012, tuvo como protagonistas a tres grandes bancos: La Caixa, Santander y el británico HSBC. Las entidades bancarias eran las principales acreedoras del grupo y llegaron a un acuerdo para que 350 millones de euros de la deuda pasasen a ser bonos convertibles. Lo que supuso que, dos años después, en 2014, se convirtieran en los principales accionistas del grupo de comunicación. Junto a ellos, claro está, Telefónica, que aportó 100 millones de euros a esta fiesta del rescate a cambio de pasar a ser, en aquel momento, la accionista de referencia del grupo. Los banqueros y el gigante de las telecomunicaciones desembarcaron en el consejo de administración de Prisa. No parece lo más adecuado para un grupo de comunicación cuyos medios, por naturaleza, deben vigilar y narrar, llegado el caso, los desmanes de esas compañías cotizadas.

Todas estas operaciones para salvar a Prisa tienen, además, un denominador común: ejemplifican cómo funciona el capitalismo clientelar en España. Porque el poder político tuvo mucho que ver en que todos los planes, por estrambóticos que fueran, salieran bien. Con esa tradicional excusa de que este holding era una «empresa estratégica» por su relevancia social y económica, el Gobierno del PP, sí, de la derecha, ayudó todo lo que pudo a reflotar al gigante que se desvanecía. La virreina mediática del marianismo podría explicarlo con todo lujo de detalles. Habrá que esperar a que escriba sus memorias y, contra lo que suelen hacer los políticos en esos libros, cuente la verdad.

Soraya Sáenz de Santamaría desplegó todos sus poderes, esos que sus palmeros y paniaguados creían mágicos pero que en realidad sólo eran consecuencia de su cargo, para ayudar a Cebrián. No es que tomase decisión ejecutiva alguna, sino que estuvo al tanto de las operaciones, consultando con unos y otros, y dio el visto bueno gubernamental. La prueba de que el Ejecutivo está en el ajo es que en los organismos reguladores y supervisores, esto es, la CNMV y el Banco de España, nadie cuestionó tan extrañas operaciones. A nadie llamó la atención la rarísima operación de Liberty y, menos aún, que tres bancos y una teleco poderosísimos llegasen a ese arreglo con una empresa que simple y llanamente no podía pagarles.

La contrapartida, claro está, fue que los medios de Prisa suavizaron sobremanera su trato al Gobierno de Rajoy y, en especial, a la vicepresidenta. Ya hemos visto en otro capítulo cómo se cambió una información que afectaba al marido de Santamaría, Iván Rosa, por su trabajo en Telefónica. Era casi imposible, y sin el casi, encontrar informaciones de El País o la Ser que dejasen en evidencia a la vicepresidenta del Ejecutivo. En el oficio periodístico es un secreto a voces que Prisa mimaba a la número dos del Gobierno.

Sólo así se explica una fotografía que todavía hace que los informadores de El País se tiren de los pelos y se froten los ojos con la esperanza de que en realidad fuera un mal sueño: Santamaría y Cebrián, ambos sonrientes, como buenos amigos, en la inauguración de la nueva edición web del periódico en Barcelona, el 10 de junio de 2014, brindando con cava catalán. La sintonía entre ambos llamó la atención de muchos de los presentes, entre los que se encontraban, por cierto, Pedro Sánchez, Miquel Iceta, Ada Colau o Joan Manuel Serrat. El acercamiento de Prisa al PP fue evidente durante todo el marianismo, si bien sobre todo aconteció en el rotativo del grupo, pero no tanto en la Cadena Ser. Algunos en la redacción no daban crédito a muchas de las portadas que decidía Antonio Caño, director del periódico y muy cercano a Cebrián.

