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Capítulo 7

La biblioteca del barco, de paredes firmes y gruesas, estaba diseñada para aislar cualquier sonido y conseguir un absoluto silencio en el interior. Era una amplia sala repleta de estanterías atestadas de libros que llegaban hasta el techo. En el centro había una larga mesa de madera rectangular rodeada de cómodas sillas. El lugar invitaba a la lectura, pero, pese a que todos los asientos se hallaban ocupados, nadie estaba leyendo.

Todos los alumnos de la Secret Academy estaban allí, guardando un escrupuloso silencio. Lucas estudió su aspecto. Parecían alicaídos, como si los Escorpiones les hubieran arrebatado la energía. Apenas se miraban los unos a los otros, y Martin, que siempre presumía de ser muy valiente, parecía tan resignado y dócil como una oveja.

Lucas notó un cosquilleo en las yemas de los dedos. Al igual que a los demás, los secuestradores del barco le habían atado las manos a la espalda, y el nudo era tan fuerte que dificultaba la circulación de la sangre. Movió los dedos insistentemente y consiguió que no se le durmieran las manos.

—Tenemos que escapar como sea… —susurró.

Intentó decir aquellas palabras en voz baja para que solamente le oyeran Úrsula y Rowling, sentadas a su lado, pero atrajo la atención de la Escorpión que vigilaba la sala.

—¡Silencio! —gritó.

Era una mujer rubia y de ojos azules, más joven que cualquiera de los otros secuestradores. Su cara era lo bastante hermosa como para convertirse en portada de cualquier revista de moda, y el ceñido uniforme no lograba ocultar las vertiginosas curvas de su cuerpo de gimnasio.

Pese a su evidente atractivo, solo conseguía inspirar temor. Se acercó a ellos con cara de pocos amigos y apuntándoles con el arma eléctrica. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Lucas al recordar el intenso dolor que había sufrido con el calambrazo.

—Si alguien vuelve a hablar será trasladado a una celda de castigo —les amenazó—. Y os garantizo que allí sufriréis lo que no está escrito…

Lucas estaba seguro de la sinceridad de sus palabras y bajó la mirada fingiéndose más asustado de lo que en realidad estaba. De reojo, vio como la Escorpión regresaba a la silla donde se encontraba sentada y depositó el arma eléctrica encima de la mesa. Abrió el libro que tenía delante y continuó leyendo tranquilamente.

Hablar resultaba demasiado peligroso, pero Lucas no podía resignarse a aquella situación sin tratar de escapar. Miró fijamente a Úrsula esperando que la chica italiana entendiera su plan. A continuación, con extrema cautela, Lucas consiguió acercar su silla a la de Úrsula. Se inclinó a un lado disimuladamente y alargó los brazos tanto como pudo. Momentos después, notó el roce cálido de sus dedos en la mano.

«¡Genial! ¡Me ha entendido!», pensó Lucas.

Úrsula había demostrado ser muy mañosa con los nudos marineros durante el viaje en barco, pero deshacer las ataduras de Lucas no era nada fácil, sobre todo porque ella también tenía las manos atadas a la espalda y no podía ver nada.

La única que pareció darse cuenta de lo que ocurría fue Rowling. No podía ayudarles mucho, pero se inclinó hacia delante para taparles un poco con su cuerpo.

Lentamente Úrsula fue familiarizándose con el nudo que mantenía atadas las manos de Lucas. Guiándose por el tacto, consiguió adivinar dónde empezaba. Con mucha paciencia, sus diestros dedos empezaron a aflojarlo. La tarea le llevó varios minutos pero, al fin, Lucas notó que las cuerdas dejaban de ceñirse alrededor de sus muñecas.

«¿Y ahora qué?», se preguntó. No tenía las manos atadas, pero la Escorpión seguía teniendo el arma muy cerca. Aún no había decidido qué hacer cuando se abrió la puerta de la biblioteca. El mismo camarero que les había delatado entró en la sala arrastrando un carrito lleno de bebidas. Le acompañaba otro Escorpión al que Lucas conocía demasiado bien: el tipo de la barba que le había disparado con la pistola eléctrica.

