Como los cuatro miembros de la familia Quimby tenían que marcharse a horas diferentes y a sitios diferentes, por las mañanas todo eran prisas. Los días en que el señor Quimby tenía clase a las ocho, se marchaba pronto en auto. Beezus se iba a continuación, porque tenía que ir a la escuela andando y porque quería encontrarse con Mary Jane por el camino.
Ramona era la tercera en marcharse. Le gustaba pasar esos minutos a solas con su madre, ahora que la señora Quimby ya no le recordaba que tenía que portarse bien con Willa Jean.
—¿Te has acordado de ponerme un huevo duro en la comida como te dije?—preguntó Ramona una mañana.
Esa semana se habían puesto de moda los huevos duros en la clase de tercero. Los había puesto de moda el macaco, que a veces llevaba el almuerzo. La semana pasada, la moda había sido llevar bolsas de hojuelas de maíz. Ramona no había participado en esa moda, porque su madre no quería gastarse el dinero en comida poco alimenticia. Pero seguro que un huevo duro no le parecería mal, con lo nutritivos que son.
—Sí, me he acordado del huevo duro, cielo—dijo la señora Quimby—. Me alegro de que hayan empezado a gustarte por fin.
A Ramona no le pareció necesario explicar a su madre que aún no le gustaban los huevos duros, ni siquiera cuando los pintaban de colores en Semana Santa. Tampoco le gustaban los huevos pasados por agua, porque eran resbaladizos y pegajosos a la vez. A Ramona le gustaba el huevo revuelto pero no estaba de moda esa semana.
En el autobús, Ramona y Susan compararon sus comidas. Cada una se alegró de descubrir que la otra también tenía un huevo duro y las dos estaban deseando que llegara la hora de comer.
Mientras Ramona esperaba a que llegara el momento de la comida, la escuela le resultó increíblemente interesante. Cuando terminaron de hacer los ejercicios de matemáticas, la señora Ballenay entregó a cada niño un frasco de cristal que contenía unos tres dedos de una sustancia azulada. Les explicó que eran copos de avena teñidos de azul. Ramona fue la primera en decir:
—Puaj.
La mayoría puso cara de asco y el macaco hizo como si vomitara.
—Bueno, chicos, tranquilos—dijo la señora Ballenay.
Cuando la habitación quedó en silencio, explicó que en la clase de ciencias iban a estudiar los insectos de las frutas. Los copos de avena que les había dado tenían larvas de mosca.
—¿Y por qué creen que están teñidos de azul?—les preguntó.
Varios niños dijeron que el tinte azul era alguna clase de comida para las larvas, vitaminas, quizá. Marsha sugirió que el tinte azul podía ser para que a los niños pequeños no les entraran ganas de comérselos. Todos se rieron al oír esta idea. ¿A quién le iba a apetecer comer copos de avena fríos? El macaco dio con la respuesta correcta: los copos estaban teñidos de azul para que se pudieran ver las larvas. Y sí que se veían: eran unos puntitos blancos.
Mientras todos los de la clase se inclinaban sobre sus pupitres haciendo etiquetas para sus frascos, Ramona escribió su nombre en la tira de papel que le habían dado y añadió: 8 años, porque siempre lo ponía detrás de su firma. Luego dibujó moscas diminutas alrededor, antes de pegar la etiqueta en su frasco de copos de avena y larvas de mosca. Le hacía ilusión tener un frasco lleno de insectos para ella sola.
—Que bien te ha quedado la etiqueta, Ramona—dijo la señora Ballenay.
Ramona se dio cuenta de que a su maestra le había gustado de verdad. Decidió que la señora Ballenay le estaba empezando a caer muy bien.
