Capítulo Ocho

 

 

 

 

 

De algún modo, él debió entenderlo, porque cuando ella apoyó las manos en sus hombros, muy despacio comenzó a levantarle el vestido por encima de las piernas. Cuando al final quedó enrollado en torno a sus muslos, introdujo las manos por debajo de la tenue tela para continuar el recorrido.

El roce de las suaves yemas de los dedos sobre los muslos desnudos fue una dulce tortura. Tess sintió una espiral de calor en el vientre, calentándose con cada movimiento, hasta que comenzó a extenderse en círculos lánguidos por todo su cuerpo. Con gesto indolente, él pasó los dedos pulgares por la parte sensible del interior de sus muslos. Tess observó sus labios entreabiertos, como si no consiguiera aspirar suficiente aire. Tenía la expresión de un hombre dominado por la pasión, y apenas podía creer que era ella quien la había despertado.

Cerró los ojos involuntariamente y de esa manera sintió con más intensidad el contacto de sus dedos. El instinto la impulsó a abrir las piernas y Will se movió con más determinación entre ellas. Cuando inclinó la cabeza sobre su cuello y pasó la boca abierta por la tierna columna que era su garganta, Tess cerró los dedos en su pelo y murmuró su nombre. Las manos en sus muslos subieron más… y más… hasta que llegaron al borde de sus braguitas.

Pero esa delicada barrera no representó ningún estorbo para él. Sencillamente pasó los dedos por debajo de las aberturas de encaje y movió una mano hasta la curva de su trasero y la otra se asentó en los rizos que había entre sus piernas. Tess soltó un jadeó al sentir los dos contactos. El dedo pulgar de Will se abrió paso con determinación entre los pliegues húmedos de su piel hasta localizar el capullo ultrasensible de su centro. Entonces, con un tacto exquisito, llevó a Tess al borde del delirio.

Nunca en su vida ella había sentido la percepción ardiente que la recorrió mientras él la acariciaba. Se le aflojó todo el cuerpo. Notó que Will se apartaba para observar su reacción. Pero no se atrevió a abrir los ojos por temor a que su liberación apenas contenida estallara allí mismo.

–Oh, Dios, eres tan sexy –lo oyó susurrar.

Entonces, antes de que comprendiera cuál era su intención, la alzó de la encimera.

Ella gritó su objeción, pero Will no le hizo caso. Lo siguiente que supo fue que la llevaba escaleras arriba, por el pasillo, hasta llegar al dormitorio. No se molestó en cerrar la puerta, simplemente la dejó con delicadeza junto a la cama. No dijo una palabra al quitarse la camiseta; después de tirarla, se sentó en la cama y se desprendió de los zapatos. A continuación se levantó para centrarse en los pantalones.

A Tess le resultó imposible apartar la vista de él. Era tan glorioso con ese torso musculoso salpicado de vello negro. Lo había visto sin camisa con anterioridad, pero nunca de esa manera. Por primera vez podría tocarlo tal como siempre había soñado.

Al tirar los pantalones al suelo junto a la camiseta, ella experimentó un extraño pudor, a pesar de las caricias íntimas que acababan de compartir. Cuando él se quedó sin ropa, Tess intentó levantarse de la cama para quitarse la suya, pero el recato la dominó de nuevo y por primera vez empezó a tener dudas sobre lo que iban a hacer.

–No –pidió Will en voz baja.

Convencida de que le había leído los pensamientos, lo miró y sintió que se ruborizaba al verlo completamente desnudo. Había creído que la parte superior de su cuerpo era impresionante, pero no había estado preparada para la parte inferior. Para decirlo sucintamente, Will era… era…

No era sucinto.

–¿No? –repitió, obligándose a subir la vista a su cara.

–No te desvistas –aclaró–. Deja que lo haga yo.

Otra ola de calor la invadió cuando avanzó hacia ella. Sin titubear, aferró el vestido con ambas manos. Despacio comenzó a subírselo por el cuerpo; se lo quitó por la cabeza y lo arrojó al suelo. Luego dio otro paso y alargó las manos al cierre del sujetador.

Con un movimiento también voló e instintivamente Tess alzó las manos para cubrirse. Pero Will la interceptó y le abrió los brazos.

–No te ocultes –pidió–. Eres demasiado hermosa para hacerlo.

