30

El asunto

Jo llegó a su casa en veinte minutos. Estaba ansiosa por ver a su madre y comprobar si estaba mejor. Necesitaba asegurarse y hablar con ella. Sabía que no lo creería hasta que la viera porque Connie estaba muy mal cuando la dejó y a veces hasta parecía una extraña. Pero tenía la esperanza de que el cambio fuera real porque, por más adulta que ya fuera, la había extrañado, al menos en los últimos años.

Al golpear la puerta se encontró con ella, que no se mostró sorprendida al verla. En realidad, Connie le sonrió, abrió más la puerta y la invitó a pasar.

—Hola, cariño. —Jo se quedó paralizada.

—¿Él está aquí? —preguntó, Connie miró hacia la segunda planta.

—Se está dando una ducha, bajará pronto.

—Bien, porque prefiero hablar contigo primero, si te parece.

—Claro, no hay problema. —Y entraron.

Jo estaba seria, apenas se había movido y mantenía las manos ocultas dentro de los bolsillos de su suéter. Tenía la boca seca, pero no quería pedir nada. No sabía cómo manejar la situación. Connie tomó la iniciativa.

—Hice té, ¿quieres? —preguntó. Su hija observaba las fotos familiares sobre la chimenea.

—Oh, no, no te preocupes.

—Preston dijo lo mismo —refunfuñó—, ustedes siempre prefieren café o chocolate caliente, pero no había nada de eso en los estantes. —Sacudió la cabeza—. En realidad, no hay nada, tengo que hacer algunas compras. —Esbozó una pequeña sonrisa.

—Y yo que creí tener la cena asegurada. —Connie se rio.

—No, no es así. —De pronto, pensó en algo y detuvo la risa—. ¿Estás comiendo bien? No quiero que pases hambre. —Jo arrugó la frente y negó.

—¿Me veo desnutrida? Estoy bien, gano dinero haciendo algunas cosas. —Su madre estiró el brazo y acarició su mejilla.

—Sé que siempre has sido fuerte e independiente, es solo que me preocupa. A ambos nos preocupa.

—¿Qué les preocupa?

—Que sigas trabajando en cosas que no te sirvan para el futuro, ahora todo puede cambiar para ti, hija.

—¿A qué te refieres? No tengo una carrera y no hay mucho empleo en Starry Ville. Era trabajar en la tienda de antigüedades o hacer investigaciones con Andrew sobre… astronomía —mintió—. ¿Qué podría cambiar?

—Peyton, el futuro. Es hora de planear, quiero ayudarte —dijo en voz baja y sonrió por su cara de confusión—. ¿Has pensado que ya hiciste suficiente por los demás? ¿Hay algo que realmente te guste y que no hayas hecho porque estabas cuidando de Nathan y de mí?

—¿Como volver a estudiar? —preguntó nerviosa. A lo mejor lo había pensado un par de veces y decidió que eso no ocurriría. No mientras la universidad fuera tan costosa.

—Tú decides. Si quieres estudiar una carrera, lo harás. —Oh, eso fue una sorpresa. Uno de esos momentos que lo cambia todo.

—¿Y cómo lo haré? —inquirió pensando. Tenía claro que la ingeniería en sonido le apasionaba, pero ni Andrew sospechaba de esa aspiración, solo lo sabía Nathan.

—Pasó algo extraño hace unos días y no terminaba de entender cómo había pasado —comenzó, pero se detuvo y se acomodó en el mueble frente a ella—. ¿Sabías que tu hermano tenía un seguro de vida?

—No —dijo—. ¿Cómo que un seguro? No podíamos pagarlo.

—Pues así era. —Echó la cabeza hacia atrás y suspiró antes de contarle—. A la casa se presentó un hombre con la piel colorada y el cabello entrecano, usaba un traje gris y se identificó como un empleado de Pronto Seguros. El hombre revolvió su maletín y sacó un contrato para explicarme de forma extensa lo que allí decía. En resumen, decía que hace un par de años tu padre contrató una póliza sin decirnos y como Nathan… falleció… el beneficiario debe recibir el dinero.