La mañana resultó tan satisfactoria que se le pasó rápidamente. Al llegar la hora de comer, Ramona cogió su comida y se fue a la cafetería. Después de hacer cola para que le dieran su vaso de leche, se sentó en una mesa con Sara, Janet, Marsha y otras niñas de tercero. Abrió su maletita del almuerzo y allí, envuelto en una servilleta de papel, metido entre el sandwich y la naranja, estaba el huevo duro, suave y perfecto, del tamaño justo para cogerlo con la mano. Como Ramona quería dejar lo mejor para el final, se comió la parte del centro de su sandwich—atún con mayonesa—e hizo un agujero en la naranja para beberse el jugo. En tercero no se pelan las naranjas! Por fin, llegó el momento del huevo.
Los huevos duros se pueden pelar de muchas maneras. La que tenía más aceptación, y era el verdadero motivo de llevar un huevo al colegio, consistía en cascar el huevo contra la cabeza. Había dos formas de hacerlo: dando golpecitos tímidos o dándole un buen porrazo al huevo contra la cabeza.
Sara prefería la técnica de los golpecitos y Ramona, igual que el macaco, la del porrazo. Ramona cogió su huevo, esperó a que todas las niñas de la mesa estuvieran mirando y crac: se encontró con la mano llena de cáscara de huevo y algo frío y viscoso rodándole por la cara.
Todas las niñas de la mesa de Ramona se quedaron con la boca abierta. Ramona tardó un momento en darse cuenta de lo que había ocurrido. El huevo estaba crudo. Su madre no lo había cocido. Intentó quitarse del pelo y de la cara la yema pastosa y la clara resbaladiza, pero sólo consiguió que las manos se le quedaran pegajosas. Se le saltaron las lágrimas de la rabia e intentó secárselas con las muñecas. Las bocas abiertas de la mesa se convirtieron en sonrisas. Ramona se dio cuenta de que el macaco la estaba mirando desde otra mesa, riéndose.
Marsha, una niña alta que siempre se ponía a hacer de madre, dijo:
—No te preocupes, Ramona. Yo voy contigo al cuarto de baño y te ayudo a limpiarte.
Ramona no se mostró precisamente agradecida.
—Déjame en paz—dijo, avergonzada de ser tan grosera.
No estaba dispuesta a que una niña de tercero la tratara como a una bebita.
La maestra que cuidaba durante la hora de la comida se acercó para ver por qué se había armado tanto barullo. Marsha reunió todas las servilletas de papel que habían llevado y se las dio a la maestra, que intentó limpiar a Ramona con ellas. Por desgracia, las servilletas no absorbieron el huevo, sino que esparcieron la clara y la yema por el pelo de Ramona. Empezó a notar que se le ponía la cara tirante al irse secando la clara.
—Acompáñala a la oficina de la señora Larson—dijo la profesora a Marsha—. A ella se le ocurrirá algo.
—Vamos, Ramona—dijo Marsha como si Ramona estuviera en el jardín de infantes, y le puso una mano en el hombro, porque no quería tocar esas manos tan pegajosas.
Ramona se apartó bruscamente.
—Puedo ir yo sola—dijo.
Tras dar esa respuesta, salió corriendo de la cafetería. Estaba tan enojada que le dieron igual las risitas y las miradas comprensivas de algunos niños. Estaba indignada consigo misma por haber seguido una moda. Estaba furiosa con el macaco porque se había reído. Pero lo que más rabia le daba era que su madre no hubiera cocido el huevo. Cuando llegó a la oficina, Ramona tenía la cara tan tirante como una máscara.
Estuvo a punto de chocar con el señor Wittman, el director, lo cual le hubiera puesto más nerviosa todavía. Desde que Bee-zus le había explicado que había que tratar al director como a un amigo, Ramona había intentado no encontrarse con él. Ramona no quería que fuera su amigo. Quería que se quedara en su despacho, distante e importante, dedicado a sus asuntos. El señor Witt-man debía estar de acuerdo con ella, porque la esquivó casi dando un salto.
La secretaria del colegio, la señora Larson, vio a Ramona, se levantó como un resorte y dijo:
—Bueno, necesitas ayuda, ¿verdad?