Es obvio que el giro de El País se entreveraba con los gravísimos problemas económicos a los que ya se ha aludido y que, por supuesto, continuaban. A finales de 2013, el holding de medios se vio obligado a suscribir un plan de refinanciación con dieciséis fondos buitre y nueve bancos. Operación que cocinó, a fuego lento pero seguro, el entonces número dos de la compañía, Fernando Abril-Martorell, llegado precisamente para deshacer el desaguisado de Cebrián y que después puso rumbo a Indra. Ese complejo plan de refinanciación obligaba al conglomerado de medios a deshacerse de activos para poder hacer frente a los vencimientos de deuda. O sea, para poder pagar a los que le habían salvado de la quema. Además, iban llegando otros inversores, como el mexicano Roberto Alcántara Rojas, que aportó 100 millones más para convertirse en otro de los mandamases que decidían sobre Prisa. No obstante, lo mejor estaba por llegar.

Porque, a mediados de 2016, el fondo oportunista Amber Capital, controlado por el francés de origen libanés Joseph Oughourlian, se hacía con el 18 por 100 de las acciones y, así, se convertía en el primer accionista de Prisa. Este hedge fund había llegado a la cotizada en 2014 con la adquisición de un 3 por 100, aprovechándose de su enésimo desplome en Bolsa. Ahora, pasaba a ser al accionista de referencia. Desplazaba así a los hijos de Polanco, que entre ambos sumaban un 15 por 100. Cuando el padre de familia y fundador del imperio pereció, en 2007, su familia controlaba el 70 por 100 de las acciones de la compañía. Pero la deuda y el desguace narrados provocaron este cambio histórico. La llegada de Oughourlian supondría, a la postre y tras no pocas carambolas, el final de Cebrián como primer ejecutivo de la compañía.

Ni con la llegada de tantos y tan variopintos socios se acababan las urgencias para Cebrián y Prisa. Porque en 2018 llegaban vencimientos de deuda por valor de 957 millones de euros. Otra amenaza para la supervivencia del grupo. Para afrontar el impacto en las cuentas de semejante golpe, los directivos del holding se pusieron manos a la obra para intentar algo que jamás habrían imaginado, que supondría un duro revés en lo simbólico y que, sin duda, no le hubiera gustado nada a Jesús del Gran Poder: vender la editorial Santillana, génesis y joya de la corona de este imperio mediático que se desintegraba a marchas forzadas.

Los despidos, los sueldos millonarios y la censura

Entretanto, los paganos de todas estas desinversiones fueron, para variar, los trabajadores de Prisa. Casi 2.500 empleados menos. Especialmente traumático, por simbólico, fue el expediente de regulación de empleo (ERE) de El País. La compañía adelgazó el periódico despidiendo a 130 trabajadores, entre ellos algunos de los mejores periodistas de España. Como siempre en estos casos, sea el sector que sea, la sociedad se dejó llevar por la lógica de los números. Lo más duro para los afectados y para la plantilla en general no fueron los despidos en sí mismos, sino el hecho de que, al mismo tiempo, Cebrián estuviera cobrando un sueldo millonario. En 2011, año del ERE, Cebrián se embolsó más de 11 millones de euros, según consta en los registros de la CNMV. Con ese sueldo se podría haber contratado a 500 redactores con el sueldo base que cobran cuando llegan al periódico.

Bucear en los citados registros de la CNMV es, en el caso de Prisa, una experiencia como de otra galaxia. A pesar de los impedimentos, uno acaba llegando a las cifras. Un ejercicio mareante consiste en comparar los acaudalados sueldos de Cebrián, máximo dirigente de la sociedad, y las pérdidas registradas por la compañía. En 2010, el primer ejecutivo de Prisa ganó 3,8 millones de euros, mientras la empresa perdió 73 millones. Un año después, el presidente del holding llegó a los 11,2 millones citados cuando la cotizada perdió 451 millones. En 2012, las pérdidas declaradas por Prisa alcanzaron los 255 millones y el salario de este académico de la RAE fue de 4,6 millones. El sueldo del presidente bajó hasta 2,1 millones en 2013, año en que Prisa dijo haber perdido 649 millones.

En 2014, el grupo mediático declaró pérdidas de 2.263 millones, una cifra derivada de la pérdida contable por la histórica venta de Digital Plus a Telefónica; ese mismo año, Cebrián se embolsó 1,87 millones, siempre según los datos de la CNMV. En 2015, Prisa ganó 5,3 millones y su presidente cobró 2 millones. En 2016, el primer director de El País cobró 1,7 millones, mientras la empresa que dirigía perdía 67,9 millones[4].

