—Abre más los pies.
Rachel obedeció y volvió a apuntar.
—¿Así?
Sloan anduvo despacio a su alrededor y examinó su postura.
—Cierra el codo —ordenó.
Ella tensó el codo, su mano izquierda sostenía la derecha por la muñeca.
—Ahora cierra el ojo izquierdo y mira con el derecho hasta que veas el blanco.
Hizo lo que le decía. Los círculos de la silueta estaban primero borrosos y luego se aclararon cuando se centró en el anillo interior.
—Respira hondo y suelta el aire despacio —dijo él cerca de su oído.
Rachel se estremeció y perdió el blanco. Maldijo en silencio y volvió a apuntar.
—No puedes permitir que nada altere tu concentración —le advirtió él—. Perder el blanco un segundo puede ser la diferencia entre vivir y morir.
Ella respiró hondo y soltó el aire despacio, procurando relajarse.
—¡Fuego!
Sin darse tiempo a pensar, apretó el gatillo como le había enseñado él antes. El retroceso le levantó las manos y retrocedió un paso. La explosión resonó contra las montañas distantes.
Miró a su instructor y esperó su aprobación. Sloan observó el blanco que había fallado e hizo una mueca.
—Vamos a probar otra vez.
—Es la primera vez que disparo una pistola —se apresuró a explicar ella.
—Ya lo he notado.
Rachel lo miró con rabia. Aquel hombre podía ser muy idiota. Después de los ejercicios físicos de la mañana, había desaparecido y ella había jugado en la piscina con Josh hasta que lo acostó para la siesta. Sonrió al recordar los juegos del niño en el agua. Pablo tenía razón, aprendería pronto a nadar.
Sloan no volvió a aparecer hasta que Josh estuvo fuera de escena. A Rachel le preocupaba que albergara sentimientos tan negativos hacia su hijo. Aunque entendía lo que le ocurría, le resultaba difícil. Ella amaba a Josh y nada de ello era su culpa. Él era inocente.
—Tienes que separar aún más los pies —gruñó el hombre.
Rachel dio un respingo al notar el brazo izquierdo de él en la cintura. La atrajo con fuerza hacia su cuerpo musculoso y cubrió con la mano derecha la mano izquierda de ella para ayudarla a sostener el arma. Con la barbilla encima de la cabeza de ella, deslizó una pierna entre las de ella y la obligó a separar los pies.
—Mira el blanco.
Ella intentó frenar los latidos rápidos de su corazón. Se humedeció los labios y respiró hondo. Sabía que él podía sentir la elevación y caída de sus pechos, pero no podía frenar la reacción de su cuerpo a la proximidad de él.
—Tranquila, no muerdo —musitó Sloan.
—¿Hace falta que me mantengas tan cerca?
—Apunta y dispara —ordenó él.
Rachel apretó el gatillo. El brazo fuerte de él controló el efecto del retroceso y su cuerpo poderoso absorbió la fuerza que la lanzó contra él.
La soltó y se acercó al blanco.
—Mucho mejor —concedió.
Rachel bajó el arma y se tambaleó, esa vez por la ausencia del brazo que la sujetaba. Intentó sin éxito racionalizar su reacción física ante aquel hombre. Era evidente que la tremenda gratitud por su ayuda empezaba a teñir otros sentimientos con los que no estaba preparada para lidiar. Hacía más de cinco años que no se permitía acercarse tanto a alguien. Se limpió la frente con el dorso de la mano y respiró hondo una vez más. A lo mejor era necesidad simple y llana.
Sloan le mostró la silueta para que la viera.
—A ver si eres capaz de repetirlo.
Rachel observó la figura y sonrió al ver el agujero que había hecho en el borde del círculo más externo. Ahora sólo tenía que aprender a hacerlo sin que la rodearan los brazos de él.
—La próxima vez piensa en Ángel cuando apuntes a esa silueta sin cara.
—¿Es eso lo que tú haces? —preguntó ella.
No hizo falta que dijera que sí, Rachel leyó la respuesta en sus ojos. Colocó el blanco de nuevo en posición y ella supo de pronto qué era lo que la empujaba hacia él. No era sólo que pudiera protegerlos a Josh y a ella, ni tampoco que conociera a Ángel mejor que nadie y tuviera más posibilidades de vencerlo. No, no era eso. El hilo que los unía era su odio por Ángel, el deseo de hacerle pagar por el dolor que les había causado.
Y por primera vez en cinco largos años, Rachel estaba segura de que pagaría por ello.
