Capítulo 28
—Así que ¿en qué estás pensando, jefa? —preguntó Bryant mientras atravesaban Dudley.
—En nada. Estoy bien.
—No, no lo estás. Me has dejado conducir, algo que solo haces cuando necesitas tiempo para pensar.
—No es nada... Lo resolveré.
—No tengo la menor duda, pero quizás podrías resolverlo más rápidamente si me soltaras cosas.
—¿Serviría de algo? —preguntó ella.
—No de manera literal. Sé cómo eres, así que te prometo solemnemente no darte ningún consejo útil. Solo habla del problema en voz alta.
—Tracy Frost no fue la razón de que Dewain Wright muriera —dijo Kim, y, de hecho, sintió un pequeño alivio al dejar salir esas palabras—. Ella estuvo en la casa anoche, lo cual es otro problema, completamente, pero insistió en eso acerca de Dewain, así que saqué el expediente de la comisaría y lo miré de cerca.
—Pero ella filtró la historia, así que ¿cómo...?
—Los tiempos no coinciden. Supuse que había sido ella, dado que todo sucedió muy rápido. Tracy lo estaba publicando, no me malinterpretes, pero Dewain ya había muerto diez minutos antes de que el primer periódico llegara a las tiendas.
—Mierda, ¿así que fue alguien más quien reveló a Lyron que Dewain seguía vivo?
Kim asintió con la cabeza y miró por la ventana.
Las constantes paradas y arranques en los incontables semáforos de Birmingham New Road comenzaban a ponerla de mal humor. Bryant tan solo tendría que pasar uno en amarillo y volarían a través del resto.
—Ese chico te cautivó de verdad, ¿no es así? —preguntó Bryant.
Kim no se volvió a mirarlo. Sí, Dewain Wright la había atrapado, porque era uno de los jóvenes más valientes que había conocido. Él sabía que arriesgaba su vida al tratar de dejar la pandilla, y, de cualquier manera, había hecho el intento.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? —preguntó Bryant—. No te gustan los cabos sueltos, y con este caso...
—Ni siquiera podría pensar en trabajar en otro caso, y no solo por la promesa que le hice a Karen. Tengo que concentrarme en Charlie y Amy y traerlas de vuelta a sus casas.
Bryant asintió en señal de comprensión.
—Así que no puedes ocuparte de eso.
—Lo sé, pero no simplemente voy a pasar por alto que alguien filtró la noticia de que el chico estaba vivo, hasta el punto de provocarle la muerte. Merece algo mejor que eso.
—Dios te perdone por haber dejado algo colgado de uno de tus casos. —Chasqueó la lengua.— Pero de verdad estás atada a la casa.
Ella lo miró de reojo.
—¿Te pagan algo extra por repetir cada cosa que digo?
—No, lo hago por elección propia.
—Ah —dijo ella cuando finalmente cayó en la cuenta—, sé en qué estás pensando, y me gusta.
—No estoy pensando en nada de nada. Solo estoy escuchando, tal como dije que haría.
Ella sabía con precisión lo que tenía que hacer y tenía planes de abordarlo al regreso.
Se volvió a él mientras detenía el coche en la prisión.
—Como siempre, Bryant, gracias por ser completamente inútil.
—Cuando quieras, jefa.
* * *
A la distancia, el tamaño de la puerta de la Prisión de Su Majestad Featherstone, comparada con la densa pared de ladrillos, le recordó a Kim una caricatura, como si hacer una entrada a las instalaciones hubiera sido una ocurrencia tardía.
Kim se inclinaba por pensar que el arquitecto había construido un edificio alto y fuerte. Después se había quedado mirándolo y pensando «maldita sea, se me olvidó que la gente tendría que entrar por algún lado».