Además, Cebrián se había garantizado una jubilación de oro. Porque, en marzo de 2014, el holding de medios transmitía a la CNMV que Cebrián percibiría 1,2 millones durante cinco ejercicios, entre 2014 y 2018, en concepto de retirement bonus por su trabajo durante toda su carrera en el grupo. En la madre de todas las paradojas, Prisa justificaba esta provisión por «criterios de prudencia contable»[5]. En 2017 percibió dicha jubilación y otro millón en variables. En total, sólo en los últimos ocho años Cebrián ganó más de 30 millones de euros y Prisa acumuló unas pérdidas de 3.855 millones de euros.

Como puede comprobarse, Cebrián siempre cobraba sueldos astronómicos. Pero a veces en su propia casa no lo sabían o no lo querían saber. En marzo de 2014, El País publicó una información que se titulaba «Los socios del club del millón de euros», donde, como el acertado titular indicaba, se recogían los salarios millonarios de los directivos mejor pagados, tanto de dentro como de fuera del Ibex 35, sobre la base de la documentación de la CNMV. La pieza informativa, muy completa, incluía un gráfico con todos los nombres de los magnates, a los que llamaba «milloneuristas», y las cantidades percibidas por ellos en 2013. Casualidades de la vida, Juan Luis Cebrián no aparecía ni en el gráfico ni en la información, pese a que ese año ganó 2,1 millones de euros.

El caso del milloneurista Cebrián es sólo una anécdota. Evidentemente, el hecho de que Prisa acabase literalmente en manos de la banca y los fondos de inversión, quienes no tienen otra ideología que el dinero por el dinero, provocó consecuencias peor que negativas en los medios de comunicación del holding. Las presiones y las directrices se multiplicaron en los últimos años con Cebrián como presidente del grupo. Había demasiados favores que pagar. Había demasiados accionistas relevantes a los que contentar. Amén del favorable trato dispensado a la vicepresidenta Santamaría, en las páginas de El País y en las emisiones de la Cadena Ser, medios repletos de buenos profesionales que tuvieron que aguantar carros y carretas, no abundaron precisamente las informaciones duras sobre Telefónica o el Santander, grandes accionistas de Prisa y, al mismo tiempo, grandes anunciantes en sus medios de comunicación.

En los últimos años, al entonces presidente de Prisa, enfrentado a la plantilla por los recortes y con cada vez más enemigos en el consejo de administración, no le tembló el pulso para tomar decisiones drásticas. Por ejemplo, en 2015 El País prescindió de los servicios de veterano periodista Miguel Ángel Aguilar, todo un histórico del conglomerado que en varias ocasiones incluso sonó como candidato firme a dirigir el rotativo. Aguilar hizo unas declaraciones al New York Times en las que apuntaba a que algunos redactores del diario con sede en la calle Miguel Yuste se habían marchado «con la sensación de que la situación ha alcanzado niveles de censura». La dirección del periódico decidió que Aguilar no escribiese más columnas en sus páginas. El caso de Aguilar recuerda a aquella antológica censura a una columna de Enric González escrita en 2009 que terminaba diciendo que «cualquier día, en cualquier empresa, van a rebajar el sueldo a los obreros para financiar la ludopatía bursátil de los dueños»; no se publicó porque el periodista se refería a los principales directivos de Prisa, Cebrián entre ellos. Mucho más recientemente, cuando aún dirigía el grupo, Cebrián prohibió a los periodistas de la casa que participasen en tertulias de La Sexta, porque esta televisión había relacionado al periodista con los Papeles de Panamá. Por el mismo caso, Ignacio Escolar, director de eldiario.es, dejó de ser tertuliano de la Ser por idéntico motivo[6].

