Capítulo 21

Kim vació en la papelera el filtro usado. El café empapado lo envió hasta el fondo con un golpe seco.

Colocó un crujiente triángulo blanco en la máquina y lo llenó con cuatro copiosas medidas de café, y una más para la buena suerte.

Se sentó a la mesa y esperó, con los ojos fijos en la foto que estaba en la pared.

La pureza de las niñas la cautivaba. Ambas sonreían a la cámara en una instantánea de la felicidad atrapada para siempre. Dos almas jóvenes seguras en un mundo construido para ellas: sus familias, sus amigos, su inocencia.

Kim llegó a preguntarse si en su propia vida habría podido captarse una escena así.

Hubo un período entre sus diez y sus trece años, quizás, cuando la cámara pudo haber registrado una sonrisa suya. Con Erica a un lado y Keith al otro, la familia de acogida número cuatro, que la había hecho sentirse segura. E incluso en ese momento, sus ojos habrían reflejado un interior lleno de pena. La amabilidad de la pareja no había podido borrar el pasado.

No podía pensar en Keith y en Erica sin viajar hasta Mikey. En su mente, la caja marcada como «pérdidas» contenía los recuerdos de todos ellos.

Cerró los ojos por un instante. ¿Cómo de diferente habría sido su vida de haber tenido una madre como Erica?

Kim apartó esos pensamientos de inmediato. Profundizar en los contenidos de su mente era como jugar a dar saltos en un campo minado. Quedarse ahí demasiado tiempo era arriesgarse a volar en pedazos.

Detestaba admitir que las palabras de Karen la habían desconcertado. La descripción del amor maternal no podía estar más lejos de su propia experiencia. Esa devoción que todo lo abarca, de la que hablaba la mujer, no existía para Kim. No tenía ningún marco de referencia y, por lo tanto, era incapaz de comprender los pensamientos. No había ninguna mágica atadura con su madre. Kim había estado demasiado ocupada tratando de mantenerse a sí misma y a Mikey con vida.

La charla con Karen la había traído del pasado y en ese momento estaba con ella. Ahí mismo. En esa habitación.

Kim echó la silla atrás y abrió la puerta. Avanzó por el pasillo con cautela.

—¿Estás bien, Marm? —dijo una figura desde el rincón.

—Creí que dormías —le contestó a Lucas, que ya estaba de nuevo en su puesto.

—Un par de horas. Estaré bien hasta que venga el relevo —respondió el joven policía.

Kim asintió y abrió la pesada puerta de roble. El frío del exterior se le coló y la agarró por la piel desnuda. Ella salió alegremente a darle la bienvenida.

Con las manos en los bolsillos, se enfrentó al viento gélido que se arremolinaba en torno a su cabeza, adormeciéndole las orejas, y la empujaba contra un árbol. El árbol transmitió el movimiento a otro e hizo que toda la hilera de coníferas si inclinara a la derecha.

Kim hundió las manos más hondo mientras caminaba hacia la hilera de árboles. Una ráfaga pasó abruptamente. El único sonido era el de sus pies sobre las ramitas que el hielo había vuelto frágiles y el viento había desprendido.

Kim se volvió cuando una racha repentina levantó la tapa del contenedor, la echó atrás y la devolvió de golpe a su sitio.

Reanudó la caminata, pero un crujido llegó a sus oídos. No se movían las plantas ni los árboles.

Su cuerpo reaccionó instantáneamente, sus sentidos se pusieron en alerta máxima. Cada uno de sus músculos estaba paralizado a la espera de que el sonido volviera a oírse.

Silencio.

No llegaba ninguna luz de las farolas al final de la calzada. La única venía del frente de la casa, del pasillo, oscurecido por la pesada puerta de roble que Lucas había cerrado.

Una esencia pasó por su nariz. Una pizca de petunia, pero las petunias no estaban floreciendo.

Giró la cabeza ligeramente en dirección del crujido. Una ráfaga sopló a lo largo de la hilera de árboles, dejando a la vista una masa al otro lado del denso seto.

El olor se hizo más intenso mientras la forma se movía ligeramente hacia la izquierda. Ella y aquello estaban ahora a la misma altura, aunque separados por una línea de árboles.

El sonido de su propio corazón llegaba hasta sus oídos. Si regresaba a la casa, nunca lograría enterarse de qué era lo que había entre las sombras, merodeando y observando.

Estaba a la mitad del perímetro. Aunque corriera a un lado o al otro o alrededor, perdería un tiempo valioso.

Kim se quedó quieta por un instante más antes de lanzar el brazo con fuerza a través del seto.

Su mano encontró una tela gruesa y se enroscó en ella. El viento se calmó, y entonces pudo oír una respiración aguda. Y, después, una risa.

