21

El sábado siguiente, Álvaro no apareció. La tregua permitió que Malena recuperara fuerzas y que Valentina mejorara su ánimo, tanto en casa como en la escuela. Durante esos días evitó hablar de su padre, y eso motivó a Malena para buscarle una terapeuta; no quería que guardara dolores que luego perjudicaran su vida adulta. Comenzó las sesiones de terapia los miércoles, y como Malena quería que se dispersara, también empezó un taller de dibujo los jueves. Se lo contó a Sebastián como una novedad sin móviles profundos, y cada día que hablaron, se mostró tranquila y segura.

Entre el trabajo y las actividades de su hija, otra semana pasó sin sobresaltos. Excepto por la ansiedad que le provocaba saber que en pocos días llegaba Sebastián y que el lunes tendría la audiencia con Álvaro.

El viernes retiró a Valentina de la escuela y fue con ella al aeropuerto. Desde que estacionó el auto comenzó a sentir cosquillas en la panza y la sensación de que todo estaba bien. El sentimiento se acrecentó a medida que se acercaba a la terminal de arribos nacionales. Una vez allí, consultó las pantallas y leyó que el vuelo proveniente de Ushuaia ya había llegado. La información le produjo un revuelo interior que jamás creyó volver a sentir. Apretó la mano de Valentina y siguió mirando la pantalla, como si eso la acercara a Sebastián de alguna manera, hasta que la niña dio un salto.

—¡Sebas! —exclamó. Luego soltó la mano de su madre y salió corriendo.

Malena miró hacia adelante. Le costó un momento distinguir a Sebastián entre la multitud que se abría paso hacia la salida, pero cuando lo hizo, su corazón se aceleró hasta dibujarle una sonrisa. Sintió que en su pecho estallaban las mismas emociones que él le despertaba cuando era adolescente, por eso se quedó mirándolo. Llevaba puesto un pantalón negro lleno de bolsillos, una gran bufanda con un nudo suelto en el cuello, un buzo grueso con capucha y una remera blanca que se avistaba por el cierre un poco desprendido. Su piel estaba tostada y sus labios, heridos por el frío, pero de ese modo le resultó muy atractivo; lucía más fuerte y hermoso que nunca.

Ni bien vio que Valentina corría hacia él, Sebastián soltó la mochila que cargaba en el hombro y se puso en cuclillas para esperarla con los brazos abiertos. Valentina llegó riendo y después se hundió en su pecho tratando de rodearlo con sus pequeños brazos, tarea que resultó imposible. Sebastián también rio y la apretó fuerte mientras alternaba frases con besos en su frente, por entre el pelo enmarañado.

—¿Cómo está la princesa más hermosa de Buenos Aires, la nena que yo más quiero?

—¡Sebas! —volvió a gritar ella, en un estado de éxtasis incontenible con el que parecía decirle: «Volviste. Vos volviste.» Un instante después, se serenó y lo miró con el ceño fruncido—. Estás raro —dijo.

Sebastián, que prefería no saber en qué sentido Valentina lo veía «raro», siguió riendo mientras hurgaba en la mochila.

—Te traje algo —anunció, y enseguida le entregó un pingüino de peluche—. Es para que sea el compañero de tu delfín.

Valentina rio estrujando el obsequio y le dio las gracias. Sebastián le revolvió el cabello y luego se puso de pie para buscar a Malena. La encontró dando el último paso que la acercaba a él, entregada a las fuertes emociones que la invadían en ese momento simple y a la vez mágico. Él también las sentía: después de haber pasado casi un mes lejos de Malena, tenerla cerca reavivó sus instintos a un nivel que desconocía. No pudo contener su fuerza cuando la tomó de la cintura y la atrajo hacia su pecho para besarla.

El cuerpo de Malena se ablandó contra el calor de quien la abrazaba; sus labios temblaron en contacto con los otros labios, heridos y esperados. Sebastián venía de hacer tanto bien y podía hacerle tanto bien a ella, que todo le pareció extraordinario. Le acarició las mejillas y sonrió, todavía con el corazón inundado de inexplicable alegría.

—Te amo —le dijo, incapaz de contener la emoción que la embargaba de solo poder tocarlo.

