Rachel gimió de contento y se abrazó a la almohada. Abrió despacio los ojos y se dio cuenta de que era de día. Los últimos vestigios de sueño fueron desapareciendo de su mente. Inhaló profundamente un aroma que era a un tiempo reconfortante y desconocido. Un agradable olor masculino a almizcle y cuero.
Sloan.
Abrió los ojos y miró la habitación. No era la misma que les había mostrado Pablo la noche anterior. El corazón le latió con fuerza. Recordó su conversación de la noche anterior con Sloan y…
Miró el montón de ropa que había en la alfombra: la blusa, la falda y las sandalias. Como tenía poco pecho, rara vez usaba sujetador. Se sentó en la cama y se miró. Llevaba una camiseta de hombre.
Comprendió que estaba en la habitación de Sloan, en su cama.
¿Dónde estaba Josh?
Sintió miedo. Miró el reloj de la mesilla, que marcaba las diez de la mañana. Se levantó con rapidez. ¿Cómo había podido dormir tanto? ¿Y dónde estaba su hijo?
El sonido de una risa entró por la ventana. Josh. Se acercó allí y se asomó a un patio interior. Josh perseguía una pelota roja observado por Pablo. Rachel sonrió. Pablo volvió a lanzar la pelota al niño, que corrió con entusiasmo detrás de ella.
La joven observó el hermoso patio, que le recordó otros vistos de niña. La sonrisa se apagó en sus labios. Su madre había muerto cuando ella era pequeña, pero su padre había compensado de sobra por su ausencia. Se llevaba a Rachel a todas partes y, como trabajaba en el Departamento de Estado, habían viajado mucho, sobre todo por el extranjero, y visitado bastantes hoteles de lujo. Pero nunca había visto un partido interior tan espectacular como el de Sloan.
El suelo era adoquinado y a él se abrían numerosas puertas de cristal de la casa, incluida la de la habitación donde estaba ella en ese momento. Plantas tropicales, seguramente indígenas, decoraban el espacio abierto y casi camuflaban la brillante piscina. Más allá de la casa sobresalía una torre de agua. Rachel pensó de nuevo en la palabra fortaleza y se preguntó si habría un vasto suministro de comida que hacía el lugar autosuficiente a pesar de su situación alejada y perdida en el desierto.
Se volvió para vestirse y dio un respingo al ver a su anfitrión en el umbral de la puerta. Su mirada azul recorrió el cuerpo de ella y se instaló en su rostro. La joven se ruborizó y se escondió a medias en la cortina que colgaba a su lado.
El sonido que salió de los labios de él tenía más de gruñido que de risa.
—No seas tímida. Ya he visto todo lo que hay que ver.
Por supuesto, la había desnudado la noche anterior.
—Me gustaría vestirme —anunció con cierta altanería.
—Tu maleta está en tu habitación. Pablo ha ido a recogerla esta mañana, junto con algunas cosas que le he dicho que necesitarías.
De su hombro colgaba una pistolera con un revólver. Se cruzó de brazos y se apoyó en la puerta.
Rachel intentó no seguir los movimientos de sus poderosos músculos. Se lamió los labios.
—¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó. Se estremeció al pensar que aquellas manos fuertes habían tocado su piel desnuda.
—El niño estaba dormido y no quería despertarlo.
Rachel percibió que había algo más. De pronto se dio cuenta de que él no había querido estar en la misma habitación que el niño, aunque fuera poco tiempo.
—Yo no suelo reaccionar así —dijo—. A pesar de lo que parezca, soy una mujer fuerte.
Sloan cruzó la estancia y se colocó justo delante de ella. El mismo aroma que impregnaba sus sábanas emanaba también de su cuerpo. La camiseta que llevaba moldeaba su pecho, destacando cada pliegue y contorno. El pantalón de chándal ocultaba poco de su virilidad.
—Voluntariosa, sí —dijo él al fin—. Seguramente eso es lo que te ha mantenido viva hasta ahora —miró despacio el cuerpo de ella una vez más y Rachel se estremeció—. Pero físicamente eres débil y eso hace que tu fuerza de voluntad resulte inútil.
La joven sabía que acaba de insultarla, pero también que él tenía razón.