La conspiración contra Sánchez

La marcha económica del conglomerado mediático y la línea editorial de El País iban de la mano, como siempre han ido en Prisa, tanto para cuidar al PP de la intocable Santamaría como para alejarse de Pedro Sánchez, secretario general del PSOE que estomagaba a Cebrián y compañía. Los veteranos guardianes de las esencias felipistas del Partido Socialista, tanto algunos cargos políticos como muchos periodistas, entre ellos el propio presidente de Prisa, siempre creyeron que Sánchez sería un candidato de transición que daría paso a la mujer que le hizo llegar al cargo: Susana Díaz. La presidenta de la Junta de Andalucía era la gran apuesta del Grupo Prisa para el futuro. Ella había aupado al líder del PSOE al darle su apoyo en las primarias en que Sánchez competía contra Eduardo Madina. Y ella, respaldada por la vieja guardia felipista, la política y la mediática, tendría que decidirse a tomar las riendas del PSOE para reconducirlo.

Díaz representaba a ese PSOE tranquilo, un partido «de Estado», con clara conciencia de la unidad nacional, respetuoso con la Corona, cercano a las grandes empresas «estratégicas», alejado de cualquier pacto con nacionalistas y aún más lejos de cualquier aventura con los populistas de Podemos, a los que, de paso, las páginas de El País zaherían un día sí y otro también, unas veces con razón y otras aprovechando cualquier excusa. Ella era la candidata perfecta de las elites políticas y económicas. Era la candidata del sistema para que todo quedase en orden. No son fabulaciones propias de quien ha consumido alucinógenos. Son cosas que pasan en la democracia borbónica.

En septiembre de 2016, cuando el fantasma de las terceras elecciones amenazaba la política española, el PSOE era una olla a presión. Los grandes barones socialistas, encabezados por Díaz, querían que Sánchez y su grupo parlamentario se abstuviesen en la investidura de Mariano Rajoy. Por fin, la presidenta de la Junta de Andalucía cruzó Despeñaperros, que tampoco es que sea el Rubicón, y subió a Madrid, donde mantuvo reuniones con el ex presidente de Telefónica y presidente de la Fundación del mismo nombre, César Alierta, con el ex presidente del Gobierno Felipe González, con otros empresarios del Ibex 35 y con Juan Luis Cebrián[7]. Según desveló La Información, Alierta hasta le garantizó apoyo mediático en la operación para derrocar a Sánchez. Una gran confabulación de la rama más conservadora del PSOE, del principal grupo de comunicación en España y de los grandes capos empresariales, que, además, son grandes accionistas del citado conglomerado.

González, quién si no, inició las hostilidades de los conjurados contra Sánchez en una entrevista en la Cadena Ser emitida el miércoles 28 de septiembre; una entrevista grabada días antes en Santiago de Chile y que ocupa un lugar en la historia reciente de la política española. A las ocho en punto, el hombre que presidió el Gobierno durante 14 años, el mismo que nunca ha reconocido relación alguna con los crímenes de los GAL o con el latrocinio de los fondos reservados, el mismo cuyo Gobierno llegó a un acuerdo ignominioso con el espía Francisco Paesa para engañar a los españoles con la vuelta de Luis Roldán –el pasado siempre vuelve, por aquel entonces en el cine–, el mismo que se olvidó de la ética y la estética en la parte final de su mandato, entronizado como si fuera un semidiós y adicto al poder como un yonqui, ese mismo hombre reaparecía para acusar a Sánchez de haberle «engañado» al prometerle que el PSOE se abstendría en la segunda votación de la investidura de Rajoy.

González aseguraba que «el 29 de junio me explicó que pasaba a la oposición, que no intentaría ningún gobierno alternativo y que votaría contra la investidura del Gobierno del PP, pero que en segunda votación pasarían a la abstención para no impedir la formación de gobierno. Y la verdad es que, viendo lo que está pasando, a mí no tiene por qué darme explicaciones. Me siento frustrado, como si me hubieran engañado». Añadía que, si el comité federal del PSOE, que se iba a celebrar en los siguientes días, tomaba una decisión diferente a la propuesta de Sánchez, este tendría que «dimitir». Primer torpedo para hundir al líder.

