Capítulo 10

 

Rachel se despertó con la luz del sol entrando en la estancia. Parpadeó para adaptarse a ella y miró el reloj de la mesilla: eran las nueve. ¿Por qué no la había despertado Sloan? Siempre empezaban a entrenar a las seis. Apartó las mantas y se sentó. ¿Por qué le había dejado dormir tanto? Frunció el ceño. Tal vez había ocurrido algo. Cuando la noche anterior la levantó del sofá y la obligó a comer huevos revueltos y tostada, no había dicho que pensara saltarse el entrenamiento de la mañana.

Entró en el cuarto de baño. Se había quedado dormida en el sofá con el bañador mojado. ¿Y por qué no? Sloan la había presionado más que nunca antes, había conseguido enfurecerla hasta el punto de que seguía deseando golpearlo a él en lugar de al maldito saco de boxeo.

Y ella apenas había dormido la noche anterior después de llevar a Josh a la aldea.

Josh.

El corazón le dio un vuelco. Lo echaba mucho de menos. Parpadeó para reprimir las lágrimas y se esforzó por prepararse para el día que la esperaba. Quizá por eso le había hecho Sloan trabajar tanto el día anterior, para que no pensara en su hijo.

¿Y la escena en la cama había obedecido a lo mismo? Se humedeció los labios y tragó saliva. El cuerpo le cosquilleaba todavía al pensar en su forma de hacer el amor. No podía arrepentirse de ello. Le había llegado muy hondo. Y había acertado con Sloan. Le había dado placer hasta llevarla al borde de la locura antes de permitirse disfrutar él. Y él también había acertado. Aunque Ángel había sido su primera experiencia sexual, no le había hecho el amor como él. Ni mucho menos.

Cerró los ojos y se estremeció de repulsión al pensar en Ángel. No había comparación posible entre ellos, ni en la intimidad ni en ningún otro aspecto. Ángel era un bastardo egoísta que se ganaba la vida matando gente. Apretó los dientes. No sólo mataba gente, sino que disfrutaba con ello. Se colaba en la vida de la gente y se la robaba.

Sloan, por su parte, era un hombre bueno. A pesar de la amargura e indiferencia de que hacía gala, tenía buen corazón y sabía que los protegería a Josh y a ella con su vida. Cerró los ojos y rezó con fervor para que las cosas no llegaran a ese extremo. Sloan merecía vivir y volver a ser feliz.

Pero esa felicidad no la encontraría con ella. Por muy tierno que se hubiera mostrado en la cama, estaba Josh. Y por muy bueno que fuera, no podría querer al hijo del hombre que había asesinado a su esposa y a su hijo. Lo que ella sentía por Sloan no podía hacerse realidad, tenía que pensar en Josh. La felicidad del niño era más importante que la de ella.

Movió la cabeza. ¿En qué estaba pensando? ¿Sloan le había hecho el amor una vez y ella pensaba ya en que estuvieran siempre juntos? Disgustada consigo misma, volvió al dormitorio y abrió un cajón para buscar algo que ponerse. ¿Cómo podía ser tan ingenua? Lo suyo con Sloan había sido sólo sexo, tenía que aceptar la realidad. Aquello no era amor, sino sexo. Se estremeció. Sexo excepcional, pero nada más.

La sobresaltó una llamada a la puerta. Se llevó una mano al pecho y respiró hondo. Aquello era ridículo. Sloan la avisaría si corrían un peligro inmediato.

—Espero que estés levantada —gruñó la voz de él.

Rachel se relajó.

—Entra —sostuvo los vaqueros que había sacado del cajón frente a su pecho. ¿Pero por qué se preocupaba? Él ya lo había visto todo y además llevaba una camiseta.

Se abrió la puerta y Sloan apareció en el umbral, pero no entró. Rachel suspiró aliviada. No había ido a decirle que Ángel estaba allí y no parecía querer acercarse más. No estaba segura de poder soportar un encuentro próximo con él todavía. Sus emociones seguían demasiado cerca de la superficie. La pistolera que él siempre llevaba al hombro le recordaba que podía ocurrir cualquier cosa en un abrir y cerrar de ojos.

