Capítulo 6

 

Sloan miró su reloj y vio que eran las seis de la mañana. ¿Qué narices hacía ella levantada a esas horas un domingo? Volvió la vista hacia el patio interior y la fijó en Rachel, que estaba sentada en una mesa a unos metros de distancia con el perfil hacia él y parecía tan concentrada que no había notado su presencia.

Estaba dibujando. Recordó que había sido estudiante de Bellas Artes antes de dejar la universidad. Su mano derecha se movía con rapidez, pero con levedad. Llevaba el pelo sujeto en un moño flojo encima de la cabeza, lo cual dejaba su rostro despejado. Los rasgos delicados de su perfil eran muy femeninos. Sus labios llenos tenían más color que cuando llegó allí una semana atrás. El sol, añadido a la sensación de seguridad que había adquirido desde su llegada, había incrementado también el color rosado de sus mejillas. Aunque ligeramente bronceada, su piel parecía tan suave y lisa como el raso.

Tenía los pies apoyados en la mesa. Llevaba pantalón corto, que dejaba al descubierto una buena parte de muslo. Sloan se humedeció los labios. El top ceñía bien su cuerpo. Se preguntó si llevaría los pechos sueltos, como siempre. No podía explicarse por qué le intrigaban tanto aquellos pechos pequeños; no tenían nada de extraordinario, aparte del deseo intenso con el que deseaba probarlos.

Rachel había engordado un par de kilos, que le sentaban bien. Comía bien, posiblemente por primera vez en mucho tiempo. Seguía demasiado delgada para su gusto, pero era fuerte, tanto física como psíquicamente. Había sido testigo de su fiera determinación más de una vez y sabía que era capaz de desmayarse de agotamiento antes de admitir una derrota. Admiraba esa cualidad en ella, aunque, a decir verdad, admiraba también muchas más cosas.

Y su comportamiento de dos días atrás todavía lo avergonzaba. ¿Cómo podía haber perdido el control de ese modo? ¡Se habían mezclado tantos sentimientos en su interior! Josh. Rachel. Su esposa y su hijo asesinados. Ángel. No podía pensar, sólo reaccionar. Sabía que la había asustado y la realidad era que había querido hacerla suya a cualquier precio e independientemente de la voluntad de ella. Había tenido que hacer un esfuerzo monumental para controlarse. Respiró con fuerza. Su comportamiento no tenía excusa y le debía una disculpa. No, le debía mucho más que eso.

Apenas habían hablado desde entonces. Ella mantenía las distancias y él no había vuelto a tocarla. ¿No era eso lo que quería?

De pronto ella levantó la vista y volvió la cara hacia él. Sloan vio que daba un respingo y se humedecía los labios. Se enderezó y echó a andar hacia ella. Llevaba abierta la camisa y casi podía sentir la caricia de ella en el pecho desnudo.

—Madrugas mucho —comentó con una indiferencia que no sentía. Se sentó en la silla de enfrente.

Ella parpadeó sobresaltada. Bajó los pies de la mesa.

—Quería trabajar en mis dibujos sin distracciones —confesó.

Sloan la miró a los ojos. No era un hombre que se anduviera por las ramas.

—Te debo una disculpa por lo del viernes y por el modo en que me he portado desde entonces. No volverá a ocurrir.

Ella abrió la boca, pero volvió a cerrarla y asintió con lentitud.

—De acuerdo.

—Bien —tendió la mano—. ¿Puedo echar un vistazo?

La joven se frotó el cuello.

—No es nada, sólo un dibujo que empecé la otra noche. No tiene ningún interés —dijo sin mirarlo.

Sloan se inclinó hacia ella y le quitó el cuaderno.

—¿Por qué no dejas que eso lo juzgue yo?

Rachel cruzó los brazos sobre el pecho y él sintió un deseo tan intenso que por un momento anuló cualquier otro pensamiento. Se forzó a mirar el cuaderno que tenía en la mano. Era un dibujo de Pablo y Josh, de detalles excelentes. Si tuviera los medios adecuados, sin duda podría ser una gran artista. Volvió una página y encontró el patio interior. En otra estaba su hijo durmiendo. Miró el dibujo largo rato. La imagen del niño dormido en sus brazos se superpuso a la de la página. Volvió otra página y se encontró consigo mismo.

—No está terminado —se apresuró a explicar ella, ruborizada.

Sloan miró los labios apretados, la expresión dura del rostro y se preguntó si lo veía así. Seguro que sí, claro, porque él era así.

Dejó el cuaderno sobre la mesa.

—Eres muy buena —la miró y vio orgullo en sus ojos.

