6
Pasaron un rato abrazados en la cama. Para entonces, Malena ya no sentía vergüenza de estar desnuda ni reprimía nada de lo que deseaba hacer. Acariciaba el vientre de Sebastián y lo besaba siempre que quería. Él le sonreía y pasaba los dedos por su pelo, sin apuro por desenredarlo.
—Extraño tu música —comentó Malena mirando el reproductor que todavía estaba tirado.
—Se acabó el lado B del cassette, pero podemos volver a escuchar el lado A —propuso él.
Malena asintió. Sebastián se sentó en la cama y se arrastró hasta la orilla para recoger el aparato. En ese momento, ella saltó detrás de él y apoyó una mano en su omóplato.
—¡Tenés un tatuaje! —exclamó. Sebastián giró la cabeza y la miró por sobre el hombro—. ¿Por qué un dragón? —preguntó Malena, recorriendo el contorno del dibujo con la uña.
—Porque es un guerrero que vuela —respondió él.
Sus rostros estaban muy cerca, y cuando ella alzó la cabeza, la respiración de los dos se mezcló. El pulso se les aceleró.
—¿Y vos pensás ir a la guerra? —le preguntó Malena con una semisonrisa, temerosa de su contestación.
—Tal vez —dejó escapar él.
La respuesta la impulsó a besarle el hombro, sintiendo por adelantado el dolor de la despedida. Presentía que, después de esa madrugada, tendrían que volver a ignorarse, y aunque no terminaba de entender la razón, dentro de sí sabía que era lo mejor.
Sebastián recogió el reproductor y volvió a la cama. Malena recostó la cabeza contra su pecho y él la abrazó. Se quedó junto a ella otro rato, acariciándola y compartiendo el auricular.
—Son las cuatro —anunció con cuidado—. Si escuchamos el cassette completo, van a ser las cinco y vamos a correr el riesgo de que los demás vuelvan, así que tendremos que separarnos.
A Malena le dolió la idea de apartarse de Sebastián, pero sabía que ese momento llegaría y se mostró complaciente al respecto. Trató de disfrutar de su compañía y de la música mientras durase, sin pensar en qué les depararía el destino.
—¿Cómo terminaste en mi colegio? —le preguntó.
—Mis padres me obligaron a ir a tu instituto cuando me expulsaron del mío. Discutía con los profesores y eso hizo que me echaran. Las palabras de mi padre fueron: «¿Te gusta la pobreza? ¡Vas a tener pobreza!» Pero desde que vi a qué escuela me mandó, pienso que en realidad nunca quiso enviarme a un lugar como el que describía, solo a un sitio de menor categoría en comparación con ese al que iba —bajó la cabeza y la miró con una sonrisa. Le apretó el hombro para pegarla más contra su costado y la besó en la cabeza—. Se lo agradezco, fue la mejor decisión que tomó por mí en toda su vida —concluyó. Malena se sonrojó.
—¿Pensás que te vas a llevar alguna materia? —continuó, nerviosa por el cumplido y por las caricias.
—Historia y Sociología —respondió él. Ella soltó una risita.
—¡Es que esos profesores te odian! —exclamó—. Y, la verdad, vos te lo ganaste.
—Ya lo sé —confesó Sebastián—. Es que me molesta que no enseñen a pensar. «Abran el libro en la página noventa y cuatro» —imitó, y la hizo estallar en risas.
—¿Y qué vas a estudiar? —le preguntó ella, abrazándose a su cadera. Sentía que esos eran los últimos momentos que pasarían juntos y quería saber todo de él antes de la despedida—. ¿Qué tal Historia o Sociología, así enseñás a pensar? —propuso. Sebastián sonrió, pensativo.
—Podría ser —contestó y volvió a besarle el pelo.
En ese momento, algunos ruidos en el pasillo hicieron que Malena se sentara en la cama, sobresaltada. Sebastián se irguió tras ella y le rodeó los hombros con los brazos para protegerla.
—Shhh… no te asustes, no es nada —susurró en su oído, y le besó el cuello con calma. Sonrió apartándole el pelo de la cara—. Sos tan linda —murmuró para tranquilizarla.
Malena estaba aterrada. Si alguien descubría que había roto todas las reglas, que acababa de tener relaciones con un compañero en el viaje de egresados, estaría acabada. Si sus padres se enteraban de semejante acción que nadie esperaba de ella, la confianza se arruinaría y sería mal vista por todos.
Los ruidos se alejaron, pero Malena ya no pudo ser la misma. Estaba preocupada, y como Sebastián percibía su miedo, decidió irse antes de lo acordado.
Mientras él se vestía, ella se puso el pijama. No podía dejar de observar a Sebastián con la colilla del ojo. Presentía que no volvería a ver su cuerpo nunca, que esa noche no se repetiría, y la culpa cedió lugar a la tristeza.