—Vístete, nos vamos a la ciudad —dijo.

Rachel frunció los labios.

—¿Por qué vamos a la ciudad?

Sloan se encogió de hombros.

—Para lo que va todo el mundo. A comprar.

No podía hablar en serio.

—¿Qué?

Se acercó para mirarlo a los ojos, pero eran inexpresivos. El hombre de hielo había vuelto.

—Estate preparada en veinte minutos.

—¿Has perdido el juicio? —preguntó ella.

Él la miró con dureza.

—¿Tienes algún problema en ir a la ciudad?

—Ángel envió recado hace dos días de que iba a venir. Tú sabes que lo hará y que puede estar ya aquí vigilando y esperando. Ir a la ciudad no es seguro, es una locura.

Sloan la observó un momento.

—Los asesinatos de Ángel siempre son privados, de uno en uno sin que se pregunte por qué. Si está aquí, no hará ningún movimiento en público, esperará a que pueda ser algo personal —la miró a los ojos—. ¿Confías en mí?

Ella parpadeó, sorprendida.

—Sí.

—Estate preparada en veinte minutos.

Rachel lo miró alejarse. Tenía el pecho oprimido por la necesidad de ir tras él, de tocarlo y abrazarlo. Pero él no quería eso de ella. El día anterior se había comportado como si nunca hubieran hecho el amor. Evidentemente, no había tenido el mismo efecto en él que en ella. Movió la cabeza despacio. Estaba claro que ella era más inexperta, menos mundana. Una adolescente emocional atrapada en un cuerpo de mujer y con un niño tenía que ser más lista.

Veinte minutos después, estaba preparada. Había desechado los vaqueros a favor de una falda y una blusa que no se había puesto desde el día de su llegada. La falda, larga y sedosa, la hacía sentir femenina y resultaría más fresca que los vaqueros. Se había hecho una trenza en el pelo y buscado las gafas de sol en su bolso. Así podría protegerse un poco de la mirada penetrante de Sloan.

Salió en su busca y lo encontró en la cocina.

—Estoy lista —anunció—. Espero no haberte hecho esperar.

—Casi siempre lo haces, así que, ¿por qué cambiar ahora? —señaló la cafetera—. ¿Café?

Rachel negó con la cabeza y lo siguió al exterior. Él la acompañó a la puerta del Jeep y le ofreció la mano.

—Creo que puedo arreglármelas —sonrió ella.

—Como prefieras —dio la vuelta al coche y se instaló detrás del volante. Rachel subió también y se abrochó el cinturón.

Durante el camino, miró su perfil a hurtadillas. Las gafas de sol le ocultaban los ojos, pero el endurecimiento de su barbilla le indicaba cuándo debía apartar la vista. Siempre que Sloan decidía mirarla, su mandíbula se tensaba y la boca se volvía más sombría. Rachel suspiró. No podía comprender lo que pasaba por su mente.

Miró el paisaje y la envolvió la tristeza. Echaba mucho de menos a Josh. Cerró los ojos e invocó su imagen. ¿Jugaría Pablo con él? ¿Preguntaba dónde estaba su mami? Sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Es que aquello no iba a acabar nunca para que pudieran estar juntos sin preocupaciones?

—No pienses en ello —dijo la voz profunda de Sloan con una gentileza inesperada.

Rachel abrió los ojos y parpadeó para contener las lágrimas.

—Lo echo de menos.

Las manos de él apretaron el volante y ella se preguntó si quería tocarla para consolarla pero se contenía.

—Está a salvo y eso es lo que importa.

La miró y, aunque no podía verle los ojos, vio el cambio en la tensión de la mandíbula. Sentía algo por ella, aunque sólo fuera compasión humana básica. O tal vez su relación sexual había tenido algún efecto en él.