—Gracias —murmuró ella—. De pequeña soñaba con ser una artista famosa —sonrió, avergonzada de haber dicho aquello en voz alta.

Sloan podía ver todavía la niña que había en ella. Era joven, demasiado para un hombre como él, más cerca ya de los cuarenta que de los treinta.

—Todavía puedes serlo —dijo—. Sólo tienes veinticuatro años. Mucha gente vuelve a estudiar después de tener un hijo.

Rachel se humedeció los labios, gesto que aumentó el deseo de él.

—Quería hacerlo, pero no podía dejar a Josh. No podía fiarme de nadie —movió la cabeza—. Sólo fue un sueño.

—No es demasiado tarde, todavía puedes hacerlo. No permitas que un error te impida vivir el resto de tu vida.

Ella movió la cabeza.

—Fui una estúpida. Mis actos le costaron la vida a mi padre.

Sloan recordó la foto de ella, vestida de raso y perlas, sonriendo y abrazando a su padre.

—Ángel es un profesional que lleva años afinando su talento. Tú no podías conocer sus intenciones. Si no hubiera podido acercarse a tu padre a través de ti, habría encontrado otro modo —se inclinó hacia ella; necesitaba tocarla y quería que volviera a creer en sí misma—. No habría parado hasta terminar el trabajo.

Ella cerró los ojos y bajó la cabeza.

—¿Quién pudo contratar a Ángel para matar a mi padre? Nunca le hizo daño a nadie. Era un buen hombre.

—Ahí tienes la respuesta —cubrió la mano de ella con la suya y ella empezó a apartarse, pero no lo hizo—. ¿No sabes que los hombres buenos abundan poco? Es porque los malos acaban con ellos. Tu padre defendería algo que no le interesaba a alguien y lo mataron para eliminar el obstáculo que representaba.

—Pasó días seduciéndome —musitó ella en voz tan baja que a él le costó oírla.

Sloan le apretó la mano, animándola a continuar.

—Era el hombre más guapo que había visto nunca. Sabía que era muy mayor para mí, pero eso era parte del encanto —respiró hondo—. Acertaba con todo, como si supiera lo que tenía que hacer para conquistarme.

—Lo sabía —repuso Sloan—. Seguramente te vigiló durante semanas. Te sedujo para conseguir lo que quería.

Rachel lo miró con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Cómo voy a poder confiar de nuevo en mi buen juicio? No sólo se llevó mi inocencia —tragó saliva—, sino también mi confianza, mi seguridad en mí misma, todo.

Sloan había sospechado ya que Ángel había sido su primer amante. ¡Qué hijo de perra!

—Puedes recuperar todo eso —le aseguró—. Pero tienes que ganártelo. Volverás a confiar en ti cuando aprendas a confiar en otros. Y lo mismo ocurre con tu seguridad en ti misma. No ha desaparecido, está escondida detrás del miedo.

La joven se puso en pie con brusquedad. Negó con la cabeza.

—Cometí un error terrible —una lágrima bajó por su mejilla—. Y lo más triste es que no puedo lamentarlo del todo, porque no me arrepiento de tener a Josh —se volvió, incapaz de aguantar más tiempo la mirada de él.

Sloan se levantó a su vez; se acercó a ella, intentando consolarla con su proximidad.

—No eres una mala persona por querer a tu hijo —musitó. Cerró los ojos para reprimir el deseo de tocarla—. Muchas mujeres acaban con el hombre equivocado, pero quieren a los hijos que tienen de él.

Rachel se volvió y lo miró con furia.

—Ángel no es sólo el hombre equivocado, es un asesino —le temblaron los labios—. Mira lo que te hizo a ti —apartó la vista.

Él levantó ambas manos despacio y secó las lágrimas de Rachel con los pulgares. Los labios de ella temblaron de nuevo.

—¿Cómo puedes soportar mirarme sabiendo lo que hice?

Sloan sintió una necesidad tan fuerte que creyó que el corazón le iba a estallar en pedazos. Quería abrazarla para consolarla y al mismo tiempo poseerla con brusquedad. Intentó resistir el deseo, pero no pudo. Tenía que probarla.

—Porque no puedo evitarlo —murmuró. Bajó la cabeza.

Sus labios eran tan suaves como él había imaginado. Su sabor era dulce y muy cálido. Le sostuvo la cabeza con cuidado y profundizó el beso. Su deseo era tan fuerte que tuvo que controlarlo por miedo a hacerle daño. Ella gimió bajo su boca y él le tocó la comisura de los labios con la punta de la lengua para que los abriera. Deslizó la lengua, lleno de deseo, y la atrajo hacia sí. Bajó una mano por la espalda y el trasero de ella. La estrechó con fuerza, en un intento inútil por calmar el dolor de su excitación.