Pasaron varios segundos mientras Jo procesaba la información. Recordó a un hombre de traje que quería hablar con ella en el entierro, pero que al final no pudo atender.

—Creo que vi a ese hombre en el cementerio, pero debe haberse ido porque no te vio. —Connie apartó la mirada sintiendo pena—. O tal vez se dio cuenta de que no era el momento para decirme que tenías que cobrar un seguro.

—Puede ser, pero en todo caso la beneficiaria del seguro no soy yo.

—¿No?

—No, eres tú.

—¿Yo?

—Sí, Peyton, tu padre puso ese dinero a tu nombre. —Cuando Jo escuchó eso experimentó un momento de tal regocijo que se le formó un nudo en la garganta; no por el dinero o por cuánto fuera el monto, sino porque, después de tanto tiempo, su padre le demostraba que se preocupaba por ella. La miró asombrada mientras su madre le explicaba algunos detalles.

—Con franqueza, hija, debes hablar con tu padre sobre ese dinero. Ahora que has aceptado que quieres estudiar en la universidad quiero proponerte una idea, pero no sé si él estará de acuerdo. —Jo clavó sus ojos azul cielo sobre ella.

—¿Qué? ¿Qué idea?

—Contéstame algo antes. ¿Quieres de verdad a ese joven con el que estás?

—¿Por qué la pregunta?

—¿Se aman, cariño? —insistió.

—Sí —respondió. Y era verdad, ellos poseían ese sentimiento. Cuando se conocieron intentaron que no fuera así, pero poco a poco cada uno se ancló dentro del corazón del otro y eso nunca se les pasaría, Dios y los ángeles lo sabían.

—¿Por qué se alejarán entonces?

—Así debe ser —dijo y sus ojos comenzaron a empañarse de nuevo—. Ya te lo dije, él viajará en unos días a España porque quiere cumplir su sueño de ser astrónomo.

—¿Y en España no puedes estudiar lo que quieres?

—No lo sé. —Ladeó la cabeza—. Quizá… pero…

—¿Por qué no lo averiguas? —inquirió al tiempo que sacudía con la mano el polvo de la mesita que tenía en frente—. Peyton, con el dinero del seguro puedes hacer lo que quieras.

—Mamá, quiero estar contigo. Estás atravesando por momentos duros. Solo quiero estar ahí y acompañarte. —Se limpió los ojos con la manga del suéter—. Andrew lo entenderá; será difícil, pero podremos con la distancia.

—¿Y quién te dijo que Connie estará sola? —Las dos mujeres alzaron la cabeza y lo miraron, estaba parado al pie de la escalera.

—Qué bueno que estés aquí. —Connie suspiró después de evaluar la reacción de Jo—. Así escuchas lo que Peyton tiene que decirte.

—Mamá… no creo que sea un buen momento. —Pero ella la ignoró y Preston no abrió la boca, solo caminó y se paró junto ellas para observarlas.

Él había escuchado la conversación y su primer pensamiento fue gritar un rotundo no, pero sabía que no estaba en condiciones de prohibir algo, ni siquiera porque la propuesta de Connie le estrujaba el corazón. Lo último que esperó ese día fue que Connie acudiera a su llamado y que irrumpiera en la casa, pero así lo hizo. Entonces estaba sentada en el mueble proponiéndole a su hija que se alejara nuevamente de ellos.

—Hablábamos de que debería irse a España, le haría bien —dijo con tranquilidad hacia a Preston.

—No sé qué decir, no entiendo qué esperas —respondió en tono cortante.

—En realidad, espero encontrar algo que la haga feliz, se lo merece —refutó mirando los ojos de Jo, esos ojos que sin dudar extrañaría mucho. Preston resopló porque no le causaba nada de alegría imaginarla sola. La última vez que sintió eso, en la competencia de esquís, casi se vuelve loco.

—¿Qué opinas tú? —Él soltó de golpe con tristeza en la voz—. ¿Quieres ir?

—Andrew me lo había propuesto, espera mi respuesta antes del 20 de enero.