Esa tarde, horas después de la famosa entrevista, el grupo de críticos encabezados por Díaz se presentó en la sede del PSOE en Ferraz con 17 dimisiones de la Ejecutiva, justo la mitad más uno, la cifra necesaria para forzar la salida del secretario general. Segundo torpedo a la línea de flotación. Un golpe de Estado interno en toda regla. El resto de la historia es de sobra conocida: Sánchez se negó a marcharse, aguantó el envite y forzó la máquina hasta el comité federal del PSOE celebrado el 1 de octubre de 2016.

Ese día, El País publicó un editorial de dureza inusitada contra Sánchez, al que acusaba de «no ser un dirigente cabal», sino un «insensato sin escrúpulos que no duda en destruir el partido que con tanto desacierto ha dirigido antes que reconocer su enorme fracaso», cuyas «oscilaciones a derecha e izquierda ocurrían únicamente en función de sus intereses personales, no de sus valores ni su ideología, bastante desconocidos ambos»[8]. Tercer torpedo. Fue una jornada negra en la historia socialista, con las tensiones por las nubes, con maniobras arteras de los dos bandos, con dirigentes a punto de llegar a las manos, con el partido roto en dos mitades, con lágrimas caudalosas de Díaz, con el equipo del secretario general colocando una urna para votar y, finalmente, con una votación que obligó a Sánchez a dimitir. Un primer 1-O inol­vidable, en el que los periodistas, atónitos y pendientes de los mensajes de Whatsapp, nos preguntábamos, a las puertas de Ferraz o en las redacciones, si era verdad lo que estaba ocurriendo en el PSOE.

Un mes después de su decapitación como líder socialista, Sánchez concedió una célebre entrevista a Jordi Évole en Salvados. En ella, el político, con gesto afectado y camisa y pantalón vaqueros, como para dar una imagen más cercana a los votantes, afirmó sin titubear que Alierta, diversas «instituciones financieras» que no concretó y el Grupo Prisa de Cebrián habían orquestado una campaña en el diario El País para acabar con su carrera política. Poco después, El Mundo desvelaba que el propio Sánchez se reunió con el nuevo presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, en la sede de la operadora para pedirle que ejerciera sus influencias en Prisa con la finalidad de frenar la campaña en su contra[9]. Campañas y encuentros que muestran, una vez más, el sólido maridaje entre las elites políticas y económicas, cuyos lazos, siempre negados, son más robustos de lo que sus protagonistas reconocen.

Sánchez anunciaba en la entrevista, por cierto, que cogería su coche y empezaría a dar vueltas por España para convencer a los militantes, uno a uno si hacía falta, de que él encarnaba la esencia socialista y, por ello, deberían apoyarle en las siguientes primarias, a las que por supuesto se presentaría. Muchos lo tomaron por loco. La guasa del PSOE andaluz y de los barones guillotinadores llegó al paroxismo. Todos veían imposible que Sánchez resucitase y se mofaban de sus posibilidades. La realidad, más tozuda que los deseos, es que el decapitado volvió, arrasó a Díaz en las primarias de mayo de 2017 y alcanzó La Moncloa un año después mediante la primera moción de censura victoriosa de la democracia. Eso sí, como se ha visto en otros capítulos, pronto mostró un rostro más cercano a las propias elites que a la gente[10].

La tormentosa salida de Cebrián

Las paradojas de la existencia son así de caprichosas. Todo cambió en un año y medio. Sánchez, machacado de forma inmisericorde por Prisa y que parecía muerto para siempre, fue capaz de resurgir de sus cenizas, capear el oscuro temporal y acabar en La Moncloa contra todo pronóstico. Cebrián, que desdeñó tanto al líder del PSOE y que parecía insumergible, acabó ahogado por una tormenta perfecta en su contra. Aunque, eso sí, el periodista cuya gestión como empresario no será recordada por sus aciertos presentó batalla. Y para ello se valió de su extensa agenda de contactos.

