Feliks volvió a casa cuando por fin salió el sol. La encontró vacía. Por ningún lado vio el caldo frío o caliente de zanahoria. Aunque tenía hambre, le abrumaba el cansancio por sobre todas las cosas.
Se echó sobre el jergón. En la recámara había un residuo de vela. A punto de la inconsciencia pensó que había sido muy ingenuo. Nadie lo iba a buscar durante algunas noches. No había en Varsovia suficientes autos negros para dar servicio inmediato. La lista de espera debía de ser larga.
Soñó con torturas.
Luego con caricias.
La mujer le lamía el rostro igual que un perro.
Al mediodía lo despertó la puerta al abrirse de golpe.
Feliks mantuvo los ojos cerrados. Se dijo que si deseaba con suficiente intensidad que el recién llegado fuese la mujer, entonces el recién llegado sería la mujer.
Ella traería en sus manos un pan recién hecho. Le perdonaría sin reclamos su ausencia.
Y él estaría libre de todo mal.
Por los días y las noches.
Amén.