Leah

Les diré algo: para ser una persona a la que le gusta el agua, nunca me he sentido particularmente a gusto en la oscuridad.

Nos sentamos juntos y miramos las linternas, las delgadas cañas centrales de los filamentos, que me dejaban unas líneas blancas en el fondo de los ojos.

–Nos sumergimos al mediodía –dijo Jelka en un momento, señalando su muñeca–, pero mi reloj se rompió. Se detuvo a las dos cuarenta y cinco.

Era difícil decir algo según métodos normales; ninguno tenía demasiada hambre ni sed, ni mostraba impulso por dormir. Yo no tenía reloj y Matteo tampoco, y sin electricidad, todos los diales, medidores y relojes alineados alrededor de la consola principal eran poco menos que inútiles.

–Pueden haber pasado días –dijo Matteo, y sacudió la cabeza como alguien que trata de sacarse agua de los oídos–, pero no sirve de nada decir algo así, ¿no?

–¿No es raro –pregunté– que todavía no hayamos visto nada? –Ellos me miraron y yo hice un gesto hacia la ventana sin mover los ojos de las luces–. Por mucho o poco que hayamos estado aquí, quiero decir, no hemos visto nada.

Matteo se rio, un sonido metálico contra el techo del navío.

–Bueno, no sé qué esperas ver mirando esa linterna durante horas.

Yo asentí y me encogí de hombros.

–Supongo que tienes razón, pero tú tampoco has visto nada.

Los peces de aguas profundas no son peces de la clase que pueda reconocer una persona normal. Evolucionados para lidiar con la oscuridad y la presión, les brotan antenas en lugares extraños, tienen grandes mandíbulas que superan la circunferencia de sus cuerpos, producen su propia luz química. En lugar de depender del gas para flotar, muchas especies de aguas profundas simplemente se desplazan por el agua como medusas, sin la carga de un esqueleto interno o externo; sus cuerpos están hechos de compuestos de tan baja densidad que la presión del agua circundante no es para nada una amenaza. Algunos de mis peces favoritos de aguas profundas son también los de apariencia más extraña: el tiburón anguila, por lo general considerado un fósil viviente, con sus filas irregulares de dientes como agujas; el pez sin cara, que parece no tener ningún rasgo más allá de dos pares de fosas nasales y un gran hocico bulboso. Muchas criaturas de aguas profundas también tienen tendencia al gigantismo, aunque ese no es un tema que se haya estudiado mucho hasta el momento. Basta decir que se ha encontrado una tendencia notoria en crustáceos y cefalópodos capturados de las profundidades del océano a ser más grandes de lo normal, aunque las explicaciones propuestas para ello van desde las bajas temperaturas a la falta de alimento y en general no hay un consenso.

Todo esto es una manera muy elaborada de decir que el océano profundo puede ser oscuro, pero eso no lo hace un lugar deshabitado. Era realmente extraño que, por más tiempo que hubiese pasado desde que habíamos dejado de caer, no hubiésemos visto ni una sola cosa más allá del vidrio.