24

Quien inventó que el tiempo sana todas las heridas, debía de estar equivocado.

Para Malena, el tiempo no hizo más que convertir el dolor en dudas, y las dudas en fantasmas que la atormentaban sin importar si era de día o de noche, si estaba sola o acompañada. Ni siquiera su psicóloga había podido ayudarla, porque después de hacer meses de terapia, estaba empezando a comprender que había cambios que solo partían de sí misma.

Pasó dos semanas sin un atisbo de deseo sexual, como si su cuerpo se hubiera insensibilizado y su corazón se hallara tan marchito que ya no era capaz de sentir. Sebastián, al percibir su tácita distancia, respetó sus tiempos y jamás insistió para que ella accediera a nada para lo cual no se sentía preparada.

Solo recuperó algo de sus emociones en el cumpleaños de Elías, cuando lo vio besarse con Nerina y recordó que, alguna vez, ella y Sebastián se habían parecido a esos dos chicos que empezaban a descubrir su camino de vida. Ella tan perfecta, y él tan complicado. Ella tan soñadora, y él, quien alimentaba sus sueños.

Esa noche cruzó miradas con Sebastián y le pareció que volvía a ser ella misma. Él le parecía hermoso y despertaba en ella pasión y amor al mismo tiempo.

Sin embargo, bastó regresar a casa para que todo se esfumara de nuevo.

Acostaron a Valentina y se dirigieron al dormitorio, donde Malena se desvistió de perfil a la puerta.

Después de la mirada que habían cruzado, Sebastián pensó que las heridas estaban sanando y se permitió desearla. Apoyado contra la puerta cerrada del cuarto, observó los hombros desnudos de Malena, apenas iluminados por la penumbra proveniente de la ventana. Se deleitó con sus pechos, que rozaron sus piernas cuando se sentó en la cama para quitarse los zapatos, y comenzó a tener dificultades para controlar sus instintos.

Caresse-moi jusqu’à je me perde entre tes mains —«acaríciame hasta que me pierda entre tus manos», susurró en busca de recuperar lo perdido.

Una frase como la que acababa de oír, susurrada de esa manera tan seductora, en cualquier otra oportunidad habría dejado a Malena en estado de éxtasis. En ese momento, en cambio, la puso nerviosa, porque no sabía si podría responder como Sebastián merecía que lo hiciera.

—Tengo miedo —decidió sincerarse, congelada con las manos en el broche de la sandalia.

—Dejame que te lo quite entre mis brazos —le respondió él, y se le acercó con la intención de llenarla de besos.

Para ella, Sebastián era único y especial, lo había sido desde que lo había conocido. Por esa razón, que la tocara y que, cuando lo hacía, ella solo sintiera que sus manos le molestaban; o que él buscara sus labios y hallara a cambio hielo, se sentía como clavarle un puñal. Trató de entregarse de nuevo, cerró los ojos y respondió al beso, pero todavía no sentía nada. Su cuerpo estaba muerto.

Sebastián le acarició una mejilla y después bajó para besarle el mentón y el cuello. Malena cerró los ojos y enredó los dedos en su cabello, buscando el placer que se había perdido en algún momento de esas últimas semanas. Procuró concentrarse en lo bien que se sentía la tela de la camisa de Sebastián sobre su pecho, pero su cerebro la forzaba a padecer otros pensamientos.

Pensaba en una noche en la que había vuelto de la librería con un nuevo corte de pelo. Álvaro la había mirado de arriba abajo y se había reído. «Deberías hacerle un juicio a tu estilista», le había dicho.

Sacudió la cabeza y llevó la boca de Sebastián a sus pechos. Por un instante, en la mente de Malena destelló la satisfacción. Pero no duró mucho tiempo.

Un domingo de lluvia, Álvaro se había enojado porque ella había dejado su mejor camisa tendida. Entonces la había regañado: «¿Qué más tenés que hacer que no podés ocuparte de la ropa?»