Ni bien él terminó de prenderse el pantalón, ella saltó de la cama y lo abrazó, pensando que esa sería la última vez que lo tocaría. Él respondió rodeándole la cintura y después le tomó el rostro entre las manos para que lo mirara.
—Algún día nos vamos a decir adiós, posiblemente para siempre —le dijo y sonrió—, pero no hoy. Te ignoro, Malena —susurró y le besó los labios con ternura.
—Te odio. Sos insoportable, Sebastián —le dijo ella contra la boca, todavía con las manos en su nuca.
Se despidieron con otro beso.
Una vez a solas, Malena se acurrucó entre las sábanas que todavía olían a Sebastián. Sonrió pensando en él; recordó su cuerpo y sus palabras, su voz y sus caricias. Le parecía hermoso, la hacía sentir especial y le había hecho el amor. Acababa de tener sexo con alguien y no sabía explicar las sensaciones que eso le provocaba. Se sentía grande. Se sentía mujer.
Cuando Adriana llegó y la despertó para contarle que había besado a un chico de otra escuela y que había visto a uno de los coordinadores toqueteándose con Eliana, Malena por primera vez sintió que no tenía nada que ver con ella. Como si hubiera madurado de golpe, a partir de esa madrugada, analizó desde otro lugar cada frase de sus compañeros, cada acción, sintiéndose fuera de su círculo. No se trataba de que los demás fueran vírgenes, la mayoría incluso tenía más experiencia sexual que ella, pero empezó a aburrirse con sus conversaciones vacías.
En cuanto a ella y a Sebastián, los demás días del viaje se ignoraron como solían hacer siempre. Solo los unió una caminata por la montaña en la que a ella le costó subir una roca y él la ayudó ofreciéndole su mano cuando nadie miraba. El contacto fue fugaz pero intenso, y le dejó la sensación de que su mano era de fuego durante horas.
El mes de clases restante no fue distinto. Permanecieron siempre a prudente distancia, excepto cuando ella pasaba a dar lección. Entonces Sebastián, a diferencia de antes, la miraba. Un deseo profundo subyacía en esos ojos, y los dos lo sabían. Malena se ponía nerviosa recordando el modo en que la habían observado cuando había estado desnuda, y también lo imaginaba desnudo, besándola y entrando en su cuerpo con toda esa pasión que irradiaba su presencia. Por eso empezó a sacarse nueves en lugar de dieces, y a fin de año la bandera terminó en manos de Adriana, que estaba feliz con el logro. A Malena no le importó.
En diciembre se llevó a cabo el acto de colación de grados, donde volvió a ver a los padres de Sebastián. No sucedió lo mismo en la fiesta de egresados. Estando allí, lo encontró sentado solo en una mesa mientras todos bailaban, y recordó cuán frío lo había notado con su familia las pocas veces que los había visto juntos. Él no era así con ella, demostraba el afecto con el cuerpo y con la mirada, por eso imaginó cuánto debía dolerle que su familia no lo acompañara, y comenzó a dolerle a ella.
—Hola —le dijo con una sonrisa mientras apartaba una silla y se sentaba a su lado.
Se veía extraño con un pantalón de gabardina azul y una camisa celeste, siendo que sus compañeros se habían puesto traje y corbata. De todos modos, ser tan distinto lo hacía peculiar, mucho más atractivo.
Sebastián la miró y le devolvió la sonrisa. Sus ojos cambiaban cuando la contemplaban y hacían que ella temiera no poder relegar sus sentimientos.
—Hola —la saludó él con su típica voz calmada.
—¿Cómo estás?
—Bien.
Malena lo estudió un momento. Parecía sincero, entonces pensó que quizás sus padres no habían ido a la fiesta por una razón que él aceptaba.
—¿Y vos? —continuó Sebastián con el ceño fruncido. Acababa de darse cuenta de que Malena tenía pensamientos inconvenientes para ambos.
—Me preguntaba dónde están tus padres —soltó ella, sin pensar en si sonaba entrometida; solo quería que él se sintiera feliz. Dudaba de que lo fuera sin sus padres a su lado en un acontecimiento tan importante.
—Te preocupaste por mí —dedujo él, y miró la pista de baile. Parecía enojado—. La verdad, no sé dónde están. En la casa de algún amigo, tal vez.
—¿Tan mal te llevás con ellos? —insistió ella.
Sebastián se encogió de hombros.
—Digamos que yo no soy nada de lo que ellos esperaban y que por eso a veces nos peleamos. Cuando eso pasa, como esta noche, deciden castigarme con su indiferencia —confesó. Después volvió a mirar a Malena y le sonrió—. No pongas esa cara, que no es tan dramático —continuó—. Cuando uno elige algo, debe ser consciente de que al dejar el otro camino a un lado habrá cosas que perder, y a mí no me importa perder para ganar. ¿Vamos afuera un rato?
Malena, que todavía trataba de interpretar el sentido de las palabras, de pronto se sintió sacudida por la propuesta. Aunque temió por las razones que llevaban a Sebastián a apartarla de todos, aceptó con la ilusión de que él volviera a besarla.