—Y yo te amo a vos, no sabés cuánto —le contestó él.

Cuando estuvieran a solas le demostraría que hablaba en serio. Cada noche lejos de Malena, el dragón se había revuelto en su propio fuego, ansiando volver a ella.

Poco después, Valentina lo tomó de la mano y los tres se dirigieron al estacionamiento.

—¿Viste delfines? —le preguntó la niña mientras caminaban.

—No, donde estaba no había delfines —contestó él—. Había muuuchos pingüinos.

Siguió respondiendo preguntas de Valentina mucho tiempo, mientras trataba de disimular la felicidad que le producía volver a ver a Malena. Ella se la transmitía, porque si bien no emitía palabra, de a ratos lo devoraba con los ojos.

Parecía increíble el efecto que la distancia había tenido sobre ellos: se necesitaban con más fuerza que nunca. Se amaron con la mirada en el trayecto hasta la casa de Malena, en la mesa mientras compartían un almuerzo tardío, e incluso en la habitación de Valentina cuando la acompañaron hasta la cama para que durmiera la siesta. Ella no quería hacerlo, pero su madre la convenció diciéndole que Sebastián también tenía que descansar porque había llegado cansado de su viaje. La niña no quería despegarse de él.

Como Malena había dado el día libre a Graciela, una vez que Valentina se durmió, la casa se sumió en profundo silencio. Ella y Sebastián volvieron a la cocina, donde se sentaron a la mesa frente a frente y se contemplaron sin hacer nada más durante mucho tiempo.

Ella estiró una mano y él se la tomó por sobre la madera; el roce provocó oleadas de sensaciones en ambos. La mano de Sebastián se sentía rústica, distinta de la última vez que la había tocado, y sus nudillos tenían manchas rojas. No eran sus labios los únicos que habían padecido las inclemencias del trabajo en el frío, y Malena deseó curarlo. Tragó con fuerza, emocionada al pensar que su cuerpo fuerte sufría las consecuencias de un mundo injusto y que ese cuerpo le pertenecía también a ella, porque así era cuando los dos se entregaban por completo.

—Te amo —le dijo con la voz ahogada y los ojos húmedos. Lo había necesitado tanto que tenerlo allí, delante de ella, le producía una violenta sensación de alivio.

Sebastián decidió responder con acciones. Se puso de pie y, en menos de un segundo, estuvo junto a ella. Le rodeó la cintura con un brazo y la levantó hasta sentarla en la mesada. La respiración de Malena se transformó en un ir y venir rápido y constante. Apretó los dientes y se aferró al cuello de Sebastián para que no se atreviera a alejarse. No pensaba hacerlo. Pegó su frente a la de ella y siguió mirándola, esta vez de cerca, mientras sus ojos entraban en su alma y acariciaban sus miedos en busca de arrebatárselos. Alzó una mano y le rozó una mejilla. Sus dedos se escurrieron por detrás de la oreja de ella y se enredaron con su cabello castaño, tan fuertes que la estremecieron. En ese momento, sus labios buscaron los de ella, y en cuanto se encontraron, ardieron.

Mientras las lenguas se mezclaban buscando sosiego, las manos de Malena llegaron a la remera de Sebastián y se introdujeron por debajo de la tela. Tembló en cuanto los dedos hallaron sus músculos y mientras él le desprendía los botones de la camisa. Alzó los brazos para que Malena le quitara la remera y ella lo hizo, disfrutando de la añorada piel a medida que iba quedando al descubierto. El Shield Knot pendía del cuello de Sebastián, y la actividad física a la que seguramente se había sometido parecía haberlo vigorizado.

Arrojó la remera al piso y comenzó a acariciarle los brazos. Mientras tanto, él recorrió el borde de la ropa interior de Malena con un dedo y se ocupó de poner su piel en estado de ensueño. Malena se inclinó hacia adelante y le besó el pecho. Después alzó la cabeza y lo miró a los ojos. Cada segundo que contemplaba el azul de aquella mirada, la pureza de esa alma, el amor la invadía como si fuera lo único que podía albergar adentro. Sebastián también la miraba y veía en ella todo lo que deseaba, todo lo que alguna vez le había hecho falta. Volvió a acariciarle el cuello con una mano y a enredar sus dedos en el fino cabello de su nuca mientras sus labios buscaban los de ella y después los rozaban con ternura.