No puedo. ¡Así no puedo!

—Basta —pidió—. ¡Basta, Sebas!

Sebastián, que no había escuchado la primera orden, se detuvo de inmediato. Alzó la cabeza y la miró.

—Perdón —masculló Malena, avergonzada.

¿Cómo puedo dañar de esta manera a alguien que me ama tanto?, pensó con impotencia. Se sentía estúpida e ingrata.

Sebastián tembló ante lo que leyó en los ojos de Malena e hizo los últimos intentos, desesperados quizás, por no perderla.

—Está bien —trató de consolarla.

—No, no está bien —replicó ella—. Esto no puede seguir así.

—Estás pasando por un mal momento, es comprensible que no sientas ganas de nada —la excusó él—. Perdoname vos. Me apresuré.

—Basta, por favor… —suplicó Malena con el corazón hecho un nudo—. No te culpes, Sebas, no es tu culpa. Es mía.

—No es culpa de nadie, solo no es el momento para…

—Nunca va a ser el momento mientras yo siga siendo un despojo de la Malena que alguna vez fui o que podría llegar a ser —lo interrumpió ella.

Comprendió el sentido de las palabras después de pronunciarlas. Su inconsciente la llevó a hablar antes de que la razón pudiera ocultar lo que tanto ella como Sebastián sabían que debía suceder.

—Quiero estar con vos para verte renacer —le hizo saber él. Sus bellos ojos se habían oscurecido del mismo modo que el dolor bañaba su alma.

Malena le acarició una mejilla con silenciosa devoción y el amor más puro que podía albergar un alma.

—No puedo hacerlo de esa manera —le explicó—. Cuando te fuiste hace dieciocho años, no lo entendí. Te deseé buena suerte y me consolé con que siempre había sabido que partirías, pero en el fondo me preguntaba por qué no me elegías. Ahora lo entiendo: somos orugas que deben convertirse en mariposas. Tenemos que sufrir para que nos crezcan alas, y no podemos esperar que alguien nos lleve a volar, y mucho menos que vuele por nosotros. Tenemos que volar por nosotros mismos, y así estar a la par del otro. En este momento, no sé quién soy, no sé qué estoy haciendo. Necesito tiempo para encontrarme conmigo misma, como vos lo necesitaste hace mucho tiempo. Necesito renacer de mis cenizas.

Sebastián bajó la mirada, quería ocultar que tenía los ojos húmedos.

—Todos piensan que soy generoso, pero eso no es cierto —confesó en voz muy baja—. Si lo fuera, te dejaría ir, porque sé que tenés razón, pero no quiero. No puedo ser tan bueno como fuiste vos hace dieciocho años —volvió a mirarla, ya sin importarle si Malena veía o no el brillo de las lágrimas que le azulaban todavía más los ojos. Alzó una mano y le acarició una mejilla como si tocara un sueño—. Te amo.

—Yo también te amo —le dijo ella, también llorando—. Y porque te amo quiero entregarte a alguien completo. No sé cuánto tiempo me va a llevar, ni sé qué tendré que pasar para que así sea, pero voy a volver a vos. Te lo prometo. Voy a ser el ave fénix que vuele a tu lado mientras vos me alimentás con tu fuego, dragón.

Sebastián se quedó callado por un tiempo. No podía hablar mientras su corazón se estaba rompiendo.

—Esta es tu batalla, ¿cierto? —le preguntó. Sus labios sonreían en contraste con las lágrimas que le bañaban los ojos. La mirada de Malena le concedió una respuesta afirmativa—. Entonces vas a necesitar esto.

Se quitó el Shield Knot que llevaba en el cuello y se lo colocó a ella, con la delicadeza con que se tratan los objetos preciados. Después le tomó la cabeza entre las manos y la acercó a sus labios para besarle la frente.

—Siempre voy a estar a tu lado —le prometió.