Al ver su expresión de absoluta necesidad y deseo, Tess se ruborizó de los pies a la cabeza. Le soltó las muñecas y ella consiguió no llevarse las manos a los pechos. Will posó los dedos sobre uno y se llenó la palma con ella, frotando la cumbre distendida antes de imitar el movimiento con el otro pecho.

–Oh –musitó Tess en respuesta a las caricias. Una vez más cerró los ojos ante el placer que la invadía.

También quería tocarlo, sentirlo tendido a su lado, para que cada centímetro de su cuerpo se pegara al suyo. Despacio comenzó a retroceder, hasta que se vio frenada por el borde de la cama. Will dejó caer las manos de sus pechos hasta enganchar los dedos pulgares en la cintura de sus braguitas, luego se arrodilló para quitárselas por los muslos y las pantorrillas.

Al quedar desnuda, ella se volvió para apartar la manta y la sábana. Al hacerlo, Will se situó detrás. Sintió su pesado miembro contra la perfecta simetría de su trasero y el vello de su torso acariciarle la espalda. Adelantó los brazos y le cubrió otra vez los pechos con las manos, se inclinó y le besó el cuello y los hombros.

Dominada por una pasión salvaje, giró y pegó la boca a la suya. Mientras lo besaba, se sentó en la cama y lo arrastró con ella. Will se quedó encima, apoyado en la cama sobre los codos. No dejó de saquearle la boca, probando lo que le parecía que eran las profundidades de su alma.

Tess deslizó las manos entre sus cuerpos, en busca de aquella parte de Will que tanto la fascinaba. Cerró los dedos en torno a su erección dura y sopesó la larga extensión en su mano. Él apartó la cabeza y respiró hondo al sentir el contacto.

Una y otra vez Tess movió la mano a lo largo de la rígida columna, ya húmeda por la reacción a su caricia. Tocaba el extremo inflamado al tiempo que lo miraba; vio que también él había cerrado los ojos. No tenía ni idea de que pudiera ostentar tanto poder sobre un hombre. Pero era evidente que Will se hallaba en sus manos.

–Te quiero dentro de mí –musitó–. Muy hondo en mí. Quiero saber lo que se siente al tenerte en mi interior.

Will abrió los ojos y Tess contuvo el aliento al captar lo que vio en ellos. Tenía las pupilas muy dilatadas y en sus profundidades ardía un fuego insaciable. El pelo le colgaba mojado sobre la frente, sus labios estaban un poco entreabiertos y tenía las mejillas congestionadas por la pasión.

–¿Me quieres dentro de ti? –jadeó con una voz ronca que Tess apenas reconoció como suya. Incapaz de hablar, ella asintió despacio–. Entonces, tómame, Tess. Soy tuyo.

El instinto la guió al doblar las rodillas y abrir las piernas para conducirlo al lugar donde palpitaba de necesidad. Lo tomó con ambas manos y adelantó y subió las caderas. Al comenzar a arquearse hacia él, Will recogió una de las almohadas y la colocó debajo de las caderas de ella. Después Tess lo situó ante la abertura húmeda de su deseo para que la penetrara.

Le resultó increíble la sensación que la atravesó al sentir ese primer contacto. Jamás había experimentado algo parecido. El extremo de su sexo se deslizó con destreza entre los delicados pliegues, preparándose para penetrarla con más decisión. Al quedar envuelto en su pasión lubricada, acercó el cuerpo al de ella y entró por su tierno canal. Tess estuvo lista para lo que había oído que podía ser doloroso, pero lo único que sintió durante esos primeros momentos fue una fricción suave a medida que Will entraba más.

Y entonces, de pronto, sin advertencia previa, él entró por completo en ella. Tess emitió un jadeo ante la intensidad del dolor que culminó la embestida, rompiendo en el proceso la barrera que ningún hombre había atravesado nunca. Pero el sonido angustiado que soltó quedó ahogado por la exclamación asombrada de Will al comprender lo que aquello significaba. Todo su cuerpo se paralizó y cerró las manos. Cuando sus ojos se encontraron, ella vio miedo y pánico en lugar del fuego que había ardido con tanta intensidad. Y también otra cosa… aunque no supo muy bien qué.

Apenas podía respirar debido al dolor que la recorrió desde la pelvis hasta el pecho. Jamás había imaginado que sería de esa manera. Nunca había pensado que su cuerpo la traicionaría de ese modo. Pero era tan pequeña y carente de experiencia. Y Will era tan…

Jamás volvería a ser la misma.