Ramona asintió con la cabeza, agradecida a la señora Larson por comportarse como si todos los días entraran en su despacho niños con la cabeza llena de huevo. La secretaria la llevó a un cuarto diminuto en el que había una cama, un lavamanos y un inodoro.
—Vamos a ver—dijo la señora Larson—. ¿Cómo lo hacemos? Creo que lo mejor va a ser que te laves las manos primero y luego, mojarte la cabeza. Has oído hablar del champú de huevo, ¿verdad? Dicen que es buenísimo para el pelo.
—¡Aah!—gritó Ramona al meter la cabeza en el lavamanos—. Está helada.
—En realidad, es mejor que no tengamos agua caliente—dijo la señora Larson—. No querrás tener huevos revueltos en el pelo, ¿verdad?
Le frotó el pelo y Ramona suspiró. Se lo enjuagó y Ramona volvió a suspirar.
—Bueno, ya está—dijo finalmente la señora Larson, dando a Ramona unas cuantas toallas de papel—. Sécate lo mejor que puedas. Ya te lavarás el pelo cuando llegues a casa.
Ramona cogió las toallas. Mientras estaba sentada en la cama, chorreando, frotándose y secándose el pelo, llena de furia y humillación, se puso a escuchar los ruidos que venían de la oficina, el traqueteo de la máquina de escribir, el sonido del teléfono, la voz de la señora Larson al cogerlo.
Empezó a tranquilizarse y a encontrarse mejor. Quizá la señora Kemp le dejara lavarse el pelo después del colegio. Podía sugerir a Willa Jean que jugaran a ser peluqueras y así no haría falta sacar el tema de la lectura silenciosa prolongada. Seguro que Willa Jean iba a acabar dándose cuenta de que simplemente se trataba de leer un libro y Ramona quería retrasar ese momento todo lo posible.
Cuando estaba acabándose la hora de la comida, Ramona oyó a los maestros y maestras entrar en la oficina para dejar papeles o coger mensajes de sus casilleros. Ramona hizo entonces un descubrimiento interesante: los maestros hablaban de sus clases.
—Mi clase se ha portado muy bien hoy—dijo una voz—. Ha sido maravilloso. Son unos angelitos.
—Yo no entiendo qué ocurre en mi clase—dijo otra voz—. Ayer sabían restar y hoy ninguno parece acordarse.
—Puede que sea por el mal tiempo—sugirió otra voz.
Ramona encontró esta conversación francamente interesante. Se había secado el pelo lo mejor que había podido cuando oyó la voz sonora y alegre de la señora Ballenay que hablaba con la señora Larson:
—Aquí tienes esos exámenes que te tenía que haber dado ayer—dijo—. Perdona por el retraso.
La señora Larson murmuró una respuesta.
Entonces la señora Ballenay dijo:
—Me han contado que la graciosita de mi clase ha aparecido con el pelo lleno de huevo.—Soltó una carcajada y añadió—: ¡Qué fastidio!
Ramona se quedó tan sorprendida que ni siquiera intentó oír la respuesta de la señora Larson. ¡Graciosita! ¡Fastidiosa! ¿Qué creía la señora Ballenay, que se había cascado un huevo crudo en la cabeza para hacerse la graciosita? Y decía que era una fastidiosa cuando no lo era ¿O sí lo era? Ramona no había pretendido romperse el huevo encima de la cabeza. La culpa la tenía su madre. ¿Se habría convertido en una fastidiosa por lo del huevo?
No entendía por qué la señora Ballenay la consideraba una fastidiosa. La que se había llenado las manos de huevo era Ramona, no la señora Ballenay. Pero la había oído claramente. Había dicho que Ramona era una graciosita y una fastidiosa. Eso le sentó mal, muy mal.