—Ah… —comentó mirando al suelo—, entonces ve, usa el dinero para lo que quieras. —Preston intentó retirarse, pero ella lo detuvo.

—¡Espera! —Jo se levantó con rapidez. A juzgar como lo veía, Connie advirtió que la cosa podría terminar mal—. ¿Eso es todo lo que dirás? —Asintió, a su hija se le apretó el estómago con decepción.

Lo miraba y pensaba en lo fácil que se había rendido. Ella entró por la puerta de esa casa con la intención de sacar una bandera blanca, pero la actitud indiferente de su padre la hizo vacilar. No era estúpida, no creía que las cosas cambiarían de un día para otro o que todo volvería a ser como cuando era más pequeña. Pero ¡diablos! ¿No quería intentarlo? Era su padre y lo extrañaba. Sus mejores recuerdos eran con él. Quería gritárselo, pero no sabía cómo. Le dolía en el alma. Quería decir tantas cosas, pero todo estaba atorado en su garganta. De forma instintiva, Preston puso una mano en el hombro de su hija y, para su sorpresa, Jo se cubrió el rostro con las manos y comenzó a sollozar. Él estiró el otro brazo y la atrajo hacia él, Jo no se apartó. Su padre la abrazó al fin sintiendo que cada lágrima le quemaba el pecho.

—Haría cualquier cosa por retroceder en el tiempo y no haberte dejado de abrazar nunca. —Sus palabras la devolvieron al momento.

—Odio que lo hayas dejado de hacer —sollozó—, odio tanto que hayas dejado de ser mi papá… Yo te extrañaba. —Preston la apretó más fuerte ahogándose con sus propias lágrimas.

—¿Por qué no me llamaste?

—No sé, no podía, tenía miedo de que dijeras que ya no te importábamos. —Respiró hondo varias veces—. Creí que nos habías olvidado. Y era una mierda. Varias veces tomé el teléfono, pero luego simplemente desistía.

—Nunca te hubiera dicho que no me importaban.

—Espera, necesito sacar todo. —Se echó hacia atrás y lo miró con ojos rojos—, Nathan también quería hablar contigo. No le dijimos a mamá, pero habíamos planeado venir a Starry Ville para enfrentarte. Todos los días, durante su último mes, solo hablaba de eso, pero simplemente se marchó antes y… y ya no pude cumplir con él. —Preston la agarró del brazo para cerciorarse de que lo miraba.

—Lo hiciste, ¿me oyes? —dijo y le acunó el rostro con las manos—. Tu madre me contó todo lo que hiciste por Nathan, lo amaste de una forma altruista y eso seguro significó más para él que no haber cumplido con un plan.

—Era tan insistente y terco como ustedes, ¿saben? —dijo Connie entre lágrimas—. Estoy segura de que Nathan sí vino contigo y de que en este momento está sonriendo como tanto nos encantaba.

—Yo también lo creo así —murmuró Preston—. Sentí que estuvo aquí toda la noche, acompañándome. Él seguirá latiendo siempre en nuestras vidas.

A Jo se le cortó la respiración y saboreó las palabras que no podía confesar y que acababa de escuchar de boca de sus padres. La hacía muy feliz que ellos de alguna manera también experimentaran su energía en el mundo terrenal.

De pronto, sonrió. Su hermano había hecho acto de presencia, y no una cualquiera. Una luz fuerte reflejaba su rostro y parecía estar rodeado de un aura celeste. Jo aún estaba en sintonía con sus emociones y notó que su expresión era de profunda alegría; imaginó que era por lo mucho que había deseado verlos juntos.

Él se giró un poco y Jo abrió mucho los ojos tan pronto como las vio, su cuerpo entero se erizó. Nathan las sacudió con diversión y ella vio la sombra en la pared. Dos alas majestuosas y un anillo de luz en su cabeza.

—No puede ser… —dijo. Él sonrió con fuerza.

«¡Puedo volar! ¡Puedo volar, Jo! ¡Espera, no solo puedo volar, puedo planeaaaaaar!».

El corazón de Jo estalló de alegría. Nathan tenía alas. Había resuelto su asunto pendiente.