Epílogo

 

Victora esperó con paciencia a que Ric Martínez llegara a su despacho y sonrió para sí cuando lo vio entrar con aspecto de latin lover sacado de la portada de una revista de modelos masculinos.

—Siento llegar tarde —dijo él—, tenía una llamada que no podía esperar.

—No importa, Martínez —le aseguro ella—. Quería verte para revisar la última evaluación de tu actuación en la agencia.

Él carraspeó y se sentó en la silla.

—¿Evaluación?

Victoria asintió.

—Las hacemos de vez en cuando.

—¿Y qué tal he quedado?

Victoria pasó las páginas que tenía delante.

—Bastante bien. Por eso he decidido ascenderte a agente de campo sin limitaciones.

El rostro moreno de él se iluminó como un cartel de neón.

—Estupendo.

—Y el próximo caso que llegue que encaje con tu personalidad, es tuyo.

Martínez se puso en pie.

—Gracias. No te fallaré.

—Oh, ya lo sé.

—¿Algo más?

Quería correr la voz. Había esperado ese momento con impaciencia y tenía derecho a saborearlo.

—No, eso es todo.

Victoria lo miró acercarse a la puerta, pero antes de que pudiera salir, entró Zach Ashton en el despacho.

—¿Tenéis un minuto los dos? —preguntó.

—Sí —repuso Victoria.

Martínez volvió con resignación a su silla.

—Tenemos un problemilla con una informadora del caso Malloy —Ashton miró a su compañero—. Dice que Martínez la engañó para que hablara porque le dijo que era de la revista New York.

—Yo no dije eso —lo interrumpió el aludido—. Ella lo asumió y yo le dejé creerlo —miró a Ashton—. No veo el problema. Yo no le prometí nada, sólo la dejé hablar.

El abogado suspiró con exasperación.

—El problema es que ahora quiere demandarnos —explicó—. Cierto que es una prostituta con muchos antecedentes, pero habrá algún abogado miserable que la representará encantado.

—Eh, ¿qué quieres que diga? —Martínez se encogió de hombros—. Yo hago lo que sea preciso para resolver el caso. Ahora tú tienes que hacer tu trabajo.

Victoria no pudo reprimir una sonrisa. Los dos hombres eran tan opuestos que se enfrentaban a menudo. Martínez conocía bien la calle y podía vender arena en el desierto; Ashton, por su parte, personificaba al caballero educado y refinado que siempre se atenía a las normas. Y era uno de los diez mejores abogados del país.

—Creo que no entiendes mi punto de vista —decía en ese momento.

—Llama a Carlton Hugues de la revista —le pidió Victoria—. Nos debe un favor y puede darle esa entrevista a la chica. Que no se diga que la Agencia Colby no cumple sus promesas.

—De acuerdo —Ashton se puso en pie.

Martínez lo imitó.

—Eh, piensa lo aburrido que sería tu trabajo sin mí —lo siguió a la puerta.

Victoria los miró salir del despacho. Por mucho que se pincharan mutuamente, ambos se respetaban, aunque les gustara ocultarlo. Y ella tenía mucha suerte de contar con ellos en la lista de empleados de la Agencia Colby.