Septiembre de 2016. El hedge fund Amber Capital, dirigido por Joseph Oughourlian, se convierte en el primer accionista de Prisa con una participación de casi el 20 por 100. Ahí empieza la cuenta atrás para Cebrián. Ante su nefasta gestión, combinada con sus sueldos de milloneurista, el fondo oportunista empezó a moverse para desalojar al que consideraba culpable del desastre. Primero, en todos los mentideros de Madrid se llegó a dar por hecha una operación entre Amber y Telefónica para acabar con el presidente ejecutivo. Hubiera sido, en caso de concretarse, la guinda perfecta a la extraña relación de amor y odio que han mantenido durante años Cebrián y Alierta, dos mandamases del capitalismo patrio que comparten amigos poderosos, como González y Juan Carlos I, que han estado a veces muy cerca y a veces muy lejos, pero siempre en parecidos charcos. Fracasada esa tentativa, que tal vez sólo fuera un rumor, Amber se alió con otros accionistas críticos con la gestión del presidente, que se aferraba al cargo con todas sus fuerzas.

El máximo ejecutivo de Prisa estaba con el agua al cuello. Sólo concebía vender Santillana para salir del atolladero que suponía tener que afrontar vencimientos de deuda de 957 millones en 2018. El grupo de accionistas liderado por Amber se oponía a la operación. A finales de 2016, Oughourlian y sus aliados, hartos de perder dinero, entre ellos Telefónica y La Caixa, ya intentaron desbancar a Cebrián por las buenas, pero él se negó asegurando, para sorpresa de sus interlocutores, que contaba con el apoyo del Gobierno y el PSOE. Por extraño que pueda parecer, el rey emérito entró en el ajo para recomendar a Alierta y Fainé que no actuasen contra Cebrián porque representaba algo así como la estabilidad del Estado, como recoge Luis Balcarce en las páginas finales su obra Prisa, liquidación de existencias (Foca, 2018).

La batalla por el control de Prisa fue una de esas intrigas en las que los amos del dinero de la democracia borbónica se mueven como peces en el agua. Pactos, traiciones y sorpresas de última hora. Por supuesto, en las negociaciones para controlar el mayor grupo de comunicación de España, el periodismo, la verdad o la información eran lo de menos. Era sólo una pelea por el poder, en la mejor tradición de las empresas cotizadas. El caso es que, como la operación de Santillana estaba imposible, porque nadie en su sano juicio quería pagar los 1.800 millones de precio, los principales accionistas, banqueros para más señas, idearon otra manera de seguir huyendo hacia delante: una ampliación de capital por valor de 500 millones de euros. A cambio, porque ya era inaguantable, Cebrián se tendría que ir de una vez.

El Santander maniobró hasta postular a su candidato a la presidencia, que no era otro que Javier Monzón, ex dirigente de Indra y hombre de confianza de Ana Patricia Botín. Los Polanco, Telefónica y La Caixa respaldaban el acuerdo. Pero en Amber y en HSCB pusieron el grito en el cielo por la elección de Monzón, que no era más que otra prueba de cómo funciona el capitalismo castizo. Todo dependía de Moncloa, que no quería ni ver en pintura a Monzón tras haber sudado tinta china para desalojarlo de Indra[11]. Las llamadas cruzadas entre el Gobierno y los consejeros de Prisa sentenciaron al candidato del Santander. Vuelta a empezar.

Cada reunión del consejo de administración era más tensa que la anterior. Tras no pocos dimes y diretes entre los principales accionistas, la solución de consenso llegaba a finales de 2017 y consistía en colocar al frente de Prisa a Manuel Polanco, hijo de Jesús del Gran Poder, pero Cebrián, al que no conseguían echar ni con agua caliente, sólo aceptaba dejar la presidencia ejecutiva si le garantizaban varios puestos de poder en el grupo, como la presidencia de la Fundación El País. Todo se lo concedieron para que se fuera sin hacer ruido. Otra victoria, aunque por fin se marchase, del académico de la lengua y ex director de El País.

