La noche del lunes, el capitán Bojarski contó los cuentos de la princesa Ładna y el de la bruja Babka; el martes hizo un estupendo resumen de Pan Tadeusz en media hora y el miércoles relató la historia del obispo Stanisław. La escena preferida de todos era en la que el rey Bolesław se presenta a media misa para matarlo. Ahora mismo vas con tus intrigas al infierno, dijo Bojarski como si lo hubiese dicho el rey Bolesław Segundo el Cruel, el Temerario. Empuñó la espada y avanzó entre los fieles inmóviles, que no tomaban partido entre el reino de este y del otro mundo. Un hombre se persignó a la derecha de Feliks; los demás vitorearon cuando la regia espada se hundía en la carne apostólica y romana y la cortaba en pedazos que fueron a parar a una pileta. No es que no fueran creyentes, sino que más creían en las armas. Afuera, un guardia golpeó la puerta con la mano abierta. No se supo si quería imponer silencio o esa era su forma de aplaudir. Por obra de magia, los trozos del obispo se fueron reuniendo hasta armar de nuevo el cuerpo, sin que esto signifique que el hombre resucitó, y cualquiera que lo viera supondría que murió apaciblemente ahogado.

Eso le pasa a los soplones, masculló un hombre mientras encendía un cigarro.

Otro le dio a Feliks una palmada en la nuca.

Cualquier cosa que supiera sobre ustedes, dijo él, la habría confesado en el primer interrogatorio. El asunto es que no los conozco.

A insistencia de Feliks, la noche anterior el capitán Bojarski había contado la fábula del oso goloso. Los demás protestaron. No les atraían los relatos de animales. ¿A quién le despertaban apetencia los besos de dos osos? De nada sirvieron las explicaciones de Bojarski, quien aseguraba que ningún cuento era sobre animales. El oso goloso representa a cualquier humano que…

Le dijeron que no estaban para alegorías. Nos gustan los cuentos de bellas princesas porque son bellas princesas. Al diablo si una representa la bondad y otra la envidia.

Esa noche les dio a elegir entre dos relatos. “Las muchachas de Wilko” y “El bosque de abedules”.

¿Cuántas muchachas son?, preguntó uno.

Cinco, dijo el capitán Bojarski.

Seríamos unos idiotas si preferimos unos árboles que cinco jugosas damas. Se acomodaron en círculo con la veladora en medio y se fueron pasando el vaso con agua.

La guerra había terminado años atrás, entró en escena la voz del capitán Bojarski. No ésta, sino la anterior. Habló de un tal Wiktor, triste por la muerte del más cercano de sus amigos. Tras el consejo de un médico, deja el empleo y viaja a la propiedad de unos parientes. Tiene quince años sin verlos. Su manera de contar era seductora, como siempre; sin embargo, la historia no parecía avanzar. Wiktor camina y camina sin llegar a su destino. Recuerda la guerra, a un hombre ejecutado, mira los pájaros, las plantas, se pregunta si es un viejo a los cuarenta años. Sigue caminando.

¿A qué hora aparecen las muchachas?, protestó alguien.

Estoy un poco distraído, se disculpó Bojarski.

En el pasillo se escuchaban pasos y tintineo de llaves.

Para no impacientar a sus compañeros, reanudó el relato justo cuando Wiktor llega a la propiedad campestre y escucha a varias mujeres que hablan al mismo tiempo.

La puerta de la celda se abrió de repente. Dos uniformados echaron la luz sobre Bojarski. Acompáñenos.

Él miró la vela encendida. Volvió a la narración.

Wiktor fue recibido por una maraña de mujeres que lo abrazaban y besaban. Aquí eres una leyenda, querido Wiktor, no paramos de hablar de ti.

El más corpulento de los uniformados tomó al capitán de la cintura del pantalón. Lo obligó a incorporarse y lo sacaron a empellones. Bojarski ya no se resistía.

La puerta se cerró de golpe. La corriente de aire sacudió la flama, que se mantuvo encendida.

No era muy interesante esa historia, dijo uno.

De seguro iba a ponerse mejor.

Tenía quince años sin verlas. Se le echan encima con abrazos. Para mí que son un montón de solteronas.

Yo hubiera preferido el cuento de los abedules, Feliks se fue a acostar. Seguro había un bosque con hechiceras y caballeros.

Alguien apagó la vela.

Nadie escuchó los gritos del capitán Bojarski.