Capítulo 80

Kim tenía la mano en el hombro de la niña cuando entraron en la pizzería. La multitud se había reducido a solo dos personas de pie en el mostrador.

Matt iba por el área buscando un coche azul con maletero. Esa era la única descripción que Emily había podido darles.

Aunque Kim tenía algunas dudas, Emily seguía insistiendo en que era sido él y que sus miradas se habían cruzado. Estaba segura de que él se había quedado mirándola y por eso había salido corriendo. Si el tipo aún estaba en el área, Kim esperaba que Matt pudiera encontrarlo, pero no tenía intenciones de dejar a esta niña sola ni por un segundo.

La detective sospechaba que la búsqueda sería infructuosa. El hombre que Emily había reconocido les llevaba una buena ventaja de diez a quince minutos.

Si la niña no había equivocado en cuanto a la dirección que llevaba el coche, el tipo había pasado el semáforo para dirigirse hacia la carretera de circunvalación de Stourbridge. Y eso conducía a cualquier lado.

Kim cruzó la mirada con la del encargado de la pizzería y señaló con el rostro la sección del restaurante que estaba acordonada para la noche.

—¿Podemos? —Él asintió y pulsó un interruptor de luz, de manera que el último punto de la esquina quedó iluminado.— Gracias —dijo ella, y abrió el cordón negro para dejar pasar a Emily.

Habría preferido quedarse en aquella trastienda, pero la mujer le dejó muy claro que necesitaba cerrar y asegurar el edificio.

Kim sentó a la niña y ocupó la silla de enfrente.

—¿Por qué te fuiste de casa?

Emily se quedó mirando la mesa.

—Ya no lo soporto. Es como una cárcel. No puedo moverme sin que mamá me pregunte qué estoy haciendo. En los últimos trece meses, he salido de casa solo seis veces. Una para acudir al médico, dos viajes al dentista y otros cuantos para comprar ropa.

Kim la entendía bien. En la prisión de Featherstone había internos con más libertad que esta niña.

Emily miraba ansiosa por la ventana.

—No regresará, Emily —dijo Kim—. Nada podrá lastimarte mientras yo esté aquí. Te lo prometo.

Emily sonrió y movió la cabeza de arriba abajo.

—Lo sé, pero ahora no dejo de ver su cara.

Kim suponía que Emily no se sentiría completamente segura hasta que sus padres llegaran y se la llevaran de ahí.

Se inclinó hacia delante y habló suavemente.

—¿Por qué me llamaste?

—Porque escuché lo que le dijo a mamá. Sé que esto no cambia nada, pero usted tiene algo. Y sé que le preguntó si podía hablar conmigo, así que cogí la tarjeta que dejó en la mesa.

Kim se sentía atraída por la tristeza de esta pequeña. Pero también sabía cuál era su deber.

—Emily, bien sabes que tenemos que llamar a tu madre.

La niña asintió y su labio inferior se puso a temblar.

—No se enojará. Lo más probable es que en este momento esté muy asustada.

—Nunca cambiará, ¿o sí? —preguntó Emily con tristeza.

Kim no dijo nada. Sospechaba que la niña tenía razón.

Le cogió la mano.

—Si me dieras tu teléfono...

Emily negó con la cabeza.

—No tengo. Mamá dice que uno se puede conectar a internet con los teléfonos, y yo no tengo permiso.

Kim sacó su móvil.

—¿Cuál es el número de tu casa?

Emily se lo dictó y Kim marcó de inmediato. Estaba ocupado. Presionó repetidamente el botón de llamar. A la quinta pudo oír medio repiqueteo.

—¿Hola?

La detective percibió todo el miedo y la ansiedad en esa sola palabra.

—Señora Trueman, soy Kim Stone. Nos conocimos...

—Por favor, despeje esta línea. Mi hija está...

—Conmigo —dijo Kim rápidamente.

—¿Con...? ¿Qué?

—Está a salvo, señora Trueman. No le ha sucedido nada.

—Gracias a Dios... Ay, Dios, gracias... Ay...

Kim le pasó el móvil a Emily.

Suponía que la niña podía oír los sollozos de su madre al otro lado de la línea. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

—Mamá, lo lamento. No quise... —Emily asintió y escuchó y después asintió un poco más.— Lo sé, mami. Yo también te quiero. —Le devolvió el teléfono a Kim.

—Inspectora, voy hacia allá. Por favor, no le quite el ojo de encima.

—Por ningún motivo, señora Trueman —dijo la detective. Le explicó exactamente dónde estaban y colgó.

Matt apareció detrás de Emily y negó con la cabeza. Tal como ella había maliciado, el hombre ya no estaba en el área. Matt cogió una silla y se sentó a un metro de la mesa.