Malena tembló de emoción y de deseo mientras la otra mano de él recorría muy despacio el camino que separaba su mejilla de su pecho, pasando por el hombro y la clavícula. Se aferró al cabello de Sebastián y él comenzó a desprenderle el jean para sacárselo junto con la ropa interior. Malena lo ayudó, y en cuanto su intimidad quedó al descubierto, así como quedaban sus sentimientos cada vez que él la miraba, cada vez que la tocaba o le decía «te amo», procuró hacer lo mismo. Le desabrochó el pantalón y se humedeció los labios mientras las prendas se rendían ante su esfuerzo.

Malena se dejó seducir por la mirada tempestuosa que la contemplaba y abrazó a Sebastián para seguir besándolo. Sus almas eran una, y lo mismo sucedió con sus cuerpos.

Poco a poco, los sonidos se magnificaron, las agujas del reloj de pared se convirtieron en tambores erráticos y la respiración de ambos se tornó un conjunto indescifrable de jadeos. Era imposible distinguir si era el latido de uno u otro corazón el que marcaba el ritmo de las embestidas, cada vez más enérgicas, capaces de nublar la razón.

Todo era maravilloso, sin embargo, un sonido proveniente del living alertó a Malena. Miró por sobre el hombro de Sebastián hacia la puerta cerrada de la cocina, temiendo que Valentina se hubiera levantado. Él le sujetó el mentón con una mano y la obligó a concentrarse en sus ojos.

—Es el viento —le dijo, agitado, y aprovechó para introducirle un pulgar entre los dientes.

Malena le mordió el dedo, se lo acarició con la lengua, y se dejó envolver de nuevo por la fuerza del deseo. Él se apropió de su cintura, la rodeó fuertemente con un brazo y la pegó a su pecho.

«Acá no, que nos puede ver la nena», recordó Malena. Se lo decía Álvaro cada vez que ella lo provocaba en algún sitio de la casa que no fuera el cuarto. Del mismo modo, muchas otras frases surcaron su mente en un breve instante durante el cual se ausentó del presente, recordando el pasado.

—Malena…—oyó de pronto, y todos sus sentidos se recuperaron.

Basta de pensar en Álvaro. Estás con el amor de tu vida, disfrutalo, dijo para sus adentros. Sintió el olor más agradable del mundo y se dio cuenta de que provenía de Sebastián; estaba respirando su perfume contra su fuerte pecho desnudo.

—Te amo —siguió susurrándole él contra la cabeza. Dos sencillas palabras que la arrastraron al límite del deseo.

Te amo, ¡yo también te amo!, siguió pensando ella, cada vez más atrapada en el presente, que se cernía sobre su dolor como una red mucho más fuerte que el pasado.

—Quiero que tengas un hijo mío —pronunció él a continuación. Seis palabras que llegaron al corazón de Malena para estremecerla y brindarle el placer más profundo que había vivido nunca.

Todo su cuerpo se sacudió, prisionero de las sensaciones, y cuando ya no pudo resistir más provocaciones, acabó entre gemidos que susurraban deseos ocultos. Sebastián buscó su boca y le apretó el mentón para que ella se la ofreciera. Una vez que lo hizo, la invadió con su lengua, y todo lo demás transcurrió en un segundo.

Derramarse en su interior siempre era sublime, porque de ese modo le transmitía mucho más que su cuerpo. Le estaba pasando parte de su alma, y ansiaba que se enlazara con la de ella.

Terminaron los dos agitados y rendidos, besándose con la única ilusión de prolongar el momento. En contra de cualquier pronóstico, pasar un tiempo alejados, en lugar de enfriar sus sentimientos, los acercó más que nunca. Reavivó su pasión, los llevó a redescubrir su vínculo con el otro y los hundió en un espiral de deseo contenido.

—Lo último que dijiste… —murmuró Malena— ¿es cierto?

Sebastián le acarició las mejillas y ella cerró los ojos para disfrutarlo. Ahora que su cuerpo iba alejándose de las sensaciones magnificadas, pudo percibir de nuevo la rusticidad de las manos que la tocaban y recordó que no las había curado. Abrió los ojos, las tomó entre las suyas y comenzó a besarlas.