Featherstone, en Wolverhampton, nunca había sido el símbolo del encarcelamiento efectivo. Celebró la llegada del milenio con una encuesta que reveló que el treinta por ciento de sus internos habían admitido consumir drogas. Habría que añadir, por lo menos, un tercio entre aquellos que no lo admitieron. En el 2007, la prisión había tenido el porcentaje más alto del Reino Unido en pruebas positivas a opiáceos, tales como la heroína.
Se le habían añadido tres flamantes secciones en los últimos años, con lo que se convirtió en una superprisión. Prácticamente duplicó su capacidad en prisioneros de categoría C.
Pasada la puerta de los duendes, los recibió una policía uniformada que parecía estar jugando a los disfraces. Kim creía que no podía tener más de treinta años. Su complexión era delgada, y su rostro, inocente.
Kim sabía que las apariencias engañan, pero no mentían descaradamente. Solo rezaba porque esta chica no opinara que todos los prisioneros eran gente decente e incomprendida y que, si los trataba con respeto, ellos le corresponderían.
No lo eran ni lo serían.
Bryant mostró su placa y la policía le echó un buen vistazo.
Negó con la cabeza.
—Hoy no hay visitas. Es lunes.
Kim le agradecía de verdad el dato. Abrió la boca, pero, por suerte, Bryant fue más rápido.
—Llamamos hace un rato y hablamos con...
—¿Todo bien, Daisy? —preguntó un hombre desde la entrada al resto de la prisión.
Bryant mostró su placa con presteza.
—Tenemos permiso. Si llama...
—Ya me han informado —dijo con brusquedad.
Bryant continuó:
—Necesitamos hablar con uno de sus internos. Es importante.
Kim calculó que el hombre tendría un poco más de cincuenta años. Bajo su camisa blanca almidonada, abierta por el cuello, se advertía un grave sarpullido por el afeitado.
—Vengan por aquí —dijo, señalando el detector de metales.
Ambos vaciaron sus bolsillos y colocaron sus llaves, teléfonos y monedas en una bandeja. Kim pasó sin problemas, pero un bolígrafo olvidado en el bolsillo interior de Bryant provocó un quejido de la máquina.
—Necesitamos hablar con Lee Darby —explicó Kim mientras recogía sus posesiones.
—Tendrá que dejar sus cosas aquí —dijo el policía, y le dio la bandeja a Daisy.
Kim miró la bandeja desaparecer detrás del escritorio. Protestó:
—Oficial... —miró de cerca el nombre en la placa de identificación— Burton. Quisiera mi...
—No pasará de este punto con llaves, móviles ni placas.
—Juega limpio, jefa —dijo Bryant, disimulando con una tos.
A regañadientes, ella aceptó que este corralito era ajeno, no suyo, y suspiró pesadamente.
El hombre fue al mostrador y les entregó dos pases de visitantes.
—Por último, ¿traen ustedes alguna cosa afilada?
Bryant dio un paso adelante.
—¿Se conformaría con la lengua de la detective?
—¿Motivo de su visita? —preguntó Burton, haciendo caso omiso al comentario de Bryant.
—Confidencial —respondió Kim.
Burton se la quedó evaluando por cinco largos segundos. Kim ni siquiera parpadeó.
Él se giró.
—Los conduciré a la sala de visitas.
—Preferiríamos ir a donde está —señaló Kim.
El oficial Burton dejó de caminar.
—Esto es muy irregular.
—Lo entiendo —explicó Kim. No podía dar la impresión de una visita planeada. El único objetivo de Kim era determinar si Lee Darby estaba involucrado en el secuestro de su propia hija. En primer lugar, debía averiguar si él sabía siquiera de la existencia de Charlie—. Pero eso es lo que necesitamos hacer y no podría enfatizar lo suficiente en cómo de urgente es. —Comenzó a avanzar.
El oficial Burton mantuvo el paso. Consultó su reloj y pensó por un momento.
—Estará en el gimnasio, en el entrenamiento de baloncesto. Habrá muchos otros internos.
—No se preocupe por Bryant —dijo ella—, yo me encargaré de protegerlo.