—Piensa en otra cosa —le sugirió antes de volver su atención a la carretera.

Tenía razón. Si no pensaba en otra cosa, perdería el juicio. Josh estaba a salvo y eso era lo que importaba. Recordó algo que Sloan le había dicho el primer día.

—¿Hablabas en serio cuando dijiste que le habías quitado la casa a un narcotraficante?

Él tardó un momento en contestar.

—Estaba en deuda conmigo y me dio a elegir cualquiera de sus posesiones como pago —sonrió—. Le dije que quería la casa y aceptó.

Rachel abrió mucho los ojos con incredulidad.

—¿Y por qué te dio su casa?

—Yo recuperé a su hija.

—¿Dónde estaba? —preguntó ella, vacilante.

—La había secuestrado uno de sus competidores y quería usarla para forzar una disputa territorial. Pero cuando ya no la necesitara, la habría matado.

—¿Y cómo la rescataste?

—No creo que quieras saberlo.

Rachel se estremeció.

—¿Y te dio su casa a cambio?

—No le suponía tanto. Tiene varias casas más y paraba muy poco por ésta.

—¿A su hija no le hicieron nada?

—No le tocaron ni un pelo.

Rachel pensó en algo.

—Ese narcotraficante… seguro que tenía hombres trabajando con él que podían hacer… ese tipo de cosas.

—Ninguno al que pudiera confiarle la vida de su hija —Sloan frenó un poco al llegar al límite de la ciudad—. Ninguno tan bueno como yo.

Rachel sabía que él no era un hombre corriente. Lo había sabido desde el primer momento. Y el destino lo había tratado muy mal a cambio de todo lo que daba.

La triste realidad la entristecía. Quería llegar a su alma y hacerle creer que todo podía ser distinto, pero no podía decir ni hacer nada que cambiara el pasado… o derribara las barreras que él había erigido en torno a su corazón.

Cuando llegó la hora de comer, había visto ya otra faceta de él. Toda la mañana se había mostrado más que atento con ella. Le abría las puertas, le llevaba los paquetes… Ni una sola vez se sintió Rachel vulnerable bajo su atenta vigilancia. ¿Pero por qué la había llevado allí? ¿Para comprarle ropa y juguetes para Josh? No tenía sentido.

Las calles de Chihuahua rebosaban de gente y animación. Vendedores ambulantes, tenderos… los puestos al aire libre daban la bienvenida a los paseantes. Tejedores y ceramistas creaban su mercancía a la vista de todos. El contraste y la vida animaban a Rachel. La ciudad era colorida y ruidosa y resultaba muy estimulante.

O quizá era por el hombre que la guiaba entre las calles, le sostenía la mano y la mantenía cerca. Cada vez que le susurraba al oído, ella sentía el deseo fluir por sus venas. Aprovechaba cualquier mínima excusa para tocarlo. Y el bulto de la pistolera debajo de la camisa hacía que se sintiera segura a pesar del peligro que podía merodear cerca.

Su primera impresión de Sloan había sido correcta. Era muy hombre y era peligroso.

Un peligro muy claro para su corazón.

—¿Te parece bien si hacemos una parada más antes de comer? —preguntó él.

Rachel parpadeó para volver a la realidad y sonrió. Sloan había guardado las gafas de sol en el bolsillo de la camisa y sus ojos azul claro la examinaban expectantes.

—Claro, me parece bien —repuso ella.

Sloan le rodeó la cintura con un brazo y la guió hacia una tienda moderna. Los estantes estaban llenos de bisutería y objetos que ella no conocía. Apenas quedaba sitio para andar entre la abundancia de mercancía amontonada alrededor del suelo del local.

—Espera aquí —él la dejó cerca de la puerta, pero fuera de la vista de los que pasaban por la calle.

Se acercó al mostrador a hablar con el hombre grueso que había detrás. Éste la miró con una sonrisa y ella arrugó la frente con curiosidad. ¿Qué se proponía Sloan? Suspiró y apartó la vista. No tenía sentido intentar adivinarlo. Si quería que lo supiera, se lo diría.