—Por eso te busqué. Tú tienes la fuerza y sabes cómo protegernos.
—Cuando venga Ángel —Sloan miró por la ventana a Josh, que corría detrás de la pelota—, no será a por mí —su mirada volvió a Rachel—. Vendrá a por el niño y a por ti. Tienes que estar preparada para defenderte sola.
Ella tragó saliva.
—¿Ése no es el servicio que vas a proporcionar tú?
Sloan hizo un ruido de disgusto con la garganta.
—No voy a dejar que me maten intentando proteger a alguien que no está dispuesta a protegerse sola.
Rachel lo miró irritada.
—Haré lo que pueda. En ninguna de las escuelas a las que asistí me enseñaron a combatir a locos.
La rabia ensombreció los ojos de él.
—Pues no habría estado mal, y quizá ahora no estarías en esta situación.
—¿Qué quieres decir?
—Que tu hijo y tú necesitáis protección —gruñó él con expresión fiera—. Yo puedo ofreceros eso temporalmente, pero a la larga tienes que estar preparada para lidiar con lo que te ofrezca la vida. No vivimos en un mundo perfecto.
Rachel respiró hondo.
—De acuerdo —asintió—. Tienes razón. Tengo que aprender a defenderme —lo miró a los ojos—. ¿Puedes enseñarme tú?
Sloan se encogió de hombros.
—Tú querías un plan. El plan es ése.
Rachel, enojada con su actitud, lo miró de hito en hito.
—¿Eso me costará más?
—No, eso te lo regalo —él se volvió hacia la puerta—. En la otra habitación encontrarás lo que necesitas para la lección de hoy. Ponte el traje de baño debajo de la ropa y ven a la cocina en veinte minutos.
Aquel hombre podía ser un bárbaro, pero ella no. Le hacía un gran favor y le debía gratitud aunque consiguiera enfurecerla a menudo.
—Gracias —dijo.
Sloan se volvió a mirarla.
—¿Por qué?
Rachel se humedeció los labios e hizo acopio de valor.
—Por cuidarme anoche. Y agradezco que no te aprovecharas de mí.
Algo cambió en los ojos de él, algo que ella no pudo identificar.
—Estabas agotada e inconsciente —repuso—. Cuando te haga mía, estarás bien despierta.
Y sin más, salió por la puerta.
Rachel estaba furiosa. Tal vez él estaba acostumbrado a poseer a cualquier mujer que se le antojara, pero ella no era cualquier mujer. Tenía que pensar en su hijo. Aquello era un acuerdo de trabajo y nada más.
Nunca más caería víctima de los encantos de un hombre, por mucho que le gustara. Había ido allí por el bien de Josh y, si tenía suerte, cuando volviera a Nueva Orleans, Ángel estaría muerto. Sabía con certeza que Sloan comprendía lo que quería. Quería a Ángel fuera de la vida de Josh para siempre.
Lo quería muerto.
Miró la cama un momento. ¿Podía llegar hasta aquello para conseguir lo que quería? Ángel había sido su primer y único amante. ¿Cómo fiarse de su instinto? ¿Cómo permitir que la tocara otro hombre?
Frunció el ceño. Un año y medio atrás, antes de que se mudaran a Nueva Orleans, había habido otro hombre, un hombre bueno, un vecino viudo que parecía tan solo como ella. Iba a verlos a veces y les llevaba pan recién hecho de su panadería y ella disfrutaba de su compañía. Su ceño se frunció todavía más. Pero había muerto un par de meses después de la llegada de Josh y ella en un accidente de coche.
Sintió un escalofrío en la columna. Hasta ese momento no se le había ocurrido pensar que Ángel hubiera tenido algo que ver con su muerte, pero de pronto estaba segura. Ángel observaba todos sus movimientos.
Y como había dicho Sloan, iría allí a por ella y a por Josh.
Ninguno de ellos estaba seguro.
Sloan miró una vez más el reloj de la pared y se sirvió otra taza de café humeante. Los veinte minutos de Rachel habían pasado ya. ¿Dónde narices estaba? La paciencia no era una de sus virtudes. Odiaba esperar. Aquella mujer había acudido a pedirle ayuda y tenía que aprender a obedecer.
