Capítulo 43

—Hay algo aquí, en la casa —dijo Kim, tras llevar a Karen gentilmente fuera de la habitación—. Sujeto Uno no usa más que palabras adecuadas. Dijo «he enviado» y eso significa que hay algo por aquí, en algún sitio.

Karen ya le había quitado el teléfono, pero Kim tenía impresas en el cerebro las palabras que acababa de leer.

Fue a la cabecera de la mesa.

»Estaré allá fuera. No hay modo de que hayan metido algo en la casa, ninguno de ellos. —Miró por toda la habitación.— Bryant, Kev, Stacey, venid conmigo. Alison, ayude a Helen a mantener a los padres dentro de la casa. —Su mirada se posó en el recién llegado.— Señor Ward, ocúpese de la tienda, por favor. Nadie debe entrar en esta habitación.

Él asintió. Kim salió del comedor, dobló a la derecha, pasó por el lavadero y salió al jardín de atrás.

El rocío de la mañana se había convertido en una llovizna miserable que rápidamente se le colaba por toda la piel.

El área que debían explorar era del tamaño de un campo de fútbol. Al dividirla entre cuatro, podían hacer una búsqueda más efectiva.

La extensión de césped estaba dividida en dos secciones iguales por un sendero de corteza marrón. En una de las secciones había un columpio y un cajón de arena; en la otra, un jardín de hierbas crecidas.

Todo el perímetro estaba delimitado por robles viejos y retorcidos. Frente a ellos tenían un conjunto de contenedores para el almacenamiento de herramientas de jardín. A la derecha había una casa de juegos frente a una rocalla decorativa.

A ambos lados de la casa había grava, con contenedores y cajas de almacenamiento repartidos por todas partes.

Kim se limpió la lluvia de alrededor de los ojos.

»Vale, Stace, encárgate del lado izquierdo de la casa; Kev, tú del derecho; Bryant, ve a la parte derecha del jardín, y yo iré a la parte izquierda».

Se separaron y cogieron sus caminos, buscando por el suelo mientras avanzaban. Kim no encontró nada. Empezaba a revisar las cajas de almacenamiento justo cuando las gotas de la lluvia se hacían más gruesas y abundantes.

—Jefa, aquí hay una chaqueta —gritó Stacey entre los árboles.

—Colócala en una esquina de la casa, lejos de las miradas de los padres —la instruyó—. Habrá más.

Ninguno de ellos traía ropa para exteriores. La lluvia los empapaba hasta la piel.

Kim abrió la tapa de la primera caja de enseres. Contenía una cortadora de césped y una desbrozadora. Sacó los dos aparatos para asegurarse de que no había nada más.

La segunda, que le llegaba a la rodilla, parecía contener más herramientas de jardín. Abrió la tapa y levantó un soplador de hojas.

—Aquí tengo unos pantalones —gritó Dawson desde un costado de la casa.

—Yo también —anunció Kim, mientras sacaba unas calzas de entre las herramientas.

Bryant llegó corriendo con una camiseta. Ambos sabían que pertenecía a Amy. La camisa celeste del detective ya estaba oscurecida por la lluvia; se le pegaba a la piel.

—Jefa...

—Lo sé, Bryant.

En las cabezas de ambos se estaba formando la misma imagen.

—Un jersey en la casa de juegos —dijo Stacey, que también corría de regreso al rincón.

Contemplaron la pila de ropa mientras Dawson llegaba con la segunda chaqueta.

—¿Cómo coño se las arreglaron para jugar al escondite sin que nadie en esta casa viera ni oyera nada? —preguntó Kim, mirando a su alrededor.

No hubo respuesta.

Kim contó las prendas y mentalmente se las puso a cada una de las niñas, según lo que recordaba de los vídeos de seguridad. Examinó el jardín mientras un pensamiento repugnante le llenaba la cabeza.

—¿Alguno de vosotros exploró la rocalla? —preguntó, orando porque alguien contestara que sí.

—Iré, jefa —dijo Dawson, y salió corriendo.

—Esto es todo lo que llevaban puesto —observó Bryant, limpiándose la lluvia de los ojos.

Kim no respondió. Estaba demasiado ocupada observando la depresión entre los hombros de Dawson. Tenía la espalda quieta y la mirada fija en los ladrillos. Los tres se quedaron esperando el regreso de su colega.

—Maldita sea —dijo, mientras la rabia se acumulaba en su interior. Sabía lo que él había encontrado.

Dawson regresó lentamente a donde estaban los demás y abrió las manos. En ellas llevaba dos bragas.

Todos contemplaron la ropa, completamente al tanto del mensaje que habían recibido.

Charlie y Amy estaban ahora totalmente desnudas.