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El beso

Había pasado una semana desde que abandonó su casa. Se sentía tentaba de volver cada vez que anochecía, pero las fuertes palabras de su madre hacían eco en su cabeza y la hacían aguantar. En esos días pagó una habitación de hotel y buscó trabajo sin éxito alguno. Llegado el fin de semana siguiente, ya el dinero se le había acabado.

Estaba cayendo la tarde, caminaba a paso lento, muy cansada de no encontrarle solución a su problema económico y de vivienda. Durante su caminata sin rumbo observaba a las personas, algunos iban uno al lado del otro y conversaban entre sí; otros caminaban concentrados en sus pensamientos, quizás tan inexpresivos como ella.

Se paró en el medio de la acera y vio que enfrente había una plaza. Observó a la gente en el lugar: niños que correteaban palomas; un grupo de jóvenes, la mayoría parecía no superar los quince. También miró por unos segundos a un joven sentado en un banco. Tomó aire, cruzó la calle y lo primero que percibió fue un pelotazo.

«¡Jodida vida! ¿Cómo no lo vi venir?».

—¡Cuidado, hay personas que pasan caminando por aquí! —Sonó como una vieja amargada cuando la verdad era que apenas tenía veinte; se quedó mirándolos, replanteándose la idea de acercarse y jalarles las orejas, pero los apresurados pasos la desconcertaron.

—¡Eh, tranquila! —Se giró y levantó la cabeza para mirarlo. Un muchacho alto le sonreía, el mismo que hacía segundos había observado desde la otra acera. Debía tener la misma edad que ella o quizás más—. Tan solo están jugando.

—Tienes razón —terminó diciendo tras varios segundos callada, aunque seguía cruzando la mirada con los ojos verdes del sonriente desconocido.

—Si quieres, siéntate aquí un rato. —Él le señaló el banco con un gesto.

—Muchas gracias, pero ya tengo que irme. —Jo lo escrutó con curiosidad mientras él hacía lo mismo con ella; parecía como si ambos quisieran decirse algo más, pero ninguno supiera qué. Otro pelotazo los sacó del trance.

—¡Malditos mocosos! —Ahora el que había recibido el pelotazo era él; Jo soltó una gran carcajada.

—No fue nada, simplemente están jugando —se burló. Él alzó ambas cejas y amplió su sonrisa—. Créeme, te recuperarás.

—Seguro. —Continuó observándola con intensidad y Jo bajó la cabeza avergonzada. No entendió su reacción, ya que el que pasaba por un momento embarazoso era él—. Me llamo Jordan, ¿y tú?

—Hola, mi nombre es Jo.

Sus pasos la llevaron de forma automática hasta el banco y sin pensarlo más se sentó.

—Extraño nombre, pero me gusta —dijo sonriendo—. Veo que decidiste acompañarme.

—Si estás esperando a alguien o prefieres estar solo, yo puedo…

—Te estaba esperando a ti.

—¿Qué? —La voz le tembló.

—¡No…! —Se apresuró a decir al darse cuenta de lo loco que había sonado; apartó la mirada y, controlando su tono de voz, añadió—: No, la verdad es que no estoy esperando a nadie, no me molesta tu compañía.

Jo le sonrió con franqueza; no le resultaba fácil relacionarse con nadie, pero al poco rato ya no tuvo tiempo de arrepentirse o marcharse de allí.

Jordan le resultó muy entretenido, hablaron de todo y de nada. Descubrió que tenía veinticinco y que trabajaba en la empresa de su padre. Él era de Arizona, pero vivía en un apartamento propio en Connecticut. Jo también le compartió parte de su vida. Lo escuchaba atenta e interesada. A veces, cuando él hablaba, ella observaba su cabello perfecto y castaño claro, tenía un brillo lustroso que le daba el gel de pelo; su sonrisa era muy llamativa, pero lo más fascinante eran sus ojos claros. Se sentía atraída por su timbre de voz, era como algo magnético. Jordan, sin duda, era un tipo encantador.

—Entonces… se me antoja un café. —Jo le sonrió—. Yo invito, ¿qué dices?

Él sabía que aceptaría, ambos lo sabían. Esperó a que ella se levantara del banco y caminaron hasta una cafetería cercana.

El establecimiento en donde entraron estaba silencioso y cálido, el olor del lugar reconfortó el cuerpo friolento de Jo. Se acomodaron en una pequeña mesa en un rincón y, sin darse cuenta, Jordan alargó el café para que no acabara tan pronto la conversación. Al primer café le siguió un segundo; cuando pidieron el tercero, ya se habían comido unos waffles con chocolate, habían hablado de sus equipos de béisbol favoritos y del parecido de Jordan con Brandon Stought. Los faroles de la calle ya alumbraban a los transeúntes que regresaban del trabajo a sus casas, mientras que dos personas anónimas en una cafetería entraban a la vida del otro sin razón ni motivo.