–Tess, ¿por qué no me lo dijiste?

Ella tragó saliva e intentó estabilizar su respiración, sin conseguirlo.

–No te lo dije… –aseguró con voz entrecortada–… porque no… es importante.

–¿No es importante? –repitió con incredulidad–. ¿Es tu primera vez y dices que no es importante?

–Oh, eso es… importante –susurro débilmente. El dolor empezaba a menguar–. Y el hecho de que seas… seas tú quien esté conmigo… es importante. Pero nada más, Will. Nada más es… importante. Solo tú –titubeó un momento antes de añadir en voz baja–: Te amo.

Él cerró los ojos y, cuando volvió a abrirlos, estaban velados. Al observar esa expresión reservada, Tess experimentó otra punzada de dolor que no tenía nada que ver con la invasión de su cuerpo.

–¿Te hago daño? –preguntó él. Comenzó a retirarse, pero Tess envolvió las piernas en torno a su cintura y con los brazos alrededor de los hombros lo mantuvo en su sitio.

–No. No pares –pidió–. Te deseo, Will. Quiero que me hagas el amor –lo vio vacilar y decidió tomarlo como una buena señal.

–No si te va a hacer daño –susurró él.

–Lo peor ya ha pasado –informó. No sabía si era verdad, pero no le importaba. Estar unida a Will no figuraba ni en sus más descabelladas expectativas–. Por favor. Hazme el amor –al no obtener respuesta a la súplica, repitió con más insistencia y suavidad–. Por favor, Will. Por favor.

Sin decir una palabra, con mucha lentitud y delicadeza, comenzó a retirarse de ella. Tess estuvo a punto de protestar, en esa ocasión con más vehemencia, cuando en vez de dejarla, Will apoyó los brazos sobre el colchón y se adelantó otra vez. El dolor cedió un poco cuando su cuerpo se alteró para recibirlo. No obstante, aún la llenaba al máximo… y hasta lo más hondo del alma.

Relajó las piernas pero no las apartó de su cintura, aferrándose a él mientras entraba y salía despacio de ella. Con cada movimiento nuevo, Tess sentía que cambiaba, física y emocionalmente, hasta que la unión de sus cuerpos fue natural y segura. En cuanto desapareció el dolor, regresó la pasión, y donde había habido preocupación surgió el gozo.

Will también dio la impresión de olvidar la conmoción de lo sucedido, porque bajó la cabeza a un pecho y se llevó un pezón a la boca, lamiéndolo con la lengua antes de succionar con fuerza. La consumió mientras seguía embistiéndola, y las dos sensaciones sobrecargaron a Tess.

Una burbuja de calor y éxtasis y algo más que jamás había experimentado creció en su interior, haciéndose más grande y volátil con cada segundo que pasaba. Con cada nuevo movimiento del cuerpo de Will y con cada respuesta que este creaba, la burbuja se elevó más y más, acercándose a la superficie, llenándola como nada había conseguido hacerlo. Entonces, justo cuando pensó que iba a caer sola al vacío, los movimientos de Will se volvieron más urgentes y exigentes. Y Tess supo que estaba allí con ella cuando la burbuja estalló en un calidoscopio de placer.

Se agarró a él con dedos febriles, elevando el cuerpo hacia el suyo en busca de un último embate. Algo ardiente y salvaje la envolvió hasta llegar al núcleo mismo de su ser. Comprendió que tanto física como espiritualmente, Will estaba en ella.

Y supo que sin importar lo que pasara, allí es donde permanecería.

 

 

Will despertó en la cama de Tess un poco antes del amanecer. Detrás de las cortinas de encaje que se mecían bajo una ligera brisa, la luz no tardaría en entrar. El sonido lejano de un tren le indicó que la gente ya se había levantado y se dedicaba a sus tareas.

Pensó que también debería levantarse para dedicarse a su trabajo. Le gustaba abrir el taller temprano. Pero el cuerpo suave y fragante acurrucado contra el suyo impedía que se moviera, que planeara cosas, que pensara. Tess suspiró en su sueño y se pegó de manera más íntima a él, haciendo que comprendiera lo mucho que la deseaba.