No quería desprenderse de Malena, pero sabía que debía hacerlo. La soltó con el terror de perderla para siempre y con el miedo atroz de quedar destruido. Aun así, se puso de pie y salió del cuarto sin mirarla de nuevo. Iba a encaminarse a las escaleras, pero la tentación lo detuvo y acabó atravesando el pasillo hasta la habitación de Valentina. Apenas abrió la puerta un milímetro para no despertarla, solo lo suficiente para que un haz de luz le iluminara la mejilla. Su largo cabello rojizo se extendía por la almohada, abrazaba el delfín de peluche que él le había regalado.

—Te quiero con toda mi alma —le dijo, casi como un secreto, y después se volvió antes de que lo venciera la necesidad de creer que nada de todo eso estaba sucediendo.

Malena, que lo espiaba desde su habitación, se cubrió la boca con las manos para no llamarlo. Había conseguido el coraje necesario para reconocer el problema esencial por el cual siempre había algo que amenazaba con separarlos, y no podía ignorarlo. Iba a resolverlo antes de seguir transitando un camino de ensueños del modo equivocado.

***

La primera en saber que había roto con Sebastián fue la licenciada Ferrando. Como él había cambiado su turno para los miércoles desde hacía mucho, no había riesgos de encontrarse en el consultorio, y eso dejó a Malena más tranquila.

—Sabés que el motivo de esta ruptura no es el mismo que antes —le explicó a la psicoanalista—. Esta vez sé que es para mejor, lo siento en el corazón. Todavía no sé cómo ni cuándo, pero voy a encontrarme conmigo misma y entonces no voy a necesitar que mi dragón me lleve a volar. Yo voy a ser el ave fénix que vuele a su lado.

Después de la sesión, tuvo fuerzas para contar su determinación a sus amigas y empleadas de la librería, aunque no entró en detalles con ellas.

—Malena, era tan lindo y tan bueno… —le dijo Pía.

—Lo sigue siendo, lo será por siempre —aclaró Malena.

—¿Y vas a esperar a que los dos sean viejitos para vivir su amor? —intervino Virginia.

—Espero que no —replicó Malena.

—¿Esperás que no? —la regañó Pía, destacando el verbo.

—Es todo lo que puedo decir.

Cuando se lo contó a Andrea, su hermana tampoco comprendió su elección.

—Malena —le dijo—, si te sentís culpable de alguna manera por la muerte de Álvaro, tenés que saber que vos no tenés la culpa de nada.

—No es eso —le contestó Malena.

—Es la única razón por la que se me ocurre que podrías dejar a Sebastián. ¿Tenés idea de lo que estás desperdiciando? ¡Vi cómo ustedes se miraban! Creeme que ese tipo de amor no lo tiene todo el mundo.

—Es cierto —admitió Malena, sin moverse de su postura—. Por eso mismo pienso que un tipo de amor tan pasional y profundo merece algo mejor que lo que yo puedo aportar en este momento.

—¡¿Y por eso tenías que dejarlo?! —se ofuscó Andrea—. ¿Por qué no esperaste a que pasara el mal rato? ¿Por qué no lo superaron juntos, como hacen las mejores parejas?

—Porque lo que necesito va más allá de dejar pasar un momento. Es emprender un camino de búsqueda que no puede hallarse en la vorágine de una relación como la que Sebastián y yo tenemos.

Incluso su padre se mostró preocupado porque Sebastián no apareciera en su casa el domingo que decidió hacer otro asado.

—Malenita, era un comepasto, pero se notaba que te quería en serio —le dijo.

—Ya lo sé —respondió ella mientras pelaba algunas papas.

—Si es por la muerte de Álvaro… —intentó seguir Alberto, pero su hija lo interrumpió con un suspiro.

—¡¿Por qué todos piensan que me siento culpable porque Álvaro haya muerto?! Es cierto, su muerte detonó una bomba de tiempo que latía en mi cuerpo, pero estaba puesta ahí desde mucho antes. Desde que me casé con él, tal vez, no lo sé con exactitud. Lo importante es que quiero desactivarla y desterrarla de mí, y para eso necesito tiempo.

