19

Valentina dio una vuelta delante del espejo del cuarto de su madre. Su vestido rosa se abrió en gajos y al mirarse, se sintió una princesa. Comenzó a jugar a que hablaba con un príncipe mientras Malena se maquillaba en su baño privado.

Se delineaba los ojos cuando recordó parte de la conversación que había mantenido el martes con su psicoanalista. Le había leído la exposición para la abogada, y todavía resonaban en su mente algunas de las palabras que le habían arrancado lágrimas.

—«Quiero divorciarme porque Álvaro nos abandonó. Se fue dejando una breve nota, sin dar explicaciones, y se ocultó al punto de que no pudimos encontrarlo durante el largo año que lo buscamos. Jamás le perdonaré el dolor que le causó a mi hija, eso nunca podré desterrarlo de mi corazón» —comenzó. En ese punto, dejó de leer y alzó los ojos hacia la licenciada Ferrando—. No lo entiendo —dijo—. Sé que nunca podría perdonarle el daño que causó a Valentina, pero aun así no puedo odiarlo. Lo malo es que tampoco puedo ser feliz con Sebastián, que es el hombre que amo.

—No sería sano que odiaras a Álvaro —intervino Noemí—. ¿De verdad creés que el odio resolvería algo?

—No, pero al menos me permitiría vivir sin estar atada a dolores del pasado. Cuando pienso en lo que Álvaro nos hizo, todavía me duele el alma, y no sé cómo remediarlo. No sé cómo dejar de pensar en mi vida pasada, en lo inútil y desesperada que su ausencia me hizo sentir —contó Malena con un nudo en la garganta. Tragó con fuerza antes de seguir hablando—. Y cuando pienso en lo que estuvo haciendo todo este tiempo mientras mi hija y yo sufríamos, siento todavía más dolor en lugar de sentir ira, aunque por momentos sí lo odie. La verdad, no sé explicarlo. ¿Por qué eligió a otra mujer y no a mí? ¿Por qué prefirió a otro hijo y no la mía? ¿Por qué no fue valiente y me lo dijo? No tenía que irse así, yo hubiera aceptado lo que fuera mejor para Valentina, pero ni siquiera hizo el intento. Lo peor es que en el fondo conozco todas las respuestas, pero no quiero que sean ciertas. No quiero creer que me equivoqué tanto al juzgarlo.

—La imagen que a veces proyectamos de la pareja que amamos está idealizada. Y a veces esa pareja favorece la idealización cuando existe un menosprecio hacia nosotros. Según tu relato en estas sesiones, algunas actitudes de Álvaro desfavorecían tu autoestima y generaban que te autopercibieras de acuerdo con lo que te hacían creer sus ojos. Me parece que lo importante no es que lo odies o que te cuestiones el pasado, sino que empieces a autopercibirte con todas tus capacidades, que te aseguro son muchas.

—Lo sé —admitió Malena, cabizbaja—. Soy como un pájaro al que le cortaron las alas, como un ave fénix que no logra resurgir de sus cenizas. Sé todo eso, pero aun así siento que no puedo cambiarlo —suspiró y volvió a la carta; sentía que la conversación la había encerrado en un callejón sin salida—. «Quiero divorciarme porque tuvo una amante (aunque sospecho que no fue la única), un hijo extramatrimonial (espero que este sí sea el único), y la desfachatez de salir en su revista, como si no le importara que yo pudiera verlo, o tal vez pensó que jamás lo haría. Sin embargo, tuvo la decencia de confesar que nunca me quiso. Ahora que pude revivir lo que se siente ser amada, me doy cuenta de que dijo la verdad: jamás me quiso. Y yo tampoco lo quise, no como soy capaz de querer.»

Después de que acabó con la lectura, se produjo un instante de silencio.