—Por supuesto que es cierto —respondió Sebastián, muy seguro. Malena alzó la mirada con los dedos de él todavía apoyados sobre sus labios y se quedó quieta, mirándolo—. Un hijo de los dos se sentiría como un milagro.

La mirada de Malena apenas alcanzó a demostrar la felicidad que embargaba su alma. Imaginar un futuro con Sebastián era un poderoso motivo para anclarse al presente, y soñó con eso hasta que un nuevo sonido la devolvió a la dura realidad.

Sucedió tan rápido que su cuerpo tembló sin que pudiera controlarlo. No quería retornar al mundo real, no quería que la ilusión acabara con el ruido cruel del timbre. ¿Quién podía molestar a la hora de la siesta? Su mente se invadió de malos recuerdos, presagiados por la insistencia de quien seguía molestando desde afuera.

«¡Ay, Malena! Nunca tuviste muchas luces, pero con esto te pasaste de lista.»

«Si vos no le hubieras llenado la cabeza, todavía me querría.»

«Despedite de Valentina.»

Sebastián frunció el ceño, consciente de que algo no estaba bien.

—Malena… —murmuró, en espera de explicaciones, obligándola a volver la cara hacia él. Ella tragó con fuerza—. Yo voy —determinó entonces, seguro de que en la mirada de Malena solo se reflejaba miedo y dolor.

—¡No! —se apresuró a exclamar ella mientras él se volvía en busca de su ropa—. No salgas, por favor —suplicó.

Saltó de la mesada, se vistió a la velocidad de la luz y salió de la cocina acomodándose el pelo enmarañado. Atravesó el comedor y el living, y una vez en la puerta, la abrió apenas un milímetro.

Tal como sospechaba, se trataba de Álvaro.

—¿Estás acá? —se quejó él—. ¿Nunca trabajás?

—¿Esperabas que no estuviese? —replicó ella.

—¿Dónde está la nena?

Malena oyó ruidos en la cocina y miró hacia atrás, temblando.

—No está —contestó, apresurada.

—Nunca supiste mentir —la increpó él—. Decile que vine a verla.

—Ahora no puedo. Andate, por favor.

Álvaro frunció el ceño, tratando de descubrir lo que tenía a Malena tan nerviosa. La conocía bien y sabía que se había vuelto más fuerte en comparación con el tiempo que habían estado casados, solo le faltaba conocer el motivo.

—¿Estás con alguien? —preguntó, con una sonrisa burlona.

—Sí, y quiere matarte, así que andate ya mismo —replicó ella.

Álvaro comenzó a reír con una mezcla de sorna e incredulidad en la voz. Su intención era hacerle notar que sin duda jamás podría salir con un hombre mejor que él. No se iría, disfrutaría de conocer al pobre diablo que había conseguido su exmujer.

—¿Y con quién estás? —se mofó.

—Conmigo —oyó Malena antes de poder responder.

Giró sobre los talones justo cuando Sebastián llegaba al living. Ni siquiera se había puesto la remera, solo el pantalón, como un luchador dispuesto a retar a su rival. El problema era que, de alcanzarlo, lo destrozaría.

Cerró la puerta de la casa con prisa, rogando que Álvaro no hubiera escuchado nada, y se interpuso antes de que Sebastián pudiera seguir avanzando.

—No vale la pena —le recordó con ambas manos sobre su pecho, aunque sabía que jamás podría detenerlo si él no quería.

—Voy a matarlo —replicó Sebastián, mirando la puerta detrás de la cual se escondía su único objetivo: Álvaro di Pietro.

El timbre sonó de nuevo y Sebastián avanzó otro paso. Malena se desesperó, y en su afán por detenerlo, lo empujó.

—¡Mi hija está arriba! ¡Respeten mi casa, por favor! —gritó.

Sebastián se quedó quieto, sacudido por la reacción de Malena. Apretó la mandíbula y entrecerró los ojos.

—Me estás pidiendo demasiado —susurró con los dientes apretados. El sonido del timbre estimulaba su ira.