Rachel intentó apartarse. Colocó las manos en el pecho de él y empujó.

—Espera —dijo.

Sloan volvió a besarla en la boca con fuerza y ella se retorció en sus brazos. La sensación de su cuerpo contra él sólo sirvió para alimentar su lujuria. No podía negarse aquel placer, su necesidad llevaba días creciendo. El cuerpo de ella no tardaría en estar tan caliente como el suyo. El sabor salado de sus lágrimas lo devolvió a la realidad.

Se apartó como si lo hubiera abofeteado. Ella estaba llorando y él era un bastardo, poco mejor que el hombre que la había poseído la primera vez. Se lamió los labios y se apartó más.

Ella se secó los ojos con el dorso de la mano temblorosa. Tenía los labios hinchados, casi morados por la agresión.

—Lo siento. No he debido..

Se dio cuenta de que, al igual que la otra vez, ella pensaba que era culpa suya. Tendió una mano para consolarla, pero ella se alejó fuera de su alcance. Su cuerpo entero vibraba de deseo. La deseaba todavía de tal modo que apenas podía respirar. Ella estaba equivocada; el estúpido era él.

—Tengo que ir a ver a Josh —se dio la vuelta y se alejó corriendo.

Sloan apretó los puños a los costados. La rabia y la amargura se apoderaron de él. ¿En qué estaba pensando? ¿Cómo se había permitido besarla? Ahora la había asustado dos veces, había traicionado la memoria de su esposa y destruido cualquier confianza que Rachel pudiera tener en él. ¿Y para qué? Para satisfacer sus necesidades egoístas.

No volvería a ocurrir. Aquello era un acuerdo de negocios. Y a partir de ese momento, lo mantendría así.

 

 

Rachel abrió los grifos y cerró rápidamente la puerta de la ducha para esperar a que el agua estuviera caliente a su gusto. Se quitó la parte de arriba del bikini y la dejó caer al suelo. Hizo lo mismo con el pantalón corto y la parte de debajo del bikini.

A pesar de que era domingo, Sloan había insistido en que corriera los cuatro kilómetros e hiciera todos los largos que pudiera en la piscina. No había vuelto a hablar de las clases de defensa personal y ella se preguntaba si sería por lo que había ocurrido el viernes.

Se metió en la ducha y gimió de placer al sentir el contacto del agua caliente en la piel. Le preocupaba no ser capaz de elegir entre el hombre peligroso que le daba miedo y el que la había escuchado con atención esa mañana. Y que la había besado apasionadamente. El corazón le latió con fuerza al recordarlo. Había sospechado que su beso sería así; su contacto la hacía temblar, pero su beso le robaba todas las defensas.

Se lavó el pelo con champú y se aclaró pensando en el modo gentil en que le había asegurado que no tenía por qué renunciar a sus sueños. Pero el beso no había tenido nada de gentil y los recuerdos horrorosos del pasado habían terminado por abrirse paso en su mente. Había cometido un error una vez, ¿podía arriesgarse a repetirlo?

Se estremeció. ¿Cómo confiar en un hombre lo suficiente para entregarle su cuerpo? Podía confiarle su vida a Sloan, pero nunca aquella parte de ella. O quizá lo que ocurría era que no podía confiar en sí misma. Recordó las palabras de él: «Volverás a confiar en ti cuando aprendas a confiar en otros». Pero no podía hacer eso, todavía no.

A ese nivel, no.

Salió de la ducha, se envolvió el pelo en una toalla y se secó metódicamente con otra. Se puso bragas y una camiseta y volvió al dormitorio. Sonrió a su hijo, que dormía profundamente, y se sentó en el borde de la cama a secarse el pelo con la toalla.

Ángel se había mostrado atento con ella, la había hecho sentirse especial porque un hombre tan guapo y misterioso se interesara por una estudiante ingenua. Sus amigas la envidiaban. Ángel y ella sólo habían estado en la cama dos veces, y ambas habían sido para ella más experimentales que apasionadas. Había sentido atracción y un cierto grado de excitación, sí, pero nada comparado con lo que sentía cuando la tocaba Sloan.

El beso la había privado de sus sentidos, por lo menos temporalmente. El miedo la había hecho vacilar. Miedo de confiar tan plenamente en él, de confiar tanto en sí misma. ¿Y si cometía otro error? ¿Qué le costaría eso esta vez?