—Me parece una nota magnífica —aseguró la psicoanalista—. Es clara, es sentida, es precisa —calló un momento. Como su paciente no intervino, aprovechó a expresar su conclusión de la sesión—. Malena… Somos producto de lo que deseamos. Si deseás estar bien, si deseás superar el pasado, se te abrirán las puertas del futuro.

Todavía frente al espejo de su baño, Malena recordó una de las últimas frases de la licenciada Ferrando: «Malena… Somos producto de lo que deseamos.» Entonces se convenció de que tenía que desear sentirse feliz para serlo. Estaba dispuesta a intentarlo.

Suspiró antes de pintarse los labios. Una vez que terminó, guardó el lápiz en su pequeña cartera negra y salió al encuentro de su hija, que todavía jugaba frente al espejo. Malena se la quedó mirando, recordando lo hermoso que se sentía ser niña, creer que la vida es un cuento de hadas y que algún día llegará el príncipe azul para acabar en un «felices para siempre». Ella lo había conocido, y sonrió con profunda satisfacción al recordarlo.

Su príncipe azul tenía los ojos más lindos del mundo y volaba como un dragón lleno de fuerza. Su príncipe azul la había hecho mujer a los dieciocho años y había regresado a los treinta y cinco para demostrarle que todavía podía amar y ser amada, para recordarle que su lucha había valido la pena.

Pensó en ello hasta que sonó una bocina.

—Vamos —dijo a Valentina y la tomó de la mano para salir del cuarto—. ¿Llevás el regalo? —le preguntó.

Valentina la miró con la boca convertida en una enorme O, con la típica expresión que ponía cuando estaba en problemas. Le soltó la mano y corrió a la cama, de donde recogió el paquete, y regresó con una sonrisa. Salieron juntas a la calle.

Mientras Malena cerraba la reja con llave, Valentina corrió al auto de Sebastián y se arrodilló en el asiento de adelante para abrazarlo y darle un beso al grito de su nombre, como hacía siempre. Él rio y le devolvió el abrazo hasta que ella se apresuró a apartarse para entregarle el regalo.

—¡Feliz cumple! Abrilo —pidió, señalando el paquete.

Mientras tanto, Malena se asomó para saludar a Elías, que se había ubicado detrás de Sebastián. Después tomó de la cadera a su hija para sacarla del coche.

—Permiso, señorita —dijo.

Valentina bajó y volvió a subir en el asiento trasero. Sonrió a Elías y le dijo «hola». El chico respondió de la misma manera.

Sebastián, que había empezado a desenvolver el paquete para darle el gusto a la niña, se detuvo para saludar a Malena.

Las manos cálidas de él sobre sus mejillas frías la reconfortaron. Su aroma cautivó sus sentidos, que se embotaron en cuanto sus labios entraron en contacto. Pero el beso duró muy poco en comparación con lo que deseaban.

—¿Cómo estás? —le preguntó él sin soltarle la cara. Su mirada la transportó a ese océano donde el amor la envolvía siempre.

—Feliz, porque es tu cumpleaños —le respondió ella y volvió a besarlo. No quería alejarse de él; a su lado se sentía más fuerte.

Desde su reconciliación en la fiesta del colegio, solían manifestarse amor mutuamente, en público y en privado. Cada vez que Sebastián la abrazaba o la miraba distinto de como miraba a todo el mundo, a ella se le aceleraba el corazón igual que la primera vez que lo había visto. Lo amaba tanto que todavía se ponía colorada cuando él le decía cosas tiernas al oído, o cuando le pedía que le hablara en francés y ella le daba el gusto. Jamás le decía frases o palabras que no fueran sensuales, por eso el efecto que producían era devastador. Sus respuestas, pronunciadas en el mismo idioma, la dejaban sin aliento; su voz sonaba en extremo seductora cuando hablaba en otras lenguas y más aún cuando lo hacía durante el sexo.

—¡Dale, abrilo! —resonó la voz de Valentina, que se asomaba entre los asientos.