—Lo sé. Abrazame —pidió ella, cabizbaja.

—No es la primera vez que viene, ¿verdad? —le preguntó Sebastián, haciendo caso omiso de su súplica.

Malena lo miró, y al comprender que él no se le acercaría, se rodeó a sí misma con los brazos.

—¿Por qué no me lo dijiste? —siguió preguntando Sebastián en voz muy baja; le bastaba el silencio de Malena como respuesta.

—Estabas de viaje y no quería arruinarlo, como siempre hago con todo —replicó ella.

Él se volvió de espaldas y permaneció un momento quieto. Trataba de ignorar el timbre y procuraba no caer en la misma violencia que Álvaro. Se pasó una mano por el pelo y después se volvió hacia Malena. Aunque intentaba mantener la calma, ardía por dentro.

—Estoy enojado —le hizo saber sin rodeos. Respiraba como si estuviera a punto de escupir fuego.

—Sabía que te ibas a enojar, pero Álvaro fue, es y será mi problema, y no quiero que te conviertas en un monstruo por su culpa —contestó Malena con entereza.

—¡Tendrías que haberme llamado! —replicó él, y frunció el ceño, sintiéndose un idiota—. Me llamaste… —murmuró, recordando—. Esa madrugada en la que yo no estaba en la base, ¿cierto?

Malena tragó con fuerza y asintió en silencio. El timbre dejó de sonar y enseguida se oyó el motor de un auto. Álvaro por fin se iba.

—Tampoco quiero que pagues mi abogada —aprovechó a pedir ella.

—Me excluiste, Malena —le reprochó él, negando con la cabeza y sin hacer caso a su pedido—. No me dejaste cuidar lo que es mío. ¿De qué sirvo si no puedo protegerte?

—Lo estás haciendo —contestó ella con un nudo en la garganta—. Si tan solo me abrazaras, yo me sentiría más fuerte. Si vos estás cerca, siento que puedo contra todo.

No tuvo necesidad de repetir el pedido. Dando solo un paso, Sebastián la estrechó contra su pecho y la apretó con fuerza mientras le besaba el pelo. El corazón de Malena sufrió un ligero dolor, como si el vacío que experimentaba se hubiera llenado tan rápido que no le dio tiempo a acostumbrarse al cambio.

—No quiero que te moleste —le hizo saber Sebastián, acariciándola.

Malena, que le rodeaba la cadera con los brazos, lo apretó más, ansiando llenarse de su energía.

—Gracias —dijo.

—Si me dejaras hacer más, tendrías algo para agradecerme, pero así no —replicó él—. Me siento inútil.

Malena alzó la cabeza para mirarlo.

—Me basta con que estés a mi lado —aseguró antes de besarlo.

***

El lunes llegó demasiado rápido. Sin embargo, Malena no estaba nerviosa. Haber pasado el fin de semana con Sebastián había repuesto sus fuerzas, y se sentía más dispuesta a pelear que nunca.

Él pasó a buscarla a las diez de la mañana. Ni bien oyó la bocina, Malena supo que por primera vez había cambiado de auto. Al salir lo encontró en un increíble RCZ gris y presintió el motivo. Salió de su casa y subió al coche dispuesta a preguntárselo.

—¿Por qué viniste en este auto? —interrogó después de saludarlo.

Además de haber ido con un vehículo muy caro, Sebastián se había vestido con un exclusivo traje que Malena jamás le había visto.

—En caso de que te encuentres con él al bajar del auto, quiero que vea que bajás del mejor, en especial de uno mejor que el suyo —respondió Sebastián con sinceridad.

No conformó a Malena. A él jamás le había gustado la ostentación, y a ella le dolía que el odio por Álvaro lo transformara en alguien que no era.

—No me interesa demostrarle nada —contestó.

—Pero a mí sí —defendió Sebastián.

Malena suspiró, temiendo lo peor.

—Prometeme que si lo ves, no vas a… —comenzó.

—Te lo prometo —la interrumpió él; sabía lo que ella iba a decir. Para brindarle mayor seguridad, agregó—: Voy a estar en alguna cafetería de los alrededores, tomando algo hasta que me llames al celular para avisarme que todo terminó. Recién entonces te voy a ir a buscar.