—Ya me quedo yo con ellos —dijo con su voz ronca.

—Como quieras —respondió la Escorpión.

La mujer se levantó de la silla y abandonó la biblioteca con la pistola eléctrica en la mano.

El camarero comenzó a repartir las bebidas. Eran vasos de cartón con una tapa de plástico y una pajita para que pudieran beber con las manos atadas a la espalda. Lucas se enrolló como pudo la cuerda a las muñecas y fingió estar atado, pero de todos modos el camarero no se habría dado cuenta. Debía de sentirse tan avergonzado de haberles entregado a los Escorpiones que sirvió los vasos a toda prisa, evitando mirarlos a la cara. En cuanto hubo terminado, se apresuró a abandonar la biblioteca con la cabeza gacha.

El Escorpión de la barba empezó a pasear por la biblioteca con el arma eléctrica en la mano. Sus ojos negros centellearon vivaces mientras se clavaban en los rostros de sus rehenes.

—Alimentaos —ordenó—. El capitán Asimov, como muestra de su buena voluntad, ha pedido que os traigan sopa para comer. Agradecédselo, pues si hubiera dependido de mí no habríais probado bocado en todo el día…

Algunos de los chicos se inclinaron para probar el brebaje. Era una sopa caliente que sabía bastante bien a pesar de que no podían tomarla con cuchara.

Rowling miró a Lucas de reojo y le hizo un guiño. A continuación y, ante su sorpresa, tiró el vaso de plástico encima de la mesa empujándolo con la cabeza.

—Lo siento, señor —se disculpó Rowling. Sus bonitos ojos verdes se anegaron repentinamente en lágrimas—. ¿Podría hacer el favor de recogerme el vaso? Tengo muchísima hambre…

Lucas no lograba entender qué se proponía. La tapa de plástico cerraba herméticamente el vaso y la sopa no había salpicado la mesa de madera.

—¡Maldita patosa! —exclamó enfurecido el Escorpión.

Malhumorado, el corpulento hombre de la barba se acercó hacia Rowling, sentada a la derecha de Lucas.

El Escorpión sujetó su arma eléctrica con la mano izquierda mientras se inclinaba para levantar el vaso. Entonces Lucas entendió la artimaña de Rowling. Sabía que una oportunidad como aquella no volvería a presentarse y decidió aprovecharla. Dejó caer la cuerda al suelo y, con un movimiento rápido y brusco, agarró la pistola eléctrica y tiró con todas sus fuerzas, como un jugador de baloncesto que intenta arrebatarle el balón a un rival. El Escorpión de la barba, totalmente desprevenido, notó que el arma se deslizaba de entre sus dedos y, cuando se giró para mirar, Lucas ya se había alejado un par de pasos y le apuntaba con la pistola.

—Quieto o disparo —le amenazó.

El Escorpión de la barba, tras la sorpresa inicial, esbozó una sonrisa. No parecía nada intimidado.

—Devuélveme la pistola, niño, o tendré que hacerte daño de verdad…

—Arrodíllate en el suelo y pon las manos encima de la cabeza —respondió Lucas.

Había oído aquella frase en una película y la había soltado de sopetón, sin apenas pensarlo.

—Y un cuerno me voy a arrodillar —replicó el Escorpión—. Vas a entregarme el arma ahora mismo o me ocuparé personalmente de que todos tus compañeros paguen por tu osadía…

—Haz lo que te pide —intervino Martin muy nervioso—. Vas a conseguir que nos maten a todos…

—Ya le has oído —dijo el Escorpión—. Sigue el consejo de tu amigo…

—No es mi amigo —respondió Lucas—. Y si no te arrodillas ahora mismo, dispararé… Te advierto de que en mi barrio no repetimos las cosas más de dos veces.

Lucas procuró sonar seguro de sí mismo, pero era la primera vez en toda su vida que tenía una pistola en las manos. Todos los ojos de la sala estaban puestos en él, y luchó porque el miedo no se reflejara en su mirada.