Sebastián obedeció. Dentro del envoltorio, encontró un dibujo hecho por Valentina y un viejo cuaderno. Frunció el ceño y miró a Malena, confundido.

—Algo hecho por Valen y algo hecho por mí —le explicó ella—. Hace dieciocho años —agregó con una sonrisa.

Sebastián volvió a mirar el dibujo, en el que halló un barco desplazándose en el océano azul. Sobre él había una figura humana muy alta con su nombre, otra con el de Malena y una última que decía «yo». En el agua, dos siluetas grises se alzaban dejando una estela de espuma; eran delfines.

—Son los mejores regalos que podría haber recibido —dijo él—. Muchas gracias.

—¡Eh, que yo te regalé un CD de colección! —reclamó Elías pateándole el asiento.

—El tuyo es el que más había esperado —le respondió Sebastián, mirándolo por el espejo retrovisor.

—Lo sé —asintió Elías.

Sabía que su hermano jamás hubiera imaginado que a esa altura de la vida recibiría un gesto tan amable de su parte, siendo que el año anterior ni siquiera le había deseado un buen día.

—Ya tengo registro de conducir —siguió contando Elías a Malena.

—¿En serio? ¡Te felicito! —exclamó ella en respuesta.

—El insoportable de tu novio me hizo practicar estacionamiento durante un mes —se quejó el chico.

Malena rio.

—Exagerado —contribuyó Sebastián.

—Se sintió como una eternidad —reafirmó su hermano.

Entre conversaciones sobre la prueba de conducción y anécdotas de la semana, llegaron al restaurante a las nueve y cuarto.

Sebastián llevó a Malena de la mano hasta que llegaron a la mesa. Allí se vio obligado a soltarla cuando Noelia corrió hacia él riendo y se dieron un abrazo.

—¡Feliz cumple, pantera! —exclamó ella, y le dio un beso en la mejilla.

¿Pantera?, se preguntó Malena entrecerrando los ojos. ¿Quién se cree esta rubia para abrazar y besar con tanta confianza a Sebastián? Era preciosa, de labios gruesos y grandes ojos verdes. Llevaba puesto un vestido muy entallado azul platinado, y zapatos de taco alto que acrecentaban su porte de Barbie. Era tan hermosa, que la hizo sentir ínfima, mucho más cuando llegó a pensar que era una exnovia.

Después del beso y otro instante abrazados, Noelia se despegó de Sebastián y, sin quitarle la mano del hombro, miró a Malena con una sonrisa sincera. De no haber sido tan linda y, además, empalagosa, Malena podría haberse concentrado solo en la bondad que parecía emanar cada uno de sus ingenuos gestos, pero en ella solo veía peligro.

—Vos debés ser la linda chica que le robó el corazón a mi mejor amigo —siguió diciendo Noelia con su voz de niña adulta, mientras Malena no hacía más que contemplarla con recelo.

Noelia le dio un beso rápido sin fijarse en su cara de descontento. Después abrazó a Sebastián por la cintura y apoyó una de sus empolvadas mejillas en su pecho. Lo peor fue que él respondió pasando un brazo por sobre sus hombros, aceptando y devolviéndole su muestra de afecto.

—Espero lo cuides, porque es un corazón muy grande —siguió diciendo Noelia mientras apoyaba una mano en donde latía el corazón del que hablaba.

Malena respondió con una sonrisa tensa.

—¿Vos sos…? —logró articular.

—Ay, perdón. Soy Noelia, la socia de Sebas en la veterinaria.

¡Para colmo era su socia! ¡Y era veterinaria! ¿Qué más los uniría, si parecían tal para cual? Se dio cuenta de que el miedo y los celos la cegaban, pero no sabía controlarlos. La salvó Daniel, que se les aproximó junto a su mujer para saludar a su amigo. Con ellos llegó también Nerina, su hermana menor, quien se agachó para hablar a Valentina.

—¿Cómo estás? —preguntó a la niña con una sonrisa amplia.

