Rachel permanecía en medio de la calle, desde donde miraba con desesperación a Sloan salir del último puesto con las manos vacías. El corazón le golpeaba con tal fuerza que le dolía el pecho a cada latido. Quería correr por las calles gritando su agonía, pero sentía los brazos y las piernas como maderos inservibles. Aquello no podía estar pasando. La pesadilla que más temía se había hecho realidad.
Josh había desaparecido.
Habían buscado por todas partes.
Sloan se detuvo al lado de un grupo de niños y habló con ellos en español. Los niños negaron con la cabeza. No, no habían visto al chico norteamericano. Rachel parpadeó. Era culpa suya. Había perdido a Josh de vista un momento y…
Un claxon sonó a sus espaldas. Unas manos fuertes la empujaron hacia delante, contra unos duros pectorales.
—¡Maldita sea, mujer; vas a conseguir que te maten! —gruñó Sloan.
Rachel se apoyó contra él. Las lágrimas fluían ahora con fuerza de sus ojos. Clavó los dedos en la camisa de él y luchó por mantener la consciencia. Tenía que encontrar a Josh, no podía vivir sin él. Tenía que encontrarlo… protegerlo.
Se apartó con determinación de Sloan.
—Tiene que estar por aquí…
—Te he dicho que lo encontraría y lo haré. Pero no puedo buscarlo y encargarme al mismo tiempo de que no te pase nada —dijo él con irritación.
—Yo también tengo que buscarlo —Rachel apartó la vista y palpó en el bolso con frenesí hasta que sacó una foto reciente de su hijo. Armada con ella se acercó a unos niños que avanzaban despacio por la calle. Entre los dos podían cubrir más terreno.
—Perdonad —mostró la foto y una docena de ojos la miraron expectantes. Ella señaló la foto—. Mi hijo… mi niño se ha perdido.
Se humedeció los labios y se forzó a respirar hondo. La sangre le rugía en los oídos. Quería llorar más, pero tenía que centrarse en encontrar a Josh. Los niños se miraron entre sí, luego a ella y negaron con la cabeza. Rachel sintió una gran frustración. Alguien tenía que haberlo visto.
No podía haberse evaporado.
A menos que… Ángel ya estaba allí. Un miedo abrumador se apoderó de ella. No, él no podía saber que iba a ir allí. No podía haberla encontrado tan deprisa.
Cerró los ojos con fuerza para que dejara de darle vueltas la cabeza.
—¡Mami!
Sloan fue el primero en verlo. Josh estaba de pie en mitad de la calle y el hombre tuvo la sensación de que acababan de dejarlo allí. Esperó a que pasara una camioneta vieja roñosa y se acuclilló ante él para ver si estaba herido. Un alivio profundo corrió por sus venas. El niño estaba bien.
Josh hizo un puchero.
—Quiero a mi mami —dijo con lágrimas en los ojos.
Rachel se materializó de pronto de rodillas a su lado. Abrazó a su hijo llorando y empezó a decirle cuánto lo quería.
Sloan se levantó y apartó la vista.
¿Qué narices hacía con aquella mujer y su hijo? No eran problema suyo, él no tenía la culpa de su situación. Se los enviaría de vuelta a Victoria en el próximo vuelo que saliera de Chihuahua. No necesitaba complicaciones y ellos le recordaban demasiado el pasado y lo que había perdido. Y aunque Ángel fuera en busca del niño, él no tenía deseos de empezar una guerra con una mujer y un niño atrapados en medio.
Nada de eso.
—Josh —dijo la mujer vacilante—. ¿De dónde has sacado ese oso?
Sloan miró de nuevo al chico. Rachel tiraba del brazo izquierdo, que tenía a la espalda. El niño estrechó contra sí lo que parecía un oso marrón de peluche.
—Es un secreto, mami —susurró. Miró a Sloan con desconfianza.
—Mírame, Josh —Rachel apoyó las manos en sus hombros con firmeza—. ¿De dónde has sacado el oso?
Josh respiró con fuerza.
—Es un regalo de mi papá —volvió el oso hacia su madre—. Mira.
Sloan reconoció el oso de ojos grandes y cinta roja atada al cuello. Su hijo había adorado a un oso muy similar. El oso había aparecido con su… cuerpo. Sloan lo había enterrado con él. Tiró del oso para examinarlo mejor.