—¿Qué le dijiste a la nena?

—Todavía no preguntó por Sebastián y tampoco volvió a hablar de Álvaro.

—¿Y qué le vas a decir cuando pregunte por alguno de ellos?

—La verdad de manera honesta, pero delicada —respondió, recordando las palabas de Sebastián cuando había tenido que explicar a su hija el fallecimiento de Álvaro.

Comprendió por qué Valentina no había preguntado nada cuando la voz de uno de los hijos de Andrea resonó en medio del almuerzo.

—¿Y tu novio? —preguntó a Malena.

Valentina lo miró con una sonrisa y respondió en lugar de ella.

—Sebas está curando animales, por eso no vino, pero va a volver en cualquier momento.

Malena tragó con fuerza, la comida le había quedado atravesada en la garganta. Andrea la miró con un gesto reprobatorio, pero se apresuró a salvarla iniciando otra conversación.

—¿Cómo está el pan? —preguntó—. Es de una panadería nueva que abrió la semana pasada cerca de casa.

Esa noche Malena decidió contar la verdad a su hija, no podría soportar que se sintiera engañada luego. Esperó a que terminara de cenar y que le pidiera mirar un rato de televisión para hablar.

—Valen, tengo que contarte algo —la niña la miró, atenta—. Esta vez, Sebas no está curando animales.

Valentina sonrió para demostrarle que estaba equivocada.

—¡Claro que sí! —replicó—. Si no viene, es por eso. Estoy segura.

Malena suspiró, sabiendo que le provocaría un nuevo dolor a su hija.

—No digo que Sebas no vaya a volver —contestó, sincera—. De hecho estoy segura de que en algún momento nos vamos a reencontrar, pero quizás no sea pronto. No sé cuándo será, y no quiero que te hagas ilusiones.

Malena apretó los puños; hacía más de dos años, ya habían mantenido casi la misma conversación. A diferencia de esa vez, ahora Valentina vivía una segunda pérdida, y al parecer se había encariñado de una manera especial con Sebastián, porque su reacción fue muy distinta.

—¡¿Por qué?! —bramó—. ¡Es tu culpa!

—Valen, no… —trató de explicarle Malena, estirando los brazos hacia ella.

Valentina se puso de pie y la rechazó.

—¡Sos mala!

—¡No!

—Llamalo. Llamalo, por favor —rogó al borde del llanto.

—No.

Valentina se echó a llorar y corrió a su cuarto. Malena no la siguió.

***

Sebastián se puso de pie y escrutó por la ventana la calle transitada de Colegiales. Otra vez se sentía preso en una concesionaria y en una ciudad que no le pertenecían.

Tres semanas sin Malena ni la risa dulce de Valentina. Tres semanas sin ilusiones ni propósitos en la vida.

—Sebas —lo interrumpió Elías. Sebastián giró sobre los talones y lo observó con expresión inescrutable—. Vendí un 207. Ahora que tengo dieciocho, ¿puedo quedarme la venta yo?

El contraste entre la felicidad de Elías y su aspecto desapasionado era tan notorio, que hasta el aire se sobrecargó con la oposición.

—No —replicó con serenidad—. Pasale la venta a alguno de los empleados y volvé que quiero hablar con vos.

—¿Por qué no? —preguntó Elías, disconforme.

Lo último que necesitaba Sebastián era que su hermano insistiera, por eso decidió ser drástico.

—Hacé lo que te pido, por favor —pidió.

Elías se retiró, molesto, y Sebastián volvió a contemplar el exterior. Le ardían los ojos como si hubiera pasado la noche llorando, tal vez porque pasaba las noches tratando de no llorar.

Elías volvió cinco minutos después. Se sentó delante del escritorio, cruzado de brazos.