Valentina entabló confianza con ella muy rápido.

—Bien. ¿Cómo te llamás? —preguntó.

Y mientras ellas hablaban, Elías las observó. Nerina le pareció una de las chicas más lindas que había visto nunca. Su cabello castaño claro lacio caía con esplendor sobre sus hombros descubiertos, y su sonrisa encantadora no solo se ganó la atención de la niña, sino también la suya.

—Hola, soy Elías —se presentó.

Nerina, que se había agachado para estar a la altura de Valentina, se irguió y le dedicó su bella sonrisa.

—Nerina —contestó.

Había allí alrededor de quince personas, y todas ellas manifestaban el mismo cariño inmenso hacia Sebastián. El orgullo de saber que él era una persona tan querida opacó por un rato los celos y el miedo de Malena, aunque en el fondo solo pensaba en Noelia.

A lo largo de la cena descubrió que se habían conocido en la Facultad de Veterinaria y que Noelia tenía tres años menos que Sebastián. Manejaban códigos en común que ella desconocía, por eso se quedó fuera de la conversación varias veces. Hasta Daniel sabía a qué se referían cuando mencionaban a ciertas personas o cuando bromeaban con cuestiones de su veterinaria, lo cual evidenciaba que habían pasado muchas veladas juntos.

Si bien Sebastián mantenía un brazo sobre su silla y le acariciaba el hombro de a ratos, Malena empezó a sentirse extraña. Miró alrededor y le pareció que estaba sola. Las conversaciones se tornaron inentendibles y el café posterior a la cena fue imposible de tomar. Sus ojos se habían clavado en Elías, que conversaba sin parar con Nerina, pero su mente estaba muy lejos. Estaba en Álvaro y en si su otra mujer habría sido hermosa y compatible con él, como era Noelia con Sebastián. Lo imaginó tocándola a sus espaldas, como se tocaban Noelia y Sebastián. Lo imaginó haciéndole el amor y sintió que no podía respirar.

—Male… —oyó de pronto—. ¡Malena!

Giró y se encontró con el rostro de Sebastián prácticamente pegado al de ella. Él le acarició una mejilla y frunció el ceño al comprobar que ella estaba ausente.

—Vamos a bailar —determinó, y la obligó a ponerse de pie y caminar.

La mezcló entre la gente, alejándola de la mesa lo suficiente para que nadie pudiera verlos. Estaba sonando Disturbia, una canción de Rihanna que en ese momento Malena no tenía ganas de bailar, y tampoco él. Tan solo se quedó de pie frente a ella y le rodeó la cara con las manos para que lo mirara. Malena obedeció. Tenía los ojos húmedos.

—Quiero que dejes ir lo que sea que esté en tu mente, eso que opaca tus ojos preciosos —le ordenó Sebastián con voz poderosa. Después se aproximó a sus labios y los rozó con la lengua—. Dejalo ir en mi boca —pidió y terminó de darle el beso que antes solo le había prometido.

Malena sintió que en su pecho colapsaban el dolor y el afecto. En su mente, todavía había miedo. Aunque en un principio se entregó con alivio al beso, poco después se apartó de Sebastián apoyando las manos en su pecho.

—Te dice «pantera», ¿qué es eso? —reclamó—. ¡Yo te decía dragón! Pensé que era nuestro código.

—¿Es un chiste? —le preguntó él, perdido en la conversación. Jamás habría pensado que lo que tenía a Malena ausente eran celos. No, no podía ser solo eso—. Fue un apodo que surgió de una broma cuando estudiábamos para un examen de la facultad —decidió explicar—. Estábamos tan cansados que empezamos a hablar tonterías, y buscamos a qué animal nos parecíamos.

Ella lo miró con rabia y una sonrisa irónica.

—¿Y a qué se parecía ella, a una gata? —replicó.

La cara de Sebastián se lo dijo todo. Estaba enojado, y a ella le dio miedo porque jamás lo había visto de esa manera.