Sloan estaba sentado en el patio en penumbra. Las luces de la piscina no alumbraban lo suficiente para turbar su sensación de estar escondido. Miró la botella que había en la mesa y se preguntó por qué se molestaba si no le hacía ningún bien por mucho que bebiera. La nueve milímetros que había al lado le habría ayudado más, pero no había podido quitarse la vida siete años atrás y seguía sin poder. Vivía cada día ocupándose de su trabajo y sin que nada le importara. Pero ahora tenía la oportunidad de acabar con el hijo de perra que había destruido su familia. Y eso lo cambiaba todo.
Apretó los dientes. Rachel Larson se había metido en su vida menos de veinticuatro horas atrás y ella también lo había cambiado todo. Ya no podía ahogar los demonios de su pasado, no podía dormir y le daba igual comer o no. Levantó la botella, pero vaciló. ¿Qué sentido tenía? Cuando cerraba los ojos, Rachel seguía atormentando sus sueños, tanto dormido como despierto. Y luego llegaban otros recuerdos. La sensación de traición por admitir al hijo de Gabriel DiCassi en su casa, por permitir que la mujer que había sido amante de Ángel se colara en sus sueños.
Sabía que no podía dirigir su rabia al niño. Josh era inocente, una víctima como él. Cerró los ojos y apartó la imagen del pequeño de su mente. No quería conocer a ese niño, no quería que llegara a importarle.
Lanzó un juramento. Era patético. Su existencia era patética. Pero algo dentro de él que no podía nombrar lo impulsaba a seguir adelante… no le permitía abandonar.
Levantó la botella de tequila con intención de espantar esos demonios cuando por el rabillo del ojo vio un movimiento cerca de la piscina y se puso alerta. Dejó despacio la botella, tomó la Beretta y echó a andar hacia la piscina. Se quedó cerca del límite del alcance de las luces, ocultándose en la oscuridad.
Quitó el seguro de la pistola y se dispuso a avanzar alrededor del muro de follaje. Escuchó atentamente, pero no oyó nada. Pensó un momento en la posibilidad de que hubiera imaginado el movimiento, pero lo descartó. Allí fuera había algo o alguien y no eran ni Pablo, que se había retirado ya, ni Rachel ni su hijo, que se habían acostado una hora antes.
Se deslizó entre dos macetas grandes. Las luces se reflejaban en el agua de la piscina. Salió a la zona abierta que rodeaba el agua con la pistola en la mano.
Josh.
Bajó el arma con mano temblorosa y puso el seguro. Josh oyó el clic y lo miró desde su posición en el borde de la piscina.
—He encontrado a mi oso —mostró el animal para apoyar sus palabras y sonrió—. Se había perdido.
Sloan respiró con fuerza. ¡Maldición! Podía haber…
Apartó la idea de su mente.
—¿Qué haces aquí, pequeño?
Los ojos oscuros del niño lo miraron sorprendidos por la brusquedad de su tono.
—Me he despertado y no encontraba a mi oso —estrechó al animal contra sí—. Mi mami estaba en la bañera y he bajado a buscarlo.
Sloan miró las puertas de cristal que daban a la habitación que ocupaban Rachel y su hijo. Una de ellas estaba abierta. Lanzó un juramento y el niño abrió mucho los ojos.
—Mami te lavará la boca con jabón —dijo convencido.
Sloan respiró hondo.
—Vamos. Te llevaré con tu madre.
—¿No podemos nadar? —preguntó el niño.
El hombre negó con la cabeza.
—Eso pídeselo a tu madre. Vamos.
Josh miró la pistola.
—¿Quieres jugar a matar?
—Esto no es un juguete —explicó Sloan—. Vamos, es tarde.
Josh obedeció. Sloan se pasó una mano por el rostro e intentó calmar su corazón galopante. En su cabeza palpitaba la idea de lo que podía haber ocurrido. Nunca había disparado un arma sin identificar antes el blanco, pero estaba nervioso y podía ocurrir. Imposible no era. La mujer tendría que vigilar mejor al niño. ¿Por qué demonios no había cerrado la puerta?
Josh se detuvo de pronto y lo miró.
—Si tuvieras un niño pequeño, podría jugar con él.
Un bloque de hielo ocupó el estómago de Sloan. Si tuviera un niño pequeño…
Rachel se secó el pelo con la toalla y miró su reflejo en el espejo mientras lo cepillaba. La enorme bañera llena de agua caliente había sido una bendición para sus músculos doloridos. Sloan le había hecho trabajar duro aquel día.