—¿Quién coño...? —dijo Kim tirando de la chaqueta entre los árboles.

Soltó a la persona que intentaba quitarse las telarañas de la cara.

—¿Otra vez con sus viejos trucos, Stone? ¿Guardando secretos?

A Kim, el corazón se le electrizó en el pecho.

Tracy Frost quiso soltar la mano de Kim de su chaqueta, pero la detective se mantuvo firme. Esto no iba a terminar bien.

—¿Qué coño está haciendo aquí? —le espetó Kim, pero ya sabía la respuesta, y no era nada buena.

—Yo podría preguntarle lo mismo —dijo Tracy, inclinando la cabeza.

—Y sabe muy bien que no le voy a contestar.

La mente de Kim estaba funcionando furiosamente. No cedería ni un ápice ante esa mujer.

—Sé que hay algo muy gordo...

—Sí, y tómese la libertad de publicarlo en el Dudley Star de mañana —le dijo Kim, manteniéndose firme—. ¿Y no se le ocurre nada mejor que seguirme?

—Usted sería una gran historia, de cualquier modo.

—Me siguió desde el escenario del crimen, ¿no?

Tracy se encogió de hombros, pero parecía tremendamente satisfecha de sí misma.

»¿Qué coño quiere?», le preguntó Kim. Estaba perdiendo la paciencia rápidamente. Conversar con alguien a temperaturas bajo cero a las cuatro de la madrugada ya era bastante malo, pero hacerlo con esta escoria era absolutamente intolerable.

—Supongo que se trata de un secuestro —dijo Tracy con una sonrisa.

Kim sintió que el asco recorría su cuerpo. Solo este pobre remedo de mujer podía decir algo así con una sonrisa.

—Disfrútelo —le dijo Kim, y se giró para alejarse.

El corazón le latía con fuerza. Kim sabía que tenía un problema.

—Apagón de prensa, apagón en el cuerpo de policía. Eso me dice que están aterrados de volver a cagarla.

—No se meta, Tracy.

—Ja, ¿usted todavía cree que fui yo, no es así?

Kim apretó los dientes.

—Sé que fue usted. Usted publicó la historia de Dewain Wright y eso le costó la vida.

Tracy negó con la cabeza.

—Yo no fui —dijo con la voz de quien está harto de repetir lo mismo una y otra vez. Kim también estaba harta de oírlo y, aun así, no se lo creía. —No, lo hizo el que ustedes mantuvieran la verdad oculta, y bien lo sabe.

Kim se volvió.

—Tracy, váyase al c...

—Voy a averiguar lo que está sucediendo, Stone. Y cuando lo haga...

—Se lo va a guardar, despiadada puta de mierda, porque, si no, vivirá para lamentarlo.

Tracy la desafió dando un paso adelante.

—¿Y si no?

—Entonces yo filtraré mi propia historia. Estoy seguro de que al público le encantará saber que a usted le gusta beber. Quiero decir, que realmente le gusta la bebida, y que una noche estaba tan cabreada que golpeó a un hombre por tomarle fotografías. Lo único que la salvó de que la arrestaran fue que uno de mis hombres estuviera ahí. Dawson debió haberla fichado por embriaguez y desorden público, por unas cuantas violaciones de la sección cinco y por agresión sexual.

Tracy retrocedió.

»¿De verdad pensó que no lo averiguaría? Dawson podrá ser una patada en el culo, pero también es muy leal. Sé bien que usted le metió la mano en los pantalones durante la refriega. Sería un gran titular para una reportera de crímenes, ¿o no? A su editor le encantaría. En cuanto usted haya firmado su carta de cese».

Tracy la conocía lo suficientemente bien como para saber que eso no era un farol. Bastaba con que una de las dos supiera hasta qué punto funcionaría la amenaza. Aunque el apagón mediático estaba en operación, Tracy era una bocazas y Kim no quería tenerla encima ni siquiera dando voz a sus sospechas.

—Unos cuantos días. Aguardaré unos cuantos días —dijo Tracy, retrocediendo por completo—. Después comenzaré a excavar.

Kim sintió que el alivio inundaba su cuerpo. Lo último que quería era tener a Tracy en ese momento husmeando en su caso.

La reportera estaba a tres metros de distancia cuando se volvió.

»Sé lo que está pensando, Stone, y no lo diré de nuevo. Pero, en vez de culparme instantáneamente por lo que salió mal, revise la cronología, veamos qué consigue averiguar».

Como toda respuesta, Kim giró y entró en la casa. No necesitaba comprobar nada. Tracy Frost era la culpable de la muerte de Dewain Wright y eso era todo. El intento de Tracy de acusar a Kim no era más que un esfuerzo por desviar la culpa de sí misma.

Maldita sea, revisaría los registros y demostraría, de una vez por todas, que tenía razón.