—Es mi amiga, y no vas a insultarla porque te empeñes en mirarme como si yo fuera otro Álvaro —respondió.

Malena sintió que Sebastián acababa de sacudirla, aunque no había hecho más que hablar con absoluta calma. Tragó con fuerza y bajó la mirada.

En ese momento, la voz de Elías los interrumpió. Al parecer no se había dado cuenta de nada; para él, la pareja perfecta de su hermano y Malena no sabía pelear.

—Nerina se va a bailar a otro lado con algunos amigos de su escuela y me invitó a acompañarlos —anunció—. Quería avisarte que me voy con ella y que vuelvo a Hudson a la mañana.

Sebastián asintió con la cabeza.

—Gracias por avisar. Tené cuidado en la calle —pidió.

Aunque Elías notó que la voz de su hermano sonaba extraña, no hizo comentarios y se retiró después de saludar a Malena.

Cuando volvieron a quedar solos, se miraron.

—Tenés razón, perdón —le dijo Malena, angustiada—. Si hubiera algo que ocultar, no lo harías ante mis ojos. No quería arruinar tu fiesta de cumpleaños como una chiquilina. Siempre arruino todo, por favor, perd…

Calló porque Sebastián la abrazo tan fuerte, que la emoción le cortó el aire.

—Lo único que me importa es que te sientas bien —le hizo saber él, y sin soltarla, la besó en la sien.

Malena le rodeó la cadera y se apretó todavía más contra su pecho.

—Te amo —aseguró, tan llena de ese sentimiento que le pareció imposible albergar otros.

Sebastián no era Álvaro. Creyó que lo tenía claro, pero lo acontecido esos últimos días la había hecho retroceder y tendría que esforzarse para volver a avanzar.

Regresaron a la mesa, donde muchos habían intercambiado los asientos para conversar con otros que antes estaban lejos. El lugar de Malena había sido ocupado, por eso se ubicó donde se hallaba Valentina conversando con Brenda, la mujer de Daniel. La niña se quedó sobre la falda de su madre, abrazada a ella.

—¡Qué simpática que es tu hija! —dijo Brenda. Malena agradeció—. Así que eras compañera de secundaria de Dani y de Sebas. ¿Eran novios en ese entonces?

—No, pero había algo —confesó Malena con ilusión.

Ya no le parecía estar fuera de la reunión, y reconoció que si antes lo había estado, había sido culpa de la depresión. Esa maldita enfermedad que a veces amenazaba con volver a agobiarla con su presencia.

—Según lo que me cuenta Daniel, ya desde esa época era difícil no caer rendida a los pies de tu Sebas —bromeó Brenda. Malena sonrió.

—No era exitoso con las chicas, que yo sepa.

—¡Qué raro! —exclamó Brenda—. Pero tiene lógica, porque de grandes buscamos lo que de chicas rechazábamos —concluyó. Luego de un breve silencio, agregó—: Daniel lo quiere muchísimo, y no es para menos; Sebastián hizo mucho por él. No sé si sabías, pero la familia de Daniel es muy humilde. Sus hijos tenían beca en el colegio y comenzaron la facultad con mucho sacrificio. A veces no tenía dinero para sus estudios, pero su mejor amigo nunca permitió que le faltaran los libros. Pagaba sus salidas cuando iban a divertirse, y quién sabe cuántas cosas más que Daniel no se atreve a contarme. Aún hoy me cuenta lo de los libros con pudor, pero también con un agradecimiento que pocas veces le vi manifestar hacia alguien —Malena estaba muda; respiraba con tanta profundidad como su hija, que se había dormido entre sus brazos—. Todos los que conocen a Sebas lo adoran, es muy generoso. Yo creo que te ganaste la lotería con él, y por lo que presiento, él también se la ganó con vos.