¿Estaba dispuesta a pagar el precio? Las cosas eran distintas ahora. Era mayor y tenía que pensar en Josh. No volvería a tener aventuras estúpidas. Su hijo ya había sufrido bastante.

Una llamada a la puerta la sacó de sus pensamientos. Corrió a abrir antes de que se repitiera. Como no estaba vestida del todo, se asomó por una rendija. Era Pablo.

—Señora, tiene que venir a la cocina —susurró él.

—¿Ocurre algo?

—Me temo que sí. El señor Sloan dice que tiene que venir ahora mismo.

—Tengo que cambiarme —empezó a cerrar la puerta.

—No, señora —insistió él—. Tiene que venir ya.

El miedo heló sus entrañas.

—¿Y Josh?

—Yo me quedo con el chico.

La joven asintió en silencio y abrió más la puerta para dejarlo entrar. Rezó para que no hubiera llegado ya Ángel. No estaba preparada.

 

 

Sloan releyó una vez más la nota escrita a máquina que tenía en la mano. El hijo de perra había empezado el juego. Habían dejado una nota en la puerta de la verja, atada a ésta con una cinta amarilla del mismo tipo que las que la ciudad de Chicago había atado en árboles, buzones de correos y farolas para indicar con ellas sus plegarias por el hijo desaparecido de Sloan. La adrenalina corría de nuevo por sus venas, despertando los demonios que rugían en su interior. Apretó la mandíbula.

Se apartó de la encimera y se pasó la mano por el pelo. No le preocupaba enfrentarse a Ángel. Esa vez ganaría. Ángel moriría de un modo u otro. Le preocupaba Rachel, que necesitaba más tiempo. Aunque quizá no estuviera nunca preparada. Después de todo, quería ver muerto a Ángel, pero él era el padre de su hijo. ¿Cómo explicárselo al niño?

La joven entró en ese momento en la cocina y la palidez de su rostro fue motivo suficiente para suscitar en Sloan pensamientos asesinos con respecto a Ángel.

—¿Qué ocurre? Pablo ha dicho que quieres verme enseguida —preguntó ella con ansiedad.

Sloan le tendió la nota y esperó en silencio.

 

Rachel:

Tienes dos días para salir de México o voy a por mi hijo.

Ángel

 

—¡Dios mío! —gimió ella—. Va a venir.

—Eso parece —Sloan le quitó la nota de la mano.

—¿Dónde estaba?

—La han dejado en la verja. Un coche oscuro, tal vez negro. Seguramente de alquiler. No he visto la matrícula.

—¿Pero estás seguro de que se ha ido?

—Segurísismo.

Rachel lo miró a los ojos con temor.

—Sabe que estamos aquí. ¿Qué vamos a hacer? No podemos permitir que se lleve a Josh.

Sloan sintió rabia al ver la intensidad de su miedo.

—No se lo llevará.

—¿Cómo vamos a impedirlo? —gritó ella, al borde de la histeria.

—Esta vez no ganará —Sloan la agarró de los brazos y la sacudió con gentileza—. No le permitiré que nos haga daño.

La joven negó con la cabeza.

—Te matará —tragó saliva—. Y a mí también, y luego se llevará a Josh.

—Tenemos tiempo de reaccionar. Confía en mí.

—Tú no lo entiendes —protestó ella—. Está aquí. Va a venir a por mi hijo.

Sloan se esforzó por calmarla.

—Escúchame. Si Ángel estuviera tan cerca, atacaría simplemente. Enviar mensajes de advertencia no es su estilo. Este mensaje es de otra persona, alguien que le hace de niñera.

—No comprendo. ¿Quién?

Él respiró hondo.

—No lo sé, una amiga, quizá. Por lo que sé, Ángel nunca ha tenido socios. Tal vez la mujer que le dio el oso a Josh. Pero, sea quien sea, te vigila y lo tiene al día sobre tus pasos. Puede que Ángel le haya dicho que pusiera la nota para evitar una confrontación conmigo. Prefiere que vuelvas a Nueva Orleans, donde estaríais los dos solos.

Rachel parpadeó con furia, pero no pudo reprimir unas lágrimas.

—No podemos dejarle que encuentre a mi hijo —susurró temblorosa.

Sloan la atrajo hacia sí.

—No temas, nos aseguraremos de que no lo haga.

—¿Y cómo? —preguntó ella, con voz ahogada por el abrazo de él.

—Iremos a un lugar donde a Ángel jamás se le ocurrirá mirar.

Ella se apartó un poco para mirarlo a los ojos.

—¿Dónde?

—Un lugar que el resto del mundo ha olvidado.