El barbero terminó de cortar la primera cabellera de la jornada. Sacudió el lienzo para que las puntas de pelos castaños volaran con el viento. El cliente pidió un espejo. Se miró sin vanidad mientras el barbero le barría el cuello con una escobilla. Con la llegada del frío, incomodaba trabajar en el exterior. Casi nadie pedía rasuradas.
Usted debería tener un local cálido para recibir a su clientela, dijo el hombre. Espejos enormes. Sillas y periódicos para los que esperan.
Estoy juntando dinero. Quiero establecerme en este barrio, cuando lo vuelvan a levantar.
¿Para qué esperar? Mañana mismo puede usted tener su peluquería de lujo.
El barbero no quería caer en ninguna trampa. De seguro el hombre le haría algunas falsas promesas para marcharse sin pagar.
No tengo prisa.
El hombre metió la mano al bolsillo. No sacó su cartera sino un pañuelo. Miró sin disimulo la pata de palo.
La guerra nos dio tierras nuevas en occidente. Hay que poblarlas. Obreros y campesinos ya están allá. Ahora hace falta quién los atienda. Se necesitan mujeres, doctores, maestros y uno que otro peluquero. De lo contrario pronto tendrán pelambre de neandertales.
En Varsovia me encuentro bien.
Muchos quieren venir a la capital y aquí no tenemos dónde acomodar a tal gentío. Los precios suben, la vivienda escasea y los enemigos culpan al gobierno. Además con tanta piedra, tanto escombro, es una ciudad hostil para gente con una pierna.
Tengo mis dos piernas, protestó el barbero. Una de hueso y otra de palo.
Hoy le estoy haciendo una oferta. Tendrá la misma carta de racionamiento que un minero, a pesar de que usted no produce nada. Si no acepta, mañana se lo llevarán por fuerza en un furgón. Usarán su propia pata falsa para rajarle el cráneo.
No se confunda. El barbero se mostraba iracundo, pero también sentía miedo. Jamás he pisado una sinagoga.
Usted vive en el pasado, dijo el hombre con la sonrisa del dueño de la verdad. Verá lo que trae el futuro.
El barbero esperó a que el hombre se alejara. Entonces cerró un ojo, esgrimió las tijeras justo a la altura de ese cuello recién cepillado y le cortó la cabeza. La imaginó rodar, porque eso hace una cabeza cuando cae. El cuerpo decapitado continuó su marcha por Smocza. El barbero hincó su única rodilla y alzó las tijeras al cielo. Era un cruzado que recién había tomado Jerusalén. Maldijo la existencia de aviones y bombas y tanques y fusiles. Espada contra espada, hombre contra hombre, ¿qué nazi se hubiese atrevido a cruzar la frontera? ¿Qué lameculos de Stalin vendría a amenazarme? Espada contra espada yo tendría mis piernas para pasear en bicicleta. Envainó las tijeras y esperó la llegada del enemigo. Espada contra espada nadie me va a sacar de Varsovia.