Malena sonrió con admiración. No recordaba que los amigos de Álvaro hubieran hablado tan bien de él, o que lo hubieran apreciado de manera tan honesta. Álvaro, Álvaro, Álvaro…, repitió. En cuanto se halló pensando otra vez en ese hombre, buscó a Sebastián con la mirada, y lo encontró. Estaba del otro lado de la mesa, hablando con uno de sus amigos; tan atractivo, tan lleno de energía y de bondad, que ansió hacerle el amor. Él es el hombre que me ama y al que amo, pensó con pasión. Quiero besarlo. Quiero acariciarlo y envolverlo con mis piernas. Quiero el presente y el futuro con él, pero para eso necesito apartar el pasado.

En ese momento, Sebastián levantó la cabeza y descubrió que Malena lo estaba mirando. Se detuvo un instante en sus ojos y luego bajó hasta Valentina, que dormía recostada en el pecho de su madre. Mientras contemplaba su serenidad a pesar del volumen alto de la música, se preguntó si acaso alguna vez podría confesar a Malena los pensamientos que a veces asaltaban su mente. En ese instante, por ejemplo, la imaginaba en esa misma posición, sosteniendo un hijo de los dos, pero censuró rápido esa idea. No podía siquiera permitir que Malena la supusiera, o temía que saliera corriendo. Por momentos sentía que él estaba diez pasos adelante en la relación y que ella avanzaba para después retroceder. Tenía que esperarla, y estaba dispuesto a hacerlo aunque chocara contra el muro de su dolor y de su desconfianza.

Pidió disculpas a su amigo y se puso de pie para acercarse a ella.

—¿Nos vamos? —le preguntó acariciando el cabello de Valentina.

—No te preocupes, ella se duerme en cualquier parte, podemos quedarnos un rato más —aseguró Malena.

—Me parece que es suficiente por hoy.

Malena aceptó la decisión de Sebastián. Anunciaron que se iban cuando la primera pareja de amigos también tomó la misma determinación. Otros prefirieron quedarse y algunos, salir junto con ellos. Para hacerlo, Malena despertó a Valentina y la niña comenzó a caminar frotándose los ojos.

En la puerta se despidieron de los que se iban rápido y permanecieron un momento más en compañía de Noelia.

—Es la última semana para que decidas lo del sur —informó la rubia a Sebastián. Malena frunció el ceño.

—No voy a ir —le hizo saber él.

—¿Ir a dónde? —preguntó Malena. Noelia la miró.

—La esposa de un amigo que dirige una reserva de pingüinos está por dar a luz, por eso él va a abandonar su puesto por un tiempo y necesita un reemplazante. En la reserva los protegen, los ayudan si están empetrolados y ese tipo de cosas. Se lo dije a Sebastián hace meses, pero él siempre espera a último momento para tomar decisiones —volvió a mirarlo—. ¿Estás seguro de que no querés ir? Vi a Elías hoy y me pareció que estaba muy bien.

—No, no está seguro —contestó Malena por él.

—Estoy seguro de que no voy a ir —aseguró Sebastián—. ¿Querés que te ayude a buscar a alguien?

—No, la Fundación seguro tiene a quién llevar, pero como es un reemplazo corto, me pareció que sería bueno para vos y… —se quedó callada un instante. Después frunció su frente y sus bellos labios gruesos—. Les dije que ibas a ir, y te reservaron el lugar.

—¡¿Hiciste qué?! —la regañó él.

—¡No sabía que estabas en pareja, por ese entonces no me lo habías contado! —se excusó Noelia—. Pensé que estabas triste y atado por lo de Elías. Siempre usabas esa palabra, «atado», y pensé que ir al sur te podía hacer bien. Pero no te preocupes, los llamo y les digo que no vas a poder ir.

—No hagas eso —le pidió Malena—. Él va a ir.

—No, no voy a ir.

—Cuidale el lugar un día más, por favor —insistió Malena, ignorando a Sebastián.

Él ya no discutió, pensando que al otro día llamaría a Noelia y le repetiría su decisión sin que nadie interfiriera.

