Capítulo 110

Stacey apareció en el pasillo y miró a Kim de arriba abajo.

—Cojones, jefa, ¿te encuentras bien?

Kim alzó la mano buena y sonrió.

—Me encuentro bien, Stace.

La asistente de detective dio un paso adelante.

—Encontré a Karen, pero ya había enviado el...

—Stace, todo está bien. Los hemos pillado a todos.

Kim dobló a la izquierda, hacia el salón.

Helen la siguió. Llevaba la mano en la garganta.

—¿Dijiste que las niñas están bien? Ay, Dios, me siento tan aliviada.

—Por supuesto —dijo Kim, inclinando la cabeza—. Es lo que siempre has querido.

Helen la miró con el ceño fruncido. Kim moría por abofetear ese rostro tan apacible y hogareño.

»Te falló, Helen. Sé lo que querías, exactamente, y no te saldrás con la tuya».

Matt fue a situarse junto la entrada. Alison y Stacey se quedaron justo detrás. Su confusión era evidente.

Helen los miró a todos.

—Kim, ¿de qué demonios hablas?

—«Marm» para ti, Helen, y es hora de dejarse de simulaciones.

La mujer negó calladamente con la cabeza, pero, tras los ojos de Helen, Kim podía notar las maquinaciones. Era un intento por desentrañar dónde se le habían descompuesto las cosas.

Y Kim estaba encantada de compartirlo.

»Me quedó muy claro, desde el principio, que tus chicos no trabajaban solos. Sus personalidades eran demasiado contrastantes como para funcionar sin una autoridad superior. ¿Y qué mejor que una figura materna para tenerlos bajo control?

»El primer secuestro fue planeado por Will, sin ayuda de nadie. Era su plan, pero todo se echó a perder con el accidente en la carretera. Un par de meses después, te informaron de la jubilación obligatoria. Apelaste y perdiste. Ahora, vacía tus bolsillos».

Los ojos de Helen iban de ella a los espectadores que seguían junto a la puerta principal.

El paso que Kim dio hacia delante provocó que el dolor hiciera eco por todo su cuerpo. No tenía ningún deseo de luchar para arrebatarle el teléfono de la mano, pero de ser necesario, lo haría.

—Kim, ¿estás loca? Soy una agente de enlace familiar —protestó Helen.

—Helen, yo misma te los vaciaré. —La mujer se buscó en los bolsillos y sacó un Iphone.— Los de delante —dijo Kim con voz cansada.

Helen se metió la mano lentamente en el bolsillo derecho y sacó un segundo móvil. Un Nokia.

—Uso dos móviles...

—Ese teléfono no es tuyo. Pertenece a Julia Trueman, antes Julia Billingham, y lo sustrajiste del almacén de pruebas. —Miró por encima de la mujer.— Stacey, quítale el teléfono.

Stacey atravesó la habitación y le arrebató a Helen el aparato. Presionó unas cuantas teclas y asintió.

—Te pusiste en contacto con Will mediante el móvil que él había usado para tratar de extorsionar a la familia de Julia. Apuesto a que lo convenciste de que podrías asegurarte de que esta vez todo funcionaría, de que tú estarías en el lugar justo para evitar que algo saliera mal. Y yo puse todo justo en tus manos al pedir que tomaras parte en este nuevo secuestro. Sabías que cualquiera que dirigiera el caso habría pedido lo mismo.

»Me preguntaba por qué el segundo mensaje había tardado tanto en llegar. Las niñas llevaban casi doce horas desaparecidas, pero eso fue solo para darte tiempo a llegar aquí y estudiar la situación».

—Kim, te equivocas. No he hecho nada. No he lastimado...

—¿Qué me dices de Inga Bauer? ¿Sabes?, no podía colegir qué había ocurrido como para persuadir a Inga de entregar a estas niñas. Al principio creí que había sido amor; y algo hubo de eso, ¿no es así, Helen? Pero nada que se relacionara con esos hombres. Tú fuiste quien la cortejó por meses. Averiguaste que había sido abandonada de niña y que estaba ávida de amor maternal. Y le diste exactamente eso. Manipulaste su necesidad de tener una madre, su deseo de ser amada incondicionalmente. Le diste ese amor y después le quitaste la vida.

La expresión de Helen no cambió. No había ni una pizca de remordimiento por lo que había hecho.

»Y hasta Eloise te hizo correr despavorida. Estabas aterrada de que dijera algo que pudiera incriminarte. En cuanto sugirió que habría amargura cerca de la investigación, no pudiste echarla de aquí lo suficientemente rápido.