Josh gimió en protesta. Rachel lo atrajo hacia sí e intentó hacerle callar. Su expresión era una mezcla de miedo y desesperación. Estaba pensando lo mismo que él. Sloan lo veía en sus ojos.
Se volvió y examinó los rostros, los puestos, las sombras.
¿Era posible que Ángel estuviera tan cerca?
Una oleada de adrenalina corrió por sus venas. Pasó el oso a Rachel.
—Vámonos.
Ella se puso en pie con Josh en los brazos.
—¿Qué quiere decir? —preguntó esperanzada.
Sloan la miró a los ojos.
—Vosotros venís conmigo —dijo.
Rachel estaba agotada. Miró a Josh, distraído con su oso nuevo. Cuanto más se alejaran de la ciudad, mejor se sentiría.
En cuanto Sloan los hubo metido en su Jeep, empezó el interrogatorio. Quería saber todos los detalles de cada momento que Josh había pasado fuera de su vista. Josh les contó que había seguido a uno de los niños que iba detrás de un perro y se había perdido. Como no pudo ver a su madre, se sentó y se echó a llorar. Una mujer morena se acercó y le dijo que no llorara y que tenía un regalo de su papá. Luego lo llevó hasta donde podía encontrar a su mami.
La descripción de la mujer respondía a la de casi todas las mujeres del país, Rachel incluida. Ésta se consolaba pensando que quizá sí había sido una mujer amable que había inventado lo del regalo para consolarlo.
Sloan se mostraba más escéptico. Tenía su propia teoría, aunque aún no se había molestado en explicarla. Pero Rachel sabía que creía que Ángel estaba relacionado con aquello.
Miró el paisaje por la ventanilla. El desierto pareció tragarlos casi en cuanto salieron de Florescitaf. El sol arrancaba tonos púrpura y rosa al cielo, por el que bajaba en forma de bola de fuego, llevándose consigo el calor opresivo. Rachel se estremeció y se frotó los brazos para calentarlos contra el viento fresco que entraba ya por las ventanillas.
—Hay una chaqueta en el asiento de atrás si tienes frío.
Rachel miró el perfil pétreo de él. ¡Qué raro que le preocupara su comodidad cuado apenas había dicho una palabra que no fuera para interrogar a Josh. Ella no sabía adónde se dirigían, aunque asumía que sería a su casa. Una cabaña rústica o una tienda de campaña, tal vez. No parecía un hombre que diera mucha importancia a las propiedades personales.
—Gracias, pero estoy bien —repuso. Miró la carretera polvorienta—. ¿Adónde vamos?
—A mi casa —gruñó él.
—Nuestras cosas están en el hotel —comentó ella, que hasta ese momento no se había acordado de tal cosa.
—Mañana me ocuparé de eso.
—Gracias.
Él no contestó y ella se apoyó en el asiento e intentó relajarse. Estaba agotada y no sabía cuándo había comido ni dormido por última vez.
Sloan frenó y giró a la izquierda, por un terreno más duro que llevaba hacia las colinas de Sierra Madre. Avanzaron un par de kilómetros y volvió a disminuir la marcha. Las montañas se elevaban en la distancia en dirección a las nubes. El paisaje delante de ellos contrastaba fuertemente con el terreno desierto que habían cubierto hasta entonces. Los cactus daban paso a los árboles.
Rachel vio primero el muro y luego el tejado de la casa. Se echó un poco hacia delante y reprimió un escalofrío. El sitio parecía una fortaleza moderna. Un muro alto, de tres metros por lo menos, rodeaba la casa. Una puerta gigantesca de hierro se levantaba ante ellos. Sloan detuvo el Jeep y pulsó una serie de botones al lado de la puerta, que se abrió al instante y se cerró automáticamente a sus espaldas. Rachel miró a su alrededor con sorpresa.
Sloan aparcó delante de las puertas dobles de la casa de estilo español. El exterior era de estuco rosa, el tejado de tejas rojas. Se abrió una de las puertas y un hombre delgado y bajito salió a su encuentro.
—¿Vives aquí? —preguntó Rachel.
—Desde que eché al narcotraficante que vivía antes —repuso él.
Rachel frunció el ceño, pero no preguntó nada. Se quitó el cinturón y abrió el de Josh. El niño se echó en sus brazos sin soltar el oso y la joven lo depositó en el suelo. Sloan hablaba en español con el otro hombre.
—Buenas noches, señora Larson —dijo éste con sonrisa agradable—. Soy Pablo. Seguro que tienen hambre. Vengan y prepararé una cena apropiada para tan honorables huéspedes.