—¿Por qué no me dejás avanzar con las ventas? —preguntó—. ¿No me tenés confianza?

Sebastián abandonó la ventana y caminó por la habitación.

—Cuando accediste a venir a la concesionaria, te pedí que empezaras en el área de ventas porque, para llegar a lo más alto, primero es necesario conocer el funcionamiento de cada parte del conjunto —le explicó—. Pero de ninguna manera tengo la intención de que pases la vida en ese sector. Conseguiste unas cuantas ventas en muy poco tiempo y con apenas diecisiete años, ¿sabés lo importante que es eso?

Elías, quien primero había pensado que su hermano no le dejaba avanzar porque lo consideraba incapaz, se sorprendió de que sus palabras expresaran lo contrario. Sonrió casi sin poder creerlo y experimentó un extraño orgullo que se extendió por todo su cuerpo.

—A partir de ahora, vas a recorrer las sucursales trayéndome reportes. Quiero que los empleados te conozcan y que vos aprendas a tratarlos con autoridad, pero también con respeto. Ellos no son menos que vos porque estén en una posición económica inferior, ni deben ser maltratados. Sin embargo, tenés que saber que por ser tan joven, y además el hijo del dueño, ellos van a pensar mal de vos, es la ley lógica del empleo. El hijo del dueño siempre es el acomodado, el que tuvo las cosas fáciles, ese al que no le cuesta trabajo vivir y demás mitos que algunos se ocupan de corroborar y otros, como nosotros, de demoler. ¿Estás entendiendo? —Elías asintió con la cabeza—. Me dolería mucho ver que sos el típico hijo del dueño y no alguien que respeta y es respetado porque tiene valores y los sostiene en su empresa, fomentándolos entre sus empleados. Vos tenés que dar el ejemplo, y si hacés el bien a los demás, los demás te van a devolver el bien. No siempre sucede, está lleno de traidores y manipuladores, la vida es así. Pero de alguna manera, siempre que hagas el bien, vas a ser recompensado. Muchos te endiosarán y como intentarán acercarse a vos por interés, van a tratar de hacerte creer que sos el dueño del mundo. ¿Vas a tratar de recordar siempre que no somos más que otros? No recuerdes que la gente es traicionera ni interesada, sino que la humildad y la bondad se mantienen frente a todo, y eso te va a proteger de los prejuicios y las adulaciones.

En lugar de responder con palabras, Elías se puso de pie y lo abrazó. Primero, Sebastián se quedó quieto, sorprendido por el acto espontáneo e inesperado de su hermano. Después, le palmeó la espalda como solía hacer con sus amigos. Su corazón, endurecido desde hacía tres semanas, se ablandó por un momento y amenazó con volver a ser frágil.

Elías se apartó y le puso una mano sobre el hombro.

—No estés triste —le pidió, mirándolo a los ojos—. Sos un ejemplo para mí.

Después giró sobre los talones y desapareció, dejando las palabras en el aire.

Sebastián tragó con fuerza, conmovido. Nunca hubiera imaginado que su hermano le diría algo como eso. Él, un modelo a seguir para un adolescente que creía odiarlo. Era lo más especial que le habían dicho nunca.

Se sentó al escritorio y trató de hallar de nuevo el sentido de su vida, sus planes, sus proyectos. Con tristeza se dio cuenta de que, desde que Malena lo había dejado, todos los casilleros estaban vacíos: no había vida, planes ni proyectos que no la incluyeran a ella.

Tenía que buscar un camino, debía hallar un nuevo rumbo y recuperar los trozos de sí mismo que había perdido. Elías había cambiado; se estaba convirtiendo en un hombre y ya podía buscar su propio destino. Estaría bien solo, pero sabiendo que contaba con él incondicionalmente.

Sin reflexionar demasiado, hizo lo que su corazón le dictó en el momento. Tomó el teléfono y marcó un número.

—Brian, habla Sebastián. Estoy listo para volver. ¿Me necesitan en alguna parte?