»Sabías que ella te dejaría entrar a su casa si le ofrecías escucharla, así que hiciste tu propio trabajo sucio y trataste de aparentar que había muerto mientras dormía.

Helen dio un paso atrás, visiblemente pálida.

»Que lo sepas, Helen, no murió —le espetó Kim—. Y podrá acusarte.

La cabeza de Helen comenzó a agitarse lentamente, como si el cerebro no pudiera calcular la complejidad de que mal había calculado todo.

»Y la ropa tenía que llegar aquí de alguna manera, ¿no es así? —Kim trataba de aplacar su propia cólera—. Caminaste alrededor de esta casa colocando esas prendas para que los padres las encontraran. ¿Cómo coño pudiste hacerlo?

Kim no estaba de humor para darle tiempo a responder.

»Pero llegó la pista final. El clavo en tu ataúd fue tu oportuna mención de un detalle olvidado. Y esa había sido tu intención todo el tiempo, ¿no? Tu plan era, finalmente, salvarnos. Tu recuerdo repentino sería la clave para descifrar la ubicación de las niñas. Y entonces serías la heroína, ¿o no, Helen? ¿Qué fuerza policíaca mandaría al retiro a una agente tan decisiva en el feliz retorno de dos pequeñas?

»Sometiste a Charlie y a Amy a una semana del terror más espeluznante, solo para ser la heroína y conservar tu puto trabajo. ¿Creíste que tus cómplices simplemente se alejarían de la granja en cuanto se lo pidieras? ¿Se suponía que debían dejar a las niñas en la granja, vivas, para que no los pilláramos ni te reconocieran? —preguntó Kim con incredulidad—. ¿De verdad creíste que eso era lo que harían?».

Finalmente, la máscara del desconcierto cayó para revelar una genuina expresión de incredulidad.

—Las niñas nunca corrieron peligro —protestó Helen.

—Madre santa, simplemente no lo entiendes, ¿verdad? —explotó Kim—. Iban a matar a las niñas. Para Will, la única motivación era el dinero. A Symes le habían prometido sus vidas.

Ahora fruncía el ceño. Más errores de cálculo. ¿Qué había esperado Helen de Will? ¿Lealtad, confianza?

—No..., no..., no...

—¿Por qué, Helen? —dijo Kim, dando otro paso hacia ella—. ¿De verdad estabas tan afectada por tu jubilación que tuviste que recurrir a esto?

—Deberías saberlo, Kim —dijo Helen en voz baja.

—¿Saber qué?

Helen finalmente cruzó su mirada con la de Kim. Eran unos ojos fríos y duros.

—He dado todo por este trabajo. Le he dado mi vida. He dedicado cada hora de vigilia al cuerpo policíaco. He hecho lo que me han pedido.

»No tengo esposo, no tengo familia; solo este trabajo, y estaba a punto de perderlo. Me lo debían. Pedí quedarme y me lo negaron. Aun así, cada año hacen publicidad para conseguir nuevos agentes.

»He sido relegada hasta el punto en que no puedo tener nada más. Soy demasiado vieja para los niños. Mis atractivos han desaparecido. En dos meses seré una nulidad; seré la mujer que deambula por el supermercado ansiosa por enfrascarse en una conversación con cualquiera que esté dispuesto a escucharme.

»Querías una prueba de vida de esas niñas, pero ¿dónde está la prueba de mi propia vida?

Una media sonrisa se dibujó en la boca de Helen.

»Ya lo ves, Kim. Te pareces mucho a mí. Has dado cada gramo de ti misma a este caso. ¿Aún te acuerdas de dónde vives? ¿Tienes a alguien que te quiera, un hijo, o, por lo menos, una mascota? Apuesto a que no, porque estás dispuesta a ser tragada por el trabajo, y, dentro de veinte años, cuando tengas la misma edad...».

Kim se le plantó directamente en la cara.

—Nunca me sentiré amargada ni me atormentarán mis propias decisiones, y nunca arriesgaría la vida de niñas pequeñas ni torturaría familias enteras solo porque las cosas no funcionan a mi manera, zorra malvada y psicótica. Y sí tengo un perro.

La rabia descompuso el rostro de Helen. La mujer se lanzó hacia delante, con las manos extendidas, en busca de la garganta de Kim.

La detective esquivó el ataque fácilmente, dando un paso de lado, y Helen cayó al suelo.

Kim contempló la penosa figura que estuvo a punto de cobrarse la vida de dos niñas.

»Lo mejor será que practiques esto antes de ir a prisión, porque allá te van a adorar».