A la joven le cayó bien enseguida. Le devolvió la sonrisa y lo siguió a la casa.
Una vez dentro, miró a su alrededor. Colores apagados, muebles tapizados. Tenía que admitir que se había equivocado en su apreciación. La casa de Sloan era elegante sin ostentaciones. El gusto artístico de ella se sintió atraído por las líneas claras y los muebles escasos pero acogedores de las habitaciones que recorrían. El pasillo amplio cortaba la casa por la mitad. Pablo avanzó por él hasta que llegaron a la tercera habitación a la izquierda.
Hizo señas a Rachel para que entrara delante de él.
—Si necesita algo, señora, no dude en pedirlo.
—Gracias, Pablo —dijo ella con expresión de cansancio.
—¡Yo tengo hambre! —intervino Josh.
Rachel se ruborizó.
—El niño tiene que comer —asintió Pablo—. Ven conmigo, hombrecito, y prepararemos juntos el festín —al ver que el pequeño vacilaba, le guiñó un ojo—. Puedes ir probando lo que hacemos.
Josh tomó la mano de Pablo y se alejó con él por el pasillo hablándole de su nuevo oso. Rachel miró a Sloan, que los había seguido hasta la habitación.
—No sé por qué has cambiado de idea, pero…
—Deberías comer y descansar —repuso él.
Se volvió para salir, pero ella lo detuvo con una mano en el brazo. Él miró primero la mano y después a ella como si su contacto le resultara ofensivo. Rachel retiró la mano.
—Me gustaría hablar de sus planes —dijo—. No quiero estar a oscuras. Necesito saber lo que tiene en mente.
La miró un rato a los ojos y algo intenso pasó entre ellos. Para Rachel se pareció mucho a una corriente sexual. Sloan era atractivo a su modo. Grande y musculoso, con ojos que podían turbarla con una sola mirada. La asustaba, pero también la atraía a un nivel que no podía explicar. Tal vez fuera simplemente la necesidad de sentirse protegida por alguien lo bastante fuerte como para enfrentarse a Ángel.
—Yo no tengo un plan —repuso él—. Cuando tengamos algo de lo que hablar, te avisaré.
Salió de la estancia y Rachel se apoyó en la puerta y suspiró. La actitud de aquel hombre la irritaba, pero estaba demasiado cansada para pensar en eso en aquel momento. Miró la habitación que iba a compartir con Josh, pensó en el sistema de seguridad de la casa y en Sloan. A pesar de la personalidad enigmática de su protector, se sentía segura por primera vez en casi cinco años.
Sloan miró la botella de tequila que tenía ante sí en la mesa. Sabía que esa noche no podría dormir por mucho que bebiera. Su mente hervía de datos que no quería recordar, rostros que no quería ver, voces que no quería oír. Pero había ciertos puntos que tenía que permitirse recordar. Había esperado demasiado aquel momento y temido también que no llegara nunca. No podía cambiar el pasado, pero esperaba influir en el futuro y hacer que Ángel pagara sus crímenes.
Para irritación suya, la imagen de Rachel Larson se coló también su mente. El miedo reflejado en sus ojos grandes, el modo en que le temblaban los labios con incertidumbre… si alguna vez había conocido a alguien necesitado de protección, era ella. Pero él quería hacer algo más que protegerla, quería conocerla como mujer. El contacto de la mano de ella en el brazo había hecho fluir fuego por sus venas y, por primera vez en muchos años, anhelaba algo más que una satisfacción física.
Sintió ira contra sí mismo. No podía pensar de ese modo.
No era más que su exagerado instinto de protegerla. No podía ser nada más.
—Disculpa.
Sloan levantó la vista. Rachel estaba al lado de la puerta. Salió vacilante al patio y se acercó a él; sus pies descalzos no hacían ruido en los baldosines frescos. Él siguió con la mirada sus movimientos y se maldijo interiormente al notar que su cuerpo respondía automáticamente. Era un imbécil. Se recostó en la silla y la miró con impaciencia.
—Prefiero beber solo —dijo con voz tensa—. Si buscas compañía, creo que te agradará más la de Pablo.
Rachel vaciló a poca distancia de la mesa.
—Sólo… quería darte las gracias por ayudarnos. Después de acostar a Josh me he dado cuenta de que no te había dado las gracias por ofrecernos refugio en tu casa.