Irritado más allá de toda lógica, salió de la cocina hacia su dormitorio.
El cuarto estaba vacío, aunque notó que la cama estaba hecha y la camiseta con la que había dormido ella doblada sobre la almohada. Se la acercó al rostro para inhalar su aroma y se excitó cuando el olor a ella llegó a su olfato. Cerró los ojos y recordó el momento en que la había desnudado la noche anterior. Antes de terminar de quitarle la blusa, estaba ya muy excitado.
Abrió los ojos y miró por la ventana, aunque sólo vio la imagen de la mujer que había estado en sus brazos la noche anterior. El recuerdo de sus pechos pequeños lo excitaba todavía; había tenido que controlarse mucho para no acariciarlos.
Podía haberla llevado a la cama donde dormía su hijo, pero no quiso ver al niño. Había contemplado muchas veces dormir a su hijo después de un día arduo de trabajo y esos momentos a solas con él habían sido siempre especiales.
Reprimió aquel recuerdo doloroso. No podía seguir pensando en ello. Miró por la ventana. Rachel lo necesitaba y no podía darle la espalda aunque cada vez que viera a su hijo resucitara la agonía transcurrida hacía siete años. Vio a la joven que, ataviada con una camiseta y un pantalón de chándal, se arrodillaba ante su hijo y lo abrazaba con fuerza. Sloan apartó la vista.
Tenía que olvidar el pasado y concentrarse en el presente. La idea de realizar un entrenamiento físico intenso durante la estancia de Rachel allí había nacido de la necesidad. En su estado actual, la joven estaba tan indefensa como Josh. Tenía que aumentar su fuerza y su resistencia o sólo sería un estorbo cuando apareciera Ángel. Y el tema principal era ése: Sloan se enfrentaría con Ángel.
Pero hasta que llegara ese momento, necesitaba una distracción o perdería el poco juicio que le quedaba.
Cuando Rachel entró en la cocina, después de jugar unos minutos con Josh, Sloan la esperaba apoyado en la cocina.
—Las diez y media son las diez y media —dijo al verla—. Esto no es un club de campo y jugar con los niños no estaba en la agenda.
—Lo siento —musitó ella—. Quería ver a Josh.
—Pablo se ocupará de tu hijo mientras entrenamos.
Rachel se disponía a protestar, pero lo pensó mejor. No tenía sentido enfrentarse a aquel hombre el primer día.
—Lo recordaré —prometió—. Pero tú tienes que recordar que no puedo fingir que mi hijo no está aquí —añadió.
Sloan ignoró su comentario y señaló la mesa.
—Café o agua —había ambas cosas en la mesa—. Puedes comer después del entrenamiento de la mañana. Mañana empezaremos a las seis.
¿Las seis de la mañana? Rachel reprimió una mueca y se sentó—. ¿Por dónde vamos a empezar? —preguntó.
Sloan dio la vuelta a la silla situada enfrente de ella y se sentó a horcajadas.
—Haremos estiramientos, correremos tres o cuatro kilómetros y luego nadaremos en la piscina. Quizá incluyamos algún entrenamiento de fuerza.
Rachel abrió los ojos con incredulidad.
—¿Algo más?
—Hasta la tarde no —la miró con escepticismo, esperando sin duda que ella se rindiera.
La joven sonrió.
—Suena factible —terminó el agua y apartó la silla—. Estoy lista.
Sloan se levantó también, volvió la silla y la metió debajo de la mesa.
—Vamos a empezar.
Rachel lo siguió al exterior. Saludó con la mano a Josh, que ayudaba a Pablo a cuidar de la piscina.
—¡No sabe nadar! —gritó con nerviosismo. Aunque estaba segura de que el niño se hallaba en buenas manos, había visto una piscina pocas veces en su vida y siempre con ella al lado.
—No tema, señora. Aprenderá muy pronto.
Josh dio un grito de alegría y Rachel sonrió a pesar de su temores. Su hijo estaba disfrutando y eso era lo único que importaba. Pablo era una bendición.
Cuando se volvió, Sloan estaba ya al otro lado del patio. Corrió para alcanzarlo y lo siguió hasta un atrio que formaba una parte amplia del lado occidental de la casa. La habitación y las plantas eran adorables. Rachel pensó una vez más lo distinta que era la casa a su dueño. Recordó que le había dicho que se la había arrebatado a un narcotraficante.