—Inspectora, su seguridad es responsabilidad mía.
—Vale, oficial —aceptó ella—. Le prometo no alejarme de usted. ¿Está bien?
Si el plan funcionaba, no tendría ninguna necesidad.
Él pensó por un momento y asintió en señal de que estaba de acuerdo.
—Así que ¿cómo es él? Preguntó Bryant, mientras caminaban por el pasillo. Cada tramo, idéntico a los demás, se veía interrumpido por un constante abrir y cerrar de puertas.
En algún lugar de ese edificio, un pequeño grupo de personas extraía información de inteligencia acerca de cada uno de los prisioneros. Sabían con quién hablaban, con quién no, quiénes de ellos eran enemigos y, lo más importante, quiénes eran amigos.
—Es un aspiracional —explicó Burton.
—¿Un qué?
—Les asignamos tipos de personalidad. A nuestro Lee le gusta probar y mezclarse más allá de su posición.
—¿Cómo es eso? —preguntó Bryant.
—Como en todo lugar, hay una jerarquía, un sistema de categorías en la prisión. La capa más baja, la más numerosa, está formada por delincuentes menores: reincidentes en robo a tiendas, ladrones de coches, cosas así. Están con nosotros por un período relativamente corto cada vez. Tienden a permanecer unidos y a alejarse de las políticas de la cárcel. Principalmente, porque no pasan aquí el tiempo suficiente.
»En la siguiente categoría están los ladrones profesionales, condenados por lesiones graves que pasan aquí temporadas de extensión media. A nuestro chico le gusta mezclarse con los grandes. Las conversaciones no son lo que podrías calificar como largas. Quizás solo lo suficiente para que te digan que te largues».
—¿No es popular, entonces?
Burton se encogió de hombros.
—Podría serlo, si dejara de tratar de involucrarse con los chicos más rudos. Darle una paliza a tu señora nunca te va a funcionar. Y menos a este tipo.
—¿Por qué no?
—Porque ella rindió testimonio en el tribunal y logró que lo apalearan, así que ni siquiera esta mujer le tiene miedo. Lee no está en un nivel tan bajo como el de los pedófilos, pero tampoco demasiado lejos.
—¿Pero sigue intentándolo?
Burton asintió.
—Eso lo mantiene ocupado.
—¿Algún otro problema? —preguntó Kim.
—Una que otra pelea, pero nada serio. Ha sumado algunos meses a su condena, y su primera puñalada en libertad condicional llegará a fines de este año.
Burton los introdujo en un vestíbulo. Había una puerta que daba al gimnasio. Kim sabía que la prisión ofrecía muchas actividades deportivas, incluyendo el bádminton, los bolos, el voleibol y el fútbol. También sabía que los prisioneros de Featherstone pasaban aproximadamente diez horas de cada día fuera de sus celdas.
Vaya, si tan solo pudiera dominar el mundo...
Burton se dirigió a ella.
—¿No habría manera de que usted se mantuviera lejos de las miradas y dejara que su colega...?
—Bryant, ve a hablar con ese tipo bajito de allá. Haz como si lo conocieras —le dijo, asomando la cabeza por la puerta.
Bryant la miró con extrañeza, pero hizo lo que le pedía.
Kim entró en el lugar y se puso pegada a la puerta, mirando a ningún sitio en particular. Burton suspiró profundamente, pero se paró a un lado.
La fragancia de la mujer era como cocaína para unos perros antidrogas. Ella esperaba, más o menos, que todos corrieran a ponerse a su lado y se sentaran. Tal como lo esperaba, cada par de ojos se volvió hacia ella.
Los hombres tardaron aproximadamente cuatro segundos en identificarla como policía, lo cual acabó con el interés de todos. Con excepción de uno.