Una vez en el auto, Valentina se recostó en el asiento de atrás y volvió a quedarse dormida antes de que tomaran la autopista. Cuando Malena miró por sobre el hombro y la vio, se atrevió a hablar en susurros.

—¿Por qué no me habías contado lo del sur? —preguntó.

—Porque lo había olvidado por completo —respondió Sebastián—. Fue una oferta que me hizo Noelia durante los días que estuvimos separados, y jamás le di respuesta.

—¿Por qué no querés ir? ¿Es por Elías? Maduró muchísimo en este tiempo, noto que se llevan bien y que es más responsable y respetuoso. Sin duda podría quedarse solo en el country, y hasta yo me ofrezco a cuidar de él.

—No es por Elías —aseguró Sebastián.

Malena sonrió con pesar.

—Entonces, tal como sospeché, es por mí —replicó.

—No, no es por vos, es por mí. No podría vivir con mi conciencia sabiendo que te dejé sola en este momento de tu vida, ni podría dormir de noche preguntándome si estarás riendo o si necesitarás un abrazo.

Cada palabra llenó el corazón de Malena hasta transformarlo en un solo aleteo de mariposa. Apretó los ojos y tragó con fuerza para contener el egoísmo, que en ese momento le dictaba que aceptara la decisión de Sebastián. No podía pagar con un sentimiento ruin a alguien que era tan generoso.

—¿Cuánto tiempo estarías de viaje? —preguntó—. ¿Un mes, dos?

—Un mes.

—No es nada, en un mes ni siquiera me van a llamar para la audiencia de conciliación.

Sebastián se quedó en silencio, esperanzado en que Malena acabara con la conversación. Así sucedió.

Una vez en la casa de Banfield, guardó el auto en el garaje, bajó a Valentina y la cargó en brazos hasta su habitación. La dejó sobre la cama, le quitó el abrigo y los zapatitos, y por último la cubrió con el acolchado antes de besarla en la frente. Luego apagó la luz y abandonó el cuarto.

Transitó el pasillo rumbo al dormitorio de Malena, y al entrar la encontró esperándolo.

—No enciendas la luz —oyó.

Ella estaba sentada en la cama, desnuda, tan solo iluminada por la luz de la luna que se filtraba por el cortinado abierto.

Embrasse-moi, s’il te plait —«bésame, por favor», susurró con la voz dulce que le provocaba el francés.

? —«¿dónde?», preguntó él.

Partout —«en todas partes».

Sebastián la devoró con la mirada. Se acercó a la cama lentamente y apoyó las manos a los costados de la cadera de Malena para inclinarse hacia su rostro. Le rozó el pómulo con la nariz y cerró los ojos para respirar su perfume haciendo un recorrido hacia el lóbulo de su oreja.

Malena le rodeó la cara con las manos, estremecida, y lo besó en la boca sin pensar en nada más que en cuánto anhelaba el roce de sus labios. Se aferró a su cuello y recibió las caricias de él en la cintura. Dos dedos de Sebastián bordearon sus pechos en camino ascendente, haciéndola temblar. Luego él le acarició los hombros mientras con los labios recorría su frente y su mejilla. Después se arrodilló frente a ella y fue besándole el cuerpo mientras descendía. El mentón, el cuello, la clavícula.

Malena echó la cabeza atrás y entreabrió los labios, aferrándose a los hombros de Sebastián para resistir el estado de sumisión en el que solo él sabía dejarla. Su respiración se agitó sin que pudiera controlarla, en especial cuando Sebastián le alzó una pierna y la depositó sobre su hombro para seguir con los besos hasta llegar al pie. Al terminar la empujó con suavidad hacia atrás y le recostó la espalda en la cama.

—Date vuelta —pidió con voz profunda.

