Recién terminada la guerra, Kazimierz se había dejado embaucar por un tipo con globos y un tanque de helio. Los niños de esta ciudad necesitan una alegría luego de tantas lágrimas, le explicó. Ya verá, ni los bollos recién hechos se venden tan bien. Con los últimos zlotys que llevaba en los bolsillos, Kazimierz pudo adquirir catorce globos. Sí, señor, sus utilidades serán del diez por uno, y aquí estaré yo para surtirle cuantos quiera.
Fueron inflándolos a tal extremo que Kazimierz tenía la certeza de que iban a reventar. Al final les ataban un hilo de cáñamo. Todos eran de color blanco triste. Ande, el hombre le entregó un pincel, dibújeles algo, sea creativo. Kazimierz no se atrevía a arrepentirse, aunque en ese momento prefería sus zlotys a todos los globos del mundo.
Dibujó con torpeza flores, cuadrúpedos indefinidos, nubes y un pollo, y se dirigió con su cargamento flotante al parque Łazienki. Corría el viento y los robles dejaban caer tallos secos. Apenas se acercó a la zona arbolada, reventaron dos globos: una flor y el pollo. Hubo de permanecer frente al parque, al otro lado de la avenida Ujazdowskie. Ahí pasaban menos niños, pero su mercancía estaba a salvo.
Globos, anunció con timidez. Luego gritó con fuerza: Globos.
Las enormes burbujas blancas eran tan evidentes que más valía quedarse callado.
Pasó un niño con su madre y su rostro se maravilló.
¿Me compras…?, dijo, y la madre le dio un tirón en el brazo para que continuaran su camino. El rostro de maravilla pasó a ser de angustia.
La escena se repitió con algunas variantes. Los niños iban de la tristeza a la rebeldía al sonoro llanto al rencor sin que ni las madres ni los padres se apiadaran de ellos.
Pasaron dos horas. Con un montón de globos sobre su humanidad, cada brisa parecía una racha. La sensación era que encima flotaban nubes a punto de soltar su carga eléctrica.
¿Qué pretende, hombre siniestro?, una señora se acercó. Los niños ya sufrieron bastante para que venga usted a ilusionarlos. ¿Cree que la gente puede gastar su dinero en lujos que revientan en dos segundos o se escapan de las manos? Lárguese de aquí. Deje a los niños en paz, déjelos ser felices con los árboles y el cielo y el sol.
Kazimierz se dio la vuelta y avanzó por Belwederska, con la sensación de que, así caminara durante horas, no estaría yendo a ningún lado mientras no se apartara de sus globos. Justo cuando se le reventaba otro, se topó con Feliks, que andaba de paseo con la familia.
Globos, exclamó Feliks con el mismo rostro de ilusión que se pintó en sus hijos. Globos.
Sí, Kazimierz estaba aburrido, eso son.
Te compro todos.
Los niños no podían creer tanta suerte. Abrieron de par en par los ojos y con ellos siguieron el vaivén de los globos. Olga tenía el mismo rostro de fastidio que las otras madres.
Estaba a punto de dejarlos libres, Kazimierz extendió los once cordeles.
Feliks los tomó y puso un billete de cien zlotys en el bolsillo de su amigo.
Gracias, papá, dijeron los niños con sonrisas luminosas.
No me den las gracias. Son para mí.
Con once globos que lo llamaban a las alturas, Feliks soñó con volar. Dio algunos pasos ligeros y cualquiera diría que en verdad flotaba.
Soy un ángel. Soy un halcón.
Sus hijos lloraron. Olga lo regañó y él hubo de compartir dos de sus globos. Ahora los tres navegaban por los aires, giraban, daban saltos, formaban parte del infinito. Decían que allá abajo las personas parecían hormigas.
Kazimierz los vio alejarse y sonrió sin saber si se sentía alegre o más triste que nunca.