Meditó en tres cosas al mismo tiempo. Primera: Tess era, o al menos lo había sido hasta la noche anterior, virgen. Segunda: eso significaba que en todo momento había dicho la verdad acerca de que no estaba embarazada. Y tercera: era posible que lo estuviera en ese momento, de él.

Al pensar que ya estaba embarazada, no se había molestado en usar ningún tipo de protección la noche anterior. Y como para ella había sido la primera vez, tampoco la había empleado.

Meditó en tres cosas al mismo tiempo. Primera: acababa de pasar la noche desvirgando a la hermana menor de su mejor amigo. Segunda: quizá en nueve meses fuera padre. Y tercera: su mejor amigo era ya su ex mejor amigo, porque no cabía duda de que Finn lo mataría en cuanto se enterara de lo que había pasado.

Nadie embarazaba y abandonaba a Tess Monahan y se salía con la suya… no a menos que entrara en el Programa de Protección de Testigos. Y a pesar de lo atractivo que empezaba a resultar dicho programa en ese momento, sabía que en realidad no era una opción viable.

Aunque sin saberlo hubiera creado un gran problema, podía solucionarlo. Podía. Lo único que tenía que hacer era…

Casarse con Tess.

«¿Casarme con Tess?», repitió con incredulidad. No supo por qué, entre todas las soluciones que podía haber, había surgido esa en su mente. Le pareció un poco drástica. Sin duda había otra manera de manejar la situación. De hecho, no había garantía de que Tess estuviera embarazada. Y nadie debía saber que habían pasado la noche juntos. Haciendo el amor tres veces.

Se repitió que nadie tenía por qué averiguarlo… a menos que Tess estuviera embarazada. No obstante, se dijo que no había que exagerar.

«Pero, ¿y si lo está?», se preguntó. Ya había tenido que soportar semanas de habladurías y especulaciones sobre una aventura ilícita y un bebé ilegítimo, nada de lo cual había existido. Además, se hallaba a punto de alcanzar una fase en la que al fin podría demostrarle a todos que los rumores habían carecido de fundamento. Y entonces a la gente no le quedaría más alternativa que aceptar el hecho de que no iba a tener un bebé. En poco tiempo Tess habría quedado exonerada, reivindicada y exculpada. Pero en ese momento…

En ese momento, gracias a él, quizá estuviera embarazada de verdad, y el padre no era un mafioso que había cometido delitos y se había visto obligado a abandonarla. No, en esa ocasión sería tan real como el bebé. Sería Will Darrow. Y entonces los rumores renacerían con el doble de virulencia, por no mencionar la exactitud que tendrían. A menos, desde luego, que los dos convirtieran la situación en algo lícito y legítimo.

«Cásate con Tess».

Extrañamente, la idea no lo molestaba tanto como habría pensado, aun cuando el matrimonio era algo que jamás había contemplado en serio. Nunca había tenido motivos para explorar las posibilidades de vincular su vida a otra persona para siempre, hasta que la muerte los separara. No había habido nadie en su vida que le importara tanto. Sencillamente, no había conocido a la persona adecuada.

Pero al pensar en el matrimonio con Tess, comprendió que quizá no fuera tan malo. Se conocían desde pequeños, compartían una herencia similar, un entorno parecido, valores iguales. Tenían mucho en común personalmente. Y era posible que juntos hubieran creado una vida… A Will no se le ocurría un vínculo que uniera más.

No sentían un amor que trascendiera el tiempo, pero no importaba. De hecho, ni siquiera sabía si existía semejante emoción. Había motivos peores para casarse que gustarse mutuamente y estar a punto de ser padres. Podría funcionar.

Aún meditaba en ese nuevo mundo de vida marital cuando Tess se agitó a su lado. No se movió, con la esperanza de que pudiera volver a quedarse dormida y le brindara unos momentos para analizar un poco más el torbellino de pensamientos que lo dominaba. Sin embargo, despertó poco a poco, musitando sonidos muy eróticos al tiempo que frotaba el cuerpo con inconsciente seducción contra el suyo. Entonces abrió los ojos y al comprender lo que pasaba se apartó un poco. Alzó la mano para apartarse un mechón de pelo de la cara, lo miró y se quedó quieta.