—Tú ganas, mocoso —cedió finalmente el Escorpión—. Me arrodillaré…

Lucas respiró aliviado. El hombre de la barba se inclinó para obedecer la orden. Estaba a punto de arrodillarse cuando, de repente, se abalanzó sobre Lucas. Alargó los brazos y sus enormes manazas intentaron aferrar la pistola, pero no lo consiguieron. Un oportuno calambrazo le dejó fuera de combate.

—Te lo advertí —dijo Lucas, que no podía creerse que hubiera sido capaz de pulsar el gatillo.

—¡Estás loco! —gritó Martin—. Ya están lo bastante cabreados como para que vengas tú a enfurecerles más…

El Escorpión había caído al suelo. Su cuerpo sufría unos dolorosos espasmos que Lucas conocía demasiado bien. El tipo le habría despertado lástima de no haber sido porque le había disparado con aquella misma pistola. Ahora dejaría de ser una molestia durante unos minutos.

—¡Ahora o nunca, chicos! —dijo Lucas, mientras se apresuraba a desatar a Rowling y Úrsula—. Huiremos en submarino…

—¡¿En submarino?! —le interrumpió Martin levantándose de la silla—. ¿Acaso sabes manejar un submarino?

—Tu abuelo nos ha dicho que huyéramos si nos topábamos con algún Escorpión —le recordó Lucas—. Somos casi veinte contra unos pocos secuestradores. Podemos lograrlo si somos valientes…

—El fondo del mar está lleno de valientes —replicó Martin—. ¿Acaso no te has enterado de lo que van a hacer con nosotros si intentamos huir? Nos atarán los tobillos a cadenas de acero y nos arrojarán por la borda…

—¡Cumpliremos nuestra amenaza! —gritó el Escorpión—. Activad la alarma antiincendios o habrá represalias.

Aún estaba en el suelo, pero ya empezaba a recuperarse del calambrazo.

—Cállate o te ganarás otro disparo —le amenazó Lucas.

Úrsula y Rowling se encargaron de atarle de pies y manos. Para asegurarse de que no pudiera activar la alarma antiincendios, una palanquita roja que estaba adosada a la pared, ataron su cuerpo a una pata de la mesa.

—Muy bien, que cada uno tome su propia decisión —concluyó Lucas dirigiéndose hacia sus compañeros—. Que se levanten de la silla los que quieran venir con nosotros…

—¡Todo el mundo sentado! —ordenó Martin.

Lucas vio miedo en los ojos de la mayoría de los alumnos de la Secret Academy. El pequeño Tolkien estaba pálido como una hoja de papel, Orwell ni tan siquiera se atrevía a mirarle a la cara, y las gemelas Laura Borges y Julia Cortázar estaban más calladas que la muerte. Ninguno de ellos hizo el más mínimo movimiento.

—¿Nadie? —preguntó enfadado Lucas—. Podríamos haber huido hace rato, pero no lo hemos hecho… Hemos venido a por vosotros, para que pudiéramos escapar todos juntos…

Todos bajaron la mirada salvo Martin, que sacaba pecho porque el grueso de la clase le había obedecido.

—Tenemos que irnos —le apremió Rowling, que ya había acabado de atar al Escorpión.

Se había armado un gran jaleo allí dentro, pero lo más probable era que los otros secuestradores no hubieran oído ningún ruido sospechoso gracias a las gruesas paredes que aislaban la biblioteca.

Lucas había intentado liberar a sus compañeros, pero habían decidido rechazarle. Su destino a manos de los Escorpiones ya no era asunto suyo.

Salieron de la biblioteca a toda prisa y cerraron la puerta para que el Escorpión no pudiera alertar a los demás con sus gritos. Encontraron el pasillo despejado y decidieron tomar el montacargas para descender hasta la bodega. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, empezó a sonar una machacona sirena a través de los altavoces del barco.

—¡La alarma antiincendios! —maldijo Úrsula.

Lucas pulsó el último botón y bajaron hasta la planta de la bodega. En cuanto se abrieron las puertas del montacargas, salieron corriendo como si les persiguiera el demonio y se colaron en la bodega por el boquete que el Escorpión había abierto a patadas.

Estaban a punto de conseguirlo. Solo les faltaba ser capaces de pilotar un submarino.