Malena aceptó y se dejó llevar al juzgado sin decir más. Reflexionaba acerca de lo que sucedería en la hora siguiente y procuraba mantenerse serena para pensar mejor. No quería olvidar nada de todo lo que quería decir, ni permitiría que el rencor nublara su necesidad de pensar. Tenía que mantener la mente clara si deseaba triunfar.

Sebastián la dejó frente al edificio. Mientras Malena estuvo en el auto, él no demostró sus sentimientos, pero temía por ella y por su corazón roto. Le hubiera gustado estar a su lado y protegerla de Álvaro, alejarla de todos los que pretendieran dañarla, pero no podía hacerlo. Debía confiar en que Malena también era fuerte y sabría cuidarse sola.

Cumplió con la promesa y pasó más de una hora sentado en un bar, leyendo el diario y respondiendo mensajes de trabajo por celular. En realidad no dejaba de pensar en Malena y en la audiencia, pero trataba de ocupar la mente con otros asuntos para no volverse loco.

De pronto oyó dos golpes en el vidrio y alzó la cabeza. Del otro lado estaba Malena, y al verla bien, su mirada se iluminó de alivio. Ella entró y se sentó en su mesa.

—¿Cómo me encontraste? —le preguntó él.

—Fue fácil, no hay muchos bares a la redonda —contestó ella—. Álvaro nunca apareció —le informó de prisa—. Pero me dijo Jimena que sus abogados presentaron una exposición, y que entre otras cosas, él dice que pasó varias veces por mi casa, pero que yo nunca lo dejé ver a la nena. Quiere fingir que eso sucedió durante estos dos años.

—Mentiroso —masculló Sebastián, entrecerrando los ojos. No sabía cómo contener sus ganas de asesinar a Álvaro, solo conseguía tranquilizarse porque notaba que Malena estaba decidida y que era muy fuerte.

—De todos modos, Jimena dice que el hecho de que no se haya presentado hoy lo perjudica —siguió explicando ella—. En realidad no me importa. Solo me interesa obtener el divorcio y que desaparezca de mi vida. Ya no aguanto que venga a mi casa a tocar el timbre como si fuera un loco, o que exija ver a Valentina. Él no era así, Sebas. No sé qué le pasa, está cambiado, es como si fuera otro.

Por primera vez en la vida, Sebastián reconoció que se sentía celoso. No soportaba que Malena hablara del hombre que le había hecho tanto daño y mucho menos que lo viera, aunque supiera que ella ya no lo quería y que incluso jamás lo había amado tanto como se amaban ellos. Reconoció que se estaba transformando en un ser oscuro y competitivo a causa de esos sentimientos, como si tuviera la estúpida necesidad de superar a un malnacido como Álvaro, y deseó evitarlo como fuera.

Extendió las manos y tomó las de Malena por sobre la mesa, fingiéndose relajado. No quería que ella se diera cuenta de lo mal que se sentía, habría sido odioso exponerla a sus celos injustificados.

—No hablemos más de Álvaro —pidió—. ¿Qué querés tomar?

Malena le apretó los dedos y sonrió, agradecida.

—Licuado de frutilla con agua —respondió. Todavía hablaba rápido, estimulada por los momentos de tensión que había atravesado.

Sebastián llamó a la camarera y ordenó la bebida. Un instante después, su teléfono celular volvió a sonar y lo revisó. Suspiró tras leer la información que acababa de recibir por mensaje de texto.

—¿Pasa algo? —preguntó Malena.

—Tenemos un evento el viernes —le comentó él mientras respondía el mensaje—. Iba a mandar a Alfredo, mi empleado de confianza, pero me pidió la semana libre para ir al casamiento de una sobrina en Santa Fe, y después de lo bien que cuidó de las concesionarias durante mi ausencia, no pude negarme.

—¿Qué clase de evento es?

—Es una fiesta privada en el lounge de la marca —contestó Sebastián, y la miró a los ojos—. ¿Te sentís de ánimo para ir?

Malena volvió a sonreír.

—Me encantaría que fuéramos juntos —dijo.

—¿Te puedo regalar un vestido para que te pongas esa noche? —preguntó él.

—Lo que quieras.