Cuando se reunió con ella, llevaba un paquete envuelto debajo del brazo y juntos volvieron a la calle ruidosa. Se paró en la acera, fuera del paso de los peatones, y le tendió el paquete.

—Es para ti —sus ojos brillaban de malicia, pero su tono era muy serio.

—Pero ya nos has comprado muchas cosas a Josh y a mí —protestó ella.

—Esto es distinto —él señaló el paquete—. Ábrelo.

Rachel rompió el papel marrón reciclado que envolvía el objeto rectangular. Debajo había un cuaderno de dibujo y un estuche de lápices.

Levantó la vista.

—No sé qué decir —no quería llorar, pero parecía inevitable en aquel momento. Desde la muerte de su madre, nadie se había portado tan bien con ella.

Sloan se encogió de hombros.

—No digas nada. Dibújame algo. Una imagen vale más que mil palabras.

Esa vez no ocultó sus emociones con la suficiente rapidez. Rachel vio su necesidad, su deseo… Podía fingir que ella no le afectaba, pero lo hacía. Y ahora estaba segura. Incapaz de reprimirse, le echó los brazos al cuello y lo estrechó con fuerza.

—Gracias —murmuró—. Es lo mejor que han hecho por mí en mucho tiempo.

Sloan le abrazó la cintura y la atrajo hacia sí, pero se apartó un poco para mirarle la cara.

—Me alegro de que te guste.

Algo triste pasó pos sus ojos, seguido de un anhelo que hablaba más alto que ninguna palabra que pudiera haber dicho.

Rachel no supo qué se apoderó de ella en aquel momento, pero todos los demás pensamientos abandonaron su cabeza. Lo besó. Necesitaba hacerlo. Y él necesitaba que lo besaran.

El mercado ruidoso, los coches que avanzaban con lentitud, el alboroto de compradores y vendedores… todo desapareció de su conciencia. Sólo quedó Sloan y su beso. La boca de él se movía tiernamente sobre la suya. Sus manos avivaban las llamas que ardían en su cuerpo caliente. Se puso de puntillas para besarlo mejor, pero él se apartó. Parecía tan confuso como ella se sentía y su aliento jadeante abanicó los labios recién besados de ella y encendió un fuego nuevo en su interior.

—La comida —le recordó con voz ronca que exudaba sexualidad.

—La comida —asintió ella.

Pero la comida no bastaría para saciar su hambre.

 

 

Sloan dio una patada a una piedra pequeña y la lanzó a una respetable distancia por la arena. Comprobó la pistola en la funda y se detuvo a revisar la puerta de atrás y la zona iluminada de más allá. Satisfecho con lo que vio, se dirigió hacia el lado este de la casa, observando las ventanas por el camino. Sabía que la propiedad era segura. Fernando, que no se tomaba a la ligera su particular negocio de exportación, no había escatimado gastos en el sistema de seguridad. Sin la clave, era imposible entrar. Cualquier movimiento a menos de dos metros del muro hacía saltar la alarma. Había que entrar por una de las dos puertas de hierro y eso sólo era posible con la clave. Si intentabas saltar el muro, sonaba la alarma.

Entró en la casa, cerró la puerta y colocó la alarma. Rachel se había retirado a su habitación con su permiso y posiblemente ya no la vería esa noche. O por lo menos esperaba no verla ya esa noche.

Se maldijo todo el camino hasta la sala grande. Tomó la botella de tequila medio vacía del bar y se dirigió con ella al patio interior. No quería arriesgarse a tropezar con ella si iba a beber agua o simplemente quería darle las buenas noches. Sacó una silla de debajo de la mesa y se dejó caer en ella.

Otra maldición cruzó sus labios cuando se dio cuenta de que había olvidado un vaso.

—¡A la porra! —musitó.

Tomó un trago largo de la botella, la dejó en la mesa y cerró los ojos. Apoyó los codos en la mesa y se frotó las sienes.