Kim no miró en su dirección, pero, con el rabillo del ojo, se dio cuenta de que el tipo inclinaba la cabeza y comenzaba a caminar hacia ella. Parecía haber adoptado su andar dominguero de gánster solo para Kim. Un leve salto y un arrastre de pies. Era lo más gracioso que ella había visto en muchos días.
Burton se acercó un poco más.
Lee levantó las manos.
—Todo bien, tronco, conozco a esta putilla.
—Oye, cuida tu...
—¿Kim? —dijo, poniéndose finalmente frente a ella—. ¿Eres tú, o no? ¿Kim Stone?
Ella dejó que su mirada se posara en él. Seguía en blanco.
—Soy yo, Lee... Lee Darby. Crecimos juntos. Éramos compañeros.
Dios santo, le hablaba como si realmente se creyera toda la mierda que salía de su carcomida boca. Ella tenía recuerdos un poco distintos.
Kim inclinó la cabeza y frunció el ceño. En sus labios flotó una leve sonrisa. Venga, le haría el juego al tipo por un rato.
—Ah, sí, te recuerdo. Estuvimos juntos en Goodhampton.
Él sonrió abiertamente. Eso no le hizo el menor favor a su rostro.
—Sí, así es. Oí que eras pasma, pero, a decir verdad, no me lo creí.
Kim miró alrededor, a todo ese ambiente, como si apenas se estuviera dando cuenta de dónde estaban conversando.
—¿Cómo terminaste aquí? Creí que habías superado todo eso —dijo brevemente.
—Un bache. Los tuyos se cagan siempre en el tío equivocado. Nunca hice nada. Mal lugar, mal momento.
Vaya, así que, por error o algo así, había estado en el extremo del puño que aporreó a su novia hasta dejarla en cuidados intensivos. Qué mala suerte.
—¿Y a qué te dedicas cuando estás en el lugar y el momento adecuados?
—Compro un poco ahí, vendo un poco allá.
Kim asintió. Quienquiera que estuviera dispuesto a creerle algo a este tío, tendría que venir a verla. En Londres, ella tenía un hermoso puente que vender.
—¿Esposa, hijos?
Él negó con la cabeza y respondió con su fuerte acento de Black Country:
—Na, no entiendo a esas mierdecitas. No hacen más que desangrarte. Soltero y feliz.
Él le guiñó un ojo y a ella, de verdad, la bilis se le subió a la boca.
Kim se tapó la boca y tosió. Para Bryant, esa era la señal de que había terminado.
Finalmente, dejó caer la máscara y en sus ojos afloró cada gramo de la repulsión que sentía.
—Lee, de verdad, no has mejorado nada con la edad. Quizás no estés donde esperabas estar, pero estás exactamente donde yo esperaba que estuvieras.
Bryant se deslizó a su lado. Ella giró y se alejó de ahí.
No había detectado en ese hombre el menor engaño. De haber estado involucrado en una operación tan complicada como un doble secuestro, habría exhibido un aire de superioridad más marcado. Habría ostentado cierto engreimiento y autocomplacencia, un deleite en su propia astucia.
Kim estaba segura de que no sabía nada de la existencia de Charlie. Ni la menor sombra había alterado su semblante ante la mención de los niños.
Sí, pudo haberse ido por lo fácil e interrogarlo directamente, pero eso lo habría alertado de que tenía una hija. Ese era un hecho que, sin duda, Lee terminaría usando para su propio beneficio en algún momento.
Sinceramente, no tenía la menor preocupación por proteger la frágil barrera que Karen había construido alrededor de su familia. Era una red de mentiras que, en un momento dado, la propia Karen tendría que afrontar.
Lo había hecho por Charlie. Lee Darby era un padre que la niña no necesitaba. Charlie tenía a Robert. Por ahora.
—¿A dónde vamos, jefa? —preguntó Bryant cuando salieron al aire libre.
—A la casa —dijo ella.
Tras haber dado con un callejón sin salida, esperaba, con todas sus ansias, sacar algo en claro de aquellas carpetas.