O quizá había sido ella misma, porque le parecía importante no fallar, sobre todo en lo relacionado con él. Quería comprenderlo y no entendía por qué. No tendría que haberle importado tanto su aprobación.
Miró su cuerpo desnudo y se preguntó qué pensaría él. Era alta, pero muy delgada. Y no era ni rubia, ni hermosa, ni tenía pechos grandes. Y luego estaba la cicatriz de la cesárea.
Suspiró.
No debería importarle lo que pensara él a ese respecto. No había ido allí para mejorar su vida social.
Soltó una carcajada. ¿Qué vida social? Hacía media década que no la tenía. Y el mismo tiempo que no la tocaba un hombre. Se estremeció al recordar los brazos poderosos de Sloan alrededor de su cuerpo. Cerró los ojos y disfrutó del calor que le proporcionaba el recuerdo. Tenía que estar perdiendo el juicio para permitir que un hombre tan peligroso la hiciera sentir tan… necesitada.
—Basta —se riñó. Se puso la ropa interior. Lo único que debería sentir por Sloan era miedo. Y también respeto. Hacía falta mucho valor para que él volviera a afrontar aquella pesadilla y lo sabía. Pero ni la admiración ni la gratitud deberían poner en marcha sus hormonas.
Se puso el camisón y se miró en el espejo.
—Sloan no es un hombre del que puedas enamorarte. Esto es un trato de negocios, no una aventura de amantes.
Con esa declaración en mente, volvió al dormitorio para ver a su hijo.
La cama estaba vacía y el corazón le latió con fuerza.
—¿Josh? —miró a su alrededor—. ¿Josh? —¿Dónde estaba escondido? ¿Se había despertado y había decidido jugar…?
La puerta que daba al patio estaba abierta. Sintió miedo.
La piscina.
Salió al patio.
—¡Josh!
¿Cómo había podido ser tan descuidada? ¿Había olvidado cerrar la puerta? ¿Y si…?
Respiró con fuerza. Tenía que estar allí. Tenía que estar bien.
—¡Josh! —volvió a gritar.
—¡Mami!
Corrió en dirección a la voz de su hijo, que estaba abrazado a su oso y se acercaba a ella desde la piscina. Sloan avanzaba a su lado con la pistola en la mano.
Un miedo nuevo la envolvió. Él no le haría daño a su hijo, ¿o sí? Miró a Josh. Los ojos oscuros, el pelo moreno, la forma de la cara. Se parecía muchísimo a su padre. Sintió que hervía de rabia.
Sin vacilar más, corrió hasta su hijo y lo tomó en brazos.
—¿Qué haces? —preguntó con furia a Sloan. La idea de que se acercara a su hijo con una pistola en la mano era inadmisible—. ¿Estás loco? ¿Qué haces con esa pistola en la mano?
Sloan miró el revólver con aire confuso.
—¿Qué dices? ¿Por qué no has vigilado a tu hijo? —contrarrestó; enfundó el arma en la pistolera, que llevaba todavía colgada al hombro.
Rachel apretó a Josh contra su pecho.
—No quiero hablar de esto ahora. Volveré en dos minutos y hablaremos.
—Muy bien —Sloan la miró con rabia y se volvió. Rachel llevó a Josh a su habitación y lo metió en la cama.
—¿Por qué has salido fuera, tesoro? —le apartó el pelo de la cara—. No debes salir fuera sin mami o sin el señor Pablo. No podría soportar que te pasara algo.
—Ya soy grande —afirmó el pequeño—. Tenía que encontrar mi oso. Lo dejé en la piscina —apretó los labios—. Yo no podía jugar a los soldados, no tengo pistola —suspiró—. No me ha dejado nadar ni jugar con su pistola. Ha dicho que te pregunte a ti.
Rachel sintió una rabia nueva, pero la reprimió.
—Tiene razón —dijo—. Yo no quiero que juegues con pistolas ni que vayas a la piscina sin mi permiso. Prométeme que no volverás a hacerlo.
—Prometo —dijo el niño.
Rachel le sonrió y le dio un beso en la mejilla.
—Bien. Y ahora es muy tarde y tienes que dormir.
—Buenas noches, mami —Josh se puso de lado y abrazó a su oso.
El recuerdo de la procedencia del oso seguía poniéndola nerviosa, pero Josh le había tomado cariño.
—Buenas noches, tesoro —lo observó un momento y se levantó. Fue a la puerta, que cerró con cuidado a sus espaldas y cruzó el patio hasta donde esperaba Sloan.