—¿Cuánto tiempo dijiste que llevas viviendo aquí? —preguntó.
Él siguió hablando sin molestarse siquiera en mirarla.
—No lo dije.
—¿Diseñaste tú mismo la casa? —insistió ella—. Es espectacular.
—No.
Rachel suspiró. Tendría que acostumbrase a su forma de ser. No había duda de que estaba a su merced.
Cruzaron otra puerta y la joven se encontró en una habitación llena de equipo gimnástico. A través de la ventana, podía ver la torre del agua, que se elevaba a mitad de camino entre la casa y el muro protector de fuera. Era la primera vez que veía la parte de atrás de la propiedad, aunque tampoco veía mucho. Las montañas se elevaban con orgullo en la distancia.
—Aquí no habrá distracciones —dijo él.
Rachel sabía que se refería a Josh y le hubiera gustado poder decir algo que cambiara aquello, pero no era sí. Josh era hijo de Ángel y éste había asesinado a su hijo. Imposible cambiar eso. Sloan se limitaría a intentar tolerar al niño mientras estuvieran allí.
Lo miró a los ojos.
—Estoy lista. ¿Por dónde quieres que empiece?
Sloan arrastró dos colchonetas al otro lado de la estancia. Se subió a una y esperó que ella hiciera lo mismo.
—Estiramientos.
La joven observó sus movimientos y los imitó lo mejor que pudo. Cuando terminaron, realizaron una rutina de ejercicios, algunos con las máquinas que había en la estancia. Ella no tardó en quedarse sin aliento, pero estaba dispuesta a no rendirse y hacer tantas repeticiones como él.
Después llegaron los tres kilómetros. Rachel no podía mantener el paso de él y se sintió agradecida cuando lo vio aflojar la marcha. Cuando terminaron, el sol estaba ya alto en el cielo y ella había perdido la cuenta del número de veces que habían dado la vuelta a la casa. No sentía las piernas, sudaba y jadeaba como si hubiera corriendo treinta kilómetros en lugar de tres.
Josh y Pablo almorzaban en el patio. Rachel dio una palmadita en el hombro del niño y siguió a Sloan a la piscina. Cuando el hombre se quitó la ropa y se quedó en bañador, ella sintió la boca seca. Parpadeó y él ya había desaparecido. Apenas agitaba el agua al cruzar la superficie.
Rachel se desnudó a su vez y se metió en la piscina. El contacto del agua con su cuerpo caliente le pareció maravilloso.
Sloan se detuvo a apartarse el pelo mojado de la cara.
—Intenta hacer diez largos —dijo. Empezó el segundo suyo sin esperar respuesta.
Rachel no recordaba cuándo había nadado por última vez, pero estaba dispuesta a esforzarse todo lo posible. Nadó medio largo debajo de la superficie para refrescarse. Era una sensación maravillosa.
Cuando iba por el largo número nueve, estaba segura de que iba a morir allí.
Sloan se hallaba sentado en el borde con el pelo mojado echado hacia atrás. El vello rubio de su pecho brillaba al sol.
—Puedes dejarlo cuando quieras —dijo—. Los diez largos sólo eran una sugerencia.
—Uno más —repuso ella entre dientes. Le costaba mover los brazos, pero tenía que hacer uno más. No daría muestras de debilidad. Tenía que hacerlo.
—Mami, mami, ¿puedo nadar yo también?
Rachel nadó hasta el final de la piscina y se agarró al borde. Los músculos le dolían en protesta por el esfuerzo que había realizado.
—Hola, tesoro —sonrió al niño. Miró a Sloan, que los ignoraba a los dos—. ¿Te importa? —preguntó con cautela.
El hombre se puso en pie.
—¿Por qué iba a importarme? —se volvió y se alejó.
Rachel lo vio desaparecer en el interior de la casa. ¿Cómo sentir pena de un hombre tan fuerte y frío? Pero la sentía. Había perdido mucho y Josh y ella le recordaban cuánto. Sonrió al niño y procuró olvidarse de Sloan. No había nada más importante que su hijo.