Malena obedeció sin pensar en nada. Recostó la cabeza en la almohada y se sometió a lo que Sebastián estuviera dispuesto a hacerle. Él le apartó el pelo despacio y le besó la nuca. Después le pasó la lengua por la columna hasta alcanzar su cadera, donde volvió a besarla.

—¿Hay algún otro lugar que demande mis besos? —le preguntó, y se puso de rodillas para quitarse la camisa.

Del mismo modo se deshizo del pantalón, el bóxer y las medias, para después recostarse sobre la espalda de Malena. En esa posición, le tomó la mano con que ella aferraba la almohada y le besó los dedos. Luego se quedó acariciándolos mientras la besaba en la mejilla y con la otra mano le apartaba el cabello de la cara.

Caresse-moi, mon amour —«acaríciame, mi amor», le pidió.

Malena jamás se negaría, porque todo lo que ansiaba era acariciarlo.

Giró debajo de su cuerpo y lo miró a los ojos mientras con las manos le rodeaba mejillas. Le rozó los labios con los pulgares, después bajó hacia sus hombros y sus brazos, los que recorrió sin prisa. Volvió a subir y bajó de nuevo, tocándole el pecho, el vientre y la cadera.

Se mordió el labio y disfrutó de lo que hacía. En esa posición, el rostro de Sebastián le parecía más atractivo y masculino que nunca. Sus pestañas largas y negras la hicieron humedecerse los labios; su mirada cuando él alzó los ojos sin levantar la cabeza le arrancó todo el aire que llevaba dentro.

—Amame —suplicó Malena mientras comenzaban a ser uno.

Sebastián la miró a los ojos, y al notar que los de ella brillaban de satisfacción, sonrió.

—Te amo —aseguró con voz profunda.

Desde ese momento, todo se tornó rápido y enérgico. Dejaron hablar a la pasión que sentían el uno por el otro, y eso los llevó por buen camino. Malena lo amaba, y Sebastián no necesitaba nada más que a Malena. Quería tenerla completa y quería darle todo, pero para eso necesitaba que ella se lo permitiera.

Como siempre, la marea de sensaciones se extendió por varios segundos. Después permanecieron quietos y agitados, todavía unidos.

Sebastián le acarició la frente y la besó repetidas veces en la comisura de los labios y en las mejillas.

—Te amo —le dijo, y le besó la sien—. Te amo —repitió antes de besarle el pómulo—. Te amo —susurró sobre su boca.

Malena, que hasta ese momento trataba de reponerse con los ojos cerrados, los abrió abruptamente. Algo en el tono de voz de Sebastián la había asustado.

Apoyó ambas manos sobre sus mejillas y lo obligó a mirarla.

—¿Qué te pasa? —le preguntó.

—Tengo miedo de perderte.

La confesión tomó a Malena por sorpresa y la llevó a abrazarlo con fuerza.

—Yo también te amo —respondió—, y, como vos, también tengo miedo de perderte. Si quiero que vayas al sur es justamente para superar mi temor de que no vuelvas —Sebastián la miró en silencio. Solo los ojos de Malena podían decirle toda la verdad—. Además, sé que te haría bien volver a lo que hacías. Regresarías renovado, y yo me recargaría de tu energía. Por favor, no me hagas sentir que te ato a la tierra de alguna manera, si lo que más amo de vos son tus alas.

—No quiero que estemos distanciados —contestó él—. No ahora, no todavía.

Sabía que Malena avanzaba y retrocedía; era normal y esperable en su situación, por eso no quería dejarla. No podía vencer el temor de perderla.

—Un mes —le propuso ella—. Solo un mes. Yo voy a esperarte, como las princesas de los cuentos esperan a los príncipes rogando a las hadas que no les pase nada malo.

Sebastián dudó. Aunque los sentimientos que subyacían en la mirada de Malena coincidían con sus palabras, él no estaba seguro de nada.

Finalmente sonrió, le dio un beso en los labios y volvió a mirarla.

—Siempre voy a volver a vos —le prometió.

—Lo sé.