La noche anterior, Kazimierz había dejado un nabo y una rebanada de pan de centeno junto al carbón. Tengo tu reloj, Sirotita. Te escuché cantar. Darte de comer es lo menos que puedo hacer por ti.
Al amanecer, ambas cosas seguían ahí, intactas. Kazimierz hizo rodar con el pie descalzo al inapetente Sirota. Quién sabe cuál era el derecho y cuál el revés. Él mismo se desayunó el pan y dejó el nabo en el suelo. Por si acaso.