Prólogo

 

—Pagaré todo lo que me pida —insistió Rachel Larson.

Victoria Colby la miró durante un momento desde el otro lado del escritorio.

—Señorita Larson, esto es primordialmente una agencia de investigación. Pocas veces aceptamos clientes que requieran protección especial, y generalmente sólo porque nos los envían otras agencias.

Rachel pareció decepcionada. Las ojeras oscuras que mostraban sus ojos y la talla demasiado grande de su ropa indicaban que hacía meses que no comía ni dormía bien. Mostraba una fatiga extrema, al borde del colapso. Victoria había llegado a la cima en su trabajo gracias a su habilidad para evaluar a los clientes y su instinto le decía que aquella joven estaba más allá de la desesperación.

—Tengo que saber mucho más antes de decidir si la Agencia Colby se ocupará de su caso —le explicó.

Rachel respiró hondo y enderezó los hombros.

—Me envía el inspector Clarence Taylor. Trabajó aquí en Chicago antes de mudarse a Nueva Orleans.

Victoria pensó un momento.

—Sí, me acuerdo de él. Se fue hace tres o cuatro años.

Rachel asintió esperanzada.

—Así es. Sabe que he agotado todas las demás posibilidades, incluida la policía —se inclinó hacia delante y se agarró al escritorio como una tabla de salvación—. Tiene que ayudarme —una lágrima rodó por sus mejillas pálidas—. No puedo permitir que se lleve a mi hijo.

Victoria la miró con simpatía. Conocía bien la clase de miedo y dolor que intuía en la joven. Y si la enviaba Clarence Taylor, haría lo posible por ayudarla.

—De acuerdo. Consideraré su caso, pero usted tiene que contármelo todo, señorita Larson.

—Gracias —la voz de Rachel se quebró por la emoción.

Victoria abrió su libreta y tomó su bolígrafo de oro.

—Tengo que saber todos los detalles posibles sobre el perseguidor. ¿Conoce su nombre?

Rachel se humedeció los labios y tragó saliva con fuerza.

—Creo que su agencia ha trabajado antes en un caso relacionado con él. Se llama Gabriel DiCassi. Lo llaman…

—Ángel —susurró Victoria. Se estremeció. No había oído aquel nombre desde… desde la marcha de Sloan.

—El inspector Taylor cree que uno de sus investigadores puede tener experiencia en tratar con él —musitó Rachel.

Victoria la miró a los ojos.

—Por desgracia, sí lo conozco.

—Entonces sabrá que no es una situación corriente.

—Sí —asintió Victoria—. Ángel es un asesino bien pagado que presume de tener un récord muy alto de encargos. Es despiadado y, si va a por usted, no parará hasta que esté muerta.

—Por favor, dígame que me ayudará —le suplicó Rachel—. Tengo que proteger a mi hijo.

Victoria frunció el ceño.

—¿Por qué quiere Ángel llevarse a su hijo?

Rachel apartó la vista un momento.

—Porque es el padre de Josh —le temblaron los labios—. Hace cinco años tuvimos una… relación.

—¿Relación? —Victoria oyó el desprecio en su voz y se arrepintió de inmediato. El rostro de Rachel se cubrió de vergüenza.

—Yo era muy joven, fue un error —cerró los ojos con fuerza y movió la cabeza. Abrió los ojos—. Me utilizó para llegar hasta mi padre.

—Pero sigue viva —la directora de la agencia enarcó las cejas—. No es su estilo. Él nunca deja cabos sueltos.

—Tuve suerte de escapar… y desde entonces estoy huyendo. Pero se enteró de la existencia de Josh y quiere llevárselo.

Si su historia era cierta, Rachel Larson corría un peligro muy serio. Ángel no permitía que nadie se entrometiera entre él y lo que quería. Y aunque Victoria trabajaba con los mejores de la profesión, buscar a un hombre como él requería recursos que no podía permitirse. Había aprendido muy bien esa lección siete años atrás.

—Lamentablemente, señorita Larson, la Agencia Colby no puede proporcionarle los servicios que pide.

Rachel se puso tensa.

—¿No me ayudará?

—No quiero decir eso —Victoria abrió el cajón derecho de su mesa y sacó una carpeta. Buscó en ella y luego miró a la joven—. Que yo sepa, sólo hay un hombre que conoce a Ángel lo suficiente para ayudarla y ya no trabaja para mí —anotó un nombre y una dirección en la parte de atrás de una tarjeta—. No le garantizo que quiera aceptar su caso, pero es su única esperanza. Dígale que la envío yo.

Rachel tomó la tarjeta que le ofrecía.

—¿Quién es?

—Alguien que trabajó para esta agencia —Victoria la miró a los ojos—. Alguien a quien confiaría mi vida. Se llama Trevor Sloan.

—Supongo que será el investigador que mencionó el inspector Taylor.

—Sí. Es el mejor investigador con el que esta agencia ha tenido la suerte de contar. Pero ya no trabaja aquí y selecciona muy bien los casos que acepta ahora —hizo una pausa—. Teniendo en cuenta las circunstancias, es posible que no acepte su caso.

Rachel la miró a los ojos.

—Y si lo acepta, ¿en qué puede ayudarme él?

—Conoce a Ángel. Sabe cómo trabaja y qué lo motiva.

La joven frunció el ceño.

—¿Y por qué lo conoce tan bien?

Victoria suspiró.

—Hace siete años, Ángel asesinó a dos hombres de negocios importantes de Chicago. Contrataron a la Agencia para trabajar en el caso —Victoria intentó reprimir los remordimientos—. Yo se lo asigné a Sloan, que siguió el rastro de Ángel durante meses. Cuando se acercó a él demasiado, Ángel asesinó a la esposa de Sloan y se llevó a su hijo de tres años.

Rachel dio un respingo y abrió los ojos horrorizada.

—¡Oh, no!

—El cuerpo del niño tardó en aparecer y, durante ese tiempo, Ángel atormentó a Sloan con llamadas telefónicas en las que le ponía la voz grabada del niño llamando a gritos a su padre.

Victoria guardó silencio y se sumergió en los recuerdos de aquella época terrible. Sloan se había esforzado al máximo sin descubrir nada. Y cuando encontraron al niño cuyo cuerpo estaba casi completamente quemado, desapareció sin dejar rastro. Meses después, Victoria supo que trabajaba por su cuenta en México. Pero seguía siendo el mejor en asuntos de rastreo y protección.

Rachel había palidecido aún más.

—¿Cómo voy a poder detenerlo yo?

Victoria la observó un momento y señaló la tarjeta que le había dado.

—Hable con Sloan y no se deje asustar por su actitud. Si hay alguien que pueda ayudarla, es él.

 

 

Rachel se paró en una esquina del centro de Chicago y miró la tarjeta que tenía en la mano. Cantina Los Laureles, en Florescitaf, México. ¿Qué clase de hombre usaba una cantina como despacho? Se estremeció a pesar del sol de agosto.

Pero no tenía opción… era preciso hacer algo.

Siempre que huía, Ángel acababa encontrándola. Quería a su hijo con ella y él sólo le permitía cuidarlo todavía porque pensaba que el niño necesitaba a su madre, pero tenía intención de llevárselo un día y ella tenía que hacer algo antes de que llegara ese día.

—Tengo hambre, mami.

Rachel volvió al presente y sonrió al niño que se aferraba a su mano.

—Sí, cariño. Comeremos pronto.

Josh le devolvió la sonrisa y ella pensó que tenía que encontrar a Sloan y convencerlo de que la ayudara.

No había más remedio.