Durante un momento dio la impresión de que no sabía dónde se encontraba ni que recordara lo ocurrido la noche anterior. En la semioscuridad casi parecía fantasmal con el pelo rubio, la piel de marfil y los ojos como el cielo. Will contuvo el aliento para ver cómo reaccionaría, para ver si lloraría o saldría corriendo de la habitación cuando recordara todo.

Pero lo único que hizo fue sonreír con gesto somnoliento, bajar la mano al torso de él y murmurar:

–Buenos días.

Luego se subió la sábana hasta los hombros, le rodeó la cintura y se pegó a él.

Will suspiró aliviado y no pudo contener una sonrisa.

–Buenos días –musitó, pasándole un brazo por los hombros como si fuera el gesto más natural del mundo–. ¿Te encuentras…? –titubeó un momento, sin saber muy bien qué decir–. ¿Te encuentras… bien? –preguntó al final.

–Oh, sí –asintió, respirando hondo–. Estoy muy bien. Mejor que en toda mi vida. Jamás me verás tan bien. Te lo aseguro.

Will rio entre dientes. También él se sentía igual. Pasó los dedos por su cabello sedoso y se dijo que no había tiempo para que hicieran el amor en ese momento. Tenían muchas cosas de que hablar, muchas cosas que explorar, demasiadas cosas que aclarar. Sin embargo, cómo hacerlo le resultaba un misterio.

–Tess –comenzó.

–¿Mmmm?

–Creo… que necesitamos hablar.

–Anoche no hablamos mucho, ¿verdad? –fue el turno de ella de reír entre dientes.

–Sí, estuvimos un poco ocupados –al recordarlo experimentó una oleada de calor.

Era tan agradable tener su cuerpo cálido contra el suyo, con las piernas entrelazadas y los brazos de ella en torno a la cintura. Se dio cuenta de que le gustaba la sensación de haber quedado absoluta e irrevocablemente unido a Tess. Le gustaba mucho. Parecía… natural.

–Pero tenemos que hablar –repitió.

–Mmm –murmuró somnolienta–. De acuerdo. Luego. Me gusta tanto esto, que me apetece quedarme aquí tumbada abrazada a ti.

–No, Tess, luego no –insistió, aun cuando una parte de él quería hacer lo que ella había sugerido–. Esta mañana. Ahora.

Ella debió detectar la nota de preocupación en su voz, porque se apartó de él lo suficiente para mirarlo a la cara. Ya entraba bastante luz como para que pudieran verse con claridad y la expresión que vio Will en su rostro fue de evidente confusión.

–¿Qué sucede? –preguntó Tess.

Quería decirle que no pasaba nada, que, de hecho, nunca antes se había sentido mejor en la vida. Sin embargo, no podía quitarse la idea de que había cometido un grave error al hacerle el amor la noche anterior. A pesar de lo maravillosa que había sido la experiencia, había tenido lugar bajo pretextos falsos.

Él había pensado que Tess estaba embarazada, y específicamente de otro hombre. Había dado por hecho que aún albergaba algún sentimiento hacia él. A pesar de lo extraño que resultaba, las cosas entre los dos daban la impresión de haberse complicado más al desaparecer ese otro hombre del cuadro.

Porque de pronto Tess no albergaba ningún sentimiento hacia nadie más. Lo que solo podía significar que sus sentimientos estaban volcados en él. Y tal vez, solo tal vez, no fueran generados por un enamoramiento caprichoso. Quizá los generaban algo infinitamente más importante. En vez de aliviarlo, esa comprensión ayudó a potenciar su confusión.

La noche anterior había sido el primer hombre en hacerle el amor a Tess. Le había entregado el regalo más precioso que una mujer podía darle a un hombre. Las repercusiones de eso aún bailaban en su mente.

–Anoche –comenzó. Pero no dijo nada más. A pesar de saber de qué necesitaban hablar, todavía no tenía una idea precisa de lo que decir. Pero Tess fue en su ayuda.

–Anoche fue maravilloso –afirmó con la sonrisa más dulce y serena que Will había visto nunca.

Cuando lo miraba de esa manera, él se sentía bendecido.

–Sí, lo fue –convino. Luego, antes de perder el valor, continuó–: Pero no tendría que haber sucedido. No tal como aconteció.

–¿Cómo puedes decir eso? –su sonrisa se desvaneció–. Fue perfecto. Fue como debería de ser toda primera vez.