—Es tarde, llegó la hora de irme —habló Jo con resignación—, no me gusta caminar sola de noche. —Jordan levantó su café y tomo un último sorbo, luego lamió un poco el borde donde había quedado la crema y ella miró sus labios por un instante. Se sonrojó.

—¿Qué? —preguntó él.

—¿Te gusta mucho la crema?

—Me encanta —afirmó con cara de niño en Navidad. Ella sonrió de acuerdo, el camino a su corazón definitivamente era a través de un café con crema espumosa—. Jo, puedo acompañarte, hemos pasado toda la tarde juntos —comentó—. Supongo que eso nos convierte en amigos.

—Supongo que sí, pero no quiero robarte más tiempo.

—Te acompaño —repitió con convicción.

Jo quería disfrutar de su compañía todo lo que pudiese, pero no quería mostrarse tan evidente. Al final, de nuevo aceptó.

Iban uno al lado del otro, con las manos en los bolsillos y respirando tranquilidad, hasta que Jo perdió su paz interior porque recordó algo.

«¿Qué estoy haciendo?, ¿me va acompañar a mi casa?, ¿a qué casa?».

La chica lo miró de reojo y se horrorizó, tenían veinte minutos caminando y ahora no sabía qué excusa darle. De repente, le entraron unas ganas terribles de echarse a correr y dejarlo ahí, pero no era capaz de eso, no quería arruinarlo todo.

—¿Queda muy lejos? —preguntó Jordan, ella dio un respingo.

—No, ya casi llegamos.

Sin más opciones, Jo fue a parar a la puerta de su antigua casa, en la que las flores de la entrada seguían marchitas y la grama seguía sin cortarse.

—Te veo nerviosa, me da la impresión de que te preocupa algo.

—Es que estaba pensando en una cosa. —Le sonrió tratando de quitarle importancia al asunto.

—¿Puedo saber qué cosa? —preguntó realmente interesado, se había dado cuenta de que a Jo se le había desencajado la cara en el mismo instante en que llegaron.

—En que pronto me mudaré —le confesó—, no me llevo bien con mi madre… Es nostalgia, eso es. —Jordan se quedó callado porque presintió que Jo seguiría hablando—. Ella necesita su espacio y yo voy a dárselo.

—Cuando hablas puedo sentir tu profundo deseo de marcharte, ¿a dónde planeas irte?

Jo se encogió de hombros, realmente sin querer pensarlo en ese momento. Necesitaba superar una emoción a la vez. No estaba lo suficientemente bien como para tomar decisiones sobre su futuro. Ella ni siquiera sabía dónde pasaría la noche.

—Tal vez sea bueno que se alejen un tiempo.

—Supongo. —Suspiró resignada. No quería hablar de eso, quería lucir tranquila y serena, no como una persona con el corazón destrozado y sin hogar.

—¿Me llamarás algún día, Jo?

—Quiero hacerlo. —Él realmente le gustaba. Lo miró directamente a la boca—. Claro que lo haré —declaró. Jordan la tomó de la mano y le regaló una sonrisa amistosa.

—No debería decir esto, pero si no me hubieras contado que te vas… —Le retiró un mechón de la cara—. Te hubiera besado. —Ella mordió su labio inferior—. Fue un placer compartir contigo hoy.

Ambos se dedicaron una mirada cómplice y sonrieron.

—Hasta pronto, Jordan.

—Hasta pronto.

Lo siguió con la mirada hasta que él cruzó la calle. Lo lógico en ese momento era marcharse también. Pero esperó un poco y los pensamientos comenzaron a atormentarla.

«Te hubiera besado».

«¿Qué habría pasado si hubiese ocurrido?».

Todo el cuerpo se le estremeció con frustración. Para calmarse pensó en que las cosas eran mejor así, apenas lo estaba conociendo. Aunque le hubiese encantado que la besara, de verdad que sí. Comenzó a caminar con más prisa, con el deseo de que algún día pudiese pasar. Pero nunca se sabe qué puede pasar después…

«Te hubiera besado».

«¡Dios mío, Dios mío!».

Nada más llegar a la esquina lo vio cruzar una calle. Y aunque su cerebro había comenzado a emitir advertencias muy alarmantes, la necesidad de besarlo hizo que no las tomara en serio, así que, sin dudarlo más, gritó:

—¡Jordan!

Él dio un respingo y se giró, sus ojos alucinaron al verla en el medio de la vía.

—¿Y si olvidas lo que te conté y me besas?

«¡Maravilloso, Jo, él intenta ser un chico consciente y tú eres una inmadura!».

—¡Me imagino que si lo hago, no te irás! —gritó desde el otro lado de la calle, riéndose, ella agachó la cabeza un poco avergonzada.

—Tengo que hacerlo, debo irme…

—Seguro —respondió con la vista clavada en ella—. Si te vuelvo a ver, continuaremos donde lo hemos dejado, ¿te parece? Nos vemos, linda.

Jo notó la boca seca y el corazón le latió fuerte. Eso no podía terminar así, él era fascinante. Le hubiera gustado detenerlo y robarle el beso, pero no… no lo hizo.