Sloan vació el vaso de tequila y lo dejó al lado de la botella. No necesitaba que la gratitud de ella distorsionara el ya confuso escenario que cobraba forma en su cabeza.
—No me des las gracias —se sirvió otro trago—. No lo hago por vosotros, lo hago por mí.
Rachel asintió con la cabeza.
—Claro —murmuró—. Bien, buenas noches.
—Hay algo que puedes hacer por mí —no pudo evitar decir él—. Puedes contarme cómo te enrollaste con una basura como Ángel.
Rachel se estremeció. Pareció debatir su respuesta tanto rato que Sloan estuvo seguro de que no pensaba decírselo. Se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y respiró hondo. Cuando levantó al fin la vista, le brillaban los ojos y Sloan se maldijo interiormente.
—Yo tenía diecinueve años —empezó a decir ella—. Me engañó, me hizo creer que era lo que no era —tragó saliva—. Mi padre murió a causa de eso. Si yo no hubiera… —guardó silencio, con la vista baja.
Sloan empujó la silla hacia atrás y se puso en pie. Ella levantó la cabeza y se estremeció al verlo acercarse. Se detuvo a pocos centímetros y ella se puso tensa. Él sabía que deseaba tocarla y eso aumentaba su rabia contra sí mismo.
—¿Te dejaste seducir por ese bastardo mientras planeaba matar a tu padre? —le lanzó las palabras como misiles, con intención de herirla, de espantarla. ¿Acaso no había hecho él lo mismo? Seducido por el reto de la caza, había seguido los pasos de Ángel hasta que el animal se vengó.
Aquel pensamiento desató años de rabia contenida en su interior. Se inclinó hacia Rachel y dirigió hacia ella aquella energía perturbadora.
—Supongo que los dos somos un poco tontos, ¿eh? Ninguno de los dos fuimos lo bastante listos para saber a qué nos enfrentábamos hasta que ya era tarde.
La joven tembló, pero se mantuvo firme.
—Me engañó. Yo no sabía…
—Sí, bueno, mala suerte para tu padre, ¿no?
Al fin lo miró con rabia.
—No quiero seguir hablando de esto.
Se volvió hacia la casa.
Sloan le agarró el brazo y la obligó a mirarlo. Ignoró la corriente eléctrica que penetró en su mano.
—Tú metiste la pata igual que yo —la acercó hacia sí y ella lo miró de hito en hito—. Has venido hasta aquí buscando un milagro. ¿Y qué te parece? Yo no tengo milagros. Quizá deberías cambiar de estrategia.
—Tú eres nuestra única esperanza —musitó ella.
Sloan apretó los dientes y movió la cabeza; todos los músculos de su cuerpo se endurecían por momentos.
—Puede que creas que venir aquí es la respuesta a tus plegarias, pero te equivocas. Yo sólo soy un hombre, Rachel Larson. Acabaré con Ángel, pero eso no cambiará lo que te quitó a ti o a mí. No soy un superhéroe ni un santo. Pero si te quedas aquí un tiempo, lo único que puedo garantizarte es que acabarás en mi cama.
Lo vio venir, pero no intentó pararlo. La mano de ella lo golpeó en la mejilla y él aceptó la bofetada porque la merecía. El dolor físico podía soportarlo, eran otras cosas las que no podía soportar.
Rachel tiró de su brazo.
—Suéltame.
—Te has tomado muchas molestias para encontrarme —Sloan le pasó el brazo en torno a la cintura y la estrechó contra sí—. ¿No quieres saber si soy la mitad de hombre de lo que tú pareces pensar?
Ella entonces se echó a llorar. Empujó inútilmente contra el pecho de él.
—Ya sé todo lo que necesito saber —temblaba ya de un modo incontrolable—. Vi tu reacción cuando creías que Josh se había perdido. Eres un hombre bueno, lo sé.
Sloan no tenía respuesta para eso. Sólo podía mirar aquellos ojos marrones profundos, llorosos a causa de un dolor que él comprendía muy bien. Cuando empezaba a estar seguro de que tendría que besarla, ella perdió el sentido y él, sobresaltado, la levantó en vilo en sus brazos.
Maldición.
Había sufrido mucho y la había presionado demasiado. Y todo porque no podía controlar sus impulsos sádicos.
Miró largo rato a la mujer de aire inocente que yacía inconsciente en sus brazos y movió la cabeza con disgusto.
—Te dije que no soy un caballero andante —respiró hondo—. ¿Qué voy a hacer contigo ahora?