–Es justo adonde quiero ir a parar. Yo no sabía que lo fuera. En caso contrario, no habría… ya sabes… con tanta fuerza la primera vez. Habría tenido más cuidado. ¿Por qué no me lo contaste?

–Porque sabía que habrías tenido cuidado –afirmó sin vacilación–. Y no lo deseaba. Te quería tal como eres siempre.

–Tendrías que habérmelo contado, Tess –insistió.

En ese momento ella titubeó.

–Entonces tendrías que haberlo preguntado –indicó.

–No lo consideré necesario.

–Y por eso mismo no te lo conté.

–¿De qué estás hablando?

Tess se sentó y acomodó la sábana alrededor de sus hombros. A pesar de sus esfuerzos, un lado cayó por su brazo casi hasta el codo.

–Will –comenzó con seriedad–, no tuviste ningún reparo en pensar que era el tipo de mujer que se lanzaría a una relación con cualquier hombre y quedaría embarazada en el proceso. No lo niegues –cortó cuando él abrió la boca para refutarlo–. Lo hiciste. Si anoche te hubiera dicho que era virgen, no me habrías creído. Y habría complicado las cosas. Habríamos terminado discutiendo y era algo que no deseaba. Quería hacer el amor contigo, y sabía que no sucedería si te contaba la verdad.

–Oh, Tess –musitó de manera inapropiada, pero no se le ocurría nada más que decir.

Cómo había estropeado las cosas. En ningún momento tendría que haber dudado de su palabra. Jamás tendría que haber hecho caso de los rumores. Debería haber comprendido desde el principio que Tess no era la clase de mujer que se metería en la situación que todo el mundo había dado por hecho. Will la conocía. Sabía que no era así. Entonces, ¿por qué había creído lo que decían los demás y no lo que afirmaba ella?

Quizá porque algo en su interior quería pensar que era capaz de esa clase de conducta. Quizá porque una parte de Will había querido que se comportara así con él. Tal vez se debía a que deseaba a Tess Monahan. Deseaba que fuera un animal sexual y no la hermana menor de su mejor amigo.

Y en ese momento lo era, en más sentidos que uno. Y era evidente que también había pasado a ser más que la hermana de su mejor amigo. Era su amante. Y quizá fuera la madre de su hijo. Si era el responsable de eso, también tenía que ser responsable de ella.

–Tess, anoche no empleamos ninguna protección –soltó antes de poder detenerse–. Pensaba que estabas embarazada y sabía que no eras promiscua, y como yo tampoco lo soy, no vi la necesidad de emplear un preservativo.

–Ni lo pensé –movió la cabeza–. Anoche solo podía pensar en ti. En lo mucho que te deseaba. Jamás se me ocurrió… Lo siento –susurró.

–Es mi responsabilidad. No te culpes.

–También era mi responsabilidad, Will –señaló con vehemencia–. Anoche fuimos dos en esta cama, y lo sabes bien.

–Pero yo tendría que haber tomado la iniciativa de usar algo. Soy el hombre.

Ella lo miró boquiabierta, indignada por el comentario.

–Y yo soy la mujer. Sufriré más que tú las consecuencias. Yo tendría que haber tomado la iniciativa.

–Tess, tú no sabías…

–No haber hecho nunca el amor no me convierte en una ignorante. Nací en los setenta, Will. Conozco las cosas sobre el sexo, los bebés, el SIDA. Anoche me mostré imperdonablemente descuidada. Debería haber tomado precauciones. El único motivo por el que no lo hice… –calló de repente, reacia a manifestar lo que había estado a punto de decir.

–¿Sí? –instó.

–Es porque estaba contigo –suspiró resignada.

–De modo que si hubiera sido otro, ¿lo habrías recordado? –inquirió con ciertas dudas.

–Si hubieras sido otro, jamás me habría metido en esta cama.

–Tess, podrías estar embarazada.

–No lo creo. No era el mejor momento. No creo que lo esté.

–Pero no es una garantía, ¿verdad?

–No –acordó–. No lo es.

–Existe una seria posibilidad, sin importar lo remota que sea, de que hayas podido quedar embarazada.

–Supongo que sí –concedió a regañadientes.

–Lo que significa que hemos de hacer algo al respecto.

–Define ese «algo» –lo miró recelosa.

«Será mejor que lo sueltes, Darrow», se dijo.

–Casarnos. Tess, creo que deberíamos casarnos.