Le hubiera gustado darse de patadas, pero ya no tenía sentido. Era demasiado tarde. Había cruzado el límite y ahora Rachel tendría que pagar por su error. Lanzó un juramento y bebió otro trago grande. Sólo un ciego no se habría dado cuenta del modo en que lo miraba ella ese día. Sólo un tonto no habría visto su estúpida admiración y su respeto. Y lo demás.

¡Maldición! Aquella mujer se había enamorado de él. Había metido la pata a lo grande. Él ya no era nada, un cascarón de hombre; las partes buenas de su vida habían desaparecido hacía tiempo. Lo único que podía ofrecerle era la cabeza de Ángel.

Y ella merecía algo mejor. Se vendía demasiado barata. Un músculo tembló en su mandíbula, tomó la botella y bebió una vez más. Se pasó una mano por el rostro y se recostó en la silla. La había seducido… o quizá lo había seducido ella con su inocencia. Pero él tenía que haber sido más precavido. Ella no tenía experiencia suficiente para protegerse de un hombre como él. Se lo había advertido, pero había vuelto de todos modos. Porque no se daba cuenta de dónde se metía.

Cerró los ojos y se torturó con los recuerdos de hacer el amor con ella. Con su respuesta dulce y el sabor de su piel, la sensación de su cuerpo caliente. Se excitó sólo con pensar en estar dentro de ella. Sus dulces labios le producían una gran tentación, sus ojos grandes, llenos de confianza y vulnerabilidad, le daban ganas de abrazarla. El día anterior había estado furioso consigo mismo y su rabia lo había protegido y evitado que volviera a meter la pata. Pero cuando la vio dormida la noche anterior, toda su rabia se disipó.

Y ese día había intentado mantener la perspectiva. Lo había planeado todo con cuidado. La persona que vigilaba en nombre de Ángel seguro que los había visto. Sloan estaba seguro de que Ángel sabía ya que la relación entre Rachel y él había ido más allá de un trato de negocios. El hijo de perra estaría furioso y actuaría con rapidez.

Si Sloan había aprendido algo de él, era a hacer el primer movimiento. Necesitaba que perdiera el equilibrio. Nada podía molestarle más que alguien moviéndose en su territorio. Ángel sin duda pensaba que Rachel y Josh eran suyos y la idea de que ahora los tuviera Sloan sería más de lo que podía soportar. Acudiría pronto, muy pronto. Y Sloan estaría esperando.

Suponía que la mujer que le había dado el oso a Josh era su vigía. O llevaba mucho tiempo con él y sabía que ese regalo y la cinta amarilla tenían recuerdos para Sloan o Ángel le había dicho que diera al niño aquel oso concreto. Pero sin duda estaba planeado para hacer que Sloan perdiera la compostura, para recordarle lo que había perdido. Y lo había conseguido. Pero ahora él llevaba las de ganar. Ángel no podía saber dónde estaba Josh, ya que habían cruzado la montaña por la noche y la tormenta de arena había borrado cualquier huella que hubieran podido dejar.

Josh estaba escondido en un lugar seguro y Sloan tenía a Rachel. Ángel estaría furioso. Tomó otro trago largo. El impulso de matarlo era abrumador, Rachel entonces quedaría libre, libre para educar a Josh y para vivir su vida. Para casarse y tener más hijos.

Y por eso él no volvería a tocarla. Aunque ella se lo suplicara, no volvería a tocarla. Él no había pretendido que el beso en la ciudad fuera tan apasionado, no; él tenía intención de conservar el control. Había demasiadas cosas en juego para permitirse un error. No fallaría a Rachel en lo referente a Ángel y no permitiría que la relación entre ellos fuera más allá.

Rachel merecía una vida maravillosa y él no se la podía ofrecer. Miró la botella que tenía en la mano. Todo lo que él había soñado con ser había muerto siete años atrás. Y ni siquiera una mujer tan dulce y entregada como ella podía resucitar a los muertos.