Consideren la sutileza del mar; cómo sus más temidas criaturas se deslizan bajo el agua, ocultas casi por completo y traicioneramente escondidas debajo de tintes encantadores de azul. Consideren también el diabólico resplandor y la belleza de muchas de sus tribus más despiadadas, así como la forma refinada y ornamental de muchas especies de tiburones. Consideren, una vez más, el canibalismo universal del mar, cuyas criaturas se devoran unas a otras, en guerra eterna desde el comienzo del mundo.
Consideren todo esto y luego regresen a esta tierra verde, amable y docilísima; consideren a ambos, el mar y la tierra: ¿no encuentran una extraña analogía con algo en ustedes mismos? Pues así como este océano aterrador rodea la tierra verde, del mismo modo en el alma del hombre hay una Tahití insular llena de paz y alegría, pero rodeada por todos los horrores de la vida desconocida. ¡Dios te guarde! ¡No te alejes de esa isla, no podrás volver jamás!
Moby Dick
–Hay un nombre clínico para eso, ¿no?
–Ahogamiento.
Tiburón