Éste estaba apoyado en una columna muy elaborada que soportaba la parte del tejado que cubría una zona amplia cerca de las puertas de cristal que llevaban al vestíbulo principal. Su expresión no revelaba nada, pero Rachel estaba demasiado enfadada para importarle lo que él pensara.
—¿Se puede saber por qué llevas una pistola en la mano al lado de Josh? —preguntó con los brazos en jarras.
Sloan se enderezó y ella resistió el impulso de retroceder un paso. La miró de hito en hito.
—Tú deberías vigilar mejor a tu hijo. Si no lo hubiera visto yo, ahora estaría boca abajo en la piscina.
La ansiedad inundó el pecho de Rachel, pero no hizo mucho por atenuar su furia.
—¿Qué hacías con la pistola? —insistió.
—Creí que había entrado alguien y fui a investigar. ¿Qué demonios crees que hacía con ella si acababa de ver movimiento en la oscuridad?
Un nuevo tipo de terror llenó el pecho de ella.
—Tú…
Movió la cabeza, incapaz de pronunciar lo impensable. Hizo acopio de valor y lo miró a los ojos.
—No vuelvas a desenfundar esa pistola cerca de mi hijo nunca más.
—Es muy difícil proteger a alguien sin armas —repuso él—. ¿Qué has venido a buscar aquí? ¿Un protector o una niñera? Yo no soy una niñera.
Ella parpadeó para reprimir las lágrimas. Odiaba llorar, pero siempre lloraba cuando se enfadaba.
—Supongo que podrás notar la diferencia entre un intruso y un niño.
—Yo jamás disparo el arma hasta que tengo el blanco a la vista. Cuando he visto que era el niño, he bajado la pistola —se acercó más a ella—. Al contrario de lo que pareces pensar, sé lo que hago.
—¿Has apuntado a mi hijo con esa pistola? —la mezcla de miedo y rabia la hacía temblar—. No te acerques a él.
Los ojos de él la miraron con furia.
—Mantén al niño fuera de mi camino y no habrá problemas.
—Se llama Josh —esa vez ella adelantó un paso—. Los niños pequeños son curiosos por naturaleza, no puedo prometerte que no hará ruido ni que estará fuera de tu camino. Los niños juegan, exploran —argumentó, subiendo el tono de voz a cada palabra.
Sloan estaba ya furioso de verdad. Se notaba en el brillo de sus ojos y en la postura de su cuerpo.
—Tal y como le dejas que corretee por aquí, me sorprende que no lo hayas perdido ya. En esta casa hay una docena de peligros para un niño como él, aparte de la maldita piscina. ¿En qué estabas pensando para dejarle la puerta abierta? Puedes perder a tu hijo en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Como perdiste tú al tuyo?
En cuanto las palabras salieron de su boca, Rachel supo que había cometido un error. Había sobrepasado sus límites. Su rabia murió en el acto y de la expresión de Sloan desapareció toda emoción. La mirada de desesperación que le lanzó hizo pedazos el corazón de ella.
—Sí —repuso él—. Exactamente así.
Una lágrima rodó por la mejilla de ella antes de que pudiera secarla.
—Perdona —dijo, tensa—. Eso no venía a cuento. Lo que le pasó a tu hijo no fue culpa tuya.
—En eso te equivocas; sí fue culpa mía. Cometí un error —la miró a los ojos—. No hagas tú lo mismo.
Se volvió. Por las mejillas de ella corrieron más lágrimas, pero no le importó. Había hecho mal. No tenía derecho a decir palabras tan hirientes.
—Espera —le tocó el brazo y él vaciló, pero no la miró—. No puedes creer que lo que pasó fue culpa tuya. Fue Ángel, no tú. Tú no hiciste nada malo.
Él la miró entonces, con fuego en los ojos y un sentimiento que ella no pudo identificar. Le rodeó la muñeca con los dedos y tiró de ella hacia sí.
—Tú no tienes ni idea de lo que he hecho mal en mi vida. Toda tu comprensión no va a cambiar el pasado, así que no la desperdicies conmigo —le apretó la muñeca con más fuerza—. Yo no necesito tu lástima. Si eso es todo lo que tienes que ofrecer, entra en la casa y cuida de tu hijo.
Rachel se liberó de su mano y lo miró de hito en hito.
—Vete al infierno, Sloan.
—Ya estoy allí, ¿o no te has dado cuenta?
Rachel, conocedora de la verdad de sus palabras pero incapaz de soportar su indiferencia, volvió corriendo a su habitación.
Con su hijo.