Ramona se quedó sentada, con las toallas en la mano, intentando moverse lo menos posible. No se atrevía a tirar las toallas a la papelera, porque no quería hacer ruido, por pequeño que fuera. Se acabó la hora de la comida y ella siguió sentada. Se había quedado sin fuerzas, sorprendida. Se sentía incapaz de ponerse delante de la señora Ballenay. Jamás se atrevería.
La máquina de escribir de la señora Larson seguía tecleando alegremente. Nadie se acordaba de Ramona, que era justo lo que ella quería. En realidad, quería olvidarse de sí misma y de su horrible pelo, que ahora, al secarse, se le estaba poniendo tieso. Ya no se sentía como una persona normal.
La siguiente voz que oyó Ramona fue la del macaco.
—Señora Larson—dijo como si hubiera venido corriendo por el pasillo—. La señora Ballenay me ha dicho que le diga que Ramona no ha vuelto después de comer.
El tecleo se detuvo.
—Dios mío—dijo la señora Larson, apareciendo en la puerta—. Pero, Ramona, ¿sigues ahí?
¿Qué podía contestar Ramona?
—Anda, vete a clase con Danny—dijo la secretaria—. Perdona por haberme olvidado de ti.
—¿Tengo que ir?—preguntó Ramona.
—Claro—dijo la señora Larson—. Ya tienes el pelo casi seco. Estarás deseando volver a clase.
Ramona no quería volver a clase. Nunca más. Tercero se había estropeado para siempre.
—Venga, Ramona, vamos—dijo el macaco, hablando por primera vez sin mala intención.
Sorprendida ante la simpatía del macaco, Ramona salió de la oficina, sin estar aún muy convencida. Pensaba que él iba a caminar delante de ella, pero se puso a su lado, como si fueran amigos en vez de rivales. Le pareció extraño ir sola por el pasillo con un chico. Mientras iba andando junto a él, arrastrando los pies, a Ramona le entraron ganas de contar a alguien la horrible noticia.
—La señora Ballenay no me soporta—dijo en tono triste.
—No hagas ni caso a la ballena—dijo él—. Claro que le caes bien. Eres buena chica.
Ramona se quedó bastante sorprendida al oírle llamar “ballena” a su maestra. Sin embargo, la opinión del macaco la consoló bastante. El macaco le estaba empezando a caer bien, muy bien.
Al llegar a la clase, el macaco, pensando quizá que había sido demasiado simpático con Ramona, se volvió hacia ella y dijo con su sonrisita de siempre:
—¡Cabeza de huevo!
¡Vaya! A Ramona no le quedó más remedio que entrar en clase detrás de él. La lectura silenciosa prolongada, o TAL, como la llamaba la señora Ballenay, se había acabado ya y estaban todos escribiendo las letras mayúsculas en cursiva. La señora Ballenay estaba explicando la forma de trazar la “M” mayúscula mientras la escribía en la pizarra.
—Una curva hacia arriba y otra hacia abajo, y otra vez, arriba y abajo.
Ramona procuró no mirar a su maestra mientras sacaba papel y lápiz, poniéndose a escribir las mayúsculas del abecedario con su mejor letra. Disfrutaba haciéndolo y se fue tranquilizando, hasta que llegó a la letra “Q”.
Se quedó mirando la “Q” mayúscula, la primera letra de su apellido. A Ramona siempre le había gustado la “Q”, la única letra del abecedario que tiene un rabo. Le gustaba escribir la “Q” en letra de imprenta, pero no le gustaba cómo quedaba en cursiva. La había trazado bien, pero parecía un 2 mal hecho y le daba rabia estropear una letra tan bonita.
Ramona decidió en ese instante no volver a escribir la letra “Q” en cursiva nunca más. Escribiría el resto de su apellido, uimby, en cursiva, pero la “Q”, dijera lo que dijera la señora Ballenay, la escribiría en letra de imprenta. “Que se fastidie la señora Ballenay—pensó Ramona—. No puede obligarme a escribir la ‘Q’ en cursiva si yo no quiero”. Y empezó a sentirse como una persona normal de nuevo.