Kim se volvió a Emily.

—Tu madre te quiere mucho, mucho, mucho. Solo está haciendo lo que le parece correcto.

—Lo sé. Por eso no puedo enojarme con ella. No es su culpa.

Las entrañas de Kim se torcieron de cólera. No, la culpa era de los hijos de puta que habían secuestrado a estas dos niñas y que probablemente aún tenían a otras dos.

—Puede hablar conmigo —dijo Emily en voz baja—. Pasará un poco de tiempo antes de que mi mamá llegue.

Kim estaba desesperada por hacerlo, pero no podía. Sonrió a la niña.

—No puedo, cariño. Tus padres no me han dado permiso para hacerte preguntas...

—Pero yo sí puedo —dijo Matt, acercando su silla.

—No, Matt, no puedo permitir...

—No estoy pidiendo su permiso. Yo no tengo que obedecer reglas de la policía, y si su naturaleza sensible no puede permitírselo, le sugiero que se aparte de aquí.

Kim tenía la sensación de que, sin importar lo que hiciera, este hombre no la obedecería.

Emily observaba el intercambio.

—Emily, tápate los oídos —dijo Kim, inclinándose hacia Matt—. No puedo evitar que hable con ella, pero, si dice alguna palabra que la perturbe, sus pelotas colgarán de...

—No tengo ninguna intención de perturbarla —siseó él como respuesta—. Pero no porque usted me esté amenazando, sino porque no soy un cerdo insensible.

Kim se apartó de él. Estupendo, siempre y cuando él captara el mensaje.

Hizo una seña a Emily para que se descubriera los oídos. Matt se inclinó hacia delante y habló con delicadeza. Ella se sorprendió de oírlo hablar en ese tono.

—Emily, quisiera enseñarte la foto de un hombre. Podría ser quien te secuestró. ¿La mirarías?

Era el boceto hecho a partir de la descripción que Brad había dado del falso policía. La imagen no había insinuado nada a los Hanson ni a los Timmins.

Emily tragó saliva y miró a Kim. La detective alargó la mano sobre la mesa y tocó el brazo de Emily.

—No tienes que hacerlo, cariño.

—¿Esto podría ayudar a que encuentren a Suzie?

Kim tragó saliva y desvió la mirada. ¿Esta pequeña todavía tenía esperanzas de que su amiga siguiera viva?

»No se preocupen, sé que está muerta, pero tiene que volver a su casa».

Antes de asentir, Kim sintió que las emociones se acumulaban en su garganta.

—Es posible, Emily.

—Por favor, muéstreme la foto. Suzie lo hubiera hecho por mí.

La niña no era tan pequeña como había pensado.

Matt sacó el boceto de su bolsillo y lo abrió.

Al observarlo, Emily contuvo el aliento y apartó la cara.

—¿Es el mismo hombre de hace un rato?

Emily asintió, pero no quiso mirar de nuevo. Solo apretó la mano de Kim. Matt dobló el papel y lo guardó.

»Vale, Emily. Ya no te lo volveré a mostrar. ¿Este es el hombre que te secuestró?».

—Sí, tenía un gatito pelirrojo. Dijo que era un pobrecillo y que necesitaba un abrazo. Yo lo acuné y él me puso una cinta adhesiva en la boca y me metió en una furgoneta. Cogió el gatito y lo lanzó por la puerta. Después me ató. Condujo un rato y luego metió también a Suzie. —Cerró los ojos.— Yo estaba contenta de estar con Suzie, porque era mi mejor amiga. Ya no me sentía tan asustada.

Kim se apoyó en el respaldo de la silla y siguió escuchando, mientras sentía las flexiones ocasionales de los dedos de Emily cada vez que Matt, con toda delicadeza, le hacía una pregunta. Sus recuerdos del tiempo que pasó cautiva eran notablemente detallados.

—¿Qué sucedió el último día? —preguntó Matt. Kim adivinaba sus intenciones.

—El hombre grande entró y me cogió del cabello. Suzie trató de agarrarse. Estaba gritando... Las dos estábamos gritando, pero él le pegó y ella cayó de espaldas. Miré atrás. Grité su nombre, pero no se movió.

Kim se quedó mirando una migaja que no habían limpiado de la mesa.

»Me metió en la furgoneta, condujo por un rato y luego me soltó. Me hizo girar unas cuantas vueltas y luego me empujó al suelo.

»Oí que la furgoneta se alejaba, pero no pude mirarla porque tenía los ojos vendados y estaba mareada».

Matt se inclinó hacia delante.