Ante esa suerte de despedida por la puerta grande, Oughourlian estalló. El presidente de Amber, máximo accionista, agarró el micrófono y clamó contra el presidente saliente. La intervención, que se puede consultar completa en YouTube, permanecerá en las memorias de los asistentes. Primero tildaba de «ridículo» que quienes, como él mismo, habían perdido el 30 por 100 del valor de sus acciones tuvieran que recapitalizar la compañía mientras el culpable del desastre se iba con una jubilación de oro. «¿Darle a este señor la fundación, darle la presidencia de El País? ¿Por qué?».

Al final de su encendido discurso, agregaba: «El cáncer de esta compañía es el exceso de personalismo. Juan Luis, tú no eres esta compañía, como me dijiste un día. Sin ti, esta compañía lo hará mucho mejor. [...] Esta compañía tiene un gran futuro con unos activos excelentes e increíbles, que lo son porque han sobrevivido a diez años de una gestión pésima; pero eso se acaba». La venganza se sirve en plato frío. Unos meses después, en abril de 2018, por sorpresa, el consejo destituyó a Cebrián como presidente de la fundación y le colocó como presidente de honor. El ex director, ex presidente milloneurista y académico ya era oficialmente un jarrón chino. Era el fin de una época.

Semanas después, consumada la moción de censura de Sánchez contra Rajoy, la cúpula de Prisa también destituyó a Antonio Caño como director de El País y nombró a la reputada Soledad Gallego-Díaz; la nueva directora cambió al equipo directivo afín a Cebrián. Y la línea editorial, siempre cercana al poder, viró a favor de Sánchez.

La penúltima guerra por el control de Prisa, en particular, y la historia del grupo colmada de turbias operaciones de poder, en general, son la demostración palpable del perpetuo apareamiento de estas elites políticas, económicas y mediáticas, a las que no se les pone nada por delante para lograr sus intereses, a menudo espurios. Los sucesivos rescates que han librado a Prisa de la quiebra constituyen una muestra más de cómo el capitalismo de amiguetes también ha funcionado mejor que bien en el sector de los medios de comunicación. Un sector que por naturaleza tendría que ser muy transparente pero que, en la práctica, es uno de los más opacos de la economía.

«Perro no come perro», suelen decirse para consolarse esos personajes, medio empresarios y medio periodistas, que dirigen los grupos mediáticos. No informan demasiado unos sobre los otros por lo que pueda pasar en el futuro, sabedores de que la crisis del modelo está asfixiando a todos ellos. Mucho, largo y tendido, se podría hablar sobre otros conglomerados mediáticos que lo fueron todo en la democracia borbónica y ahora están de capa caída, pero ha sido suficiente, por salud mental, centrarse sólo en Prisa, el imperio que parecía imbatible y cuya decadencia es, por ende, la más emblemática.

[1] A. Lardiés y D. Forcada, Los mil secretos de Rubalcaba, Madrid, Ciudadela, 2011, p. 284.

[2] Pascual Serrano, Traficantes de información, Madrid, Foca, 2010, pp. 163-165.

[3] D. Forcada y A. Lardiés, Anson, una vida al descubierto, Madrid, La Esfera de los libros, p. 413.

[4] A. Lardiés, «La gestión de Cebrián: 3.753 millones de pérdidas y 26,3 millones de sueldo en siete años», El Español, 6 de marzo de 2017.

[5] A. Lardiés, «Prisa provisiona 6 millones para garantizar a Cebrián el cobro de su jubilación en 2018», Vozpópuli, 29 de julio de 2014.

[6] El propio Escolar lo explicó en un artículo titulado «Juan Luis Cebrián me despide de la Ser».

[7] La Información, «Alierta se reunió con Susana Díaz para garantizarle apoyo mediático en su ofensiva contra Pedro Sánchez», 3 de noviembre de 2016.

[8] El País, «Salvar al PSOE», 1 de octubre de 2016.

[9] C. Segovia, «Pedro Sánchez pidió ayuda a Telefónica para frenar la hostilidad de Prisa», El Mundo, 1 de noviembre de 2016.

[10] Véanse los Capítulos 2, 3, 4 y 5.

[11] El Gobierno peleó hasta sacar a Monzón de Indra, como se cuenta en el Capítulo 10.