Se escabulleron por la puerta del fondo y caminaron hasta detenerse en la explanada que conducía al parque del predio.
—Malena, no quiero que te preocupes por mí —pidió él, cabizbajo, como si no pudiera sostenerle la mirada que luego alzó para decir—: No es que no me gustes o que no seas importante para mí, es que yo no puedo tener novia. No todavía.
—Jamás te pedí que fuéramos novios —refutó ella.
—Lo sé, pero tu corazón lo desea, y el mío también. El problema es que yo ya hice una elección y no puedo volver atrás —se produjo un instante de silencio en el que Malena estudió sus ojos, pensando que tal vez no volvería a ver su belleza nunca—. Como te dije recién, cuando uno elige, pierde para ganar, y yo tengo que perderte si quiero lo demás.
—¿Y qué es lo que querés?
Aunque la pregunta pudiera entenderse del modo contrario, Malena no se sentía ofendida, solo curiosa. Estaba dolida por tener que despedirse de Sebastián, pero siempre había sabido que eso sucedería tarde o temprano y se había preparado para resistirlo.
—Quiero muchas cosas, entre ellas a vos —le confesó él—, pero ahora no puedo tenerte. Tengo cosas que hacer y no puedo dejarlas para después.
Malena asintió. Comprendió que Sebastián no iba a decirle concretamente cuáles eran sus planes, pero los imaginó. Se hacía evidente que tenía dinero, y aunque se llevara mal con sus padres, al parecer jamás le habían negado más que su presencia. En cuanto a lo monetario, no le faltaba nada. Pensó que él querría viajar por el mundo, conocer muchas chicas, y no lo culpó por ansiar esa vida de libertad que presagiaba el dragón de su espalda. Dejar ir lo que se quiere, comprender que no todo capricho puede ser complacido, es parte esencial de madurar, y ella consideraba que ya no era la misma niña de antes.
Sonrió, comprensiva, y en su corazón albergó esos instantes para siempre.
—Tenés que volar, dragón —le dijo—, y llevar tu fuego a todas partes, contagiar a todo el mundo.
Sebastián sonrió, sus bellas facciones renovadas por el afecto que Malena le despertaba.
—Me conformo con haberte contagiado a vos —respondió.
Tras esas palabras, se quitó el cordón negro que siempre llevaba en el cuello y se lo colocó a ella. Malena bajó la cabeza y lo alzó para mirarlo. Se trataba del pequeño amuleto de madera con un dibujo circular tallado que ya le había visto la noche que habían pasado juntos en el viaje de egresados.
—Es un Shield Knot, sirve para la protección —le explicó él—. Cuando lo uses, quiero que sientas que yo te estoy cuidando. No me olvides, porque yo no te voy a olvidar.
Malena aceptó el regalo poniéndose en puntas de pie y dándole un abrazo. Sebastián la apretó contra su pecho y después buscó su boca. Los labios se rozaron, y el cuerpo de ambos volvió a necesitar el del otro con locura, aunque jamás podrían volver a ser uno.
—Te quiero —le dijo ella.
—Y yo te quiero a vos, no imaginás cuánto —le contestó él.
Después se apartó para girar sobre los talones y emprender el camino de regreso al salón.
Malena se quedó de pie en la explanada, viéndolo alejarse. Permaneció un momento allí, quieta en el silencio, incluso después de que él hubiera desaparecido. No podía retenerlo, los dragones estaban destinados a volar, pero aun así deseó atarlo a la tierra. Quería que se quedara con ella.
No fue posible. Cuando volvió a la fiesta, Sebastián ya se había ido. Como un sueño o un espejismo, como si jamás hubiera existido, desapareció de su vida y de la vida de todos, casi como si se lo hubiera tragado la tierra.
No quería sufrir, pero lo hizo. Aunque de manera muy distinta a como lo hacían los demás chicos, Sebastián le rompió el corazón, y le demandó varios días de llanto desconsolado convencerse de que no había sido más que un amor adolescente. Se reconfortó pensando que la vida le deparaba muchas aventuras que todavía ni siquiera era capaz de imaginar.
Durante al menos un año lo recordó, preguntándose qué habría sido de él. Los últimos días de clases, todos habían prometido que seguirían viéndose y que jamás se olvidarían, pero el tiempo, la universidad y las vicisitudes de la vida dilapidaron esas promesas.
Al cabo de un año, solo se veían pequeños grupos de amigos que no supieron nada más de los que no pertenecían a su círculo. Después de tres años, Adriana y Malena dejaron de hablarse porque ya no tenían nada en común, y al perder el contacto con ella, Malena perdió el único lazo que la unía con la secundaria. Excepto por un vago recuerdo del chico perfecto y un amuleto que guardó en un cajón, como se guarda siempre el pasado para que no nos ponga tristes.