—Emily, ¿hay algo más que recuerdes de ese día? ¿Escuchaste sonidos o notaste algo que pudiera darnos un indicio de dónde estabas?

Emily negó con la cabeza.

—Tenía mucho miedo. No sabía lo que iban a hacer conmigo. Estaba llorando y...

—Está bien, Emily —la tranquilizó Kim. La pequeña había recordado mucho. Desafortunadamente, no había casi nada que pudiera ayudarlos.

Una repentina ráfaga de aire llamó la atención de Kim.

Julia Trueman se dirigía a ellos a toda velocidad. Sus ojos eran unos discos rojos sobre un rostro incoloro, pero esos ojos no eran más que para su hija.

Kim se apartó. Matt hizo lo mismo.

Un atractivo hombre de cabello rubio y corto la seguía de cerca. Su expresión no era tan temerosa como la de la mujer, pero no había ninguna duda de que la preocupación delineaba sus rasgos.

Los miembros de la familia se reunieron y se abrazaron y lloraron y se abrazaron otro poco.

—Aquí hay más —dijo Matt a Kim en voz baja—. Quizás, si tuviéramos más tiempo...

—Inspectora, muchas gracias —dijo el señor Trueman en cuanto se liberó del abrazo.

Kim alzó la mano.

—Su hija fue quien me llamó, señor Trueman. Ella quería ayudar.

La señora Trueman se enderezó, con los ojos llenos de miedo, pero la boca firme. Probablemente Julia culpaba a Kim de la huida de Emily. Si no hubiera ido a visitarlas, si no se hubiera puesto a hacer preguntas, nada de esto habría ocurrido. Kim sospechaba que podría tener razón.

Tenía que hacer un último intento. Lo sabía. Con un gesto de los ojos, invitó a los dos a apartarse un poco. Matt seguiría distrayendo a la niña.

—Miren, entiendo cuán difícil es esto para ustedes, pero sería de gran ayuda que Emily hablara con nosotros un poco más. Ella quiere ser útil, ruega por ello, y creo que recuerda detalles que podrían ser importantes para nosotros, solo que no están en su memoria inmediata. —Kim respiró hondo.— Si pudiéramos pensar en la hipnosis...

De la boca de la señora Trueman escapó un gritito. Su esposo le puso en el brazo una mano tranquilizante.

—Inspectora, hemos hecho un gran esfuerzo para poner distancia entre Emily y los sucesos del pasado. No creo que...

—¿Y qué resultado han tenido? —preguntó Kim con delicadeza—. No quiero ser grosera, pero, para Emily, el secuestro bien pudo haber ocurrido la semana pasada. Aunque los ama mucho, no es una niña feliz.

—Pero ¿qué sucederá si dejamos que Emily los ayude y esos tipos vienen a buscarla otra vez? Después de todo, nunca los atraparon.

Kim escuchó la leve acusación de boca de la mujer, pero la dejó pasar. Julia estaba en su derecho.

Kim sabía que le quedaba una sola opción.

—Han vuelto a hacerlo, señora Trueman.

—Ay, no, Virgen santa —dijo, cubriéndose la boca. El esposo soltó un taco por lo bajo.

—No puedo darles los detalles. Tenemos bloqueada a la prensa, así que debo pedirles que no compartan nada de esto. El domingo pasado secuestraron a dos pequeñas.

—¿Y usted cree que son las mismas personas que se llevaron a Emily? —preguntó el señor Trueman.

—Estamos bastante seguros de que sí —contestó directamente al hombre, aunque después se dirigió a la esposa—. Si nos permitiera trabajar con Emily, le juro que no descansaré hasta atrapar a estas personas.

Kim no se había percatado de que Emily estaba cerca hasta que la vio meterse en medio de sus padres.

—Por favor, mamá, déjame ayudar. Haría todo lo posible porque Suzie regresara a casa.

Al notar la mirada de entendimiento entre los padres, poco le faltó a Kim para darle un gran abrazo a la valiente niña.

La señora Trueman asintió.

—Vale. Díganos qué quiere que hagamos.

Kim le agradeció el gesto y todos se dirigieron a la salida.

Cuando estuvo fuera del restaurante, llamó al móvil de Woody. Él le prometió tener, a la mañana siguiente, un profesional calificado en el lugar.

—Bien, creo que me he ganado un café. ¿Quiere uno? —preguntó Matt.

Ella titubeó, pero terminó asintiendo. Podía soportar tomar un café con él, a pesar de que no era ahí donde quería estar.

Hubiera preferido salir a las calles a buscar al hombre que Emily había reconocido, pero sabía que, a esas horas, ya debería estar muy lejos.

Sin embargo, lo más importante era averiguar si de verdad se trataba de él.